• Subcribe to Our RSS Feed
Browsing "Blog"

REPORTAJE SOBRE «CÓRTATE EL PELO» (MARINO GOÑI)

Mar 10, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
0309_kul_abajo1

Marino Goñi, un joven folkie. Publicado en Gara, 09/03/2017

 

“CÓRTATE EL PELO”, ROCK EN LA TRISTE Y OSCURA IRUÑEA DE LOS SESENTA

Marino Goñi, uno de los nombres históricos del rock radikal vasco, se estrena en el mundo de los documentales con una cinta sobre las bandas que le iniciaron en el mundo de la música. Los Condes, Los Tótem, Los Rebeldes… Grupos cuya memoria recupera en esta película sobre los inicios en Nafarroa de una de sus señas de identidad: el rock.

“¡Cortate el peeelo, córtate el peeelo, córtate el peeelo… cacho cabrón!”. Con ese grito de guerra, que era habitual escuchar hace algunas décadas en campos de fútbol, proferidos en contra de algún futbolista demasiado yeyé, o incluso en plazas de toros y pabellones ¡durante algunos conciertos de rock!, arranca el documental que acaba de estrenar Marino Goñi, uno de los nombres imprescindibles del rock vasco (estuvo en las casas de discos Soñua y Oihuka, creó Gor, facturó algunos de los discos fundacionales del rock radikal vasco, tocó en grupos como Motos, Balerdi Balerdi o Peiremans…).

Sin embargo, contra lo que cabría esperar, en Córtate el pelo, así se titula el documental, Goñi no retrata esas décadas que vivió intensamente en primerísima persona, los 80, los 90 o los 2000 (Marino produjo discos de Barricada, Kortatu, Hertzainak, pero también de Los Huajolotes, Berri Txarrak o Marea, entre otros muchos)  sino que retrocede hasta los 60, sus años de adolescencia,  en los que su pasión por el rock se despertó con los primeros conjuntos que comenzaban a poner algo de color en una Iruñea en blanco y negro en la que llevar el pelo largo (y llevar el pelo largo podía ser tener un flequillo hasta la mitad de la frente) implicaba llevar también todos los boletos para que te dieran una buena paliza. Lo cuenta, de hecho, Josecho Sesma, “Obélix” uno de los protagonistas del documental, a quien le sucedió: lo apalearon simplemente por eso, por melenudo.

“Obélix”, “El Rata”, Pedro Montero…, grupos como Los Rebeldes, Los Condes, Los Junior, Los Totem, Los Anakos…son algunos de los ídolos de juventud de Marino Goñi, con los que creció, a los que vio tocar en los salones de actos de los colegios de curas de Iruñea, en el Labrit, los domingos por la tarde, en el Catachú o en aquellos primeros conciertos de los que la prensa se hacía  eco llamando a quienes asistían gamberros o delincuentes…

Grupos que, tal vez de un modo inocente o menos político que años más tarde, se estaban oponiendo al franquismo, al raquitismo y la asfixia cultural e ideológica de la época, sin ser demasiado conscientes de ello. Córtate el pelo, es en ese sentido un documental que va más allá de la música y analiza los factores socioeconómicos y políticos que crearon el caldo de cultivo para esa rebeldía juvenil que años más tarde se haría más explícita, en una militancia que llevaría incluso a un parón en la escena durante los setenta, hasta que el hilo se reaviva con la aparición en Nafarroa de grupos como Tensión, Tubos de Plata, Magdalena, Kafarnaun… Fue la explosión del 77, que tendría sus réplicas inmediatamente después con la llegada del rock radikal vasco y que se prolongaría prácticamente hasta nuestros días. Marino Goñi, de hecho, cierra acertadamente el documental, con imágenes de los jovencísimos Altxatu convertidos en un conjunto sesentero, The Iru, y que vienen a ser una metáfora perfecta de ese ejercicio de memoria histórica, pequeña y doméstica, pero igualmente necesaria que Marino Goñi pretende y que realiza antes de que quienes protagonizaron aquellos años desaparezcan y para que quienes no lo hicieron lleguen a conocerlos.

 

Jubilado activo

Córtate el pelo, que ha realizado junto con Xabier Unanua, tras una campaña de crowdfunding, es la primera experiencia de Marino Goñi, “jubilado” desde hace unos años y que sin embargo no se ve  a sí mismo mirando obras: “Voy a seguir haciendo algo y no sé qué todavía”, dice. “Tengo ideas. Siempre me han atraído historias de músicos que no han sido reconocidos como se merecen, que se quedan en mitos para iniciados. Por ejemplo, el otro día estuve viendo a Niko Etxart y para mí es un mito, sin duda, de la vieja generación el más grande. Y cuando hablo de Niko me acuerdo siempre del sevillano Silvio Fernández, Little Bob Story, El Cabrero, Hilario Camacho… Yo no quiero oír más hablar de Dylan, U2, Patti Smith, no me interesan para nada, ni musicalmente ni personalmente, al contrario que los anteriores. No sé, me gustaría hacer algo que me llenara, me hiciera más feliz y que sirviera para que alguien aprendiera o descubriera algo que no conocía”, concluye Marino Goñi.

Córtate el pelo se estrenó el pasado mes de enero en los cines Golem de Iruñea y posteriormente se ha proyectado en lugares como Bonborenea o la Filmoteca Navarra, con presencia del autor y algunos de los protagonistas del documental y gran acogida del público.

 

©Patxi Irurzun / Miren Lacalle

 

ENTREVISTA A OSKAR ALEGRIA, DIRECTOR DE PUNTO DE VISTA

Mar 9, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

0308_kul_oskar

Foto: Iñigo Uriz. Publicado en Gara 08/03/2017

“El trabajo de programador te secuestra, pero es un secuestro bonito”
Oskar Alegria. Director artístico de Punto de Vista

 

Oskar Alegria se despide de la dirección artística del Festival Punto de Vista, que desde el pasado día 6 y hasta el próximo 11 de marzo celebra en Iruñea su undécima edición. El autor de la premiada y reconocida Emak Bakia baita volverá a la butaca y a hacer cine, en lugar de programarlo. Charlamos con él de todo ello, de los momentos más intensos vividos durante estos cuatro años o de la importancia para Nafarroa de este festival arriesgado y excepcional.

Patxi Irurzun. Iruñea

Oskar Alegria nos recibe en el Baluarte de Iruñea la mañana en que arranca Punto de Vista. Sin embargo, no parece nervioso. “Los nervios se sienten las semanas anteriores, ahora solo hay que disfrutar”, dice. Despide un aura de felicidad, de hecho. Este es su último año como director artístico, un trabajo absorbente y agotador, y siente que se encuentra a un paso de la libertad, en ese umbral que, como cuando preparamos un viaje, a veces es la auténtica libertad o el auténtico viaje. Atrás quedan películas, encuentros, ciclos que han hecho muescas en la memoria del festival: Iosseliani, Michael Snow, Chez les basques… O el libro que acaba de firmar para esta última edición, una marginalia dedicada Oteiza, a las anotaciones que el genio de Orio hacía en los márgenes de sus lecturas, y de las que Alegria habla con pasión. “En ellas está un Oteiza escondido, pero también más fresco, el que escribe a vuelapluma, sin procesar para ser publicado”, dice el director saliente de Punto de Vista, quien comenzó su andadura en el festival como espectador, después como cineasta,  y que ahora sueña con Volar de nuevo —así se ha titulado esta edición—; con dejar de pensar el cine y regresar a la plácida oscuridad de la butaca y de la mesa de trabajo.

¿Cómo afronta este último año al frente de la dirección artística de Punto de Vista, con qué sentimientos o estado de ánimo?

Yo creo que es el festival en el que más contento estoy, igual porque es el último, sinceramente, pues estos cuatro años han sido una travesía larga, dura, lo digo por la cantidad de trabajo y energía. Ahora por fin veo una luz al final, aunque también tengo que decir que la travesía ha sido maravillosa, y me permite estar satisfecho de lo que hemos conseguido entre todos, por ejemplo, dar al festival otro aire, otro perfume, o ver el trabajo cumplido.

Quizás todavía es pronto, pero ¿se atreve a hacer un balance de estos cuatro años?

El balance llegará después de un tiempo, y en todo caso tienen que hacerlo otros. Desde un punto de vista personal, tengo muchas ganas de hacer otra cosa, estoy sintiendo que la libertad está ahí, va a llegar, es un sentimiento que he tenido solo dos o tres veces en mi vida, e igual lo bonito en realidad sería perpetuar esa sensación.

Sí que en todo caso guardará con intensidad algunos recuerdos de momentos, personas, películas…

Recuerdo un viaje maravilloso con Iosseliani por Iparralde, en el festival de 2015. Yo fui a  recogerlo a Biarritz para cumplir su primera exigencia, que era comer con los pastores con quienes rodó hace treinta años Euzkadi, été 1982. Antes por teléfono yo le había contado el programa, dejando este viaje para el final, pero él no se fiaba y pidió hacer ese recorrido nada más aterrizar. Y recuerdo un viaje delicioso, parando en cada curva para fotografiar los paisajes o para beber un trago. Nunca he visto a nadie beber tanto y sin que se le note. Y cosas tan raras. Por ejemplo,  un Calvados doble con tres azucarillos. Yo finalmente tuve que coger un atajo por el que no había bares, pero él se dio cuenta y  me dijo: “¡Ay, la juventud, que aún confía en los atajos!”… Iba soltando perlas como esa cada dos por tres.

También habrá proyectos, invitados que se le han quedado en el tintero…

Es cierto que algún cineasta que queríamos que viniera no lo hemos podido traer, pero eso es lo normal en un festival,  lo malo es que no hubiera querido venir nadie. Pero si de cada cinco te vienen cuatro, no te puedes quejar… Mi sueño era lo de Oteiza, y me despido programándolo este año. Nosotros somos amantes de los retos y este era un gran reto, que partía de esta pregunta: ¿Cómo puedes hacer un programa con un cineasta que no tiene cine? Esas cosas nos encantan. Se puede programar cine inspirado por Oteiza, pero lo verdaderamente difícil era armar esa tercera sesión que hemos preparado, encontrar los superochos filmados por él, algún archivo sonoro inédito sobre cine, como esa maravilla en la que Oteiza dirige un discurso al espectador en la oscuridad de la sala de cine. Escuchar algo así, en la propia sala, con su propia voz, y con esa pasión… Al final de la grabación, Itziar, su mujer, le quita la grabadora a Oteiza, y añade: “Esto que están escuchando ustedes es la voz y el corazón de mi marido”. Fíjate que frase. Imagino que Oteiza al acabar de grabar estaría exhausto. Eso es lo difícil, armar esa sesión, que yo recomiendo,  porque en ella encuentras las piezas sueltas, encuentras una película con unas montañas, luego otra con unos apóstoles, luego otra que hace el puente, porque en ella dice que sus apóstoles salen de esas montañas, otra más en la que dice que la música que pega a todo eso es la de Anton Webern… En definitiva, una sesión en la que hemos tratado de construir una película que nunca existió. Oteiza por todo esto, un cineasta sin cine, era el gran reto, y cuando yo he jugado a programador, ha sido lo más divertido, lo más misterioso, lo más todos-los-adjetivos-que-quieras-poner que he hecho…

Antes ha hablado de esa sensación de estar al borde la libertad, supongo que el trabajo como programador y director artístico será muy absorbente, implicará ver, buscar muchas películas…

El trabajo de programador te secuestra, pero es un secuestro bonito, que te permite estar en el cine, una especie de síndrome de Estocolmo, y yo tengo la duda de ver como salgo de esto… Me he dado cuenta, por ejemplo, de que ver mucho cine no siempre es bueno. Yo además tengo muy mala memoria, y se me olvida todo, sobre todo lo malo.  Pero creo que me ha ayudado a madurar. Yo solo he hecho una película, Emak batia baita, y la dirección de Punto de Vista llegó justo después, en un buen momento, porque no quería hacer una película inmediatamente después de acabar la otra, así que esto ha sido un barbecho activo, que me ha permitido estar en el cine, pensarlo… Aunque también es cierto es que hacer cine y pensarlo son dos idiomas distintos, y que pasa como con el amor, que es infinitamente mejor hacerlo que pensarlo.

¿Tiene ya algún proyecto en mente?

No, y no es que no quiera comentarlo, es que no tengo nada definido, de verdad. Yo ahora con lo que sueño es con sentarme en mi mesa y ver las cuatro cosas que tengo, porque sí he rodado escenas, sin un afán de guión, ni nada premeditado. He rodado pastores, de noventa y pico años, que viven en bordas de altura, pasé con ellos sus últimas noches en esas cabañas, que han tenido que abandonar. Me gusta atrapar esos ocasos, esos brillos que despiden. Es gente que tiene un mundo que o lo registras o se va, se pierde para siempre. ¿Eso puede ser un largometraje? No ¿Puede ser cortometraje? Sí. ¿Una parte pequeña de un largometraje? Tal vez…

Usted ha comentado en alguna ocasión que comenzó en este festival como espectador, después como participante y acabó como director, y que una manera de cerrar el círculo será volver a él como espectador de nuevo…

¡Tengo ya la butaca elegida! Yo siempre me ponía al final. Es curioso, porque ese ciclo, esa conversión de espectador a cineasta, es algo que estoy viendo ahora con otros, como David Arratibel. En cuanto a mí, yo nunca soñé con dirigir el festival. Sí con hacer una película. Y es muy bonito pasar de la butaca a presentar una película… Dirigir el festival está muy bien para un rato, pero ahora tengo ganas de nuevo de ver cine sin tener que pensarlo, sin tener que pensar una sinopsis, solo por gozarlo, una sensación que hace mucho que no tengo…

¿Qué ha supuesto un festival, arriesgado y heterodoxo como Punto de Vista, para una ciudad como Iruñea?

Hubo un hecho milagroso no solo para de esta ciudad, sino para esta comunidad, y fue que  los Encuentros del 72 se celebraran aquí.  Y hay también una característica propia que tenemos que es maravillosa, que es la excepción.  Siempre hablamos de unas masas con unas maneras uniformes de pensar entre nosotros, pero somos también la comunidad que más tipos, que más artistas excepcionales tiene, probablemente por ese choque o esa convivencia entre extremos, del que surge la excepción… En cuanto al festival, estamos en el mismo lugar en el que el 72 se colocaron aquellas burbujas de aire. Y este Baluarte comparte además una peculiaridad arquitectónica solo con otra fortaleza, la de Marsella, y es que de sus cinco puntas dos son para defenderse del enemigo interno —y esta, este baluarte, es una de esas puntas—,  lo cual dice mucho de quiénes o cómo somos.

 

 

 

 

ENTREVISTA A MARINO GOÑI

Mar 8, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

16730468_1267469426633493_1438834012018763694_n

Entrevista publicada en el semanario ON (Grupo Noticias) (07/02/2017)

MARINO GOÑI,
el arte de hacer discos

 

“Hacer discos también puede ser un arte. Aunque tú no compongas la canción o no toques en el escenario” 

 

Fue uno de los padres fundadores del rock radikal vasco. El primero en grabar a grupos como Barricada, Kortatu o Berri Txarrak. Pero sus raíces musicales se hunden más atrás y en el documental que acaba de rodar, Córtate el pelo, recupera la memoria de los primeros conjuntos de rock en aquella Pamplona fría y oscura de los 60.

 

Barricada, Hertzainak, La Polla Records, Cicatriz, Kortatu… Todos los grandes nombres del rock y el punk vascos están ligados a él. Marino Goñi siempre estaba ahí. Estuvo ahí, de hecho, cuando por primera vez se pronunciaron juntas estas tres palabras: rock radikal vasco. Y después, aguantando el chaparrón cuando algunos músicos o parte del público renegaban de esa etiqueta que hoy, aunque sea solo por una cuestión práctica, es comúnmente aceptada. Marino Goñi se ha pasado media vida grabando discos. En los 80, los 90 y los 2000. Primero en Soñua, luego en Oihuka y finalmente en Gor. Y la otra media vida, escuchando música; o yendo a conciertos, o tocando en ellos (fue miembro de grupos como Los Motos, Fiebre, Balerdi Balerdi o Peiremans). La música ha sido y es su vida. No entiende la música sin pasión. Por eso, aunque se “jubiló” hace cinco años, su corazón sigue especialmente inquieto, y acaba de realizar, junto con Xabier Unanua, Córtate el pelo, un documental sobre los  grupos que le metieron el veneno del rock en los años 60, cuando él era un adolescente en aquella Pamplona fría y oscura —como rezaba el estribillo de Plaza del Castillo, uno de los temas de su grupo Los Motos—.

A muchos les habrá sorprendido que Marino Goñi se estrene en el mundo del documental y, sobre todo, que lo haga con uno sobre los 60, en lugar de sobre los 80…

Precisamente lo hice por olvidarme un poco de los 80, porque todo el mundo me daba la brasa con aquella época… Por otra parte, yo siempre he pensado que los 60, el rock de los 60 y el movimiento juvenil en Pamplona y en Navarra, no estaban bien explicados. La gente joven los desconocía por completo y la gente mayor que lo vivió se estaba muriendo. Y sobre todo pensé que yo lo quería cuando me jubilara era hacer algo que me apeteciera y con lo que me divirtiera. No me apetecía escribir un libro, quería que salieran mis ídolos de juventud,  con sus propias caras e historias, algo que en un libro queda más desdibujado. Por suerte, en el camino me encontré con Xabier Unanua, un maestro de la imagen y el montaje, y cuando a él le conté o le llegó la onda de que yo estaba haciendo esto se apuntó rápidamente y empezamos a trabajar.

En los sesenta usted era un adolescente. ¿La música que escuchamos a esa edad es la que más nos marca y define, la que siempre queda, a la que siempre volvemos?

Yo siempre he pensado eso. La música que yo oía a los 14 años me ha marcado para siempre. Teníamos a los ídolos extranjeros, o españoles, pero también teníamos a los ídolos locales, y para mí gente como El Rata –Javier Urrizola, Los Rebeldes-, u Obélix –Josecho Sesma, Los Átomos, Los Condes…— eran mis verdaderos ídolos, a los que adoraba…

¿Cómo era la Pamplona de entonces?

Pues como se ve en el documental y como se suele decir muchas veces, aunque suene a tópico: era una Pamplona en blanco y negro. No hay más que volver a prensa de la época y comprobar cómo los acontecimientos que se sucedían tenían que ver siempre básicamente con la religión. Sin embargo, a finales de los sesenta, principios de los setenta todo aquello prácticamente había desaparecido, esa losa que teníamos encima en apenas diez años, por una cosa o por otra, la habíamos conseguido levantar, y eso en un sitio como Navarra fue algo histórico.

Y usted, ¿cómo era en aquella época?

Recuerdo mi infancia y juventud con una gran influencia de mis hermanos mayores. En mi casa había una gran afición a la música, cantábamos, intentábamos tocar instrumentos… Mi padre tocaba la flauta, mi madre cantaba muy bien… Todo eso se nos metió por los genes. Me recuerdo a la vez como un crío un poco raro. Todos mis amigos quería ser mecánicos, o electrónicos y yo quería ser artista. Quise ser músico desde muy niño, salir a un escenario. Pero no lo conseguí hasta los veintitantos.

Sí, porque usted en realidad se inició en la radio

Sí, en eso fue muy importante mi hermano Jose Mari, que es cuatro años mayor y todavía más raro que yo. Como no podían hacer carrera con él, mi padre consiguió que entrara de pinche en Radio Requeté de Navarra, ayudando a Don Goyo, al Tío Ramón… Y aquello fue lo que ya nos marcó definitivamente a los que veníamos detrás, sobre todo a mí. Lo que mi hermano Jose Mari decía y nos contaba era la biblia, y la afición al rock y a oír programas de radio nos la metió él. Y a la larga él fue él también quien me dio la oportunidad, cuando yo me fui a estudiar a Madrid, de entrar como controlista en Radio Popular.

¿Qué encontró en Madrid, cómo era el ambiente a principios de los 70?

A pesar de ser una gran ciudad a mí me parecía un poco pueblón. Y sin embargo en Madrid, tuve la suerte de caer en todo el cisco, en la 99,5, la FM de Radio Popular, una radio que habían cogido entre Gonzalo García Pelayo, como ideólogo y jefe de programación y mi hermano José Mari como técnico, y que era un intento de hacer una radio nueva, con programas de una hora, especializados, que es la fórmula que se sigue utilizando ahora en radios como Radio 3. Allí conocí a gente que no podía ni imaginar. Yo, por ejemplo, le daba el relevo a Moncho Alpuente.  Para mí fue mi universidad paralela, porque yo por las mañanas iba a estudiar Ciencias de la imagen, que era un aburrimiento terrible, con profesores del régimen, en aquel tardofranquismo, una de las peores épocas del franquismo. Pero yo en realidad me licencié en la radio. Aprendí mucho, sobre todo de música. Tener allá una discoteca inmensa  a tu disposición, y aquellos maestros… Aquella época fue para mí fundamental.

¿Y cómo pasó de la radio al mundo de las casas de discos?

Pues también por algo casual. En el año 77 yo me aburría de Madrid, veía que se acababa un ciclo, y además me atraía Pamplona, las noticias que llegaban desde aquí. Escribí a Radio Popular de Pamplona, para ver si me podían trasladar, me dijeron que sí y vine de controlista a finales del 77. Después, por asuntos familiares, dejé la radio en 1981. Entonces me ofrecieron grabar publicidad en un estudio que acaban de abrir en la Txantrea, que era Soñua, un estudio que daba muchas posibilidades (allí se grababa de todo, publicidad, jotas, cintas ilegales… Recuerdo, por ejemplo,  que en el 1981 hicimos una cinta para UPN y a la vez en plan clandestino otra de homenaje a Naparra). En Soñua empezamos a grabar maquetas a algunos grupos, Kafarnaún (donde estaba El Drogas), La Polla Records… Y después de las maquetas, los discos. Y así hasta hoy.

Aquellos grupos que empezó a grabar,  ¿recogían el testigo de los grupos que aparecen en Córtate el pelo?

Sí y no. Es curioso porque en los setenta, hasta finales de la época, hay muy pocos grupos de rock. El rock desaparece, empieza a haber una escena más politizada, cantautores, pero rock no hay casi nada, hasta el 77, con Tocamás, Magdalena, Tubos de Plata, Kafarnaún, Tensión… Todo eso es lo que me encuentro cuando vuelvo de Madrid: toda esa escena que había desaparecido a finales de los sesenta, y que renacía.

Esos nuevos grupos eran grupos muy rupturistas, inconformistas, pero los anteriores, también lo fueron, de una manera más inconsciente quizás… No debía de ser fácil ser un “melenudo” en Pamplona en 1960.

Lo dice muy bien en el documental Obélix: “No sabíamos contra qué nos estábamos enfrentando, pero nos estábamos enfrentando”. Hay una evolución clara desde las primeras bandas juveniles a principios de los sesenta, a la militancia política de los finales de los setenta. Y eso explica también ese corte en la escena: a principios de los setenta, la gente abandona la música para volcarse en la política. Y luego había otro fenómeno curioso y era que para romper con la dictadura, con los padres, para irse de casa, la gente se casaba muy joven. Eso, a su vez, generaba una conciencia mucho más temprana que en generaciones posteriores.  Un chaval de 25 años con dos críos currando en una fábrica, poca música y poco cachondeo podía tener…

En ese sentido el documental también es un documental que va más allá de la música.

Claro, porque otra cosa que pasaba cuando se hablaba de la música de aquella época, en mi opinión, es que se le despojaba de ese carácter político o de rebelión. Y que al no hacer caso a movimientos más cercanos o más locales se acababa pensando que en los años sesenta todo se limitaba a Massiel yendo a Eurovisión, Los Brincos, Julio Iglesias… Y era un error, porque eso era importante, sobre todo para el régimen, pero también había todo un movimiento debajo, que yo quería reflejar. Y si hablaba de música, tenía que hablar también de todo lo que la producía, de todo el componente sociopolítico.

Córtate el pelo es también un documental sobre un mundo que ya ha desaparecido, algunas tiendas, los cines, algunos oficios…

Cuando se hace memoria histórica, lo habitual es hablar de la conquista de Navarra, o de la guerra civil, que por supuesto me parece muy bien y necesario, pero desgraciadamente, creo que, por ejemplo, nadie ha estudiado qué pasó en Pamplona en los años 10 o 20, y en Pamplona hubo mucha movida, pero luego llegó el franquismo y la hurtó, y parece que todos nuestros abuelos iban a la adoración nocturna… Pero no es verdad, por ejemplo Josephine Baker actuó en 1930 en el Olimpia —que después sería el cine Carlos III—, con su famoso bikini de los platanitos… Y yo pienso que la memoria histórica también es la memoria histórica de cómo nos divertíamos, cómo nos enfrentábamos al poder no solo con la fuerza sino también con la actitud, con el arte, la música…

Después de los sesenta y setenta llegaron los ochenta, en los que usted estuvo en primera línea.  Siempre se ha dicho que fue uno de los padres fundadores del rock radikal vasco. ¿Se siente así?

Sí, claro que sí, yo fui el “ideólogo”, o llámalo como quieras, el “nombrador”… Ese nombre lo inventamos en la barra del bar Deportivo de Jarauta. En aquella época se vivía en los bares. Estábamos continuamente pariendo ideas, aunque el rock radikal no fue una cosa aislada que nos inventábamos y mucho menos solo para vender discos, como se dice, lo de vender discos vino luego, pero tuvo un origen político. Nosotros nos dábamos cuenta de que la movida madrileña y el centralismo nos estaban comiendo el terreno a los que estábamos en la periferia haciendo música, rock, punk, y había que plantar cara. Es curioso además que cuando nosotros inventamos el rock radikal vasco pensábamos que estábamos haciendo algo original, pero luego ya nos dimos cuenta de que no, de que cuando conocimos a los Beruriers Noirs de Paris habían hecho lo mismo, o que estaba Rock Radical Records en California… Yo me apunto a la teoría de Miguel Ríos que dice que el rocanrol es un boomerang, que viene y va. Hay conexiones, vasos comunicantes ¡Pero si el Napo que tenía en Pamplona la tienda de discos Kilkir, resulta que conocía a Shane MacGowan, el cantante de los Pogues, de beber cervezas juntos en un bar de Londres!

Fue en todo caso, la del rock radikal vasco, una etiqueta polémica, y ustedes recibieron muchas críticas. ¿El de editor de discos es un trabajo ingrato?

Yo siempre lo he llevado muy mal, sobre todo que haya gente que hable sin saber. Y lo que ocurre siempre es que en un enfrentamiento entre el artista y los que trabajan a su alrededor para el público el artista siempre tiene razón. He conocido gente decente e indecente entre los artistas y entre la gente que trabaja en esto. Otra cosa que sucede es que a veces los libros sobre música parecen en realidad libros de caballerías. La pincelada que le da el que le cuenta, la que le da el que lo escribe, una adorno aquí, otro allá… A mí  me ha pasado con anécdotas que se cuentan y en las que se supone que yo he estado presente y resulta que no me enteré de nada. Se han dicho muchas cosas que no eran ciertas;  o como cuando la gente mataba a los músicos,  o cuando hacían drogadictos a los que no eran…

Aquella es también una época que también está desapareciendo, la forma de oír música, de venderla… Usted dice que se jubiló, entre otras cosas,  porque no se veía con fuerzas para afrontar todos esos cambios.

Yo ahora me pregunto cómo podía hacer esas cosas que hacía hace veinte años, o incluso diez. Ahora sería incapaz. Y con la música es lo mismo. Ahora me cuesta escuchar música que me toque el corazón. Y no me he vuelto insensible, es que quizás ya no tienes esa capacidad de absorber, todo lo ves desde un prisma más escéptico. Siempre he pensado que para trabajar en la música no se podía ser escéptico, que había que meterle mucho corazón. Y por eso he hecho el documental,  porque lo he hecho de corazón, y porque he disfrutado mucho, como he disfrutado de todos los discos que he hecho. No entiendo trabajar en esto sin la pasión, no entiendo el arte sin pasión. Y hacer discos también puede ser un arte. Aunque tú no compongas la canción o no toques en el escenario.

¿Ha conocido a mucha gente sin pasión en el mundo de la música?

Esa gente siempre ha existido. Y yo entiendo que la gente nos critique a los que hemos trabajado en discográficas, en producción, en manegement, porque ha habido mucho desbarre y latrocinio, mucha forma de trabajar con muy malas prácticas. Yo no he sido una hermanita de la caridad, ni mucho menos, pero todavía conservo muchos amigos entre los músicos con los que he trabajado, y eso ya me dice algo.

Hay alguna cosa que se arrepienta de haber hecho o no haber hecho

No. No suelo hacer ese tipo de balances, porque creo que solo llevan a la melancolía. Yo estoy contento. Me he dedicado a hacer discos, en los 80, los 90, y los 2000, pero también he tenido una carrera como músico, una carrera modesta, pero que en cierto modo agradezco. Como músico he cosechado un estrepitoso fracaso, pero como productor muchos éxitos. Y esa balanza, ahora lo veo, con el paso del tiempo, es lo que me ha puesto en mi sitio.

Personal

Edad: 65 (7-11-1951)

Lugar de nacimiento: Burlada

Trayectoria: Se inició en el mundo de la música a través de la radio. Como productor musical ha trabajado en Soñua, Oihuka y Gor, grabando a grupos como Barricada, Hertzainak, Cicatriz, Kortatu… Y después a otros como Berri Txarrak,  Kojon Prieto y los Huajolotes, Manolo Kabezabolo… Como músico, ha sido miembro de bandas como Los Motos, Fuletamol, Fiebre, Balerdi Balerdi y Peiremans. Acaba de estrenarse en el mundo de los documentales con Córtate el pelo.

 

©Patxi Irurzun 

ENTREVISTA A JAVIER DE ISUSI

Mar 8, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

2048_rot_preview

Entrevista publicada en Gara 20/02/17

“Todos somos, en última instancia, inmigrantes”
Javier de Isusi. Dibujante

En ASYLUM, el dibujante bilbotarra hace un ejercicio de memoria colectiva cruzando historias de personas que buscan hoy refugio en Euskal Herria, a causa de su condición sexual, el feminicidio, la trata de blancas, los conflictos bélicos… y de vascos que tuvieron que exiliarse durante la guerra civil. Todas ellas tienen algo en común: lo que más echan a menudo durante su exilio es un abrazo.

Patxi Irurzun.

Asylum fue inicialmente un encargo para Javier de Isusi (autor entre otros comics de He visto ballenas o la serie Los viajes de Juan Sin Tierra ) de CEAR-Euskadi, enmarcado dentro de su proyecto Memorias Compartidas. Tras agotar la primera tirada, Astiberri retoma el proyecto con una nueva edición que mantiene el espíritu del libro (los beneficios van a parar a  CEAR, la Comisión española de ayuda al refugiado). Un libro que, con el estilo y el tono siempre atinados del autor bilbaíno, afincado desde hace años en Extremadura,  nos alerta sobre la fragilidad de la memoria y nos recuerda que los exiliados con los que hoy convivimos podemos ser mañana o lo fuimos ayer nosotros mismos.

Quizás una de las cosas que llama más la atención en el comic es que en situaciones de exilio o migración lo que más se echa en falta en ocasiones no es lo material, sino lo emocional, el afecto, los abrazos…

Bueno… A mí no me resulta tan llamativo. Lo material es básico para tener un mínimo de dignidad, evidentemente, pero es lo otro, la acogida, el afecto, en definitiva el ser reconocidos como personas lo que nos hace sentirnos integrados en el lugar en el que vivimos. Yo soy un emigrante también, llevo once años viviendo muy lejos de mi tierra natal y si sigo ahí es precisamente por eso, porque me siento bien acogido y tengo un buen círculo de amistades que cuidan lo afectivo.

¿A qué cree que se debe esa falta de empatía emocional con la que a menudo nos enfrentamos a estas historias, a pesar de que ser las historias de nuestros vecinos, de gente con quien convivimos?

Precisamente a que no convivimos con esas personas. Puede que sean nuestros vecinos de escalera pero, ¿qué sabemos de su vida, de sus problemas, de sus aspiraciones? Mucha gente está dispuesta a creerse cualquier bulo, como que a los inmigrantes se les regalan casas (en serio, no paro de oírlo), pero no está dispuesta a escucharles. Si fuéramos capaces de sentarnos a escuchar los relatos de muchos de ellos de por qué se fueron de su hogar, cómo fue su travesía para llegar aquí… A lo mejor esa empatía saldría sola.

Y lo que es peor, a menudo son nuestras propias historias, las de nuestros abuelos, que hemos olvidado muy pronto.

Eso me impresiona mucho. Todos somos en última instancia inmigrantes, ¡aunque tengamos los ocho apellidos vascos! No tenemos más que remontarnos más atrás en el tiempo hasta que demos con ese antepasado que vino de otras tierras. Pero es que encima, el pueblo vasco, y aún más el español, ha sufrido el exilio antesdeayer. Y bien que hablamos entonces de lo mal que nos trataron aquellos, o, al contrario, de lo bien que nos trataron los otros… Y ahora, ¿qué papel del relato que narren los refugiados que vienen a nuestra tierra queremos ocupar?

En Asylum es precisamente la persona que quizás podría tener la memoria más frágil, Marina, quien se ocupa de mantenerla y transmitirla. ¿Por qué?

Las abuelas y los abuelos siempre han tenido ese papel de guardianes de la memoria, es una lástima que hoy en día en nuestra sociedad ni siquiera se les conceda ese rol. Ahí me venía como anillo al dedo la paradoja que se establece con la palabra asilo, que significa “lugar de acogida a alguien que sufre persecución” y también tiene el sentido peyorativo del lugar a donde llevamos a nuestros mayores cuando no podemos (o atrevámoslo a decirlo: no queremos) tenerlos en casa.

Y, sin embargo, las historias de nuestros abuelos son nuestras historias. Llevamos sus historias en nuestros genes, forman parte de nuestras vidas, de nuestras emociones, de nuestras carencias, de nuestras necesidades. Y conocerlas nos ayuda como personas, conocer nuestro pasado es vital para entender nuestro presente. Y eso vale para lo personal, pero igualmente vale para el colectivo, para el pueblo.

Desde un punto de vista técnico, ¿cómo ha abordado la historia?

En este libro he seguido explorando la técnica de acuarela que ya usé en mis anteriores libros, Ometepe y He visto ballenas. Aquí, para cada historia he usado sólo dos colores, uno frío (gris) y otro cálido en una gradación que iba del amarillo al rojo pasando por el naranja, ocre y siena. Cuando todas las historias se juntan uso todos esos tonos y el resultado, al mezclarse todos ellos, parece una policromía total. La metáfora cromática del libro es precisamente esa, que sólo cuando juntamos todas las historias vemos la vida con todos sus colores.

¿Qué le gustaría que lograra transmitir Asylum? ¿Cree que el comic es capaz de humanizar un poco estas situaciones, de despertar esa empatía emocional que a veces nos falta con los exiliados?

El objetivo del libro es recordarnos que la memoria del exilio es una memoria compartida por todos los pueblos y que las vivencias que les están tocando vivir a muchas personas ahora son, a nivel interno, exactamente las mismas que nos tocaron vivir a nosotros anteayer… Quién sabe si nos tocarán mañana. Marina dice en un momento al final del libro que los años más felices de su vida los pasó en Venezuela… ¡En el exilio! Es una frase real de la amatxi en quien más me basé para hacer el personaje de Marina. ¿Podrá alguna de las personas que llegan ahora refugiadas a Euskal Herria decir eso alguna vez, que sus años más felices los pasaron aquí? Es una pregunta que me gustaría que se suscitara en quien lea el cómic.

 

LOS DÍAS CABEZABAJO

Mar 8, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

los días cabezabajo-1 los días cabezabajo-20

Para los pasados carnavales de Sarriguren, me pidieron escribir un cuento y salió este «Los días cabeza abajo», que se ha editado con la ayuda de diferentes colectivos del pueblo y la colaboración del Ayuntamiento del Valle de Egües. Maider Sukunza lo tradujo al euskara y la portada e ilustraciones son de David Satrústegi. Aquí abajo se puede ver parte de la presentación (la explicación de los diferentes personajes del cuento y mi intervención)

Y en la prensa también se hicieron eco:

http://www.noticiasdenavarra.com/2017/02/22/vecinos/cuenca-de-pamplona/un-nuevo-carnaval-para-volver-al-sarriguren-de-siempre

 

Páginas:«1...84858687888990...279»
ga('create', 'UA-55942951-1', 'auto'); ga('send', 'pageview');