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PAJAS CON ALHAJAS Y OTRAS ABERRACIONES

Ene 23, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Estimados amigos: disculpen si a lo largo de esta carta no guardo las formas –comenzando por el título– pero ¡estoy indignada! Juan Pablo II lo profetizó: la televisión es el Anticristo. Y bodrios como el que nos ocupa, “Crónicas Saturninas”, foro abierto a todo tipo de pervertidos, se encargan de hacer el verbo carne.

La semana pasada este “programa” recibió la vista de varios monstruos a los que en lugar de un plató debería echárseles de comer en un zoológico:
  • un autodenominado “supermán sexual”, donjuán de rebajas en realidad, al que una heroica en estos días doncella puso en su sitio –a qué extremos hemos llegados que una virgen es exhibida como una rareza–. Estableciendo una comparación acorde al “programa” –algo más sutil en realidad, llegar a sus extremos de grosería es imposible– cada una de las violentas embestidas de este sátiro fue repelida por un compacto, marmóreo himen, forjado con años y años de sufrida castidad.
  • una oronda ama de casa que ha amasado su celulitis y sus nalgas derrumbadas a base de yogures engullidos en la entrepierna de su vicioso marido, amén de pagar el aburrimiento de su vida vacía, desalmada con, supongo, infinitas gorroneas y herpes adquiridas en baños de estaciones, trenes y otros tan sórdidos como peregrinos lugares en los que se abandonó al fornicio.
  • y por último, y ahí quería llegar, un Priapo apologista –”apolojeta”, diría yo– de las diversas y degeneradas variantes del pecado de Onán, esto es el onanismo, derramar en tierra, en una palabra, o sea en dos, cascarse pajas, tal y como él lo calificó, y de ahí el estridente título con el que he encabezado esta carta.
“Pajas con alhajas” era su particular aportación a este supermercado de la aberración y la proeza consistía en travestir la mano pecadora con joyas, dejar crecer incluso las uñas y pintarlas –súmese, pues, además el descarrío de la inversión–…
Imagínense a este Leviatán de provincias depilando su manaza picoteada por la viruela, los callos del nefando y solitario vicio, cubriendo con esmalte de color sangre sus uñas salpicadas por la metralla de miles de disparos de esperma; imagínenlo rodeando con los cinco dedos su impúdicamente enhiesto falo, conteniendo con un apretón el pálpito de sus venas, henchidas por una demoniaca posesión, retirando delicadamente su repugnante prepucio y descubriendo un glande purpúreo, sacrílegamente semejante al manto de un cardenal; imaginen el receptáculo de su mano acariciando ese trozo de carne que algún día será pasto de gusanos, primero despacio, revolcándose en su propia inmundicia, convirtiéndolo después en un mondongo rosado, arriba y abajo, arriba y abajo, en el que sólo se distinguen los deslucidos destellos de la bisutería con que se ha adornado para la ocasión; imagínense por último apurando el cáliz hasta la hez, abombado su cuerpo por la depravación, acelerando sus repulsivos movimientos y finalmente exorcizando los mil demonios que se apoderan de su cuerpo en una convulsión tras la que brota un litro, espeso y nacarado, de semen desperdiciado: sangre de ángeles.
¿Son capaces? Yo, personalmente, no, no puedo imaginar tamaña abyección. Sin embargo, y retomando la profecía que hiciera su santidad y servidora mencionara al inicio de esta carta, que ya finalizo, la televisión es, efectivamente el Anticristo, sus tentáculos son legión, hábilmente disfrazados, y el objeto de esta carta no es otro que alertar a las mentes calenturientas.

Pura Arana, en representación de la “Asociación de televidentes de Cristo Rey”

(Ilustración: www.exprai.com)

Este cuento está incluido en La polla más grande del cuento y otros 69 cuentos. Patxi Irurzun. Baile del Sol.

ANTICUENTO DE NAVIDAD NÚMERO UN MILLÓN

Dic 24, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Otro cuento, recuperado e ilustrado por Exprai (aunque creo que también aparecía en La polla más grande del mundo), muy a tono con las fiestas. Por cierto, Feliz Navidad a todos menos a los pelmas de Movistar (me imagino a sus expertos de marketing, con sus bombillitas iluminadas: «Venga, el día de la lotería, a enviar mensajes a tutiplén, que la gente está más vulnerable, después de no haberse comido un rosco y de cargarse en los niños de San Ildefonso -por no decir en el niño dios-, mensajes, mensajes a saco, que seguro que alguno pica y se cree que le va tocar la casa, el coche, el viaje…». Anda y que se metan sus mensajes por el culo 2207 veces).

ANTICUENTO DE NAVIDAD NÚMERO UN MILLÓN

—¡Señor López, acuda a recepción, señor López, acuda a recepción!– repetía por la megafonía una voz impersonal, casi con código de barras, de no ser porque al eco enlatado se le escapaba un retintín de urgencia.

El Señor López era el encargado de que en la inauguración de los grandes almacenes todo saliera como era debido. Un perfecto inútil: a lo largo del día todo habían sido contratiempos; los problemas se le habían acumulado como una pila de muertos sobre el curriculum profesional.

Primero aquel Olentzero. Él mismo lo había contratado, después de un rigurosa selección en la que había primado el parecido físico. El elegido, cabezón y tripontxi, parecía perfecto, la personificación de una de aquellas figuritas del popular carbonero que tan bien se estaban vendiendo en la sección de adornos navideños, claro que, a diferencia de éstos, el de carne y hueso se había metido tanto en su personaje que en lugar de quedarse tranquilamente sentado fumándose su pipa, había acabado por convertir en un “slalom” sus repetidas visitas al puesto de degustación gratuita de sidra y ahora ya ningún niño se atrevía a pedirle los regalos: entregarle sus cartas hubiera sido como echarlas por la alcantarilla pestilente en la que se había convertido su boca, y con la cual intentaba atraerlos sin éxito, al grito de: –¡A ver el siguiente! ¿Tú también quieres el puto Picachu ese?

Después aquel Papa Noel. Tras mandar a casa al Olentzero el Señor López había tenido que hacer lo propio con uno de los papanoeles que habían colocado en cada una de las puertas, todos ellos igualmente contratados por él. En este caso el procedimiento de selección utilizado había sido el algo menos riguroso del enchufe, y los resultados igualmente desastrosos. ¿Cómo le contaría el señor López a su mujer que había tenido que despedir a uno de sus primos porque preguntaba con una insistencia algo sospechosa a los niños si, oh, oh, querían un pirulí?

—¡Señor López acuda a recepción, señor López acuda a recepción!– repetía la voz enlatada.

—Ya va, ya va ¿Que pasará ahora?– se preguntó.

Hasta los Reyes Magos le habían fallado aquel día; o mejor dicho él había propiciado el fallo, colocándolos en la sección de iluminación, bajo aquella constelación de lámparas, todas ellas encendidas, con sus aparatosos atuendos, las espesas barbas, y en el caso de Baltasar el maquillaje que el calor espantoso iba desfigurando, haciendo caer chorretes de betún sobre la capa, los cuales dejaban al descubierto una piel decepcionante blancucha. El señor López no imaginaba una forma más cutre –pero también más sincera– de revelar que los reyes eran los padres que aquella, en unos grandes almacenes.

Y ahora aquello.

Cuando el señor López llegó a recepción se encontró con que alguien había colocado en el Belén que allá se encontraba una alambrada, y desparramados entre las figuritas, sobre los ríos de papel de plata, varios trocitos de carne de ternera cruda y espongiforme, unos cuantos soldaditos de plástico, algún que otro asentamiento de clicks de famobil

—Han sido unos proetarras– le informó un guarda jurado – Han dicho no se que de un acto de apoyo a la causa palestina.

—Señor López, acuda a la sección de lencería, señor López acuda a la sección de lencería– decía la la megafonía.

El Señor López no aguantaba más. Necesitaba un respiro. Salió a fumar al aparcamiento. ¿De que se trataría ahora? ¿Algún pastorcillo “voyeur”?. Veía esfumarse su futuro profesional al tiempo que el humo de su cigarrillo.

—Todo ha salido mal– pensó.

Pero a sus espaldas, a lo largo de la carretera de acceso a los nuevos grandes almacenes, una interminable cola de coches se perdía en la lejanía, difuminada entre las luces de la ciudad.

MÁS CUENTOS EN WWW.EXPRAI.COM

Dic 7, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
El amigo Exprai sigue rescatando los cuentos que me publicaron en mis sucesivas columnas de los suplementos juveniles de GARA durante cinco años -antes de que aquello acabara de malas maneras- y que si mal no recuerdo respondían (mis secciones) a estos títulos: DIA D HORA H, DULCE VENENO y LA PEDRADA (que era el que más me gustaba). De entre todos aquellos yo hice una selección de 70 (o de 69 más uno) para La polla más grande del mundo, y deseché otros tantos porque aludían a asuntos de actualidad que yo suponía que no resistirían el paso del tiempo. Releyendo ahora muchas de aquellas columnas (aunque yo nunca las consideré como tales, sino como cuentos) veo que, tristemente, muchas todavía aguantan. Y es que algunas cosas nunca cambian, lamentablemente.

¿COLEGAS?

—¿Si alguna vez me metieran en la cárcel vendrías a verme?– recordó la conversación, tantos años después.

—¿A la cárcel? Por Dios! ¿Qué has hecho?

Estaban sentados en una cafetería, junto a un ventanal por el que culebreaban gotitas de lluvia. Algunas de ellas se encontraban y se fundían, otras continuaban zigzagueando desesperadas. Todas terminaban diluyéndose sobre el cristal. Diluyéndose como aquel amor que tanto le hizo sufrir.

Ahora, al volver a verla, después de tanto tiempo, sabía que no había merecido la pena.

—Bah, déjalo, era una tontería– le contestó entonces, aunque supiera que no, que no era ninguna tontería, que tarde o temprano acabaría encerrado. Lo sabía y no podía hacer nada por evitarlo. Del mismo modo que no podía querer a alguien que se avergonzaría de ir a visitarle a la cárcel; o que las gotas de lluvia que recorrían su camino en solitario trazaban rocambolescos caminos con tal de llegar a su destino, a veces incluso arrastrando toda la suciedad aparentemente invisible, pero acumulada sobre el cristal.

—Sigues igual que siempre– decía ahora ella.

A él le habría gustado corresponderle, pero no pudo, ni siquiera por cortesía. Y no se trataba sólo de ella. Todos sus antiguos compañeros de la facultad de periodismo le parecían mayores, aunque él también hubiera echado barriguita y el corazón le hubiera dado algún que otro aviso. Era algo más, algo que les hacía parecer terriblemente cansados y avergonzados y derrotados, y que no podían disimular ni siquiera con los méritos profesionales de los que alardeaban en los corrillos que formaban.

Cada vez que él había intentado incorporarse a uno de ellos se había producido un inoportuno silencio. No le sorprendía. Antes de presentarse en la reunión de antiguos alumnos sabía que habían intentado por todos los medios que él no acudiera. Se había enterado a través del artículo de uno de sus compañeros en el que declaraba una tregua a otro articulista, también presente, con el que pretendía rivalizar, cuando ambos se sentían muy orgullosos de sostener con sus respectivas columnas, desde extremos perfectamente equilibrados, el peso de la opinión pública. Aquella comida era un gesto de fraternidad, un encuentro entre colegas.

A él, sin embargo, no le consideraban como tal, pues nadie le había llamado. Como nadie lo hizo cuando lo quitaron de en medio, tras publicar varios reportajes molestos. Había llegado demasiado lejos. Hasta la raíz. Y había visto que estaba podrida. Ya entonces sabía que si la tocaba todos los nervios del árbol se resentirían. Y sin embargo no pudo evitarlo. Hizo lo que debía, aunque supiera cual era el precio que debía pagar.

Nadie, por supuesto, ningún compañero, fue a visitarle a la cárcel. Ellos también formaban parte del árbol.

Nadie, ni siquiera ella.

—No has cambiado nada – continuaba halagándole ahora, sin embargo.

Pero después, a la hora de sentarse a cenar, le evitó, prefirió hacerlo entre el resto.

Él hubo de colocarse en una esquina de la mesa. Lo cierto que a él tampoco le apetecía nada acudir a aquella comida. Pero al igual que, como una premonición, cuando decidió que quería ser periodista supo que tarde o temprano acabaría entre rejas, también había imaginado durante mucho tiempo aquel reencuentro, y lo había imaginado exactamente así, regresando al rebaño convertido en una oveja negra. Eso era todo lo que quería. Comprobar que era distinto a ellos. Que para él tampoco eran colegas. Que ese algo que les hacía parecer cansados y avergonzados y derrotados, era el lastre de sus propias conciencias sobre las espaldas. Confirmar, cada vez que la sorprendía a ella, mirándole de reojo, añorando todo cuanto echó a perder a cambio de la triste, cobarde tranquilidad de su vida, que no había merecido la pena. Que ninguno de sus antiguos compañeros merecía la pena y que aunque también le miraran de vez en cuando, el brillo con el cual pretendían armar sus miradas no era de desprecio, sino de una envidia que se les disparaba hacia dentro de sí mismos

FIN

MÁS CUENTOS

CUENTOS CUENTOS CUENTOS

Oct 14, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
Todos estos cuentos aparecieron en la colaboración semanal que tuve durante cinco años en el suplemento juvenil GaztealGARA, ilutrados por EXPRAI, quien los está recuperando y colgando con sus dibujos en su web. Algunos además, los recopilé en mi libro La polla más grande del mundo y otros 69 cuentos (Baile del sol)

LA TINTORERÍA DEL ALMA

Las clases comenzaban con un padrenuestro y un diostesalvemaría. Después tocaba lenguaje, matemáticas y al mediodía religión. Las clase de religión las daba un cura de los de siempre que nos hacía aprender de memoria el catecismo, los mandamientos y nos enseñaba que había pecados de tercera división, como pelear con los compañeros o no hacer la tarea, de segunda, como mentir o sisarle de la cartera a la mamá, y de primera, que eran unos pecados terribles y que se llaman pecados mortales como insultar a Dios, matar o pasar un año entero sin confesarse. Los pecados mortales no tenían perdón y te llevaban directamente al infierno. Los otros no contaban si luego te confesabas.

—Nuestro corazón está limpio –decía aquel cura– pero con cada pequeño pecado, por ejemplo, con cada palabrota, lo ensuciamos un poco y se va volviendo negro como el carbón, así que de vez en cuando tenemos que confesarnos para lavarlo y volverlo a tener limpio, como le gusta a Dios– de modo que aquello de confesarse era como una tintorería para el alma y lo único malo eran los pecados mortales, que no se iban ni frotando con lejía.

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FRENÉTICA CRISALIDA ENSANGRENTADA

Don Obdulio fué uno de esos señores que se dedican a escribir cartas a los periódicos protestando por las cagadas de perros en las aceras hasta que un día se sorprendió a sí mismo meando sangre. Una crisálida roja brotó de su polla y revolviéndose nerviosa en apenas unos segundos tiñó el agua del retrete con su color. Inmediatamente después la metamorfosis continuó dentro del pecho de Don Obdulio, donde una mariposa aleteó contra las aristas de su corazón helado. Aquel miedo no era infundado. Al día siguiente el médico le comunicó que le quedaban escasos meses de vida.

—¿Por qué yo? –se preguntaba atormentado Don Obdulio.

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CIMARRONA
Ante los rumores surgidos en los últimos días, a raíz del cacareado caso del negro de una presentadora de programas rosas cuyo verdadero nombre, un secreto a voces, es Rojo –al final, semejante mezcla de colores acaba por adquirir una tonalidad marrón, tirando como a mierdosa–, rumores que dejan con el culo al aire, por seguir con el tono escatológico, a una toda una hornada de nuevos valores literarios– porque mira que hace falta valor…–, me adhiero a la revuelta negra, salgo del armario, me echo al monte cual cimarrona de la pluma, y confieso que yo, de nombre Soledad, tal y como consta en mi EHNA (la verdad es que me la suda, con perdón, cualquier carnet, cualquier documento, que me reduzca a un número, pero ya puesta –como dirían Los Rodriguez “me gustan los problemas, no encuentro otra explicación”– voy a ser un poco desobediente y a identificarme con éste en detrimento del DNI, donde además aparezco retratada tras una gau-pasa criminal, con unas ojeras con las que tropezaba a cada paso camino del fotomatón) que yo, decía, soy quien realmente perpetra esta columna semanal.

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GATILLAZO

—Tranquilo, hombre, a todos nos pasa alguna vez –intentaba consolarme mi colega. Su voz me llegaba a duras penas, abriéndose paso como un piloto suicida a través de la niebla nicotinada del garito en el que, desde hacía horas, nos reponíamos de los reveses de la fortuna con bebidas “isogintónicas”, como él las llamaba, y, sobre todo, a través de la otra niebla, la psicotrópica, que se había cernido sobre el páramo de mi cabezota.
Durante todas las semana no había habido nada que consiguiera disiparla. Nadie que consiguiera ponerme de pie. Dicen que a todos les pasa alguna vez, pero para mi era la primera. Mi primer gatillazo. El terrible bloqueo del escritor.

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BRINDIS POR LA GUERRA NUCLEAR

Señor juez: una vez leí que en Dinamarca intentar fugarse no agrava las penas, no es un delito. Y pensé que los daneses eran gente legal: que un preso intente fugarse es su obligación. El delito sería no intentarlo.

A usted no le pido que lo entienda. La libertad, aunque no lo sepa, también es su deber, pero este es un mundo de esclavos y de canijos que sacan pecho para que se les vea la placa, o la cartera, en lugar del corazón. Detrás de los muros de las prisiones hay otros, millones de celdas con invisibles barrotes catódicos, el televisor, internet, en las que se sirve un rancho de pan y circo, de hamburguesas y fútbol, y se condena a trabajos forzados a cambio un carrito para el hiper y una papeleta cada cuatro años.

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