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¡VUELVE, ROBESPIERRE!

Jul 23, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


Mike Tyson es un sol. El sol de un julio herido de muerte que golpea sobre mi cabeza y me hace caer K.O. sobre la acera. Diez, nueve, ocho. Oigo la cuenta atrás. La voz llega desde muy lejos,  desde una sala de cine vacía en la que se proyectan las imágenes de mi vida y mi vida es una mala película.  Siete, seis, cinco.  Hay que levantarse, antes de que la muerte se ponga el cinturón de campeona del mundo. Cuatro, tres, dos, uno. Estoy de pie y el árbitro me guiña un ojo, algo mosqueado. El combate está amañado, pero yo no me voy a rendir. Morderé a la muerte en la oreja y escupiré el lóbulo sobre la lona y el árbitro resbalará con ella como si fuera el payaso de un circo. Diez, nueve, ocho. Ahora soy yo el que cuenta. Esta película (este artículo) puede que sea un bodrio, pero aún no ha llegado el The End. Ahora la pantalla se ilumina, es la luz al final del túnel y yo voy hacia ella y hacia mí también viene gente, gente sonriendo, y su risa es revolucionaria, su risa es contagiosa, es gente de puta madre, que transmite las consignas para la revuelta como si me contara un chiste, mientras a lo lejos, sobre sus cabezas, entre los bloques de VPO, una columna de polvo, humo y destrucción se eleva y avanza y comienza a envolvernos, como la capa de un superhéroe monumental e invencible que acabará de una vez por todas con todos los malos y se meará de la risa mientras lo hace.

—Es el EULI, el Ejército Unificado de Liberación  Indigente—me susurran alborozados los vecinos que me cruzo en la acera—. Cada vez están más cerca. Cada vez somos más, compañero —me guiñan también los ojos, y yo les creo, quiero creer que este combate no es un tongo, lo compruebo cuando veo aparecer a los primeros milicianos, con sus camisetas en las que se leen lemas como “Nosotros sí que estamos a favor de los recortes”, y veo también sus armas,  las guillotinas, los cuchillos de cocina aburridos de no poder cortar filetes, sedientos de sangre de yugular,  las hoces que enarbolan sacudiendo el óxido,  las recortadas que han apañado con tubos de escape arrancados de los coches que quedan ardiendo a sus espaldas… Un ejército de andarines que avanza imparable y zumbón al grito de “¡Robespierre, vuelve!” y que me devuelve la esperanza: ya no soy el último peatón, de hecho ahora soy yo quien encabeza a esta horda de desahuciados, y nos abrimos paso a sangre y fuego, dejamos atrás los barrios dormitorios, ya nadie duerme en ellos, ni grita a sus televisores, en cada portal van sumándose nuevos combatientes, que entran a los bancos con las huchas de sus hijos y revientan las cajas fuertes  y vuelven a llenar los cerditos, a los que metieron el cuchillo una tarde de lluvia y lágrimas, de rabia y rabietas, y siguen, seguimos adelante, ahora estamos  en los bares de lo viejo y en ellos se suma a la revuelta el Partido de la Gente del Bar, “Bebe y lucha”, recuerdan los viejos militantes sus gritos de guerra, y sus corazones desgarrados y macerados en alcohol de garrafa ahora son granadas de mano, y cuando retiran la espoleta los televisores de los bares estallan, y desde ellos saltan todos los parias de la tierra, los niños de las ciudades miserias y los de los campos de refugiados, todos los que han muerto esa mañana por culpa de una diarrea salen enarbolando sus pañales, como si fueran hondas, y las mujeres violadas y asesinadas, ellas también están aquí, vivas, con los labios y las yemas de los dedos intactos, con su arsenal de besos y caricias preparado para prender fuego, todas juntas, los mendigos, los parados, los sinpapeles, los columnistas del Gara, seguimos avanzando,  dejamos abiertas las puertas de los calabozos, atrancamos las de los cuarteles y las de las autoescuelas, ocupamos los palacios, y cuando salen a recibirnos presidentas, alcaldes, jueces, príncipes, tertulianas, nos reímos más alto que ellos, nos reímos de verdad, y eso sí que no,  eso no lo pueden soportar, se defenestran desde los alto de sus tronos y escaños y consejos de administración, ahora somos nosotros, los peatones, la escoria de la tierra, los últimos de la fila, los que los ocupamos y nos partimos el culo, ¡ja, ja, ja!, oigo mi propia carcajada, y siento como Mike Tyson se agacha y besa mi rostro, y el sol de julio acariciando mi frente, y a lo lejos las sirenas de una ambulancia, y algo más cerca, la voz de mi vecino diciendo: “Y ahora una insolación. Lo que le faltaba a este hombre. ¡Qué calamidad!”, pero yo no le hago caso, es solo un desertor del EULI, un amargado, alguien al que no he visto reírse en toda su miserable vida.

Patxi Irurzun. Cuarta entrega de El último peatón,  colaboración  para Udate (Gara). 22/07/2012

HEMEROTECA DEL DESCAMPADO

Jul 15, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

El último peatón
Patxi Irurzun
HEMEROTECA DEL DESCAMPADO
Los periódicos de hoy mañana solo les interesan —aquí en el descampado— a las moscas verdes. Se convierten en banderas amarilleadas y hechas trizas, que ondean entre basura, tetrabriks de vino peleón, carroña de animales muertos…  Pero yo, soy un lector polintoxicado y leo todo cuanto cae en mis manos, me da lo mismo si es el prospecto de un hemorroidal o La Razón, la publicidad de los videntes africanos que la de una caja de ahorros —ah, no, que cajas de ahorros ya no quedan—. Así que, mientras vuelvo a casa del súper, atajando por el descampado, no puedo evitarlo y arrío una de esas banderas. “Suspendido el Riau-Riau”, leo el titular, y a mi memoria viene ese día, aunque ha pasado ya tanto tiempo, más de una semana, 10 periódicos viejos… Y recuerdo también que, hace muchos años,  a mí no me gustaba el Riau-Riau porque dudaba de la salud mental de quienes eran capaces de corear la misma canción, por muy emotiva que fuera, 300 veces seguidas. Pero sobre todo, porque en el Riau-Riau siempre había hostias. Por lo que se ve, sigue habiéndolas y seguimos sabiendo —elevados a la categoría de sacamantecas—  solo los nombres de algunos de quienes las dan, los de otros quedan impunes, protegidos por una placa, o un carné, un apellido  de toda la vida, ellos sí, ellos tienen carta blanca para patear, apuntar con el dedo, y para, después, tomarse un cacharrico y recibir además el aplauso o la prima de peligrosidad. Yo, por cierto,  este año también me acerqué al Riau-Riau, no mucho, pero sí lo suficiente para, al parecer, molestar a una señora que señalaba airadamente mi camiseta contra los recortes. Hacía diez minutos ya que el acto se había suspendido y, según creí entender, esa señora culpaba de ello a “los de siempre”, los que siempre están contra todo, “como ése”, me señalaba una y otra vez con muy mala educación.  Yo no dije nada, ni señalé sus pendientes de perla, aunque para mí esa señora también fuera una de “los de siempre” y además ella y su cocodrilo en el pecho se ocuparan de dejarlo claro, pero no dije nada, solo deseé —y lo deseé solo porque sabía que eso nunca sucedería— que a esa mujer la despidieran de su trabajo, la echaran de su casa, que enfermera y la pusieran en una interminable lista de espera, eso y que al cabo de un año la plantaran de nuevo donde estaba, a ver qué decía entonces. Por mí el Riau-Riau se lo pueden meter por donde les quepa todos esos que quieren bailar un vals 300 veces sin ensuciarse de barro las alpargatas mientras a su alrededor los demás nos encerramos en las fábricas, las oficinas de empleo, los colegios, los ambulatorios, en nuestras propias casas antes de que lo desmantelen todo.

Seguí leyendo. Otro periódico, otra noticia aún más vieja: “El Gobierno indemnizará a Instalanza con 40 millones de euros”. Instalaza, la empresa de armamento de la que fue consejero Pedro Morenés hasta un día antes de que lo nombraran ministro de defensa. Cojonudo. Es decir, si el Ministro de Defensa es, o ha sido un pez gordo de la industria bélica, ¿en qué puede estar interesado, si no es en que se den las condiciones para que sigan vendiéndose armas, tanques, pelotas de goma, para que, en definitiva, la gente se siga dando de hostias? Bellísimas personas todas, en definitiva.  Consiguen que a uno se le quiten hasta las ganas de leer. Y eso fue, precisamente, lo que hice allá en el descampado: dejar atrás esos periódicos viejos, esas banderas amarilleadas, esas hemerotecas del descampado que deshacen la lluvia,  los anos y las lágrimas de los vagabundos,  las patas de las moscas verdes, que se deshacen y se olvidan sin que a nadie le importe, y mucho menos a aquellos que, ¡Riau, Riau!, tienen un cocodrilo en el corazón.  

 Colaboración del 15 de julio de 2012 para Udate (Gara)

EL BLUES DE LOS CÓDIGOS DE BARRAS

Jul 8, 2012   //   by admin   //   Blog  //  2 Comments


Los ojos de la cajera tenían el color de los caramelos de café “7 de julio”. Su mirada era, en aquel súper superdesangelado,  un tropezón entre los dientes, el único con sabor a algo dulce y humano. Fuera de eso, solo quedaban el frío del pasillo de los congelados, de las voces metálicas (“Vanessa acuda a caja”) y de las sonrisas cicatrizadas por los sueldos miserables de otras chicas, que ofrecían sus bandejas de promoción con croquetas de la abuela amasadas por máquinas industriales, batidos con bichos, hamburguesas vegetarianas de soja transgénica…   
—54 con cinco —dijo después ella, señalando la máquina registradora, y fue como si escupiera los caramelos de sus ojos en un cenicero.
Solo había sido un espejismo y cuando se desvaneció la realidad se impuso, me vi, como tantas otras veces, sacando la cartera, mientras se amontonaba la compra sin recoger y en la cola las miradas de los clientes que venían detrás me encañonaban, amenazaban con fusilarme si no me daba prisa, si no mantenía el ritmo, si no me comportaba como un consumidor diligente, como un pizpireto despegabolsas.
Las cajas de los supermercados son el resumen perfecto del capitalismo,  nosotros haciendo cola en ellas, colocando sobre la cinta las pechugas de pollo, los preservativos,  las latas de cerveza, no hay tiempo que perder, nosotros sacando las tarjetas de crédito, el DNI,  el carnet de cliente fidelizado,  y la máquina registradora haciendo clin, clin, que pase el siguiente, que no pare la fiesta, el blues de los códigos de barras, ey, chica, vamos, mírame otra vez, déjame otra vez morder tu mirada con olor a cafetera, ey, chica, dime al menos que tengo más de dos minutos para despegar estas puñeteras bolsas y poner los congelados donde no abollen el pan de molde…
—Póngase a un lado caballero, por favor…
Bueno, buen intento, pero no me voy a conformar con eso, chica, esta vez no, estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo, yo ya no soy un hombre con prisas, yo ahora soy un peatón, el corazón de mi coche ha reventado y ahora el mío late más despacio, más tranquilo, más dulce, más humano, así que, chica,  recogeré mis bolsas sin prisa, me tomaré el tiempo que haga falta, no el que decidan con un cronómetro en un consejo de administración los dueños de este garito y del mundo, ni el que me impongáis vosotros, los que esperáis detrás, en la cola, y sentís ganas de cortarme el cuello con el tíquet del parking, no os preocupéis, por ahí viene Vanessa, moved los carritos, corred, a ver quién llega antes a la otra caja, vended vuestras almas al diablo en un cruce de caminos, todos ellos llevan al mismo lugar, todos acaban haciéndoos volver al súper, y solo yo, el último peatón, conozco la salida a este matadero, eso fue lo que pensé,  ya en la calle, con mis bolsas de la compra en las manos, los congelados juntos, el pan de molde intacto, mientras los monovolúmenes pasaban ante mis ojos, y los conductores volvían a encañonarme con sus miradas, y ante mí se extendían las aceras vacías, y las grúas paradas, y un sol con hambre de sangre y vino pastando y engordando entre los descampados, entre los esqueletos de las VPO, entre los escombros del capitalismo, un sol enorme y rojo hacia el que yo, el último peatón, o puede que el primero,  eché a andar, deshaciendo entre los dientes miradas con sabor a café, masticando espejismos, tarareando para espantar la madre de todas las resacas, la del 7 de julio, este blues, el blues de los códigos de barras, oh yeah!
Colaboración  en  mi  sección ‘El último peatón’ de Udate (Gara).  8 de julio de 2012
 http://gara.net/paperezkoa/20120708/350935/es/El-blues-codigos-barras

EL ÚLTIMO PEATÓN (1)

Jul 2, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments



MIERDAS DE PERRO
Me convertí en el último peatón por culpa de King África, el día que sonó en el viejo reproductor de cedés del coche una de sus canciones. Fue un error, que conste. “Punk extremo”, había escrito yo en el disco hacía miles de años, sin recordar que grabé aquello para una vez que me tocó turno en una txozna de 5 a 8 de la mañana, esa hora en que hasta los piesnegros bailan al son de Raffaella Carrá, Georgie Dann, Camilo Sesto…. El caso es que cuando se oyó aquello de “¡Booooooomba!”, el motor del coche infartó. Normal. Yo, en realidad, me compré el coche para oír música, así que en aquel reproductor solo habían sonado AC/DC, Motorhead, La banda del abuelo… A mí conducir me daba asco: esa cara de perro que se le pone a la gente al volante, los listos que se cuelan por el arcén, los que aparcan en doble fila, los que piensan que la distancia de seguridad es el hueco que les dejas para que adelanten… Las clases de filosofía las deberían impartir los profesores de autoescuela. Pero es que luego pilla tan lejos el centro comercial, el fútbol, el estanco cuando llueve…
Decidí, pues,  que era un buen momento para desacelerar, para decrecer, para dejar de disparar indiscriminadamente balas de humo por el tubo de escape… No es que de repente me hubiera convertido en un guai, solo es que el del taller se puso una capucha y me apuntó con la calculadora cuando le pregunté por cuánto me saldría desfibrilar el motor. Asustado, corrí a refugiarme en casa y allá estuve un buen rato, dejando que el sofá me tragara, que los gritos en el televisor de los juligan y de Belén Esteban me disolvieran en esa nada feliz de la mente en blanco, pero sobre ella se dibujaba una y otra vez esa palabra: “Peatón, peatón…”. Desvelado, pensé que lo mejor sería asumir cuanto antes mi nueva condición bípeda, y decidí, para empezar, hacer una misión de reconocimiento y acercarme andando al súper del barrio.
Fue entonces, al pisar la acera,  cuando empezaron a aparecer las mierdas de perro. Mierdas de perro inundaban la ciudad.  Y allá estaba yo, el último peatón, bajo aquel sol de justicia, solo frente a ellas, mientras en las casas los vecinos escuchaban el telediario, y se oían las voces de ministros, economistas, gurús paniaguados aventando el miedo y la mierda. Más mierda. Mierdas de perro. Unas tú las pisas y otras te quieren pisar. Escuchando a los vecinos insultar a esos televisores y a sus perros ladrar.  Últimamente todo el mundo tenía un perro,  eso lo explicaba todo. Pero ¿cuándo los sacaban a pasear? Supuse que de madrugada, cuando nadie pudiera hacer preguntas indiscretas, ni pronunciar esas palabras terribles como estigmas: ERE, subsidio, desahucio… Los perros no hacían preguntas. Los perros olisqueaban el miedo de sus dueños y después lo cagaban sobre las aceras, o meaban sobre las paredes, en las que alguien, hacía mucho tiempo, había escrito alguna de esas pintadas que nadie parecía recordar en los barrios. Pintadas antiguas como “Revolución” o “Huelga General”. En los barrios los vecinos solo recordaban el nombre de sus perros. Bueno, yo al menos había echado a andar, era el último peatón, pero también podía ser el primero, pensé, y esquivé una mierda de perro enorme. Una mierda del tamaño de King África. 
Colaboración para Udate (Gara)
Páginas:«12
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