JOSE DANIEL ESPEJO
MIGUELITO BATTLES THE PINK ROBOTS
Yo que tanto sabía, sobre el  papel, de la Nada
no sabía que la Nada consistía en despertarse
un  lunes a las dos con la cama empapada
y que aquello fuera sangre, y  que la sangre viniera
del útero de Charo embarazada de tres meses
de  mi pequeño, mi amado, mi precioso hijo Miguel.
La Nada prosiguió  en una sala de urgencias,
una médico que dijo que no había nada que  hacer
y nos mandó para casa, a esperar un milagro,
durante dos  días. Qué sabía yo, de la Nada,
o la Nada de mí, y ahí nos vimos las  caras,
nos sacudimos bien. Y los días pasaron,
pero no como días  normales hechos de tiempo,
sino como libros eternos, de páginas  iguales.
Te dije tantas, tantas veces las mismas frases
que me dio  miedo que te hartaras de mí.
Te dije agárrate, quédate ahí con la  mamma,
te dije ven, o salta de este lado,
o dame la mano hasta que  se olviden de ti
éstos que vienen a buscarte, y sobre todo
te  dije, Miguel, tienes que ver esto,
tienes que ver esto, muchachito,  vas a ver.
Entonces yo, que tanto había leído de la Nada,
me  preguntaba sorprendido: ¿qué tiene que ver?
¿qué es eso que estás  viendo tan valioso
ahora, tras tus cursos de la Nada,
tu  licenciatura en Nada, qué hay que merezca
ser visto, que no te puedes  perder?
Ah, era ésa una pregunta difícil.
Yo ya sabía la  respuesta, pero aún
no podía formularla, y miraba
las montañas del  sur de la ciudad
repletas de pinos tostados, los árboles de las  aceras,
lo poco que a mediodía en julio se ve
sin gafas de sol ni  haber dormido,
más que nada miraba las chicas,
las nubes en fuga,  el cielo azul
y repetía: Miguel,
tienes que ver esto, cómo puedes  decirme
que vas a dejarlo todo, que te largas
a estudiar el  lenguaje de las sombras
con todo lo que tengo que enseñarte,
con  todo lo que aún no has visto por aquí,
pequeño Miguel.
Y llegó  el jueves como llega
hasta en las pesadillas el final de la escalera
y  te vimos moverte en una ecografía
con el corazón a ciento diez, y  sonreímos,
y a mí volvieron las voces a preguntarme
qué era eso  que había que ver
tan importante, si no creía en la Nada
y en el  Existencialismo, yo, tan leído,
que qué pasaba con Beckett, entonces,  que le dijera
a él lo que a Miguel un poco antes,
que volviera al  redil. Y contesté:
qué coño. Y repetí: qué coño, señores,
de  acuerdo que no hay Dios, pero qué importa
si tenemos esto otro: las  montañas,
el camino hacia la playa (en ese punto
los dejé solos y  hablé para Miguel),
y la brisa del mar y los pasteles de carne
y  la voz de Keren Ann y a Miyazaki
y los libros de _i_ek y los pechos  de tu mamma,
cómo puedes pensar en perdértelo sin probar,
cómo  puedes desertar sin hacerte tu lista
de placeres irrenunciables,  contrastándolos todos,
sabiendo de qué hablas cuando hablas de amor.
Otra  cosa no te doy, pero es suficiente,
y a cambio nada pido. O si acaso
que  no te hagas concejal de Urbanismo
ni traficante de armas, que no le  cuentes
a las madres de tus amigos
las palabras que te enseño en  este poema,
lo mal que hablamos, tú y yo, cuando decimos la verdad,
los  terribles insultos que lanzamos a los siervos de la Nada.
 
				
                


