Publicado en ON, magazine de los diarios de Grupo Noticias (Deia, Diario de Noticias de Navarra, Araba y Gipuzkoa), 04/08/2018
LOS VIEJOS ROCKEROS CASI NUNCA MUEREN
Los mejores conciertos son siempre aquellos a los que no pudimos ir. Como el Rock & Ríos. Todos estuvieron en el Rock & Ríos. Todos menos yo. Para más inri, desde la piscina en la que estaba cenando llegaba el eco de los aplausos y gritos del público, en la plaza de toros. Y el de las canciones; aquellas canciones que en apenas dos semanas habíamos escuchado miles de veces, hasta aprendérnoslas de memoria, hasta aprendernos de memoria incluso cada uno de aquellos Guau! o Hey! característicos con que Miguel Ríos las adornaba o remataba, o los comentarios que hacía entre tema y tema, algunos de los cuales hoy nos sonrojan (“¡Guay del Paraguay!”) pero que entonces nos parecían el no va más, un idioma nuevo, una nueva forma de estar en el mundo y en la vida, y así era, en realidad, entonces, en el verano de 1982. Nos aprendimos incluso o sobre todo los coros con que el público respondía a Miguel Ríos en temas como aquel extraño Al-Andalus –“¡Baracaracuté-cuterió!”— pues sabíamos que nosotros seríamos pronto ese público, o lo sabían, mejor dicho, los que tenían ya edad suficiente como para ir al concierto.
El Rock & Ríos fue un disco en directo raro. Se grabó y se sacó a la venta, al contrario de lo que es habitual, antes de hacer la gira, no durante la misma o al final de ella. Claro que por aquella época las giras y los discos en directo de grupos españoles eran en sí mismos una rareza. Miguel Ríos fue seguramente el primero que se atrevió a echar a rodar de ciudad en ciudad los trailers, con sus enormes escenarios, sus luces, sus toneladas de vatios, sus dos baterías, todo un despliegue, en definitiva, que hasta entonces parecía reservado a los grupos guiris y a otras geografías, físicas y mentales. Con el grupo viajaba incluso la propia cronista de la gira, una periodista de postín como era Rosa Montero, que debía emular a Robert Greenfield, el autor de Viajando con los Rolling Stones (aunque para el reportaje sobre una gira de sus satánicas majestades se pensó antes que en Greenfield en Truman Capote, quien desechó la oferta alegando, entre otras lindezas, que Mick Jagger era tan sexy como un sapo meando; en cuanto a Rosa Montero y Miguel Ríos, resultó que la mejor crónica de la gira ya la había escrito antes de la misma el propio cantante granadino en uno de los temas del disco: Blues del autobús).
El caso es que tanto lo uno, la aventura de una gira por un país en el que hasta entonces quienes cada día despertaban en distinta habitación eran solo los toreros, como lo otro, la idea de grabar el disco en directo antes de presentarlo, resultaron todo un éxito, todo un acontecimiento, que desbordó cualquier expectativa y en ocasiones incluso puso en aprietos a plazas que no estaban preparadas para semejante parafernalia.
Rock & Rios se grabó en el mes de marzo, en el Pabellón de los deportes del Real Madrid (la entrada costaba seiscientas pesetas, seiscientas calas como decía en el disco Mike Ríos —como se hizo llamar al inicio de su carrera—, poco más de tres euros, el equivalente a diez cañas y un paquete de Ducados); se emitió —algo extraordinario, ¡rock en la tele!— una tarde de mayo por la televisión pública, la única que había en aquella época; y se puso a la venta, en formato de disco doble, en junio. Es decir, apenas unos días antes de que comenzara la gira. Y a pesar de los plazos tan ajustados, contra todo pronóstico, allá por donde pasaba el Rock & Ríos volaban las entradas y también lo hacían como pájaros en la garganta las canciones que el público coreaba entusiasmado (entre ellas estaban algunos clásicos de Miguel Ríos, como Santa Lucía, El ríoo el Himno de la Alegría, pero también trallazos que todavía hoy —los viejos rockeros nunca mueren, ya se sabe— suenan bien potentes como Un caballo llamado muerte o Banzai).
En Pamplona la plaza de toros se llenó con treinta mil espectadores. Estaban todos menos yo. Y durante los días siguientes mi hermano, mis primos, mis amigos mayores no dejaron de hablar de aquel concierto. De lo guay del Paraguay que había sido. No mentían. Se les notaba en los ojos, que brillaban como el neón del logo de la portada del disco; como los destellos de los rayos láser en la guitarra de Salvador Domínguez o en la flauta travesera de Thijs van Leer…
En cuanto a mí, tuve que esperar hasta el año siguiente, cuando Miguel Ríos volvió a Pamplona con su nueva gira, El rock de una noche de verano. Durante ese tiempo, me cambió la voz, así que cuando pedí a mi madre permiso para ir al concierto ya no se pudo negar. En esta ocasión, además, acompañaban al cantante Luz Casal y Leño, que en Pamplona eran como unos dioses con el pelo largo y vaqueros marcando paquete. De hecho, la mayoría de quienes fueron a aquel concierto iban a ver a Leño, o eso decían, menospreciando un poco a Miguel Ríos. De Luz Casal apenas se sabía nada (excepto que había sido corista de Leño, precisamente, en otro disco en directo). Recuerdo que cuando salió al escenario y saludó al público con su tono pitudo y cómico y aquel extraño acento de algún lugar que no está en los mapas, todos nos echamos a reír. Después, Luz comenzó a cantar y se hizo el silencio, pues solo tardamos unos segundos en darnos cuenta que su voz efectivamente era de otro mundo.
Del concierto de Miguel Ríos, sin embargo, es extraño, no recuerdo nada, excepto que también en aquel momento tuve una sensación de extrañeza, pues nada era como yo lo había imaginado, o como mi hermano, mis primos, mis amigos mayores habían contado. Vimos el concierto sentados en unas gradas algo desangeladas (acudieron unas ocho mil personas). Me preguntaba qué había pasado durante aquel año, por qué caía el ídolo precisamente ahora, que la nueva gira tenía teloneros, patrocinador, subsanaba algunos errores del Rock & Ríos, como la seguridad o los problemas de aforo…
Supongo que lo que pasaba era simplemente que el tiempo por entonces iba demasiado deprisa; que la magia no se puede mantener siempre; que el Rock & Ríos fue algo especial e intentar repetirlo no tenía sentido; o que los viejos rockeros en realidad sí tienen que morir de vez en cuando para poder resucitar después… Dos años más tarde, en 1985, Miguel Ríos tuvo que suspender su concierto en Pamplona, para el que vendió menos de quinientas entradas. Incluso se me ha olvidado cómo se llamó en esta ocasión la gira. Por el contrario, más de 35 años después muchos recordamos cada detalle del Rock & Rios. Incluso quienes no estuvimos allí.
“El Príncipe de Viana se enfrentó a su padre usando todas las armas a su alcance”
Mikel Zuza, escritor
En “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar”, el escritor e historiador navarro Mikel Zuza ofrece una nueva perspectiva de este personaje histórico, a partir de un documento que hasta ahora había pasado desapercibido, y que convierte su libro en una obra de referencia para el estudio de la figura de Carlos de Viana. Algunos pasajes de la obra serán dramatizados este viernes 3 de agosto en el Festival de teatro clásico de Olite.
Mikel Zuza ha sentido obsesión por la figura histórica del Príncipe de Viana y por la corte de Olite desde pequeño. Hasta ahora la había expresado en la mayoría de los casos en obras de ficción histórica, con las que, combinando finamente la ucronía y el humor con hechos históricos, se resarcía de una Historia en la que su corazón estaba siempre con los perdedores. En esta nueva obra, publicada por Pamiela, se enfrenta a esa Historia desde un punto de vista científico, analizando un documento desapercibido hasta ahora por los estudiosos y que sin embargo viene a cuestionar algunos aspectos sobre la figura de Carlos de Viana –su supuesto carácter timorato y sumiso respecto a su padre, Juan II—, además de aportar algunos novedosos hallazgos —el entremés escrito por el príncipe o el testimonio de la existencia de la cuarta parte de su “Crónica de los reyes de Navarra”—. Descubrimientos que Zuza considera un guiño o una recompensa del destino, tras toda una vida dedicada al hombre que nunca pudo reinar y que convierten su aportación en un texto imprescindible para todo aquel que quiera acercarse a partir de ahora a su biografía. Por lo demás, la obra nos muestra que a menudo depende de un pequeño detalle que las ucronías se conviertan en realidad.
De dónde le viene esa fijación por el Príncipe de Viana
No lo sé muy bien. Yo creo que de unas cintas que sacaba la Caja de Ahorros de Navarra, que se titulaban “Horas grandes de Navarra”, que nos las debía de oír nadie. Yo tendría unos nueve años y, por lo que fuera, todo lo que mencionaban sobre la corte de Olite y el príncipe de Viana me llamaba la atención. A partir de entonces, empecé a leer todos los libros que encontraba sobre ese tema. Y así hasta hoy.
En el caso de su libro, el punto de partida es un documento del que ya se tenía constancia, pero al que no se había prestado demasiada atención
Efectivamente es un documento que existía, guardado en Pau, porque Juan de Labrit y Catalina de Foix huyeron desde Navarra cuando Castilla invadió el reino y se llevaron consigo mucha documentación, tanto ellos como sus partidarios, por si acaso con el tiempo debían volver, para reclamar sus propiedades. Como no pudieron regresar, pues la conquista se mantuvo, hasta hoy, los papeles quedaron allí. Ese documento lo había visto en su día Desdevises du Dezert, el biógrafo por excelencia del Príncipe de Viana, que escribió una biografía del mismo hace cien años, y en ella lo comenta, aunque lo hace por encima. Cuando yo empecé a escribir para Pamiela una biografía breve sobre el Príncipe de Viana, que me pidieron, me di cuenta de que estaba haciendo una biografía al uso, como tantas otras que se habían escrito ya sobre ese personaje, y fue entonces cuando me acordé de ese documento, del que me había hablado otro historiador, y conseguí que me lo enviaran.
¿Qué es lo que le llamó la atención de ese documento?
Al principio, al verlo, al ver el tipo de letra, me pareció imposible que pudiera descifrarlo, pues yo hacía mucho que había hecho ya la carrera de Historia y no estaba ya acostumbrado a ese tipo de tareas, pero finalmente me puse con ello, empecé a leer y descubrí cosas que me sorprendieron mucho, incluso llegué a pensar que podía ser un documento falso, porque durante esos cien años ningún historiado las había mencionado. Lo que allí se mencionaba eran datos que colocaban al personaje del Príncipe de Viana en un punto totalmente diferente a algunas cosas que siempre se habían dicho sobre él, sobre su personalidad, como que era un blandengue, incapaz de enfrentarse con su padre, y en este documento, que son una lista de acusaciones de sus adversarios, vemos por el contrario cómo el príncipe se enfrenta a su padre utilizando todo tipo de armas a su alcance, no solo en el propio campo de batalla, como en la batalla de Aibar, sino también a través de las leyes, la heráldica… Es decir, el documento deja bien claro que tenía un carácter fuerte.
Porque la imagen que teníamos hasta ahora de Carlos de Viana era, por el contrario, la de alguien timorato, sumiso…
Bueno, eso era en parte por comparación con su padre, Juan II, que siempre vivió guerreando. Está claro que eran diferentes, con talantes e intereses distintos (aunque también hay quien dice que en realidad lo que sucedía es que eran demasiado iguales, con la diferencia de que el príncipe no podía enfrentarse a su padre, porque este tenía muchos más medios); pero yo estoy convencido que si el príncipe hubiera conseguido derrotar a Juan II, haciendo una ucronía, la historia habría sido completamente distinta, no solo en Navarra, porque aunque este documento deja bien claro que lo único que al Príncipe de Viana le interesa es Navarra, también era heredero de Aragón, Sicilia, Nápoles…, reinos que finalmente heredó su hermanastro Fernando el Católico.
En cuanto a las armas que ha comentado que Carlos de Viana utiliza para enfrentarse a su padre (y que también lo definen en parte), está el teatro, el entremés que escribió y representó ante él, en una especie de Hamlet a la navarra.
Bueno, cuando hablamos de teatro hay que tener en cuenta que estamos hablando de 1449, y en el libro yo digo que es la primera obra de teatro de la que se tiene conocimiento (aunque no se ha conservado) en Navarra, pero creo que podría ser incluso la primera en toda la península, o al menos la primera con título: “Los doce pares de Francia contra las doce tribus de Israel”. En esta obra Carlos de Viana acusa a su padre de haberse casado con alguien que desciende de judíos, un insulto muy grave en aquella época. Primero lo hace representando la obra, él mismo, en las cortes y después ante el propio Juan II. Y en esa obra marca claramente, esa diferencia, su linaje, procedente de los doce pares de Francia, frente a la procedencia judía de Juana Enríquez, la segunda mujer de Juan II. Esto no lo convierte en más antisemita que el resto, de hecho, curiosamente, sería Fernando el católico, es decir el hijo de este matrimonio, quien acabaría expulsando a los judíos de España. El príncipe utiliza, en definitiva, el teatro como una obra de propaganda, de protesta.
Volviendo al carácter de Carlos de Viana, ¿es un personaje atrapado entre lo humano (Juan II es a fin de cuentas su padre) y lo político (es y se sabe el legítimo heredero del reino de Navarra)?
La historiografía tradicional decía que el padre se había aprovechado a menudo de ese sentimiento de fidelidad paterna, pero en el documento lo que se expone es que el príncipe sí se le enfrenta. Es decir, que lo respeta como padre, pero a la vez no puede renunciar a la herencia de sus antepasados, que cae en manos de un advenedizo, aunque sea su propio padre. Y una de las maneras en que se enfrenta, además del teatro o las armas —y yo creo que este es el descubrimiento más importante del libro—, es con la “Crónica de los reyes de Navarra” que escribió, que estaba divida en cuatro partes, y en la que la cuarta, precisamente aquella en la que iba a hablar de esa relación y enfrentamiento con su padre, no se conoce. Hasta ahora algunos historiadores habían dicho que simplemente esta no existe, que nunca llegó a escribirla, pero en el documento se dice que sí, y de hecho una de las acusaciones que se le hacen es que solo habla en ella de sus partidarios, no de sus adversarios (es decir, les fastidia no aparecer). Ahora que sabemos que sí existió esa cuarta parte, también sabemos que podría llegar a aparecer. Sería un testimonio impagable.
Para acabar, volviendo a la ucronía, usted en alguna de sus obras de ficción, ha fantaseado con una Navarra que podría haber sido ese asombro del mundo del que habló Shakespeare, si el príncipe de Viana finalmente sí hubiera podido reinar
Sí, es algo que nunca se puede saber, un juego histórico, quizás hubiera sido un reino igual o peor que los otros, pero a mí me gusta pensar que no… Por jugar un poco, si el príncipe de Viana hubiera heredado esos reinos, o si hubiera sido él quien se casara con Isabel de Castilla, la unión de todos los reinos se hubiera producido con él. Tal vez, entonces, el idioma, el castellano, se hubiera llamado el navarro, o tal vez, por su talante, Carlos no habría conquistado Granada y los árabes hubieran continuado en la península; quizás, si no hubiera conquistado Granada, no habría tenido entonces dinero para afrontar la conquista de América… En definitiva, si el príncipe hubiese vencido en la batalla de Aibar a su padre, la historia del mundo habría sido completamente distinta.
En El tesoro de Lucio, publicado por Txalaparta,el dibujante iruindarra Belatz narra la vida del indomable anarquista navarro, que fue capaz de poner de rodillas a un gigante de la banca mundial, y de quien se nos muestran ahora en esta novela gráfica, editada también en euskara, catalán y gallego, detalles desconocidos de su vida cotidiana y familiar
Patxi Irurzun. Iruñea
Se meaba en los pantalones. Lucio Urtubia, el falsificador que estuvo a punto de hundir al City Bank, uno de los primeros desertores del ejército español durante el franquismo, el hombre que propuso a Ché Guevara infectar el torrente sanguíneo del capitalismo con dólares de pega, Lucio Urtubia, el legendario anarquista navarro, se meaba en los pantalones cada vez que “expropiaba” un banco , incapaz de contener la tensión y, sobre todo, el temor a herir o matar a alguien. Nos lo cuenta, nos lo dibuja, Mikel Santos, Belatz, en las primeras viñetas de El tesoro de Lucio, el cómic que narra la biografía del irreductible luchador cascantino, y que acaba de publicar Txalaparta. No es la primera vez que la vida y las hazañas de Lucio han sido llevadas al papel, o al cine documental, pero el formato del cómic exigía al autor una documentación más allá de la leyenda, que descendiera hasta los aspectos más cotidianos:
“Para escribir un libro tienes mucha libertad, pero para hacer una novela gráfica la imagen dice mucho e intentar conseguir acercarme a un retrato real de la vida de Lucio durante todas las etapas de su vida me obligó a entrar más en su intimidad y en su interior. Al final casi te conviertes en uno más de su familia”, nos cuenta Belatz, y añade: “Lucio estaba acostumbrado a las preguntas de siempre sobre los atracos y falsificaciones y no estaba preparado para otras que al fin y al cabo le desconcertaban pero a la vez le alegraban porque de alguna manera le parecían novedosas: cómo celebraron la muerte de Franco, cómo le dio la noticia su mujer que estaba embarazada, si alguna vez se dejó barba, qué radio escuchaba, dónde estaba cuando se enteró de la muerte del anarquista catalán Quico Sabaté (compañero de Urtubia en aquellas primeras expropiaciones), sus comidas preferidas…”.
Biógrafo oficial, de rebote
Belatz, el komikilari iruindarra, conoce tantos detalles sobre Lucio, con quien ha mantenido a lo largo de los dos intensos años que ha dedicado a dibujar su obra numerosos encuentros, viajes, comidas y conversaciones, que bromea a menudo con su editor Jon Jimenez sobre su nueva condición de biógrafo oficial. Sin embargo, El tesoro de Lucio llegó a sus manos de rebote. “Es el propio Lucio quien nos transmite en una feria de Durango que le gustaría ver su vida «en dibujicos», señala Jon Jimenez, desde Txalaparta. “Ese año habían hecho una obra de teatro con su vida en Italia, estaba el documental… pero faltaba un cómic. Preguntamos a Martintxo Alzueta, pero estaba y está inmerso en el tercer tomo de la historia ilustrada que está haciendo junto a Joseba Asiron. Así que nos derivó a Belatz”, dice Jimenez.
“No lo dudé ni un momento. Belatz era el indicado”, comenta el propio Alzueta. Los dos dibujantes navarros se conocen desde hace años, han compartido exposiciones y no es la primera vez que se recomiendan cuando no tienen cuatro manos para sacar adelante su trabajo. “A juzgar por el resultado… ha sido un acierto total”, dice Alzueta.
Edición en cuatro idiomas
Efectivamente, El tesoro de Lucio ha tenido una acogida espectacular. Txalaparta lo ha editado simultáneamente en cuatro idiomas, castellano, gallego, catalán y euskara. “En euskara (bajo el título Gerezi garaia) nos hacía especial ilusión, porque tras publicar tres libros suyos en castellano, teníamos una deuda con el país. A Lucio, creo, también le hacía especial ilusión”, señala el editor Jon Jimenez.
La propia biografía de Urtubia, que resume en sí misma buena parte del siglo XX, ha ayudado, sin duda, al éxito del cómic, pero desde luego gran parte del mismo se debe al oficio de Belatz, que además de la excelencia en las viñetas se ha desenvuelto con soltura en el ritmo y la estructura narrativa, firmando la que sin duda es su obra más importante hasta el momento (a pesar de que anteriormente había publicado cómics como 90 minutos en el Reyno, para Fundación Osasuna, o había ilustrado el libro Nightmare before Christmas de Tim Burton). Una obra que, sin duda marcará profundamente la trayectoria artística y vital del dibujante pamplonés, pues Lucio, dicen quien lo conocen, deja huella. De hecho, uno de los momentos más emotivos para Belatz fue el día que le mostró en París su trabajo: “Fue muy emocionante ver cómo en determinados pasajes de la novela Lucio derramó más de alguna lagrimilla, sobre todo en la parte que narra su infancia”.
Lo imposible no existe
A Lucio, sin duda, le emocionará también saber que, precisamente, uno de los mayores logros del trabajo de Belatz es su capacidad para transmitir su legado anarquista a los más jovenes. “Es el puto amo”, dijo La Chula Potra durante la presentación del comic en Iruñea que dijo su hijo, de doce años, tras leer El tesoro de Lucio. Y la rapera iruindarra, que ha confesado en más de una ocasión estar enamorada del anarquista navarro, señaló también que El tesoro de Lucio refleja perfectamente a Urtubia, su forma de hablar, sus gestos, su personalidad magnética… Por todo ello, probablemente Belatz haya sido quien mejor haya retratado, o al menos con más dimensiones, a Lucio hasta el momento. Porque en su cómic está la leyenda y el albañil, el legendario anarquista y el hombre que se mea en los pantalones. Y está por supuesto su tesoro: “En el libro no solo ha quedado meridianamente clara la filosofía de Lucio sino que además deja una especie de legado, de mensaje, a modo de tesoro para que los lectores tomen conciencia de muchas cosas y sean personas más críticas a la hora de actuar en nuestro día a día. Puede parecer difícil o hasta imposible. Pero como Lucio no se cansa de repetir, lo imposible no existe”, concluye Belatz; o como el propio Lucio Urtubia escribe en el epílogo que cierra el cómic: “No hay nada imposible, todo está por hacer (…) Podéis hacer bien fabricando los documentos administrativos y dándoselos a los que no los tienen, para que puedan vivir y trabajar. Podéis hacer hasta dinero, como lo hacíamos nosotros -si ellos hacen dinero ¿por qué no hacerlo nosotros-. Eso nos es ningún crimen, eso es un placer”.
Publicado en la colaboración quincenal Rubio de bote para magazine ON (diarios grupo Noticias), 28/07/2018
—Dos dóberman negros —dijo El Txino.
Estaban en la piscina del pueblo, sobre las toallas, remoloneando con la indolencia adolescente de animales salvajes en reposo. Enfrente de El Txino, June permanecía tumbada boca abajo y la curva de su espalda era un valle repleto de promesas. Junto a ella, Unai, también tumbado boca abajo, traducía aquella metáfora de una manera más mundana: con una erección que llegaba hasta Nueva Zelanda.
—Y ya sabéis lo que dicen de los dóberman —continuó El Txino, el único muchacho del pueblo.
Pero nadie había escuchado aquella leyenda urbana (a pesar de que el resto de la cuadrilla eran veraneantes venidos de diferentes ciudades), de modo que se hizo un silencio expectante.
—Que se vuelven locos. Que el cerebro no para de crecerles nunca y acaba estrujado contra los huesos del cráneo —explicó El Txino.
Todos pudieron ver entonces a los dos dóberman negros correteando por el mismo lugar en el que se encontraban, buscando y destrozando a los bañistas, arrancando de cuajo sus extremidades, comiéndose sus deditos como si fueran fingers de pollo con ketchup…
—¿Y entonces cómo vamos a entrar por la noche a la piscina, si dejan sueltas a esas fieras asesinas, listo? —preguntó Diego, un chico de la capital, que se parecía a Javi, el de Verano Azul.
—Yo sé cómo. Ya lo he hecho otras veces. ¿Quién se apunta? —dijo El Txino.
La espalda de June se contrajo en un respingo, como un acordeón que emitía una tonadilla alegre y audaz.
—¡Yo voy! —dijo.
—Yo paso —contestó desganado Diego.
Hubo otro silencio, en el que cada cual calibró los riesgos, las alianzas que le convenían.
—¿Nadie más? —preguntó El Txino, quien en realidad había organizado todo aquello para impresionar a otra de las chicas del grupo, la cual no parecía muy interesada en la aventura.
—Yo también voy —dijo finalmente Unai, a quien, por el contrario, dos o tres dedos amputados a cambio de un trocito del corazón de June le parecía un buen trato.
Quedaron a medianoche junto a la tapia de la piscina. Hacía una noche estupenda, templada, perfecta para bañarse a la luz de las estrellas.
—Por aquí —comenzó a trepar El Txino la tapia por un tramo en el que en la parte superior no había esquirlas de botellas rotas.
Unai desde abajo le observaba nervioso, preguntándose dónde ocultaba los chuletones con cloroformo. El Txino les ayudó a subir, primero a June y después a él. Desde lo alto del muro, vieron resplandecer a la luz tenue de una farola el agua de la piscina, estremecida por una leve y agradable brisa.
—¿Dónde están esos dóberman locos? —preguntó June.
El Txino sonrió.
—En la cabeza de Diego y todos esos caguetas —contestó.
Después saltó al otro lado, corrió hacia la piscina, se quitó el bañador al borde de la misma y se zambulló desnudo en el agua.
—¡Venid, está cojonuda! —gritó.
June y Unai bajaron también a la hierba y se acercaron a la piscina, avergonzados, sin mirarse. June saltó primero, con el bikini puesto. Después lo hizo Unai. El agua estaba buenísima. Las estrellas sobre sus cabezas parecía que pudieran cogerse con las manos. De repente, se activaron los aspersores y algunos de los chorros salpicaron sus cabezas. Se rieron. Aquello era un pequeño paraíso. Su pequeño y secreto paraíso. Al cabo de unos minutos, June se colocó junto a Unai y apoyó uno de sus brazos en el hombro del muchacho, para mantener el equilibrio, mientras con la mano contraria comenzaba a quitarse la parte inferior del bikini.
—La noche es para los valientes —pensó entonces Unai.
Y rodeó con su brazo la espalda repleta de promesas de June.
Serial de verano para magazine ON (diarios Grupo Noticias, 28/07/2018)
LA ENTRADA DE CINE MÁS CARA DE LA HISTORIA
Aquel verano nos lo pasamos viendo una y otra vez La vida de Brian, la película de los Monty Python. Y cuando no estábamos viéndola estábamos repitiendo sus diálogos: “¡Yo soy Brian, y mi mujer también!”. “¿Crucifixión?”. “Bienaventurados los queseros”. ¿Qué han hecho los romanos por nosotros? (y aquí, en lugar de los romanos a veces decíamos “¿Qué han hecho los españoles por nosotros?”, y respondíamos, “Bueno, tienen a Leño”. “Y la paella”. “Y a Faemino y Cansado. “Bueno y aparte de Faemino y Cansado, la paella y Leño, ¿qué han hecho los españoles por nosotros?”. Bueno, la siesta tampoco está mal”… Y así entrábamos en bucle durante horas.).
Solíamos alquilar la película en algún videoclub y verla en la casa de un amigo cuyos padres pasaban el verano en Salou. Jugábamos a centuriones romanos e intentábamos contener la risa cuando llegaba la escena de Pijus Magníficus y Poncio Pilatos. Pero siempre perdíamos, aunque la hubiéramos visto mil veces. Después, con los ojos todavía arrasados por las lágrimas, íbamos a los bares y entonces el juego consistía en ver quién reconocía antes el disco que pinchaba el camarero. Había bares con estanterías repletas de discos detrás de la barra y un camarero que no tuviera buen gusto musical podía ser una ruina para ellos.
Estoy hablando de mediados de los 90. Poco después llegó Internet. El sonido del modem parecía que te conectaba con el espacio exterior, y en cierto modo así era (otras veces, por el contrario, si había alguien hablando por teléfono, su voz familiar se colaba a través del aparato: “¡Apaga ya ese trasto, joder!”).
El caso es que gracias a Internet supimos que Eric Idle, uno de los Monty Python, había rodado un falso documental en el que parodiaba a los Beatles. Se titulaba The Rutles: All you need is cash. En The Rutles (que, por cierto, se puede ver subtitulado en la red), descacharrante trasunto del grupo de Liverpool, hay cameos, entre otros, de Mick Jagger, John Belusi y hasta de uno de los auténticos Beatles, George Harrison, a la sazón fan incondicional de los Monty Python.
Fue, de hecho, George Harrison quien produjo La vida de Brian, después de que la compañía EMI se negara a hacerlo por sacrílega y obscena. Para ello Harrison hipotecó su casa y su estudio de grabación, motivo por el cual Eric Idle pronunciaría la célebre frase: “Ha sido la entrada de cine más cara de la historia”.
La vida de Brian (1979), por lo demás, venía a reproducir el mismo esquema que The Rutles (1978), pues si la primera era una parodia de la vida de Jesucristo en la segunda lo que se ponía en solfa eran las andanzas de los Beatles, que, como ellos mismos dijeron, eran más famosos que Jesucristo. A lo largo de The Rutles: All you need is cash, suenan varias canciones con un eco, o un retintín nada disimuladamente beatle, que compuso el músico británico Neil Innes, y que conformarían el disco con el título homónimo que el grupo de ficción publicaría realmente e incluso llegaría a interpretar en una gira (posteriormente, en 1996 aparecería otro disco, Archaelogy, en clara referencia al Anthology de los Beatles, y la película también tendría una secuela en 2002: The Rutles 2: Can’t buy me lunch).
The Rutles fueron, por tanto, una de las bandas ficticias pioneras de la historia del rock, y del cine, pues en la mayoría de las ocasiones su existencia ha estado ligada al séptimo arte. Estamos hablando de grupos como The Wonders, cuya historia ficcionó Tom Hanks en la película de mismo título (el auge y caída de una banda de un solo éxito); o de The Soggy Bottom Boys, es decir, Los chicos de los traseros mojados, el grupo de bluegrass que aparecía en el film de los hermanos CohenO brother!, interpretada por Georges Clooney («En la película verás a Georges Clooney pero oirás mi voz cantando», le dijo el cantante original a su mujer, y ella contestó «Eso es lo que siempre había deseado»); hablamos de los Solfamidas o de Sadgasm, que aparecen en algunos capítulos de Los Simpson (los primeros son un cuarteto vocal formado por Homer Simpson, Apu, el director de la escuela Skinner y el jefe de policía Wiggum; los segundos, una parodia de un grupo grunge con Homer de nuevo a la cabeza —esta vez con pelo— convertido en un remedo de Kurt Cobain; no son, por cierto, los únicos dibujos que tienen su propio grupo de rock, en una historieta de Superlópez aparece Cachabolik Blues Rock, un grupo al que el superhéroe carpetovetónico deberá hacer frente, pues sus miembros han sido poseídos por las partituras diabólicas de unas canciones cuyas letras recuerdan vagamente a algunas de Barón Rojo); y estamos hablando también, por supuesto, de Spinal Tap, la banda ficticia de culto, que nació de otro falso documental, en el que se recreaba la vida de un chusco conjunto de heavy metal y que como The Rutles también llegaron a grabar e interpretar sus propios discos (aunque en el caso de estos, además de los discos reales, contaban con una larga discografía de más de treinta discos fantasmas; Spinal Tap, por cierto, también aparece en varios capítulos de Los Simpson, pues Bart es fan del grupo, e incluso es en esta serie de dibujos animados donde estos heavys de pacotilla desaparecen, tras un accidente de tráfico, lo cual desde luego, no es un mal final para una banda fantasma —no lo del accidente en sí, sino que un grupo ficticio que nace en un documental falso acabe sus días muriendo en una serie animada de televisión—).
Barriendo un poco más para casa, Fermin Muguruza ejerció de demiurgo creando Zuloak, un grupo de rock femenino cuyas peripecias se recogían en un mockmuntary, como se llama en inglés a los falsos documentales, y que posteriormente también alzaría el vuelo en la realidad y grabaría sus propias canciones, además de tocar varios conciertos en directo. Algo que de momento no han hecho Las Tampones (su tema más conocido es Estamos contra las reglas), el grupo punk ochentero en el que supuestamente militó la escritora Miren Lacalle, autora de la novelita Ultrachef en la que, hablando de parodias, se ridiculizan los concursos televisivos de cocina. Por último, tenemos a Ángel Casto y los honestos, el grupo de rock ultracristiano que teloneó a El Drogas y su banda durante una de sus giras, interpretando hits como Anduriña oYo pensaba que el hombre era grande. La banda, por cierto, en una entrevista concedida al periodista Amado Rey, de la revista de rock salvadoreña “Rock y cilicios eléctricos”, declaró que uno de los motivos por los que se habían disuelto se debía al proyecto en solitario de dos de sus miembros, el bajista Hugo Telé y el guitarrista Eneko Jete, que deseaban preparar una ópera rock basada, precisamente, en La vida de Brian y que a la vez sirviera como desagravio a la misma, que tacharon de blasfema y antirromana. Su nueva banda llevará por nombre Continencia Suma, añadieron.