“Conducir despacio me ha enseñado a conducirme despacio en la vida” Íñigo Garcés (Cabezafuego), músico
De
Atarrabia a Ereván, la capital armenia, a cuarenta kilómetros por hora de
media, conduciendo por carreteras secundarias de Eslovenia, Hungría, Georgia…,
en una vieja furgoneta cargada con micrófonos, latas de fabada de un euro y
Pachuco, su inquieto perro, el músico Íñigo Garcés, Cabezafuego, realizó el
pasado verano un viaje y una residencia artística, que se traducirán en futuros
y —conociendo su trayectoria— seguro que personalísimos proyectos musicales.
Lo mejor de los viajes suele ser a menudo
contarlos. Y en el caso de Cabezafuego (integrante y pilar en muchos casos de
grupos como Mermaid, Bizardunak, Atom Rhumba, entre otros muchos, y autor en
solitario de dos recomendabilísimos trabajos: Somos Droga y Camina conmigo)
cuenta el suyo dos veces: en el blog en el que dejó constancia de su viaje —un
viaje, como deben de ser todos los viajes iniciáticos, salpicado de peripecias;
un viaje que le ha cambiado la vida—; y en la música que compondrá tomando como
base esta experiencia y los “10146 ruidos”, así se llama su proyecto, que fue
grabando en el recorrido.
Esta última —crear un banco de sonidos— era la
premisa con la que consiguió la residencia artística que le llevó hasta
Armenia. “Me enteré de la convocatoria
de una residencia artística en Armenia, promovida por el Centro de Arte
Contemporáneo de Uharte. Fue verlo y saltar algún resorte que me
dijo: proponles tu majarada. Era una estancia de un mes, pero les
camelé para ir por mi cuenta en coche, a la aventura, con tiempo indefinido,
hasta llegar allí. El dinero destinado a los aviones, me lo gastaba en
gasolina, yo me buscaba la vida para aparecer por allí a tiempo… Salí con dos
meses de antelación”, nos cuenta el músico navarro.
A cuarenta por hora Antes de partir, Íñigo Garcés cerró todos los trabajos pendientes que tenía en su taller de serigrafía de Atarrabia y probó parte de su equipo de grabación dándose un paseo en bici con un casco con cámara y micrófono acoplados, en plenos sanfermines. Y, superada la prueba, comenzó el viaje. De una vorágine a otra; o quizás no tanto, porque pronto optó, o las circunstancias técnicas le obligaron a optar por tomárselo con calma y conducir despacio: “Tengo una furgoneta muy vieja, y si la pongo a cien parece que se va a abrir la tierra y tragarme”, explica. “Así que desde el primer día, dejé de apretar… Al principio a ochenta, luego a sesenta… Calculo que la media general fue de unos cuarenta kilómetros por hora. Teníais que verme subiendo los Alpes por ejemplo, a diez por hora… Total, que enseguida vi las ventajas, como el ahorro bestial de combustible, o lo más importante: escuchaba la carretera. Pensad que estaba allí para grabar ruidos, así que iba atento a cualquier cosa, más que sonidos, que no oía nada por el estruendo del motor, eran sensaciones, curiosidades que me hacían parar e investigar. A ciento veinte por una autovía, te lo pierdes todo”.
Conducir despacio y conducirse despacio
El ritmo que Cabezafuego se impuso lo ha aplicado también a su vida, a su manera de tomarse y afrontar las cosas. Le preguntamos si el viaje le ha cambiado y la respuesta es contundente: “Me ha cambiado muchísimo. Llegué a casa en octubre, y sigo sin tener ningún acceso de ira, frustración, tristeza… y antes los tenía a paladas. Te van pasando situaciones en la que que como estás solo, has de tener la mente fría y la calma suficiente para arreglarlas. Aquí igual tenía un contratiempo en el taller y me encerraba a cal y canto durante días sin ver a nadie, algo muy destructivo, y siempre por memeces, la verdad, está claro que somos nuestros peores enemigos. Lo que he tratado es de trasladar todo ese aprendizaje a mi vida cotidiana, y lo he conseguido. He hecho cambios muy importantes, la gente cercana sabe cuáles son y han visto el progreso en mí. No quiero sonar a zumbado que ha visto la luz, pero en las charlas que estoy dando, trato de explicarlo y la gente parece que lo entiende. El conducir despacio también ha sido una técnica aprehendida para conducirme despacio en la vida”.
El copiloto Pachuco
El viaje, a pesar de todo esto, no fue una balsa de
aceite. En el blog en el que escribió el cuaderno de bitácora del mismo (www.cabezafuego.com/blog/) nos
encontraremos con mordidas en puestos fronterizos, caminos embarrados, carreteras
con baches como agujeros negros, rastros de sangre sobre el asfalto o con un
extraño tipo con el pelo rojo —el propio
Cabezafuego— aporreando con una llave inglesa enormes torres de metal, después
de atravesar campos de ortigas con un perro loco: “Pachuco ha sido mi compañero, bastante
cabrón al principio, pero también el viaje sirvió para mejorar nuestra
relación. Es un perrazo grande que se vuelve loco con los gatos y con cualquier
bicho en el monte, y me lió varias de traca… Pero a la vez es muy bueno y
dócil, todo el mundo lo adoraba y me abría puertas cuando el idioma no servía
(ojo, que nunca lo utilicé para eso). Podía estar horas y horas dentro de la
furgoneta sin quejarse, pero también condicionó mucho el viaje, por otros
aspectos… pero en general, fue increíble. La naturaleza que exploré con él por
esos países, no la hubiera catado sólo”.
Fuera miedos
Las aventuras a las que tuvo que enfrentarse
Cabezafuego, por otra parte, le ayudaron a desprenderse de sus miedos y a
entablar sin recelo y con una sonrisa por delante relaciones en las que, especialmente
en la propia Armenia, apreció la generosidad y afabilidad de la gente (en Ereván,
por ejemplo se movilizó todo un destacamento de policías y bomberos para
recuperar las llaves que se había dejado dentro de la furgoneta). “Los primeros
días iba un poco acojonado, que si esto que si lo otro… Yo hace años que no
veo las noticias de medios generalistas, me imagino lo que tiene que ser un
viaje así para alguien que pasa del método Ludovico de los mass media al
viaje y ya directamente me cago encima. Pero pronto te haces a ello, ves que
todo el mundo está hecho de buena pasta, o al menos no de mala. No tuve ningún
percance con nadie, crucé todo tipo de escenarios, y me di cuenta que incluso
si te viene un húngaro en mitad de la nada, gritando con cara de pocos amigos,
tú le sacas tu mejor sonrisa y ya te entenderás con él. Una vez superado el
miedo inicial, ya puedes hasta dormir en medio de una ciudad con las puertas
abiertas de par en par, porque realmente el que das miedo eres tú, un
extranjero que apareces allí no se sabe de dónde, con poca pinta de turista…
¿Y ahora qué?
¿En qué se traducirá todo esto, todo este caudal de
experiencias, sonidos, aprendizaje vital?, preguntamos a Cabezafuego: “Para
empezar, en tener mi propio banco de sonidos para samplear en futuras
grabaciones. Si habéis escuchado mi último disco, Somos Droga, está
repleto de ruidos, y ahora puedo hacerlo con los míos, con toda la riqueza que
ello conlleva. Yo que tengo muy mala memoria, es oír un sonido, y
retrotraerme al momento exacto en el que lo grabé, dónde, cómo, cuándo… Maravilloso.
Por supuesto estoy haciendo piezas sonoras con ellos, eso es parte del proyecto
que me becaron”.
Algunas de esas piezas, o de los sonidos que
Cabezafuego grabó durante el viaje, se pueden escuchar en las presentaciones
que está haciendo —o que estaba haciendo antes del confinamiento— de “10146 ruidos” : “Están siendo fantásticas,
para mí al menos”, nos cuenta. “Los conciertos estaban plagados de discursos
más o menos largos, lo cual muchas veces lastraba el tempo del “chou”, pero
ahora ya me suelto a muerte, y la gente se lo pasa pipa, creo. Cuento
experiencias, pensamientos, pongo sonidos, canciones, hago participar al
público jugando con los ruidos… Estoy planeando ya un viaje largo por el estado,
siguiendo con la búsqueda de sonidos, pero también dando charlas. Todo será muy
improvisado, quiero que amistades, fans, o quien quiera, pueda organizar algo
rápido y sin estridencias en un par de días, porque les avisaré con poca
antelación, el viaje me llevará sin rumbo, sin tiempo… Seré un juglar que
vivirá de la empatía con la gente”.
Desde luego, si nos toca una cerca —cuando todo esto
acabe— nosotros no nos la perderemos. Y estaremos, por supuesto, atentos a los
que depare toda esta peripecia creativa y vital de un artista que, haciendo
justicia a su alias, Cabezafuego, es, como pocos, un volcán de ingenio y
originalidad.
Medalla de oro de Nafarroa a Jose María Jimeno Jurío
“En lo que hoy denominamos memoria histórica mi aita fue el auténtico pionero”
Roldán Jimeno
Historiador, etnógrafo, precursor en el campo de la memoria histórica y de la historia del euskera… Es difícil resumir con una sola palabra el vasto trabajo de José María Jimeno Jurío, sin duda una de las grandes personalidades de la cultura navarra, y sin embargo, no siempre justamente reconocida. Hoy, Día de Nafarroa y Día Internacional del Euskera, recibe por fin la Medalla de oro de la Comunidad, a título póstumo y de la mano de su hijo Roldán Jimeno, con quien GARA ha charlado sobre la figura imprescindible del historiador, pero también sobre sus aspectos más familiares.
Patxi Irurzun. Iruñea
Sus investigaciones sobre los crímenes de la guerra civil en Nafarroa y la posterior represión (por las que recibió amenazas) pusieron las bases para una obra referencial como es Navarra 1936, De la esperanza al terror. Sobre sus estudios sobre el euskera Txillardegi escribió que lo que Koldo Mitxelena había supuesto para la lingüística vasca, Jimeno Jurío lo supuso para la historia del euskera. .Recorrió todos los caminos de Nafarroa, habló, siempre de igual a igual, de manera humilde y afable, con los vecinos de cada pueblo, para recuperar su toponimia y su historia. Convirtió la Historia en algo cercano y humano, aproximándose a lo pequeño, a lo local. Roldán Jimeno, su hijo y alumno privilegiado, evoca en esta entrevista la figura del pequeño gran historiador de Artaxoa, de quien Eugenio Arraiza escribió: “Sin él, Nafarroa sería distinta, menos soberana, menos plena, menos hermosa”.
¿Cómo recibieron usted y su familia la noticia de este reconocimiento póstumo, hay sensaciones contradictorias o agridulces?
La concesión de la Medalla de Oro ha supuesto toda una sorpresa inesperada. Cuando falleció mi aita, en 2002, diversas entidades culturales y sociales le propusieron para el premio Príncipe de Viana de la Cultura. El Gobierno de Navarra de entonces, para evitar la polémica ante una no concesión, cambió las bases para que no se otorgase a título póstumo. Aquello nos dolió mucho. De alguna manera, este premio, aunque tardío, cicatriza aquella herida.
En su caso particular, además, supongo que es imposible separar a Jimeno Jurío como personalidad y como padre y maestro…
Yo he sido un gran afortunado, pues, en efecto, fue un lujo para mí tener un maestro doméstico, que me guió en mis primeros pasos y con el que trabajé codo con codo en mis primeras investigaciones. Además, después de fallecido, con la preparación de sus Obras completas, he seguido aprendiendo de él y lo sigo haciendo, pues todavía nos queda una docena de libros por sacar. Por suerte, también he heredado muchísimas de sus amistades, muchas de ellas del gremio de los historiadores, por lo que, no lo voy a negar, hacerme yo un hueco en este mundo me ha resultado mucho más fácil.
¿Qué recuerdos más tempranos tiene en cuanto al trabajo de su padre? ¿Despertaron su vocación o marcaron el camino que usted siguió?
Yo soy hijo único, y me tocaba ir con mis padres a todas partes. Formaban parte de mi cotidianeidad infantil las exhumaciones de fusilados del 36 o el trabajo de campo etnográfico, por no decir las fotocopias de documentos antiguos que mi aita podía tener desplegados por su mesa. Supongo que todo eso caló en mí. Durante mi adolescencia a mí me gustaba la Historia, pero tampoco me veía como historiador, quizás por esa edad rebelde en la que uno no quiere distanciarse de sus progenitores. Yo, más allá de creerme en aquellos años anarquista, no sabía muy bien hacia dónde iba a encaminar mi vida. Y cuando llegó el momento de escoger un camino, fue cuando afloró en mí esa vocación oculta, y, la verdad, acerté de lleno. Primero estudié la carrera de Historia, en la que los consejos de mi aita siempre fueron determinantes, y luego la de Derecho.
Su madre también fue un apoyo importante para Jimeno Jurío, trabajó a menudo con él… ¿Hay una parte de esta medalla de oro también para ella?
Qué duda cabe. Mi aita y ella se llevaban catorce años. Coincidió, además, que mi aita, que trabajaba de bibliotecario para la Caja de Ahorros Municipal, fue un pionero en las prejubilaciones de las cajas, en 1983. Tenía una edad fabulosa para seguir investigando, por lo que él era el que estaba entre casa y los archivos, y mi ama trabajando, trayendo la parte importante del jornal a casa. Pero también le echaba una mano en sus cosas, si era necesario, y, por supuesto, los fines de semana le solía acompañar a realizar entrevistas etnográficas o lo que fuera menester.
El método de trabajo de su padre estaba muy ligado al trabajo de campo, el contacto con la gente, escuchar a todos por igual, prestar atención a las pequeñas cosas… Algo que corre el riesgo de caer en desuso en una sociedad tan tecnológica y especializada como la actual.
Para el trabajo de campo, ya sea para la recogida de datos etnográficos, para los testimonios toponímicos o incluso para la recuperación de la memoria histórica, hace falta tener una sensibilidad especial, una empatía con tus entrevistados, un cariño inmenso hacia lo que haces, y un conocimiento profundo de lo que investigas.
Se destaca también en ese sentido, con respecto a ese modo de trabajar de José María Jimeno Jurío, su carácter afable y humilde, capaz de abrirle muchas puertas…
Son, en efecto, dos de los rasgos que caracterizaban su personalidad y que, en efecto, le abrían muchas puertas. Quizás por eso mi aita conectaba con todo el mundo desde el primer momento. Provenía de una familia de agricultores de Artajona, profundamente tradicionalista, y conocía muy bien la idiosincrasia de la Navarra rural, que era la suya. Igual le daba hablar con un pastor, con un cura viejo que con la persona más insigne. De todos aprendía y con todos conectaba bien, con cada cual en su registro, pero siempre desde ese carácter afable y humilde.
Jimeno Jurío, además, abarcó muchos campos (toponimia, folklore, memoria histórica, euskera…), y se convirtió en un referente en muchos de ellos, todo ello sin tener títulos universitarios (se le vetó, por ejemplo, el acceso a la Universidad de Navarra)…
Mi padre estudió Magisterio y fue maestro de primera enseñanza. Luego fue al Seminario y durante los años en los que estuvo de sacerdote, compaginó su labor pastoral con la docencia, ya fuera en el Puy de Estella, en el Instituto Laboral de Alsasua, donde fue jefe de estudios… en aquella época se matriculó en primero de Historia de la Universidad de Navarra y sacó, con buenas notas, varias de las asignaturas en las que se matriculó. Luego se hizo cura rojo, se secularizó, e intentó retomar sus estudios en ese centro, cuando ya había publicado varios libros y decenas de artículos. Entonces le pusieron el veto, so pretexto de que no tenía perfil de historiador. Aquello fue un escándalo que tuvo su reflejo en la prensa. Mi padre se quedó con la pena de no haber podido tener la carrera, pero, francamente, yo solo puedo decir que he aprendido más Historia de mi aita que en la propia carrera de Historia.
En el campo de la memoria histórica José María Jimeno Jurío abrió el camino en Navarra, aunque tuvo que enfrentarse también a muchas dificultades, amenazas, y dificultades… ¿Qué le debemos en ese apartado?
En lo que hoy denominamos memoria histórica mi aita fue el auténtico pionero, ya no solo en Euskal Herria, sino en todo el Estado. Comenzó con sus investigaciones en 1974, todavía en el franquismo, y desde luego en la clandestinidad más absoluta. Su objetivo en aquel momento fue realizar un listado identificando a los fusilados navarros a raíz del golpe de 1936, que fue completando con trabajos de mayor calado. Con los años fue rellenando miles de fichas, que convergieron finalmente en el proyecto de Altaffaylla. Actualmente esas fichas se han digitalizado por el Fondo documental UPNA-Parlamento de Navarra, y en los dos últimos años han servido como apoyatura documental para la exhumación, al menos, de una docena de cuerpos.
Y en lo que se refiere al euskera debía de ser una imagen impagable verlo a él, a Pablo Antoñana y a Jorge Cortés Izal recibiendo clases, ya mayores, de Asisko Urmeneta.
Aquellas clases de euskera eran increíbles. Y doy fe que, aunque Asisko lucía en aquel entonces ligera cresta y se evadían hablando de todo lo divino –para criticarlo, claro– y de todo lo humano, había un hueco para el euskera. En varias ocasiones me veía yo ayudando a mi padre con las etxerako-lanak del nor-nori-nork y demás con las que venía a casa. Aquel cuarteto de maestro y discípulos fueron, incluso, a un programa navideño de la ETB, a cantar con Oskorri. Nos organizaron un microbús y allá fuimos todas las familias. Fue una experiencia inolvidable.
Esta medalla de oro es importante, pero sin duda el mejor homenaje para su padre supongo que es la edición de sus Obras Completas (que además usted mismo dirige) y que lo será ahora y siempre leerlo…
Siempre digo que el mayor homenaje que se le ha tributado a mi padre ha sido este proyecto, del que ya hemos sacado 50 volúmenes y acabarán siendo alrededor de 65. Supone la reedición de todas sus publicaciones, pero también la publicación de infinidad de trabajos que dejó sin publicar, algunos tan importantes como la monografía de la represión del 36 en Sartaguda, el pueblo de las viudas. Ha sido un proyecto titánico, que ha podido ser una realidad gracias a la editorial Pamiela, que ha contado con la colaboración de Udalbide y Euskara Kultur Elkargoa.
“Detrás de este libro hay mucho dolor, y no es fácil permanecer al margen de él” Miguel Sánchez-Ostiz. Escritor.
En El Botín, la esperada continuación de El escarmiento, el escritor navarro consigue retratar el clima de arbitrariedad, crueldad y rapiña que establecieron los vencedores tras el golpe militar de 1936. Un saqueo, económico e histórico, cuya sombra se ha alargado hasta nuestros días.
Miguel Sánchez-Ostiz presentó el pasado viernes 11 de septiembre su última obra, El Botín, la continuación de El Escarmiento, “una obra magna, y una valiosísima aportación para avanzar en el conocimiento y en la socialización del mismo y para hacer conocer lo que realmente pasó y divulgarlo”, tal y como señaló el historiador Josu Chueca, quien acompañó al escritor en el Koldo Mitxelena Kulturenea de Donostia, donde tuvo lugar el acto.
La elección de Donostia no fue casual. “La idea de El Escarmiento surgió en esta ciudad, en el despacho de un escritor al que yo admiro mucho: José de Arteche”, explicó Sánchez-Ostiz. Arteche—contó a continuación el autor— mantuvo durante el verano de 1967 un encuentro con el también escritor navarro José María Iribarren, que fue secretario del general Mola durante los primeros meses del golpe militar de 1936. Hablando de sus respectivas memorias de guerra Iribarren se lamenta de que él no puede relatar lo que realmente quisiera, porque todavía viven muchos de los hijos y los nietos de los vencedores, que son tratados además como dioses. Y en un momento dado, al referirse a Mola, Iribarren cuenta que aquel hombre, que “no pensaba más que en matar”, decía que a los vascos había que hacerles un buen escarmiento. “De ahí, de ese momento recogido por Arteche en su magnífico libro Un vasco en la postguerra surge la idea de El Escarmiento, y por tanto de El Botín que no es más que una continuación de aquel”, señaló Sánchez Ostiz.
En efecto, si en El escarmiento Sánchez-Ostiz hablaba de la feroz represión desatada en Navarra tras el golpe militar, y en La sombra del Escarmiento de cómo las consecuencias del mismo se alargaron siniestramente hasta nuestros días, El Botín detalla el saqueo económico al que fueron sometidos los vencidos. “Allí el que no robó fue porque no quiso, no porque no pudo. Tras la caída de Irún, de un Irún en llamas en el que sin embargo no se quemó todo, la carretera del Bidasoa se convirtió en un rosario de hormigas. Se robó de todo, desde las gallinas de los caseríos guipuzcoanos, que acabaron comiéndoselas los frailes capuchinos de Pamplona, hasta barcos. Todo lo que pudieron cayó en manos de una gente que, como se decía, salió bien de la guerra”, explicó el escritor navarro durante la presentación, en la que añadió que en realidad lo que haría falta para determinar qué sucedió y saber quién se benefició de ese saqueo sería un trabajo exhaustivo de investigación en los registros de la propiedad. “Yo me daría por satisfecho si con El botín hubiera conseguido dibujar un poco el clima de miedo, represión, injusticia, crueldad y arbitrariedad”.
Arbitrariedad (“Lo mismo acababas en la cuneta que en Francia con un pasaporte firmado por el jefe de la Junta de Guerra Carlista”) y chocarrería, como demuestra otros pasaje con tintes berlanguianos, pero tristemente real, que también relató el autor: el del casino clandestino que montaron los requetés en las oficinas de la Junta de Guerra Carlista de Iruñea y en el que, cuando fue descubierto por su propia policía, la preocupación no consistió en investigar de donde procedía el dinero del juego sino en saber si los participantes blasfemaban o no. Aquel dinero, con toda seguridad, procedía de las multas abusivas y de la rapiña generalizada e institucionalizada, que se cebó especialmente con las clases más desfavorecidas: campesinos, pequeños propietarios, profesionales liberales… “Gente que con la desaparición del padre, la madre o el abuelo se quedó radicalmente en la miseria y con la supervivencia comprometida. Eso lo urdieron con un sistema legal, hicieron legar aplastar al otro”, dijo Sánchez-Ostiz. “Hay, por ejemplo, una cosa que no está apenas investigada: a dónde fueron a vivir los hijos y las viudas de los asesinados, a los que se echó de sus pueblos con una mano delante y otra detrás, después de quitarles todo”.
Un saqueo que, por otra parte, no solo fue económico, sino también histórico: “Los vencedores desde el primer momento dictaron la realidad, se convirtieron en dueños de ella. Lo que la gente recibía, no solo a través de la prensa, sino también en la calle eran consignas… El bombardeo de Gernika no fue obra de los alemanes; las matanzas en Málaga y Badajoz no pasaron nunca… Y eso se trasladó hasta los años sesenta, setenta…”.
Escribir El Botín no ha sido fácil para Miguel Sánchez-Ostiz. “Detrás de este libro hay mucho dolor y no es fácil permanecer al margen de él, acabas muchas veces tocado por esa brutalidad… Estás tratando además con dramas de los que conoces los escenarios, la tierra, la gente… Contar esto desde Manhattan, o desde una buena casa en Madrid y apoyado por un gran medio de comunicación o una buena universidad está muy bien, pero cuando escribes desde Pamplona, los nombres que aparecen son los de tu familia, tus amigos, tus compañeros de colegio, tus vecinos… Y como le dijo un campesino a la rapera La Chula Potra: todavía hay mucho fuego”.
“Siempre me ha gustado llegar a las grandes historias a través de los pequeños detalles”
Alex Ayala, periodista
El periodista gasteiztarra-boliviano Alex Ayala, acaba de publicar La vida de las cosas, una recopilación de historias en la que los objetos —un pijama de Spiderman, una colección de latas de cerveza, el cinturón de campeona de una cholita voladora… — revelan las increíbles vidas de la gente común.
Patxi Irurzun, Iruñea
Alex Ayala (Gasteiz, 1979) vive habitualmente en La Paz, donde trabaja como periodista para diferentes medios. En 2008 ganó el Premio Nacional de Periodismo de Bolivia y acaba de recibir la prestigiosa beca de periodismo de viajes Michael Jacobs. Fue director del dominical de La Razón de Bolivia, donde se publicaron originalmente las cincuenta historias que se compilan en La vida de las cosas. Durante este verano ha estado de vacaciones en Vitoria, con su familia boliviana, y aprovechó para presentar el libro, publicado por Libros del K.O. La vida de las cosas es un magnífico ejercicio de periodismo doméstico en el que a través de los objetos y las anécdotas de quienes los conservan, los coleccionan o los arrastran consigo en mudanzas de un continente a otro, Ayala (“uno de los cronistas más originales y agudos que hay hoy en América latina”, han dicho de él) nos habla de sentimientos universales, como el dolor, la pérdida o la supervivencia.
La vida de las cosas habla de historias cotidianas, que a menudo revelan muchas más cosas que las «grandes» historias o reportajes ¿Partió con esa premisa o surgió de modo casual?
Siempre me ha gustado llegar a las grandes historias a través de los pequeños detalles que te lo cuentan todo. Por lo tanto, no es algo casual. Y siempre he pensado que los grandes protagonistas de nuestro tiempo son aquellas personas sencillas con las que podemos identificarnos, y no los políticos, los artistas o los futbolistas.
Y son sus objetos los que le dan las claves para contar sus vidas… ¿Por qué nos aferramos a veces con tanta fuerza a algunas cosas u objetos?
Durante la etapa de investigación, los objetos fueron una excusa para conocer gente. Y creo que nos aferramos a ellos porque son custodios de nuestra memoria, una parte importante de nuestra biografía. Los objetos nos ayudan a recordar.
En una de las historias, El cuarto oscuro, uno de los protagonistas dice además que las cosas tienen a menudo muchos significados…
Los objetos pueden contarnos muchísimas cosas. A través de una cartera extraviada y luego recuperada podemos hablar de los objetos perdidos. A través de algo tan sencillo como un llamador de pájaros podemos conocer la infancia de alguien, sus orígenes. A través de unas simples estampitas de santos podemos conocer el poder de la devoción en ciertas familias. Y no siempre los objetos son lo que parecer ser a primera vista.
Es algo que además se ve en sus textos, y en la forma en que los estructura, una primera parte en la que cuenta la historia particular de un objeto y otra en la que eleva la historia a otro escalón…
Sí, no me quería quedar en la anécdota. Quería que los objetos me sirvieran para hablar de temas más grandes y universales, como el duelo, la supervivencia, las creencias, la itinerancia, el apego, etc.
Y aunque son historias en las que usted como narrador no intenta molestar ni despistarnos, también aparece, en una de ellas, como una pequeña perla y casi sin querer, una historia personal muy emotiva…
Mis padres murieron más o menos jóvenes. Ambos de cáncer. Y en su momento me quedé con varios objetos que hacen que me sienta más cerca de ellos. Algunos de esos objetos que me unen a mi historia familiar los menciono en ese texto.
Volviendo a lo de antes, no es frecuente en la prensa escrita encontrarse con historias de gente común.
Es una pena y creo que vamos por muy mal camino. Si queremos ganarnos a la gente como periodistas, deberíamos empezar a hablar de la gente. Quizás así no perderíamos a tantos lectores. Entre otras cosas, la gente está dejando de leer medios escritos porque somos predecibles y aburridos.
Y aún es menos frecuente encontrar historias bien contadas, que cuiden el estilo, o que, como en su caso, sean capaces de contar tanto en tan poco, a veces en una sola frase, o con una anécdota aparentemente sin importancia. ¿ Cuál es su sistema de trabajo?
Soy bien instintivo. Leer me parece la base de todo, el principio. Luego me dejó guiar por lo que me sorprende o me llama la atención. Y finalmente trato de captar el interés del lector desconocido al que nunca veré la cara. Por otro lado, trabajo casi siempre con libreta y suelo intentar tener siempre los ojos bien abiertos.
En qué anda metido ahora, en qué va a emplear la beca Michael Jacobs para periodismo de viajes.
Bueno, la beca Michael Jacobs es para escribir un libro de no ficción y en eso estoy trabajando ahora. En el libro hablaré sobre la muerte a través de 23 historias, 12 largas y 11 cortas. Por otro lado, como freelance escribo perfiles y crónicas habitualmente para medios de América Latina. Y con eso seguiré.
“¿Cómo aceptar que nos moriremos el día menos pensado? Es difícil de digerir”
Andoni Urzelai, escritor
El escritor, director y realizador de televisión Andoni Urzelai publica Demencia, su primera novela en castellano, en la que narra el viaje interior hacia la locura de un hombre mediocre y vencido que se enrola en un despiadado reality show en el que tendrá que asomarse a los abismos que lo habitan.
Patxi Irurzun, Iruñea
Andoni Urzelai (Aretxabaleta, 1967), plantea en su primera novela en castellano, tras otras dos en euskara, Zirkulua y Haginkadaka, la historia de un anodino personaje que participa en un reality show extremo y que lo revela como un personaje al límite. En Demencia (publicada por la editorial canaria Baile del Sol) los diferentes participantes y la personalidad múltiple del protagonista, Agapito Rumiante, alias Smirnoff se someten a un desguace emocional ante las cámaras. Andoni ha trabajado detrás de ellas, como realizador y director, en programas como ‘Bricomanía’ o ‘Karlos Argiñano en tu cocina’. Con Demencia firma una novela de corte existencialista, con toques de humor disparatado y escatológico e intensas páginas de vapuleo social.
Demencia, el título de su novela, podría aplicarse también para calificar el mundo que vivimos ¿Hay algo de metáfora en el libro?
Supongo que sí. No hay duda de que en esta sociedad embrutecida quien no acaba un poco tocado es o bien porque es tan superficial que no lo necesita, o bien porque ya viene desencajado de fábrica… En fin, no sé. Es difícil hallarle alguna lógica a la vida en sí. Quiero decir, ¿cómo aceptar que nos moriremos el día menos pensado? Es difícil de digerir esa realidad tan bruta… En la novela, más que una radiografía más o menos acertada de la sociedad lo que pretendo es mostrar la angustia vital del individuo en sí, en este caso el protagonista, habitado a su vez por otras tantas personalidades… El protagonista trata de luchar de manera despiadada contra la enfermiza razón que lo esclaviza (simbolizada en la figura paternal de Mengele) y guiarse tan solo por sus intuiciones más primarias. De cualquier manera, supongo que el libro podría tener múltiples lecturas, puesto que también trato de reivindicar una vida menos encorsetada y rígida que la actual…
-Al final de la novela, habla precisamente de lo contradictorio de las redes sociales, Internet… en las que estamos más expuestos que nunca y a la vez más aislados del contacto humano. ¿Las relaciones humanas son hoy como esa caja de cristal en la que viven sus protagonistas?
No soy apocalíptico en lo que se refiere al mundo digital y los nuevos paradigmas de relaciones humanas que éstas han originado. Sin embargo, soy de los que considera que hay andarse con ojo con toda esta maraña de información y relaciones que han abierto Internet y las redes sociales, a poco que uno se descuide corre el riesgo de convertirse en un ser asocial. De cualquier manera, no creo que el individuo moderno esté más confuso que el de hace unos años. Vivimos igual de desconcertados que antes, al fin y al cabo, es la existencia misma la que nos resulta incomprensible.
A pesar de ser una novela, Demencia tiene también algo de ensayo existencialista sobre nuestro modo de vida, ese tipo de relaciones… ¿Ha usado a sus personajes para exponer ideas, reflexiones, y, puesto que son personajes al límite, para hacerlo además de un modo radical?
Imagino que en todo libro el autor trata de trasladar ideas y conceptos propios. Yo, por lo menos, lo hago. No sé escribir de otra manera. Imagino que hay bastante de mí en cada uno de los personajes.
-El personaje de Agapito/Smirnoff tiene mucha fuerza, ha pensado en recuperarlo para nuevas historias?
La fuerza del personaje Smirnoff se acrecienta o empequeñece en función del estado de ánimo de los yos que lo habitan. No sé si volveré a utilizarlo alguna vez, quién sabe, por ahora sigue recluido en el pabellón número seis.
-Esta es su primera novela en castellano, ¿cómo ha sido ese tránsito desde el euskara?
En efecto, he escrito dos novelas en euskara y esta es mi primera en castellano. Lo cierto es que me ha salido de manera natural. Lo que comenzó siendo una especie de juego intelectual se convirtió de pronto en algo normal. No sé, tanto el euskara como el castellano coexisten en mí de manera natural. Leo y hablo ambos idiomas, de manera que no me ha supuesto ningún problema escribir en castellano.
-¿Qué ha tenido que ver su experiencia en televisión para describir el experimento televisivo que se escenifica en Demencia?
Trabajo en televisión e imagino que uno siempre escribe tomando como referencia aquello que le es más familiar. De cualquier manera el hecho de que la novela esté contextualizada en el ámbito televisivo es algo muy casual. Intuyo que, de tenerla, la influencia televisiva se entrevé más en la manera de contar las cosas.