La colaboración de este mes para el blog sanferminero por excelencia va sobre la lluvia pertinaz que nos ha asolado (bueno no sé si esta es la palabra más adecuada) este mes de mayo y que cuando cae en sanfermines parece pagada por FCCA y revela que todas las miss camisetas mojadas del mundo están en Pamplona
A mes y medio vista la AEMET no funciona, así que para atinar en las predicciones metereológicas sanfermineras yo siempre tengo a mano a mi particular pastor del Gorbea: mi amigo Juantxo el jipi, que a estas alturas del partido ya habrá apañado el disfraz para el tendido de sol. Lo único que hay que hacer es un vaticinio a la inversa: si, por ejemplo, este año se ha decantado por el traje de submarinista, Pamplona se convertirá durante nueve días en el desierto de Atacama; si le da por disfrazarse de Yolanda Barcina (otra pitonisa a la inversa, con sus rosarios de buenas noticias) y alisarse el pelo, caerán chuzos de punta como si todavía siguiéramos en ese mayo marceado de lluvias y barro. La lluvia, por cierto, en San Fermín tiene algo de épico. He visto cosas que nunca imaginarías: gente llorando de felicidad y chapoteando en los charcos mientras sus lágrimas se pierden en la lluvia; tormentas bíblicas que convierten los baches en piscinas olímpicas (todavía no se ha dado el caso, que sería lo suyo, de que el agua se convirtiera en vino, eso también es verdad), diluvios higiénicos y milagrosos que parecen pagados por FCCA y dejan las calles como una patena cuando el olor a pis y a sobaco ya resultaba irrespirable… La lluvia, sin embargo, me temo que no gusta mucho en San Fermín, no pega, reduce la ingesta de bebidas espirituosas…; pero es curioso, porque cuando no llueve la gente pide ¡agua, agua! y esta se inventa, llueve agua del grifo, las nubes se sustituyen por baldes y descubrimos alborozados que todas las miss camiseta mojada del mundo están en Pamplona. Un día de estos, en definitiva, llamo a mi amigo Juantxo el jipi y os paso el parte, aunque —eso sí lo podemos decir porque es infalible—, ya sabéis: por la noche no os olvidéis nunca de coger una chaquetica.
Creo que todavía hay algo que me irrita más que que los bancos me roben mi dinero. Que me roben mi tiempo.Como si éste no valiera nada. Es igual que cuando iba a sacarme la tarjeta del paro, te volvían loco con los papeleos, recorrías la ciudad en busca de certificados, justificantes, recibos. Tú eras un desempleado, un desocupado y eso quería decir que tenías todo el tiempo del mundo para dedicarte a hacer colas,para acostumbrarte a que te trataran como a un fardo de carne.
En los bancos sigues siendo ese fardo de carne, pero encima te hacen picadillo.
Esta mañana mi mujer y yo hemos estado cancelando las cuentas vivienda, ordenando transferencias para pagar al constructor… En realidad ya estuvimos haciéndolo hace dos días, pero alguna de las operaciones nos puede perjudicar en la próxima declaración de hacienda. Eso hoy, hace dos días no había ningún problema, fue lo que dijo la chica que nos atendió. Pero ayer por la noche llamó el director(supongo que habría revisado los movimientos al ver que nos llevamos la hipoteca a otra entidad) y esta mañana hemos tenido que volvera pasar por la oficina, antes de ir a trabajar (por supuesto, hemos llegado tarde). Nos ha atendido otra empleada que no sabía nada del tema y que en lugar de ponerse a solucionar el problema se ha dedicado a defender a sus compañeros. «Las operaciones efectuadas ya no tienen vuelta atrás», ha dicho, da igual que su compañera no nos hubiera explicado sus consecuencias. Me he acordado deLas uvas de la ira, de Steinbeck: «Lo sentimos. No somos nosotros, es el monstruo. El banco no es un hombre. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aún así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar«.
Al oír a la chica, Malen ha roto a llorar de pura rabia. Con el embarazo sus sentimientos son como burbujas que emergen y explotan sin control. Yo, al verla así, he tenido ganas de volcar la mesa, dar gritos, abofetear a esa empleada, pero no podía, seguramente ella también odia al monstruo, pero su obligación es alimentarlo con nuestro dinero; el monstruo no puede parar de crecer, porque si dejamos de hacerlo tal vez nos devore a todos…
Aunque lo peor de todo no ha sido eso, lo peor de todo es que después he tenido que ir a la oficina. Trabajo en una agencia de comunicación (suena bien pero solo soy un mileurista). Escribo anuncios, cartas, discursos para el director de… el mismo banco que me roba mi dinero y mi tiempo. Me dedico a maquillar al monstruo, a disimular el hedor de sus tripas digiriendo carne humana, trato de taparlo con palabras como obra social, solidaridad, compromiso… Sí, mi trabajo apesta, más que cuando trabajaba como barrendero, entonces recogía basura, ahora la esparzo envuelta en papel de regalo (ecológico). Pero prefiero eso a volver a vacíar papeleras,a la fábrica ola cola del INEM…»Y después de todo, yo no tengo la culpa, la culpa es del monstruo», intento justificarme. Pero no me lo creo ni yo.
De «Dios nunca reza». Patxi Irurzun. Alberdania, 2011.
Os dejo con el cuento que me premiaron hace unos meses en el Villa de Murchante y que me parece tristemente actual:
PEAJE Patxi Irurzun
A veces, cuando vuelvo de dejar a los niños en la escuela y luce el sol, pienso que ha habido una catástrofe nuclear, unos días, y otros que estoy en Salou o en Benidorm en un mes de temporada baja. Los bloques de apartamentos baratos, los árboles desnudos, las tiendas cerradas… Pero después, al final de ese desierto de calles peatonales, no aparece el horizonte luminoso del mar o un gran hongo naranja de humo radioactivo, sino polígonos industriales, descampados con esqueletos de nuevas VPO,el skyline de piedra de la vieja ciudad; la vieja ciudad, de la que nos echaron; la vieja ciudad donde quienes viven tiene apellidos viejos y largos y respetables, apellidos de toda la vida que no se mezclan con los Chumbé, Bulgakov, Benjeloun que se leen en nuestros buzones.
El barrio me recuerda a los barrios en los que crecí; barrios de descampados y toboganes oxidados, con bajeras vacías que se convertían en videoclubs que luego se convertían en peluquerías que luego se convertían en bares, eso nunca fallaba.Ahoranos mandan a las afueras de las afueras, y todo es igual que entonces, la gente abre y cierra farmacias, centros de estética, bazares chinos, y bares, también bares, eso sigue sin fallar. La única diferencia es que ahora en las azoteas de las casas en vez de tendederos hay placas solares, y a eso lo llaman progreso. Pero nosotros cada vez estamos más lejos del centro. Más lejos de todo.
A veces, cuando vuelvo de dejar a los niños en la escuela, veo a otros supervivientes por esas calles. Caminan arrimados a las paredes o tomando atajos por callejuelas. No quieren encontrarse con nadie, dar explicaciones, no quieren que nadie descubra en su aliento el herido de muerte que arrastran en su interior, elhedor adherido a sus chandals, o a su piel insomne restregada contra sábanas como sudarios. No quieren contar que les han echado del trabajo, repetir cuándo se les acaba el paro… No quieren mentir otra vez: “No, de vez en cuando hago alguna chapucilla”…. Yo los entiendo. Yo también mentí durante muchos meses, cuando tú te fuiste: “¿Mi marido? Es que trabaja fuera”.No quieren sentirse todavía más insignificantes. Los entiendo. Y los evito. Porque yo ahora estoy al otro lado. Y me pregunto si alguno será uno de ellos. Me lo pregunto también, mientras esperamos a que los niños entren, cuando hablo con algún padre en el patio de la escuela, y me sonríe de un modo extraño, sucio, cómplice. Pienso si al llegar a casa abrirá un botellín de cerveza o encenderá el ordenador y se masturbará para aliviar todo el sufrimiento durante unos segundos y a continuación sentir cómo la culpabilidad hace el abismo más profundo.
A veces, cuando vuelvo de dejar a los niños en la escuela, me meto otra vez en la cama y duermo una o dos horas. Recupero poco a poco todas las que he perdido en el peaje de mi anterior vida. Cuando tenía que levantarme de madrugada y conducir cincuenta kilómetros hasta la cabina de la autopista, entrar en ella y protegerme del relente de las noches con el abrigo que había tejido en el aire helado mi compañero del anterior turno. Con su respiración y el humo de sus cigarros y la incandescencia de los pensamientos de una cabeza sola en mitad de la nada y de la oscuridad. Veinte años desperdiciados, viendo como todos se dirigían hacían algún lugar y yo me quedaba allá, encerrada. Veinte años manoseando constantemente dinero, para llevarme al final de mes solo un puñado de monedas.
Pero ahora todo eso se ha acabado. Todo va a cambiar. Las cosas van bien. Quizás pronto me pueda largar de este barrio. No pido mucho, solo que haya cerca un centro de salud, o que el colegio no sea un prefabricado. Vivir tranquilos. Poder irme con los niños de vacaciones a Benidorm y Salou en temporada alta. Me lo repito cada vez que, después de tomarme un café, o levantarme por segunda vez de la cama, pongo en marcha el portátil. Sé que al otro lado están todos ellos: los habitantes de la vieja ciudad, con sus apellidos largos y respetables de toda la vida; los supervivientes de las catástrofes nucleares de cada día, los que habitan más muertos que vivos las ruinas en las afueras de las afueras; y tú, sé que tú también estás ahí. Lo sé, pero no pienso en todos vosotros. Solo pienso en mí, y en los niños. Es eso, en lo único que pienso, cuando enciendo la webcam y empiezo, lentamente, a desnudarme.
El miércoles pasado estuve en la radio, con Dios (nunca reza). Me gusta mucho la radio. Siempre me ha gustado y siempre la he oído, en casa, en el coche, en los trabajos… Pero ahora esa pasión se ha fortalecido, gracias a los podcast (como el del programa del otro día, que os dejo abajo y en el que hablé, o algo parecido, de mis libros, de cómo la literatura me dio para comer una semana y para viajar varios meses, etc.).
El caso es que el otro día en la radio pude saludar a uno de mis héroes radiofónicos: Chus Luengo. Aunque él probablemente ni me viera. Le dije adios cuando salía del estudio (era la única persona que había en ese momento en la oficina) y él contestó sin apartar la vista del ordenador «Hasta luego, hasta luego». Pero para mí es más que suficiente. Chus Luengo es periodista deportivo local. Sus retransmisiones de los partidos de Osasuna son un clásico. Yo he visto a través de sus ojos cosas que nunca imaginaríais, los goles de Urban y Larrainzar en el Bernabeu el día del 0-4, el de Treziak del ascenso, etc. El tono de Chus Luengo no tiene nada que ver con el de esos locutores gritones y que hablan como el del anuncio de Micromachine y que a mí me ponen muy nervioso. Son más bien como ver un partido con un amigo mientras te tomas un pacharán. O dos. Chus Luengo (o uno muy parecido a él) fue, por lo demás, Chus Cuenco en mi cuento Ese Tocho, un pequeño homenaje a uno de mis héroes radiofónicos (aunque el personaje literario saliera un poco desmejorado, y por eso mejor el «Hasta luego, hasta luego»; supongo, de todos modos, que no habrá leido el relato, ni él ni Yolanda Barcina, que también inspiró a otra de las protagonistas (pobrecilla -mi personaje, digo-).
Otro de mis héroes radiofónicos fue Joseba Zabalza, alias Flash, a quien escuchaba mucho en Abortos prematuros, el programa de la Eguzki Irratia y uno de los programas radiofónicos con el que más me he reido, inlcuso descojonado en mi vida,. Joseba además es el autor de un documento radiofónico histórico, la entrevista a tumba abierta con Eskroto o Gavilán, el cantante de Tijuana in blue y de Kojón prieto y los Huajolotes, un tipo peculiar donde los haya, una leyenda del punk (y de la música mexicana), que algún tiempo después se suicidaría (Eskroto, digo)
A Joseba lo conocí primero a través de las ondas herzianas, que se dice, y luego en persona, tuvimos sintonía y me fui con él, que además era y es fotógrafo, a Payatas, el basurero de Manila. Después, a la vuelta, desenchufamos la radio, perdimos la onda, y no hemos vuelto a vernos. Como Almodovar y la Maura durante aquella temporada.
Con Carlos Pérez Conde tuve mi primera entrevista en la radio, cuando publiqué mi primera novela, que se llamaba Cuestión de supervivencia, porque no me dejaron ponerle La virgen puta (y probablemente tenían razón, y si se hubiera llamado así no habría ido con Pérez Conde a la SER). Recuerdo que yo estaba un poco asustado, porque Carlos tiene una voz que intimida, y sus preguntas se las traen, pero en un momento de la entrevista dijo «Y ahora la información metereológica», y lo vi salir corriendo a la calle, mirar al cielo, chuparse el dedo, y volver para decir, «Cielo nublado, viento fuerte». Eso fue en el año 98, de ahí a la página de la AEMET ha llovido mucho. A mi aquello, de todos modos, me hizo relajarme un poco. Después Pérez Conde me llamó puntualmente con cada libro que saqué, era de los pocos que lo hacía y en cada uno de sus programas me sentí muy cómodo, me dejó explayarme a gusto. En uno de ellos hasta coincidí con Angelita Alfaro, la gran cocinera, que me regaló unos canutillos de crema para chuparse los dedos. Pérez-Conde dejó la SER, o creo que más bien habría que decir que le hicieron dejarla, y ahora tiene los domingos una colaboración en Diario de Noticias en la que escribe como hablaba en la radio.
Y ha habido muchos más, Carlos Pina y su Rompehielos, por supuesto Jose Luis Moreno-Ruiz y Rosa de Sanatorio ( a ambos también los pude conocer con el tiempo gracias a la antología Simpatía por el relato), la Caravana de Hormigas de Radio 3…
Pero para auténtico superhéroe radiofónico, y todavía volando con la supercapa a través del éter contra el huracán facha, Javier Gallego. Cada una de las editoriales, de las entradillas con las que arranca el programa (y el propio programa, Carne Cruda) son un grito (a veces de rabia, pero otros mucho de ayuda, de llamada a la organización, a la desobediencia), un disparo de palabras con muy buena puntería, el calmante o el excitante que cada día es necesario tomar para seguir adelante dando guerra. Javier Gallego es un héroe, el último mohicano rodeado por el séptimo de caballería, disparando hasta morir, un ejemplo de dignidad, coherencia y valor. Los podcast de su programa acabarán convertidos con el tiempo en documentos que atestiguarán toda una época, aquello que no salga en los libros de texto o historia. Yo he tenido el privilegio de estar en uno de esos programas, de verlo en directo (y otra vez de entrar por teléfono) y es increible, Javier es un monstruo de las ondas. Y como todo los superhéroes,cuando se quita la capa y sale del estudio, un tipo cercano y sencillo. Un gran tipo. En fin, os dejo con el podcast de aquel programa y como diría el Señor Crudo, ¡que la radio os acompañe!
«Y el Patxi Irurzun, que parece que no ha matado un mosca, lo que tiene es un talento literario que te cagas. Escribe como quiere ese chaval».
Me da un poco de vergüenza, poner esto, pero cuando lo dice es un escritor de la categoría de Miguel Sánchez-Ostiz, hay que fardar, hay que sacar pecho, hay que matar la mosca de la falsa modestia.