Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (con diarios de Grupo Noticias) 24/03/2018
¿Hay algún truchimán en la sala? No, un truchimán no es lo que parece indicar su nombre, no es un tritón u hombre-pez, ni un Pokemon, sino un hombre-lengua, un intérprete al que los conquistadores españoles abandonaban durante algún tiempo con una tribu indígena para que aprendiera su idioma y después les sirviera como intérprete y así poder cambiar mejor espejitos por oro.
En mi caso lo que necesito es algún abducido, alguien con el C1 de alienígena.
No, no, tampoco estoy intentando descifrar el último trabalenguas de M. Rajoy. Lo que pasa es que me han contactado los marcianos. Otra vez. Fue hace unos días, a través de mi blog. Colgué en él una entrevista que hice a la directora de un conocido festival de cine experimental y de vanguardia y en los comentarios alguien escribió lo siguiente:
“Parece ser una traducción entre dimensión de Littlestone y rango-2 de Shelah (y claro, de ahí, estabilidad equivale a pequeña dim. de Littlestone o sea “online learnability”)”.
Y así varias líneas más. Al principio pensé que se trataba de algún error, una broma, el guión de alguna de las películas del festival, un desvarío de un estudiante de álgebra, pero apenas unas horas después alguien contestó: “Gracias, Paco, tienes razón. Lo corrijo”. Con lo cual, aparte de saber que el primer marciano tenía un nombre bastante terrenal, Paco, descubrí que alguien encontraba sentido a aquel galimatías. Y, claro, me acojoné. ¿Quién y por qué estaba utilizando como buzón para sus crípticos mensajes mi humilde bitácora? Igual no eran marcianos, sino hackers sin escrúpulos, o los servicios secretos.
Como digo, no era la primera vez que me contactaban los extraterrestres. Ni el CNI. Hace años —esto ya lo he contado alguna vez— me presenté a una oferta de trabajo en la que, a través de un anuncio del periódico, pedían colaboradores para un estudio sociológico. Me recibieron en un despacho oscuro en lo alto del último piso de un edificio singular, y tras una tensa conversación con un tipo de lo más siniestro, este acabó preguntándome si yo podía infiltrarme en grupos radicales, al tiempo que deslizaba un billete de cincuenta euros por la mesa. Todo eso mientras mi espalda se convertía en el mapa de Groenlandia.
En cuanto a los marcianos lo han intentado varias veces, a través de las facturas de la luz, en la catequesis, en otras ofertas de trabajo, estas piramidales, en un mitin de Ciudadanos… Pero siempre había sido algo más de tú a tú. Esta vez los marcianos me ignoraban, solo me estaban utilizando. Así que, del mismo modo que acostumbro a responder a las despampanantes jóvenes rusas y a las desconsoladas millonarias nigerianas que me envían emails proponiéndome matrimonio o compartir su fortuna (suelo enviarles una foto de Copito de nieve con mi rostro, para ver si su amor es de verdad desinteresado), decidí también terciar en la conversación entre los dos marcianos: “Hola, Paco, y compañía. Siento interrumpir vuestra conversación. Pero puesto que la mantenéis en mi blog y parece algo privado os pediría que o bien habléis en otro lugar o bien me hagáis partícipe de la misma”.
Desde entonces no duermo bien. Miro por la ventana y en cualquier momento me parece que va a aparecer un chorro de luz succionador, un platillo volante, un holograma de Albert Rivera… ¡Malditos marcianos!
GARBIÑE ORTEGA
Directora artística de Punto de Vista
“Nos falta distancia para apreciarlo, pero Punto de vista es un referente internacional”
Este lunes 5 de marzo arranca en Iruñea una edición más del Festival internacional de cine documental de Navarra Punto de Vista. Su nueva directora artística, la gasteiztarra Garbiñe Ortega, afronta tranquila e ilusionada su primera edición al frente de la programación, en la que destacan nombres como José Antonio Sistiaga o la vietnamita Trinh T. Minh-ha
Apenas faltan unas horas para que arranque Punto de Vista y Garbiñe Ortega transmite a la vez una calma y una ilusión envidiables. Ni ella ni su equipo quieren que los nervios les impidan disfrutar del proyecto que durante unos años va a ser el centro de su vida, al menos profesional. Para ello, han sido cuidadosos con el proceso. El resultado es una programación extensa y variada, tejida con palabras como colaboración, colectividad o correspondencias, que pretenden convertirse en señas de identidad de Punto de Vista y sumarse a la modélica trayectoria de un festival que es una referencia internacional del cine documental y que busca ahora abrirse a nuevos públicos y a artistas locales.
Tras la edición anterior de Punto de Vista entrevistábamos a Oskar Alegria, su último director, y nos decía que para él había sido muy emocionante haber llegado a dirigir Punto de Vista desde la butaca, después de haber sido espectador del festival. ¿Usted sigue el mismo recorrido?
Sí, he sido espectadora de Punto de Vista desde los primeros años de Carlos Muguiro y le debo mucho a esa visión, a esa manera de mostrar la obra. Allí conocí además a muchos autores que he programado después. Así que, sí, mi trayectoria ha sido similar: ser espectadora, marcharme fuera, escuchar hablar mucho de Punta de Vista a mis compañeros, volver, y ahora… ¡me ha tocado a mí!
¿Y qué se siente pilotando la nave?
Mucha emoción. Siento que es un festival especial por muchos motivos, por la trayectoria que tiene, por su tamaño… A mí particularmente no me interesan los festivales grandes, aunque creo que tienen muchas cosas atractivas; pero Punto de Vista me parece una joyita para un programador, porque dispones de mucha libertad para plantear ciertas líneas de programación, porque no tienes presiones de ningún tipo… El reto es estar a la altura de esa trayectoria del festival.
Con el festival a punto de comenzar se le ve serena, ilusionada…
Sí, es una sensación extraña, porque hay muchas cosas que hacer, pero a la vez estamos muy contentos no solo con la programación sino también con los procesos, que creo que es algo muy importante trabajar, no solo en este proyecto, sino en todos. El otro día hablábamos en el equipo sobre cómo feminizar los procesos, y también tiene que ver con eso, con no sentir que llegamos agotados y sin poder disfrutar a algo en lo que hemos puesto tanta ilusión.
Supongo que será difícil guardar un equilibrio entre las cosas que en un festival asentado como Punto de Vista funcionan y entre las aportaciones o ideas con las que usted llega
Yo creo que hay que respetar la esencia de todos los proyectos, que es lo que he intentado hacer al armar la programación, impulsando a la vez ciertas cosas que a mí me interesan, como son los públicos infantiles y juveniles, la comunidad de artistas locales… En ese sentido hemos abierto algunas líneas: los talleres que va a haber para centros educativos, sobre cómo construir el punto de vista desde una perspectiva de género; también vamos a tener sesiones familiares; o los laboratorios para la creación colectiva, en los que conviven artistas de fuera con artistas locales para crear algo juntos durante el propio festival.
Otra de las secciones, Dokbizia, pretende crear sinergias entre artistas de diferentes disciplinas. La hibridación, lo interdisciplinar ¿quiere ser también una de las señas de identidad de Punto de Vista?
Sí, es algo en lo que yo he venido trabajando mucho en los últimos años y me interesa mucho, el cruce de disciplinas, porque yo creo que es algo con lo que podemos encontrar nuevos estímulos, nuevas formas de mirar. Creo que todas las artes y círculos son en el fondo pequeños y pueden resultar endogámicos, y una de las formas que tenemos para romper ciertos discursos y líneas de trabajo es conviviendo con artistas que están trabajando con los mismos intereses pero desde sus respectivos lenguajes, y por eso definimos Dokbizia como un encuentro, en el que convivan artistas escénicos, visuales, sonoros, performers durante varios días. Es algo que me hace mucha ilusión.
La colaboración está también muy presente en otras secciones, como los laboratorios de artistas…
Sí, dentro de esas palabras clave que hemos utilizado para articular toda la programación las palabras comunidad, colaboración, colectividad, están muy presentes, desde la apertura de X films a colectivos, en lugar de solo artistas en solitario, a estos trabajos que se van a hacer durante los laboratorios…
Y están también las correspondencias, por ejemplo en el libro que como cada año editan, o en el encuentro entre José Antonio Sistiaga y P. Adams Sitney…
Sí, todas estas palabras transitan por toda la programación, no están solo en apartamentos estancos. Las correspondencias están en el libro que publicamos este año (que se dedica al intercambio de cartas entre cineastas), en los laboratorios, y están también en la sesión sobre el cine pintado a mano, en un encuentro entre la obra dos grandes del cine pictórico, Sistiaga y Stam Brackhage, con la presencia de Sistiaga y de P. Adams Sitney, una de las visitas más esperadas, escritor, historiador, experto en el cine de Brackhage —además de ser su amigo más cercano—, y que además sé que conoció también a Sistiaga en el 68, en Donosti, con lo cual será un reencuentro muy bonito.
En el ciclo dedicado a José Antonio Sistiaga se proyectará su película sobre los Encuentros del 72 en Iruñea. ¿Se puede decir que el espíritu vanguardista de aquellos encuentros llega hasta Punto de Vista, que hay algo que ha permanecido latente en la ciudad?
Los encuentros del 72 me parece todavía algo para estudiar, una locura maravillosa, y me apetecía mucho trasladar o traer al festival algo de lo que fue aquello. Cuando vi la película de Sistiaga pensé que esta podía ser una especie de fin de fiesta para este año. No fue algo premeditado, porque la conexión surgió a posteriori, no estaba en mi cabeza de manera consciente, pero claramente hay un interés común. Y esta película, en concreto, tener a Sistiaga comentando cómo fueron aquellos días, cómo lo vivió y qué era el arte en ese momento, va a ser una experiencia muy bonita, no solo a nivel artístico sino para la ciudad, porque esa película más allá de su valor artístico tiene un valor histórico, ver, por ejemplo, como de repente pasaba John Cage por un jardín lleno de gente tomado el sol, los niños jugando con esculturas… No podemos ser tan ambiciosos como para emular aquellos encuentros, cada proyecto tiene su momento, pero me encantaría que hubiera ese nivel de participación ciudadana, y por eso queremos expandir el festival a otros públicos, otros círculos y que la ciudad se apropie del festival.
En ese sentido, a pesar de que Punto de Vista es un festival asentado en la ciudad, y una referencia internacional dentro del mundo del cine, ¿cree que se lo valora como se merece o que es un desconocido en su propia casa?
Yo creo que hay mucho trabajo por hacer, sobre todo desde el propio festival, para hacerlo accesible el trabajo que mostramos. Es cierto que no es un festival para todos los gustos, que el trabajo que se muestra es a menudo exigente, pero esa es nuestra labor: nuestro trabajo no es solo seleccionar películas que nos gustan o nos parecen interesantes, sino crear el contexto adecuado para que esa obras se vean, se disfruten, tengan mayor alcance… Es una carrera de fondo en la que creo que hay muchas cosas que explorar. Y se tienen que aportar desde las dos partes, desde un lado nuestro trabajo y desde el otro tener una actitud abierta, dispuesta a dejarse sorprender. Por lo demás, siempre nos cuesta valorar lo de casa, por una serie de motivos. Nos falta distancia, por ejemplo, pero —yo lo puedo decir ahora, porque no habla de mi trabajo, sino del de directores anteriores— Punto de vista es un referente internacional, sin duda.
Respecto a la programación, supongo que es difícil, sobre todo para usted, resaltar algo de ella, pero ¿qué le gustaría destacar?
Va a haber varias visitas que yo creo que pueden atraer no solo al público cinéfilo, por ejemplo la vietnamista Trinh T. Minh-ha, cineasta, compositora musical, poeta, profesora de retórica y estudios de género en Berkeley, que tiene un trabajo sobre pensamiento post-colonial muy importante… Es una visita muy esperada, a la que me ya consta que va a venir público, solo por verla a ella. Trinh T. Minh-ha va a mostrar su trabajo, presentar su último libro, dar una conferencia titulada “El intervalo cotidiano de resistencia”… Ya que hablo de resistencia, es otra de las palabras claves de esta edición: hay un ciclo que se titula “Nuevas resistencias post-68”, que no pretende ser algo celebratorio sino crítico, que revise mayo del 68 y sobre todo que nos libere de esa carga histórica, a todos los niveles, político, formal y que plantee una serie de nombre contemporáneos muy comprometidos, que están innovando, como belit sağ , una cineasta turca, Hiwa K, un artista kurdo que vive ahora refugiado en Alemania, nombres que para mí son importantísimos en el panorama internacional y que vienen a demostrar nuevos lenguajes de protesta. Se puede decir, en definitiva, que la programación es extensa y variada.
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Garbiñe Ortega (Gasteiz, 1981) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad del País Vasco, y especializada en cine experimental y de no- ficción. Su trabajo se ha mostrado internacionalmente en distintos festivales de Estados Unidos y Europa. Ha sido programadora de espacios como el Centro Cultural Montehermoso en Vitoria-Gasteiz, directora del proyecto sobre Bruce Baillie (padre de la vanguardia cinematográfica en EEUU) y jurado en festivales como Ann Arbor Film Festival en EEUU o FICUNAM en México. Se ha formado específicamente en el género documental con José Luis Guerín, Antonio Weinrichter o Antoni Muntadas. Produjo el último largometraje del director vasco Luiso Berdejo, “Violet” (2013), y la película de transficción “Casa Roshell (2016), de la cineasta chilena Camila J. Donoso, estrenada en la Berlinale 2017.
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Los acústicos de Punto de Vista
“Ha sido como un deseo pedido al aire que se ha cumplido”, dice Garbiñe Ortega, sobre la presencia de Niño de Elche en los conciertos acústicos que de la mano de Radio 3 complementan la programación de Punto de Vista. “Niño de Elche representa en la música todo lo que queremos traer a este festival en otras disciplinas”, añade. Además de este heterodoxo cantaor (miércoles 7, 20:00h), la cantina de Katakrak acogerá las actuaciones de Doctor Deseo (lunes 5), Las Kasetes (martes 6) y Monte del Oso (jueves 8). No será la única presencia musical, pues Punto de Vista se clausurará con la proyección de una película rodada durante el propio festival, de la mano del colectivo de Los Angeles Echo Park center, en la que colaboran el grupo Musergo y el escritor Harkaitz Cano.
A menudo la pantalla del televisor se cubría de niebla y hormigas y para sacudírselas había que levantarse y pegarle un bofetón en un lado de la caja tonta y entonces volvía a aparecer Naranjito o el inspector Gadget o Afrodita, la novia de Mazinger Z, disparando un tetazo.
—¡Pechos fuera! —decíamos todos que decía, pero en realidad nunca pronunció esa frase y su auténtico grito de guerra era ¡Fuego de pecho!
Una audacia, en todo caso, para la época, en la que un pezón podía mantener pegados a la pantalla a millones de espectadores, como sucedió en la Nochevieja de 1987, cuando la cantante italiana Sabrina Salerno interpretó Boys, boys, boys, y con cada boy la expectación y otras cosas crecían porque la teta estaba cada vez más suelta. Éramos unos cutres y unos muertos de hambre. Mi tío solía tumbarse en el suelo debajo de la tele, cuando echaban patinaje artístico y nos decía que desde allí se les veían las bragas a las chicas, por ejemplo.
Pero nosotros, mis hermanos y yo, ya no le hacíamos caso. Nos daba pereza levantarnos del sofá. Nos daba tanta pereza que teníamos unos pequeños cubos de gomaespuma que tirábamos con fuerza contra el televisor cuando queríamos disipar la niebla. A veces, incluso, si atinábamos la puntería, conseguíamos cambiar de canal. Pero eso pasaba poco, porque solo había dos canales, la primera y el UHF, que casi nadie veía. De hecho, cuando te atragantabas decías: “Se me ha ido por el UHF”.
A mí me gustaban Starsky y Hutch. Starsky más que Hutch. Mi madre me hizo una chaqueta Starsky, que se pusieron de moda. Una chaqueta de lana gorda, como las que llevaba el protagonista, con cinturón y una franja con zetas o rombos en el pecho y en las mangas. Por entonces eran las madres las que nos hacían los jerseys. Jerseys a punto inglés o con ochos. Jerseys que picaban, o que quedaban raros pero no quedaban raros porque todos eran iguales, o sea distintos. Yo no me compré un jersey en una tienda hasta segundo de BUP. Era un jersey precioso, muy jipi, de algodón y de color lila. La chica que me gustaba llevaba uno igual. Yo me ponía rojo cada vez que la veía, y también estaba muy rígido, entre otras cosas porque en aquella época sudaba mucho, sudaba a todas horas, sudaba hasta en invierno, y si me movía los brazos se me veían los corronchos. Aquello con los jerseys de lana no pasaba.
Además de Starsky y Hutch me gustaba Pippi Calzaslargas. Pippi Lansgtrump tenía un mono chiquitico, y un padre pirata y un caballo grande con pintas, que levantaba a pulso. También tenía dos amigos rubios y sositos, que en realidad éramos todos nosotros. Y una casa entera para ella sola. Yo también soñaba con tener una casa entera para mí solo, pero, en lugar de con un jardín para que ramoneara Pequeño Tío (que así era como se llamaba el caballo de Pippi; del nombre del mono no me acuerdo muy bien, tal vez porque no tenía canción, como Amedio), en lugar de con un jardín, decía, con una pista de baloncesto, porque por entonces estaba convencido de que iba a jugar en la NBA y hacerme rico y mis planes eran, además de comprarme una casa para mí solo, regalarle otra al lado a mi madre y pasarle un sueldo mensual vitalicio de quinientas pesetas. Cada vez que se lo decía ella se reía mucho, pero quinientas pesetas para mí eran toda una fortuna. Después, en vez de baloncestista me hice escritor, y claro.
Por lo demás, Sabrina Salerno era bizca, aunque nadie le mirara a los ojos, y el mono de Pippi Lansgtrump se llamaba Señor Nilsson, ahora me acuerdo, bueno lo he mirado en Google, que es lo que vino más tarde, cuando internet mató a la estrella de la tele, mucho tiempo después de las Mama Chico, y el porno si descodificar de Canal Plus y los culebrones venezolanos y de Ramón Trecet diciendo dindón cada vez que un jugador metía un triple. Mucho tiempo después de aquella época en la que ya teníamos mando a distancia y un montón de canales pero la pantalla, como ahora, seguía llenándose a menudo de hormigas y niebla.
“Es curioso, cuando pasas de todo es cuando más gustas a la gente”
Cabezafuego. Músico
Iñigo Cabezafuego lleva más de 25 años tocando en grupos como Atom Rhumba o Bizardunak, entre otros muchos. Desde 2014 este músico volcánico y disparatado camina en solitario, aunque siempre muy bien rodeado. Como Cabezafuego ha publicado dos discos, Camina conmigo y el disco-tebeo Somos droga y, recién retirado por un tiempo de los escenarios, regresa con 7díasKawaitbat, otro de sus proyectos chiflados, siempre diferentes a todo lo demás.
Patxi Irurzun. Publicado en magazine ON 24/02/18
Nadie tiene mejor elegido el nombre artístico que él. La cabeza de Íñigo Garcés, alias Cabezafuego, es un volcán ardiente, incluso cuando está dormido. Las canciones que salen de él escupen lava, atragantan la garganta con el humo negro de una carcajada o dejan la ceniza de una frase en la que resplandece la emoción de lo cotidiano. O todo a la vez. En sus letras lo mismo aparecen tambores hechos con la piel de Cristo que alguien que pintaba las pancartas en las fiesta de instituto (e inició a sus amigos en las drogas y en los hurtos). Solo él es capaz de aburrirse en mitad de una canción y transformarla, siendo la misma, en otra distinta, como hace en Busco título, uno de los temas de su penúltimo trabajo, el aclamado Somos droga. Es su segundo disco en solitario, después de Camina conmigo y de más de 25 años tocando en grupos, y todos buenos, o al menos nada convencionales: Mermaid, Bizardunak, Atom Rhumba… Cabezafuego tiene hasta su propio cabezudo, que construyó para un videoclip, y que es lo primero que vemos cuando nos recibe en el taller de serigrafía que tiene en Villava. En él trabaja felizmente todas las mañanas, y mientras lo hace su cabeza sigue en ebullición, lo mismo que cuando duerme y se despierta sobresaltado por un raca-raca o sale a pasear al perro al monte y se cruza con un runner vestido de extraterrestre y decide escribir una canción sobre eso. Y es que Cabezafuego es un gran tipo, pero también algo cabroncete. Por suerte para todos nosotros.
Usted lleva más de 25 años tocando, ha estado en un montón de grupos, la música ha sido su pasión desde pequeño, pero… ¿cómo empezó todo?
Mis padres nos apuntaron a solfeo a mi hermano y a mí a la vez, siendo muy pequeños. Nos metieron obligados, siempre fuimos obligados a las clases de acordeón, solfeo… Pero en realidad siempre he agradecido a mis padres esa imposición; estoy seguro, me apuesto el cuello, a que no hay nadie que con el tiempo guarde rencor a sus padres por haberles obligado a aprender música. Yo, de hecho, fui cogiéndole el gusto ya de chaval, durante los últimos años de solfeo. Y luego, empecé ya a tocar en la fanfarre del Muthiko, que me metí para ligar, aunque no me comí nada, y más tarde, a montar grupos con los colegas. Y así hasta hoy.
Hay un episodio de su infancia del que usted ha hablado alguna vez y que fue determinante: una imitación de Demis Roussos en una fiesta del colegio
Sí, sí, es verdad, no me acordaba, eso fue la espoleta, sí, fue en séptimo. Aquel era el único single que había en casa, fue una actuación en el colegio, un play back… Por cierto, en el comienzo del disco Somos droga, la batería es sampleada de esa canción…
El episodio Demis Roussos explica también sus conciertos, que no son nada usuales
Bueno, mis conciertos me salen como me salen. A mí me gusta mucho rondar ese peligro que supone la posibilidad de hacer conciertos buenísimos u otros que son una basura, en los que consigues enfadar incluso a tu propio grupo… Yo, por ejemplo, soy muy de observar mientras estoy tocando, miro lo que hace la gente, no estoy metido solo en mi burbuja, y entonces a veces se me olvida la letra, o digo alguna tontería…
Volviendo a sus años de infancia, en sus canciones aparecen a menudo referencias a la niñez o adolescencia: usted era el que pintaba las pancartas en las fiestas de instituto, o el que estaba en mitad de la lista de clase.
Sí, hay algunas referencias a la niñez, que, sin embargo, no tiene por qué ser a la mía, hay pequeñas cosas que sí, otras no, son cosas de algunos amigos o compañeros… No recuerdo muy bien sobre todo mi primera infancia, pero sí que era creativo a la hora de hacer gamberradillas, y también que siempre, desde muy pequeño, leía mucho, desde los cuatro a los catorce años, algo que te hace desarrollar la imaginación y que no veo ahora en los chavales. Nada te podía hacer flipar tanto en aquella época como leer La isla del tesoro. Pero bueno, no nos pongamos llorones.
Hablando de creatividad, es raro que alguien como usted haya tardado tanto tiempo en grabar sus propios proyectos, en caminar solo, como Cabezafuego.
Bueno, en realidad grabar solo fue una imposición de la vida, yo siempre había tenido bandas y al final me encontré solo, porque yo y los que estaban conmigo no éramos músicos profesionales, y por una parte no nos ataba esa obligación de seguir manteniendo las bandas para comer, y por otra parte, o por eso mismo, la gente tiene otras prioridades, la vida les lleva por otros caminos. En este país los grupos se disuelven y por eso lo que a mí me quedaba era esto: estaba cansado de montar bandas y de que se disolvieran enseguida (a veces era yo mismo el primero que las disolvía, que conste) y como de mí mismo no me puedo echar… Y estoy seguro de que así seguiré, como Cabezafuego, hasta que me muera, aunque también estoy seguro de que volveré a tocar en grupos. Tengo la gran suerte de que con todos los grupos que he tocado me llevo muy bien, y aunque no soy nada partidario de las reunificaciones, sé que podría hacer cosas puntuales con grupos en los que he estado, o hacer bandas nuevas, conocer gente. Me apetece, en definitiva, hacer una carrera larga, con discos de todo tipo, estilos, que igual no venden mucho, pero hacer tus cosas, poco a poco, sin preocuparte por buscar ni dinero, ni fama…
¿Quitarse esa presión da libertad?
Sí, y ahora es cuando más libre me siento, no tengo esa presión de tener que hacer discos al uso, ni tampoco tengo nada que demostrar… Y al final, es curioso, cuando pasas de todo, es cuando más gustas a la gente.
Esa libertad para hacer lo que le da la gana supongo que estuvo también presente a la hora de formar grupos como Bizardunak, hace años, los The pogues navarros…
Bizardunak fue una cosa muy guapa, éramos todos cuadrilla, y había gente que ni siquiera sabía tocar instrumentos, pero salió la carambola, porque había mucho talento en aquel grupo. Yo siempre digo que mi grupo preferido son The Pogues, esa música la tengo bajo la piel desde los trece años, he ido a ver a Shane Mcgowan en Londres, estuve cuando vino en el año 91 en el Teatro Gayarre, que por entonces ya decían que se iba a morir al año siguiente…
Somos droga, su último (o penúltimo, en realidad) disco, es también un disco que tiene ese espíritu gamberro y libre. Por de pronto es un disco-tebeo.
Sí, en él han colaborado dibujantes como Paco Alcázar, ATA, Mauro Entrialgo, Molina, que fue el que lío todo, porque es fan mío. Me llamó para tocar en una fiesta de cumpleaños en casa de su madre y conocí a más komikilaris. Yo estaba harto de estar por las noches en los bares y conciertos con gente que solo hablaba de rock y de tontadas. Y me encontré con esta gente, que estaban todos chalados y por eso mismo decían unas cosas muy cuerdas sobre todo, sobre la vida, y que me dejaron flipado. Y así, enredando, se fue gestando Somos droga.
En cuanto a las canciones están repletas de diferentes capas, giros inesperados… ¿Cómo es el proceso para componerlas?
El proceso es no tomarme en serio. Me tomo en serio muchas cosas, pero no a mí mismo. Y este es un disco a base de probar cosas y dejar que ellas me lleven a donde quieran llegar, sin cortapisas de ningún tipo, que quiero meter bacalao, pues bacalao… Y disfrutar de las canciones, siempre contando con que estas tengan algo de miga, claro.
También es un disco con bastantes colaboraciones. ¿Determinan estas también el rumbo de algunas canciones?
Casi todas las colaboraciones estaban pensadas ya antes, pero después ha habido sorpresas… Por ejemplo, los hermanos Cubero, que les mandé la letra y cuando ellos me devolvieron la música me quedé flipado, porque además son gente que admiro, me gusta mucho lo que hacen. Y así con todos. Para mí, por ejemplo, tener en el disco al lendakari Ibarretxe (a Aitor, de Lendakaris muertos) es un lujo. Todos los colaboradores han engrandecido el disco. Además, yo no he tocado nada en ese trabajo, ni una nota. Porque así es como más disfruto, sin la presión de tener que tocar, porque yo siempre he sido muy mal músico. De hecho, estoy pensando en el que siguiente disco yo ni siquiera cante, que lo canten todo colegas.
Las letras son otro de su punto fuerte, su ironía, por ejemplo. Usted ha dicho, en ese sentido, que es un poco cabroncete.
Sí, lo soy, lo soy, para escribir letras hay que serlo un poco. Pero a partir de ahora voy a intentar no fijarme tanto en los demás y hacerlo más en mí mismo. Se puede ser cabroncete y hacer otras cosas. Tampoco se trata de hacer de repente letras superpoéticas y retorcidas. Por ejemplo, adoro las letras de Tamu, de Exnovios, Los Jambos…, que hace siempre letras de amor y siempre encuentran la frase perfecta, lo cual para mí es un talentazo. Por otra parte, es difícil decir qué es una letra buena, ¿quién lo decide? Para mí las letras buenas son las que me transmiten algo, no me gustan esas letras herméticas, que solo entiende el que las escribe.
Las suyas, respecto a eso, son también letras con su punto de cotidianeidad, con algunas frases muy directas y con las que resulta inevitable identificarse
Me alegra que digas eso, porque sí que busco el costumbrismo en las letras, y que las cosas que diga se entiendan a la primera. Hacer una letra en la que diga una chorrada graciosa o en la que me meta con alguien me salen muy rápido, pero las que me gustan y que a la vez son las que más me cuestan son esas, las que cuentas algo cotidiano, algo que llegue muy directo, que quien lo escuche piense, qué cabrón, eso es lo que me pasa a mí también. Les doy muchas vueltas, las limo mientras paseo con el perro, las canto mientras voy por el monte, que los que me vean pensarán que estoy loco, por ejemplo, esos runners que me encuentro y que van disfrazados como extraterrestres, que, por otra parte está bien, porque cuando los veo pienso “Vaya, pensaba que yo era el loco”. Por cierto, estoy haciendo una canción sobre runners…
¿No serán, además de runners, indies? Porque usted da bastante caña a algunos estereotipos del mundillo, la industria musical… ¿Está muy quemado de algunas cosas?
Muy quemado. De hecho, he dejado de tocar en directo. Yo esperaba que este disco, Somos droga, tuviera más repercusión, no tanto en cuanto a ventas, porque he vendido todas las copias, el disco se ha agotado en muy poco tiempo, y he visto muchas cosas de gente que me han dicho cosas que me han alegrado el día, en días además que he tenido de bajón, y en los medios también me han sacado, por ejemplo, salí a doble página en el Tentaciones de El País (que en el siguiente número, por cierto, lo cerraron, o dejaron de sacarlo en papel), pero yo esperaba más respuesta de la industria musical, más gente que me llamara para tocar… Me llaman ahora, que he parado, pero ahora que les den. Me voy a tomar un descanso largo, sé que voy a volver, pero ahora necesito un descanso, también de mí mismo. Nunca me he gustado mucho a mí mismo, me manda por ejemplo algún fan un video de un concierto y me veo y me doy asco, me digo, qué feo soy, qué mal canto… Necesitaba dejarlo y de hecho lo he hecho y me doy cuenta de que estoy mucho mejor. Ya he hecho un disco, otro disco, por ejemplo. Yo llevaba 25 años sin parar, no iba a reuniones familiares, no quedaba nunca con mis colegas del pueblo…
¿Y cómo es ahora un día en su vida?
Levantarme pronto, sacar a pasear al perro, venir al taller y ponerme a currar como un loco y por las tardes, desde que he decidido abrir solo por las mañanas, cocinar, que me encanta, hacer canciones… Estoy soltero, por si lo quieres decir también.
A pesar de esa tranquilidad me imagino que la cabeza no le dejará de echar fuego, que le siguen viniendo ideas…
Son etapas, yo me puedo pegar meses sin hacer nada, no suelo estar siempre con la guitarra, de hecho no la toco casi nunca, pero luego hay veces que me vienen ideas a borbotones, apenas duermo, me despierto a las tres de la mañana, grabo algo en el móvil, luego igual no puedo volver a dormirme… Me gusta esa dinámica de montañas y valles, disfruto también de esos momentos de cansancio, en los que estás como drogado, con la cabeza alterada, que te lleva a veces a sitios muy guais.
Hay mucha gente a la que le sorprende que músicos como usted no puedan vivir de la música, que Cabezafuego con su trayectoria, en grupos como Atom Rhumba, tenga que ganarse la vida en un taller
Sí, aunque yo también digo siempre que la vida de los músicos profesionales es muy dura, y es algo que yo no quiero hacer, yo soy mucho más feliz en mi taller que dando tumbos por ahí. Lo sé porque lo he vivido, estuve dos años de pipa con “El columpio asesino”. La gente se piensa que es todo sexo, droga y rocanrol, y aunque de eso también hay, es una vida muy dura y solo puedo decir chapeau por quienes la eligen. Para mí este es un tema muy peliagudo, porque la música ha sido y es la mayor pasión que tengo y pensar que puedes llegar a pervertirla con renuncias que tienes que hacer, con putadas que tienes que aguantar en el día a día, como sucede con cualquier otro curro… Los que hemos currado en fábricas sabemos cómo es eso, todo lo que te toca aguantar, pero de una fábrica sales y te olvidas, con la música no, con la música estás todo el día, y si encima te están puteando… Yo le diría a la gente que estudie. Bueno, estudiar tampoco suele servir para mucho. No, les diría que si quieren vivir de la música que adelante, pero se preparen para poner el culo… Bueno, yo no soy nadie para decir nada a nadie, ¡que hagan lo que les guste!
Usted no será nadie pero tiene su propio cabezudo.
En realidad no sabemos qué hacer con él, porque es muy grande, no sé si quemarlo o dejarlo para cuando me haga muy famoso y que mis hijos lo vendan por mucho dinero. Pero como no eso creo que pase, me imagino que cuando me muera alguien lo tirará a la basura y ya está.
Todavía no hemos hablado de su nuevo disco, que ha compuesto en siete días con un teclado
Es un teclado hortera que tenían mis padres en casa, y un día estaba mi sobrino tocándolo y me dije: “Qué sonido más chulo”. Sin más. Y de repente otro día de esos de paseo canino se me ocurrió hacer con él una canción por día y que cada una hablara de ese día de la semana, lunes, martes o el que fuera… Lo hice del 1 al 7 de enero. Cada una de esas canciones debía hacerse ese día, hacerle la letra y grabarla ese mismo día. Es decir, yo me levantaba cada mañana sin saber qué iba a hacer, escuchaba la canción original, porque son versiones, de Rolling Stones, The Doors, etc. y me metía con el teclado a intentar emularla y sacarle una letra. El disco se llama 7díasKawaibat, que es el nombre del teclado. Y no sé, no tengo claro qué hacer con él, lo saco en digital, pero luego no sé si venderé las copias físicas, porque no son canciones mías, y no me parece bien aprovecharse del trabajo que han hecho otros —no te voy a hablar ya de lo que pienso de los grupos tributo—, por mucho que las letras las haga yo. Quiero que la gente entienda que es un divertimento, no es un disco currado a saco, aunque creo se van a sorprender del sonido que he conseguido.
Proyectos, por lo que veo, no le faltan, aunque haya dejado de tocar. ¿Tenemos Cabezafuego para rato?
Pues mira, acabo de dejar de tocar y tengo ya pensado cómo va a ser mi vuelta, no la fecha, sino cómo lo voy a hacer. Y solo puedo decir que va a ser una vuelta de tuerca… increíble.
PERSONAL
Nombre: Iñigo Garcés “Cabezafuego” (1974, Virgen del Camino) Trayectoria: Ha formado parte de grupos como Atom Rhumba, Mermaid, Half Foot Outside, Jugos Lixiviados, Los Separatistas, Basque Country Pharaons, Royal Canal, Black Lagun o Bizardunak. En 2014 publicó su primer disco en solitario, Camina conmigo y en 2017 Somos droga, un disco-tebeo con comics de Mauro Entrialgo, Paco Alcázar, ATA…. En febrero de 2018 publica el disco de versiones 7díasKawaibat. Creó el sello y estudio de grabación Color Hits, en homenaje a Josetxo Ezponda (Los bichos), con el que busca encuentros y sinergias entre diferentes artistas. Es una de las pocas personas en el mundo que tiene su propio cabezudo (y seguramente el único que tiene uno tan grande)
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios grupo Noticias) 10/02/2018
Yo, antes de convertirme en superhéroe, era una persona de lo más normal: entresemana trabajaba en la fábrica de condones, veía por las noches en la tele Gran Hermono o Ultrachef y los fines de semana tocaba la guitarra eléctrica en un grupo: Tigres y leones, nos llamábamos, y hacíamos versiones hard-core de Torrebruno.
Un sábado estábamos en mitad de un concierto, cuando de repente empezó a llover. A cántaros. Una tormenta apocalíptica. Con rayos que parecían el flash del teléfono móvil de Dios. Y de repente, uno de ellos cayó en mi guitarra, mientras yo hacía los coros:
Al principio no noté mis superpoderes. Pero cuando volví a casa, mientras veía el telediario, sentí que un rayo volvía a atravesarme, esta vez el estómago. Y corrí al baño. Eso, la verdad, las ganas de ir al baño, me sucedía cada vez que veía el telediario. Pero entonces apreté y de mi cuerpo salió propulsada, como un misil, una morcilla de Beasain, con su etiqueta y todo.
Asustado, me subí los pantalones y me miré en el espejo. ¡Mi cara era la de un cerdo! Y no la de un cerdo cualquiera. ¡Un cerdo con antifaz! Casi sin darme cuenta, comencé a volar. Salí de casa por una ventana que estaba abierta. Todo sucedía sin que yo pudiera controlar mis acciones. Por ejemplo, no sé por qué, mi mirada se clavó, desde el cielo, en un coche que estaba en doble fila, y, además, delante de la plaza para discapacitados. Y de repente, volví a sentir unas repentinas ganas de ir al baño. No me podía aguantar, así que apreté, pero esta vez lo que salió de mi cuerpo no fue una morcilla de Beasain, sino una txistorra de Arbizu kilométrica, que rodeó como si fuera una soga el coche mal aparcado y lo lanzó a un contenedor de obra.
Así me pegué todo el día. Lanzando por el culo morcillas de Beasain o txistorras de Arbizu a quienes se colaban en la fila del autobús, a los que no recogían las mierdas de sus perros, a los que no respetaban los pasos de cebra…
Al principio, la verdad, era fácil y divertido ser un superhéroe de barrio. Pero después, las cosas fueron complicándose. Me di cuenta de que solo me convertía en Supercuto cuando veía el Telediario. Y de que casi siempre era cuando en la tele aparecían ministros, o banqueros, o la familia real comiendo sopas. Y de que era contra los auténticos malvados, contra quienes tenía que emplear mis superpoderes. Así que un día me fui volando al Congreso de los diputados y lo bombardeé con chorizos de Pamplona, otro disolví con salchichones, duros como porras, a un grupo de antidisturbios que a su vez estaban disolviendo a quienes protestaban por un desahucio…
Puf, eso sí que era cansado. El mundo era una pocilga, estaba lleno de malvados de verdad, y yo solo no podía hacerles frente. Hacía falta toda una piara de superhéroes. Y a mí no me quedaban fuerzas. Me rendí. Sentía que había llegado mi sanmartín. Por suerte, una noche, tras arrastrarme hasta la cama, y quedarme dormido, me desperté en mitad de la noche, sudando como un cerdo, y, de repente, me di cuenta de que todo aquello solo había sido una pesadilla.
—Mañana volveré a la fábrica, a comprobar si hay algún condón pinchado —me dije—. Y por la noche veré en la tele Gran Hermono, o Ultrachef y el fin de semana volveré a cantar con los Tigres y leones (pero ahora en acústico).
Y pensando todo eso, de repente empecé a sentir un picor, una pequeña molestia en la espalda, allá donde esta empieza a perder su nombre, y me rasqué, y enseguida me di cuenta de que mis dedos acariciaban una protuberancia, una flor de carne, con su tallo fino y retorcido, como un muelle. Un pequeño rabo, como el de un cerdito. Y así, en definitiva, fue cómo me convertí en Supercuto.