(Publicado en «Rubio de bote», suplemento ON de los diarios de Grupo Noticias 30/07/2016))
Se llamaba Marie Therèse, la conocí en en Bocanda (Costa de Marfil) el pasado mes de septiembre. Tendría unos treinta años y los aparentaba, a pesar de todo. Era jovial y bonita, tenía la risa contagiosa, los ojos vivaces y la piel negra y resplandeciente, como un sol de medianoche.
Estábamos sentados en un cenador, junto a la casita en que dormían las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, en el dispensario médico que atendían, incansables. Había anochecido, y por fin corría algo de aire y las enfermeras tenían un respiro, después de un día de trabajo intenso e interminable, como todos allí. Aún, de hecho, continuaba entrando alguna mujer con un niño llorando o con alguna palangana vacía. Y nadie les impedía el paso, ni les mostraba una mala cara.
—Al marido de esa chica lo asesinaron, durante la guerra, y después a ella le hicieron beber su sangre —me explicó la hermana Avelina, la única hermana blanca, señalando a una de aquellas mujeres, quien, después de llenar un bidón de agua y colocárselo sobre la cabeza, se acercó a saludar a Marie Therèse.
Intercambiaron algunas bromas. Cada vez que la mujer se reía, el bidón en su cabeza se balanceaba, pero las gotas de agua chapoteaban sin derramarse.
Me di cuenta de que Marie Therèse y la mujer hablaban de mí, entre tímidas y pícaras.
—Marie Therese dice que mañana te invita a cenar —me explicó, divertida, la hermana Avelina.
Yo, en mi francés macarrónico y tarzanesco, intenté contarle que estaba casado y que además al día siguiente continuaba viaje. Había llegado a Costa de Marfil gracias a un premio literario y en mi recorrido debía visitar varias de las misiones de las hermanas (centros de acogida para mujeres, niños de la calle, escuelas…). Ese era el premio, y la única condición para disfrutarlo contar al volver lo que había visto. La hermana Avelina se lo explicó y Marie Therèse dijo:
—Pues habla de mí, a ver si me sale novio.
Yo, aunque me pregunté qué problema podría tener una chica como ella para conseguir novio, se lo prometí y le saqué dos o tres fotos. Todavía seguimos bromeando un rato más. Después Marie Therèse se fue a su casa (no era, como ya había imaginado por el tono familiar con el que trataba a las hermanas, una de las enfermeras) y los demás nos retiramos a dormir.
A la mañana siguiente, continuamos el viaje y la hermana Avelina, mientras conducía sorteando los socavones de la carretera y los controles de la policía, me contó la historia de Marie Therèse. Me dijo que había regresado a Bocanda, su ciudad natal, hacía dos o tres años, a morir, desahuciada por el SIDA, después de haber vivido durante algunos años en Abdijan, la capital del país. Durante meses, una enfermera la estuvo llevando en bicicleta desde su casa al dispensario. Todos los días. Al principio apenas pesaba treinta kilos. Poco a poco fue ganando peso. Hasta que se recuperó, manteniendo un tratamiento que todavía cumplía a rajatabla, sin permitir que se derramara una sola gota de su vida. Me quedé helado, bajo aquel sol abrasador y africano. Me costó imaginar a aquella mujer hermosa y alegre convertida en un pellejo de huesos. Y pensé sobre todo en aquella enfermera pedaleando cada mañana, abriéndose paso entre el polvo de los caminos y las miradas de los hombres que repudiaban, que todavía seguían repudiando a Marie Therèse.
Esa imagen, que nunca llegué a ver, es la imagen de África que permanece grabada con más fuerza en mi memoria.
Lo han realizado los chavales y chavalas de de 4ºB ESO 15/16 del Colegio Rey Pastor (Logroño) y han recibido el primer premio del concurso de cortos Cortos Corta con la Violencia, organizado por la Red vecinal contra la violencia doméstica. Además tuve la suerte de verlo con ellos y conocerlos, en una bonita mañana en Logroño.
El joven concursante de un talent show de cocina se viene arriba y presenta un plato que, en contra de lo que él pensaba, desata la furia del jurado y, al día siguiente, se convierte en la mofa de todo un país. Muchos pensarán (y con razón) que se trata del episodio León come gamba. Pero no: eso es lo que le sucede a Leontxo, el protagonista deUltrachef (Desacorde Ediciones, 2015), y a su Queso del peregrino.‘Ultrachef’ incluye una pequeña biografía de Miren Lacalle, cantante y guitarrista del grupo de punk-rock pamplonés Los Tampones. Su más célebre estribillo decía: «Somos Las Tampones y estamos contra las reglas».
“En los más de 30 años que llevo como cocinero nunca he visto nada tan repugnante”, dice uno de los miembros del jurado. “Esto lo que es, es un insulto. Un insulto a la gastronomía y una falta de respeto a los miles de aspirantes que no han podido entrar en Ultrachef”, añade otro.
Ultrachef es una historia de ficción firmada (con pseudónimo) por Miren Lacalle y prologada por el escritor navarro Patxi Irurzun. Un relato que, según reconoce el autor, caricaturiza la moda de los programas de cocina. «El cuento podría haberse subtitulado ‘La venganza de León come gamba’ perfectamente», concluye.
«MasterChef, como los demás, es un programa de cocina-espectáculo en el que no prima el amor a la cocina sino la audiencia, y en el que se juntan varias cosas molestas. El trato autoritario, la sumisión de los concursantes, el elitismo de ir a cocinar para embajadores y toreros»…
La obra, que carece por completo de intención periodística, también da voz al célebre pinganillo de la televisión: «Muy bien […], así, así, lo que hemos hablado: ¡leña al mono». Un detalle que explica por qué el cocinero con estrella Michelin al que tanto respetaban los concursantes acaba convirtiéndose en un “títere sin corazón”.
«Parodiar las cosas siempre es algo necesario», señala el autor. «Pero Ultrachef se puede leer sin haber visto esos programas porque, en el fondo, va más allá y es una metáfora de la sociedad del espectáculo en la que vivimos, donde lo importante es la fachada».
La historia, una especie de novela negra gastronómica salpimentada con notas de humor, ridiculiza constantemente el halo de “talent showgastronómico más duro de la televisión” del que suelen presumir los responsables de MasterChef. Aparecen, por ejemplo, un abuelo aficionado a abrir sandías con la cabeza o un jubilado de Murcia cuyo mayor vicio es cocinar vistiendo las bragas-faja de su mujer.
La repercusión de MasterChef, de todos modos, es 10.000 veces mayor a la de Ultrachef. Mientras que la primera —y por el momento única— edición del libro no ha pasado de los 300 ejemplares, el programa de TVE batió el pasado miércoles su récord de audiencia de la cuarta temporada, con más de tres millones de espectadores.
Ultrachef incluye, eso sí, varias recetas de Edorta Lamo, chef de la gastrotaberna A Fuego Negro de San Sebastián: Queso del peregrino, Txuletón de sandía, Foie gras de ratas del aire, Tortillitas de frutos del pantano, Croquetas de la muerte…
(…) Eso sí, si algún fan de este talent show con aires de fritanga se queda con ganas de reírse un poco más, os recomiendo la lectura de ‘Ultrachef’, novelaza de Miren Lacalle recién publicada por Desacorde Ediciones en la que un tal Leontxo, joven cocinero, decide concursar en un programa culinario en el que Pako, Vanessa y Pepote conforman un jurado tan caprichoso como autoritario que no duda en hacer llorar a los sufridos aspirantes… ¿Os suena? Pues no os perdáis el final.
¡A GUSTO! EL DROGAS LLENÓ DE HÉROES LA CIUDADELA EN UN CONCIERTO HISTÓRICO (04/07/2016)
El espectacular fin de gira de “Demasiado tonto en la corteza”, tres años después de presentarlo por las bravas y por derecho en las calles de Iruñea, llevó hasta la Ciudadela a casi 20 invitados, en una noche memorable.
Patxi Irurzun. Iruñea. Fotos: Argazki Press
El primer ¡a gusto! de El Drogas, su característica muletilla (que en realidad, en su caso, es mucho más, es su modo de sentir la música y la vida), apenas tardó unos minutos en oírse. Un piano, plantado como una bandera pirata en el centro del fuerte de la Ciudadela, aguardaba a los espectadores que poco a poco fueron entrando al recinto y rodeándole, mientras El Drogas comenzaba a desgranar un repertorio que prolongó hasta las dos de la madrugada, en un alarde de facultades, talento y emotividad. Con la última de estas primeras canciones todavía sonando en formato acústico, Llegan los cuervos, comenzaron a escucharse los acordes eléctricos del mismo tema desde el escenario de la Sala de Armas, y hasta allá se dirigió el de la Txantrea para unirse a su banda, a su tripulación, a su familia: Brigi, Txus Maraví y Flako, que pusieron los pelos de punta al público con los temas revisitados de La tierra está sorda y rellenaron con memoria y dignidad las muescas de las balas asesinas que tiempo atrás se estrellaron contra esos mismos muros de la Ciudadela.
Y de allí, tras estos dos conciertos más íntimos y un pequeño descanso, al escenario principal. Es difícil citar solo algunos de los momentazos que se vivieron sobre él. Pura historia del rocanrol. Rosendo, Fito, Carlos Tarque y El Drogas cantando Frío. Luz Casal inundando la Ciudadela con su voz. Gorka Urbizu entonando en euskara algunas estrofas de Bahia de Pasaia. El Drogas versionando Héroes de David Bowie… Todos pudimos ser héroes un día nada más esa noche gracias a él. Un concierto histórico, del que quizás todavía no podemos apreciar su magnitud. Solo alguien como El Drogas podía haberlo imaginado. El Drogas no es solo un referente y una leyenda con patas y pañuelo del rocanrol, es un activista, un agitador cultural, una voz que no calla, alguien a quien si no existiera no podríamos inventar porque nunca nos saldría tan grande. La memorable noche del pasado 2 de julio en la Ciudadela de Iruñea fue histórica y en ella brillaron las estrellas con la misma intensidad que los sentimientos de quienes allí estuvimos. ¡A gusto!
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‘UN DÍA NADA MÁS’, EL IRREPETIBLE CONCIERTO DE ‘EL DROGAS’ ( 03/07/2016)
Con todo el papel vendido y revendido desde hace semanas, El Drogas tomó ayer la Ciudadela de Iruñea en un concierto que solo la cabeza como un hormiguero de Enrique Villarreal podía haber imaginado. “Un día nada más” —parafraseando a David Bowie en “Héroes”— fue el nombre para una noche de rock y emociones únicas e irrepetibles.
Miren Lacalle / Iruñea
Más de cinco horas de música y de 60 canciones, cuatro escenarios y formatos diferentes, merchandising exclusivo para la ocasión, casi 20 invitados anunciados: Fito, Rosendo, Luz Casal, Quique Gonzalez, Yosi de Los Suaves, Ara Malikian, Gorka Urbizu de Berri Txarrak, Kutxi Romero… Un espectáculo nunca visto, ¡pasen y vean!
El propio Enrique Villarreal recibió a los 6000 afortunados que pudieron conseguir entradas (los tickets se agotaron en apenas unos días, tras anunciarse en abril el evento, y en solo media hora los 600 extra que se sacaron a la venta el pasado 6 de junio). El de la Txantrea les dio la bienvenida con en el primero de los cuatro conciertos, este en formato acústico, que ofreció y en el que interpretó temas como Sean bienvenidos, Sofokao, Por ti pirata o Llegan los cuervos .
Entrega máxima, pues, ya desde el arranque de un festival que había creado expectación en Iruñea y para el que además habían llegado fans y se habían fletado autobuses desde diferentes puntos de Euskal Herria y de todo el Estado.
La elección de la Ciudadela como escenario no fue casual, tal y como señalaba a Gara horas antes del concierto otra de las artistas invitadas, la rapera rotxapeana La Chula Potra: “Para Brick Benation y para mí es un placer y un orgullo compartir lo que supone para El Drogas haber conquistado ese espacio que ahora se abre a la ciudad de barrios y cultura de calle. Es muy simbólico el lugar y lo que se va a hacer en él”. Simbólico, sin duda, y emocionante fue escuchar a El Drogas interpretar en el segundo de los conciertos, en este caso con La banda de la (des)memoria, temas como Matilde Landa, que formaron parte de La tierra esta sorda, el disco de Barricada dedicado a la memoria histórica, y que El Drogas ha venido recuperando con ambientaciones especiales e interpretando en lugares señaladamente relacionados con ella. En el caso de la Ciudadela hay que recordar que en la Puerta de Socorro, a solo unos metros de la sala de Armas, donde tuvo lugar el concierto, fueron fusiladas por los golpistas cientos de personas durante la guerra civil. El repertorio de este concierto, por otra parte, aparece recogido en un nuevo trabajo de El Drogas titulado Sombras que la luz grita y que ayer mismo ya se pudo comprar en los puestos de merchandising.
Momento álgido y emotivo del concierto, pues, que dio paso a los otros dos formatos en los que ha venido funcionando El Drogas con su irreductible grupo base (Txus Maraví a la guitarra, Flako en el bajo y Brigi Duke a la batería), a los que se sumaron Germán San Martín en los teclados y Selva Barón y Patricia Greham en ‘el concierto de “El Drogas Rhythm & Blues Band”, donde sonaron entre otras, No sé qué hacer contigo, Oveja negra o Ya no anochece igual, y al que siguió el último de los bolos, el más rockero y desmelenado, “Los disparos del doctor Gas”. Tanto uno como otro fueron los momentos para escuchar muchos de los grandes temas firmados por Enrique Villareal a lo largo de su larga y modélica trayectoria, con Barricada, Txarrena, La Venganza de la Abuela o El Drogas y para dar paso al grueso de las colaboraciones estelares, en una noche irrepetible y que sin embargo recogerá buena parte de su esencia en el disco y DVD dobles que se grabaron ayer y que publicará en otoño Warner Music.
Y como curiosidad esta otra foto de Unai Beroiz que fue portada de Diario de Noticias y en la que aparezco (como en la primera de Gara)
Rubio de bote. Colaboración para ON (Grupo Noticias) 16/07/2016
—¿Los niños pagan?— pregunté, al subir al autobús, y en el suelo vi una moneda de cinco céntimos, pero pasé de agacharme a cogerla, pues llevaba encima tres o cuatro bolsos, bolsas y maletas de todo tipo y tamaño.
—¿Cuántos años tienen?— dijo el chófer, al tiempo que realizaba, escéptico, un cacheo visual, de pies a cabeza, a mis hijos.
Hacía unos días, cuando habíamos llegado a la isla, al coger el bus que conectaba el aeropuerto con el centro de la ciudad pagué religiosamente los tres euros por cabeza que costaba el billete. Antes de hacerlo, en el suelo del autobús, mi hijo se había encontrado otra moneda de cinco céntimos y, cándidamente, se la había entregado al chofer: “A alguien se le ha debido caer, señor”, dijo. Y el conductor, sin mediar palabra, me devolvió el dinero correspondiente a los billetes de los niños.
—Ejem, tres años la niña y cinco el niño —cambié de táctica ahora, con este segundo chófer.
—¿Tres y cinco? Pues los veo un poco creciditos ¿no?
—Sí, bueno, cuando vinimos no estaban así, para mí que ha sido cosa del bufet ¿sabe?
—Sí, claro, las patatas fritas y las hamburguesas es lo que tienen —dijo el chófer, y luego añadió—: El niño paga, la niña no.
Aboné como pude los billetes y me dirigí al fondo del autobús, arrastrando además de mi equipaje la pesada carga de la culpa. En realidad el niño tenía once años y siete la niña. No sabía por qué había mentido. Me sentí un Bárcenas, un Duque Empalmado cualquiera. Claro que ellos tampoco habían sido muy claros y sinceros en todo ese asunto. Me pregunté si la moneda de cinco céntimos tirada en la entrada del autobús era una prueba, un test de honestidad. Si quien la recogía y se la devolvía al chófer obtenía algún tipo de descuento. Por lo demás, aquella pequeña estafa tenía su parte de venganza, de justicia social, después del saqueo y la mala educación a los que habíamos sido sometidos durante todas las vacaciones.
Recordé, por ejemplo, el día que fuimos a visitar la catedral. Compramos las entradas en una oficina de turismo. Cada una valía un ojo de la cara y, para valorar si merecía la pena convertirse en una familia de cíclopes, preguntamos cuánto duraba la visita, puesto que era mediodía y cerraban a la hora de comer.
—Pues la verdad, no lo sé, hace mucho que no voy —dijo la chica, con una dejadez pasmosa.
Por suerte, buena parte del tiempo la pasamos atrincherados en el hotel. Nos habíamos hamburguesado. Habíamos contratado, por primera vez, un todo incluido, por ver cómo se sentía uno con pulserita. Y como se sentía uno era miserable y muy mal y muy bien y rico, un pobre rico, con el estómago siempre lleno y a la vez hambre y sed de todo y a todas horas. La sed de poder debía de ser algo parecido a eso. Recordé los platos rebosantes de pastelitos y el retrogusto de los mojitos y me di asco a mí mismo.
—Cariño, vete donde la entrada y coge la moneda de cinco céntimos que hay en el suelo —le dije a mi hijo.
—¿Y se lo doy al señor?
—Lo que quieras—le contesté, y me quedé esperando a ver qué hacía, y, como sabía qué haría, preguntándome si el chófer le devolvería los tres euros de su billete.