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“Las historias que suceden en torno a las cumbres son una proyección de la sociedad”
Antxon Iturriza, escritor
En Cuando la montaña es un cuento el mendizale y periodista de montaña Antxon Iturriza ha reunido más de una veintena de relatos de ficción con las cumbres como paisaje de fondo y que, paradójicamente, convierten las narraciones en un fiel reflejo del mundo en que vivimos. Publicado por Sua, los cuentos vienen acompañados por acuarelas de Jenny Egusquiza.
Patxi Irurzun / Publicado en Gara 29/11/2018
Cuentos futuristas en los que los sherpas han sido sustituidos por robots; otros que vuelven la vista al pasado y en los que encontramos a Don Quijote batallando con gigantes que en realidad son cabras montesas… De Castil de Tierra en Las Bardenas al Everest; de las montañas de Costa de Marfil al altiplano boliviano… El donostiarra Antxon Iturriza, autor de obras como Biografía sentimental del montañismo vasco, Euskal Herria en los techos del mundo o Montañas de papel, entre otras, ha encontrado en la ficción un refugio a la crónica pura y dura de montaña que ha escrito durante años para medios como GARA, con estas historias plenas de imaginación y narradas con un atinado pulso literario.
¿Cómo se conforma este libro, son historias que ha ido escribiendo a lo largo de los años?
El contenido del libro es una mezcla experiencias personales más o menos lejanas, disfrazados con argumentos imaginarios. Casi todas estas tramas delatan en su trasfondo unas inquietudes personales sobre las relaciones humanas, los problemas medioambientales, los desafíos que plantea el progreso, todo ello proyectado en el escenario de la montaña.
Un escenario que usted conoce bien, pero ¿son todos lugares en los que ha tenido experiencias personales?
Suelen decir que todo relato de ficción siempre tiene un inevitable punto biográfico. En este caso es válida esta teoría literaria; buena parte de los paisajes y entornos en que están descritos en los cuentos son la evocación de imágenes que conservo en el recuerdo de mis pasos por las montañas.
En el prólogo afirma que la literatura de montaña es casi siempre testimonial, a menudo épica, pero que no se suele abordar desde el terreno de la ficción. En su caso, ¿cómo surge el impulso creador, es una válvula de escape al periodismo?
La literatura de montaña tiene una parte fundamental basada en testimonios directos y reales de sus autores. Es algo lógico e inevitable, porque se transmiten vivencias de una intensidad enorme, que tiene por sí mismas un peso argumental muy fuerte. Durante más de treinta años he estado reflejando en la prensa o en libros estas realidades contadas de primera mano por sus propios protagonistas, porque tenían valor por sí mismas. Pero, personalmente – y a falta de experiencias excitantes propias que contar— sentía la necesidad de escapar de esa realidad tan apasionante, y al propio tiempo un tanto limitante, y dejar volar la imaginación. La ficción está en todos los campos de la literatura y el alpinismo no puede ser una excepción.
¿La montaña propicia especialmente la evocación o la fantasía?
El encuentro con la naturaleza, en muchos casos en sus manifestaciones más extremas, es, por sí misma, una fuente de sensaciones muy potente. Desde la sutileza de escuchar el canto de un pájaro o contemplar una flor, hasta estar atrapado en medio de una tormenta, son percepciones muy distintas pero que llegan hasta lo más profundo de tu conciencia. A partir de esas vivencias tan sugerentes, cada cual tiene un campo infinito para contarlas tal como las ha vivido o, basándose en ellas, montarse en el caballo de la imaginación.
Muchos de los relatos del libro propician reflexiones sobre nuestra condición humana y el mundo en que vivimos. ¿El mundo de las cumbres funciona como un reflejo de lo que sucede bajo ellas?
El hecho de subir a las montañas, por muy altas que sean, no convierte al montañero en un ángel o un ser que trascienda de su condición humana. Las historias que suceden en torno a las cumbres son siempre una proyección de la sociedad en la que vivimos, solamente que puesta en situaciones que muchas veces pueden ser críticas y que, quizás por ello, más cercanas y reales a la verdadera realidad humana.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para el magazine ON de los diarios de Grupo Noticias (17/11/2018)
¿Quién me iba a decir a mí, por muy rubio de bote que sea, que un día acabaría escribiendo sobre coches? A mí, que en lugar de por marcas y modelos los distingo por colores. A mí, que aborrezco conducir —aunque tenga que hacerlo todos los días—. A mí, que me saqué el carnet ya siendo MILF y solo para poder volver a escuchar música y cantarla a pleno pulmón (no hay nada mejor que cantar mientras conduces, no sé cómo todavía nadie, ni siquiera Tom Waits, ha grabado un disco en un coche). A mí, en fin, que cuando voy a un taller me siento como un pulpo en un garaje (perdón por el tópico, pero aquí no me negarán que está bien traído)…
Hace dos meses jubilé mi SEAT Córdoba, veinte años y cuatrocientos mil kilómetros después. El pobre ya no aguantaba más: era incapaz de controlar los esfínteres y me dejaba el suelo perdido de manchas de gasoil (cada vez que aparcaba tenía que poner antes un trapo o una bandera en el suelo); la artritis se extendía por todo su cuerpo (debía bajarme en los peajes a pagar porque el elevalunas había dejado de funcionar); se olvidaba cosas por el camino (una vez salieron volando los limpiaparabrisas)… Eso sí, nunca se volvió loco, como mi primer buga, con el que tenía que dar las luces para poner la radio, colocarme unas botas viejas cada vez que entraba en él porque los pedales me escupían minilapos de aceite en los pies, o poner la radio para dar las luces. No, mi SEAT Córdoba fue toda su vida un coche cuerdo, educado, discreto y gris, y cuando me dejó tirado siempre lo hizo en el garaje de casa, o en un lugar en el que pudiera aparcar sin molestar a nadie ni ponérselo difícil a la grúa.
Aunque eso pasó pocas veces. Recuerdo emocionado cómo al final de cada viaje le daba unas palmaditas de agradecimiento sobre el salpicadero, como si fuera un ser vivo, un caballo, 98 caballos. Mi viejo SEAT Córdoba me llevó desde las puertas del bar Los Pepes en el Puerto de Santa María a La esquina del Zorro, en el Valle del Kas. Del salvaje oeste al sur, en el desierto de Tabernas, al cabezo del bandido Sanchicorrota, en las Bardenas. Sin aire acondicionado ni GPS. Y también de la guardería al euskaltegi, de la fábrica a la oficina del INEM…
Es todo eso lo que echo de menos, no sus hierros, ni sus manguitos, ni su motor TDI, que nunca supe qué era. Los momentos que pasé dentro de él: el tetris en el maletero cada vez que nos íbamos de vacaciones; las monedas que aparecían como un tesoro, al levantar los asientos traseros, entre pelusas y gusanitos de maíz resecos, cuando lo llevábamos a lavar —o sea, cada seis u ocho meses—; las novelas que imaginé, en lugar de sacarme mocos, mientras esperaba la luz verde de los semáforos; todos los besos que me dio mi mujer cuando la recogía del trabajo; el día que nos pilló la madre de todas las granizadas y los niños lloraban atrás y yo trataba de tranquilizarlos, mientras conducía, y cuando salimos de aquel infierno de hielo les pregunté qué tal estaban y ellos no contestaban y era que se habían quedado sopas; todas las veces que cantamos juntos Cocody Rock y Starman y por ahí viene Joselito, el de la voz de oro…
Toda una vida, en fin, que vendí después por cien miserable euros en un taller con fotos de tías en bolas y de coches tuneados. No me lo perdonaré jamás. Tengo pesadillas en las que me cruzo un día el Córdoba por la carretera y lo conduce a toda pastilla un tío con la gorra para atrás que va escuchando a Maluma. Eso es lo peor de todo. Y por eso me ha salido este artículo sobre coches. A mí, que tengo corazón de peatón. Para despedirte, en condiciones, viejo amigo. Agur, agur betirako, mi querido Córdoba.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en el semanario ON (diarios Grupo Noticias) 03/11/2018
Cuentan que Jorge Oteiza, el mismo Jorge Oteiza que esculpió los catorce apóstoles de la basílica de Arantzazu, estuvo obsesionado durante algún tiempo con la idea de bombardear con una avioneta otra basílica, la de San Pedro del Vaticano.
Me he acordado de ello estas últimas semanas en las que se han promovido iniciativas y manifiestos para volar mamotretos fascistas como el Valle de los Caídos o el Monumento a los Caídos de Pamplona. Y me he acordado también del Mickey Mouse que durante semanas estuvo agonizando pegado al techo de este último edificio. El ratón, que en realidad era un globo, probablemente se le escapó de la mano a algún niño, supongo que espantado por este paquidérmico mausoleo, cuyo nombre original en sí mismo ya es macabro y debería convertirlo en ilegal y demolible: Monumento de Navarra a sus muertos en la cruzada.
La anécdota del pobre ratón, que murió expirando helio sin que nadie pudiera bajarlo de allá arriba, ilustra a la perfección el fin último de este templo del mal que difícilmente puede reconvertirse en nada bueno: un monumento sin otra utilidad que elevarse a la mayor gloria de los golpistas (de los de verdad, no los que los berreadores Pablo Casado y Albert Rivera quieren hacer pasar como tales y que son todos menos ellos dos y el de Vox); un túmulo infame al crimen y a la dictadura, que, por cierto, se sigue, presuntamente, ensalzando en su cripta durante las misas secretas que cada 19 de mes celebra la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz; y digo secretas porque por “revelación de secretos” ha denunciado esta asociación a los activistas culturales Clemente Bernad y Carolina Martínez, acusados de hacer algo —investigar esas misas— que en realidad debería haber hecho la policía, si no fuera porque el propio jefe de la misma en Navarra hasta hace unos días podría ser uno de los que acudieran a rezar a la cripta, a juzgar por sus tuits enalteciendo a Tejero, José Antonio Primo de Rivera o Santiago Abascal.
En el documental que Bernad y Martínez rodaron se pregunta a personas que habitualmente pasan o viven junto al Monumento a los Caídos si saben qué es este, y las repuestas son de lo más peregrinas: hay quien dice que bajo su cúpula están enterrados los reyes católicos o quien atribuye su construcción a los romanos. Se impone un ejercicio de pedagogía, por tanto, que ayude a comprender qué es realmente ese mausoleo: una loa al fascismo escrita con piedra y sangre, que incumple además la ley de memoria histórica y que por todo ello debería desaparecer.
Yo supongo que la idea de Oteiza de volar el Vaticano la imaginó más bien desde una perspectiva estética y del mismo modo creo que la demolición o voladura del monumento o del valle de los caídos podrían convertirse en grandes perfomances, por ejemplo, con dobles de Oteiza bombardeándolos con apóstoles de piedra o un Micky Mouse accionando el detonador… Se podría incluso cobrar entrada o vender los derechos de la retransmisión para sufragar los gastos. Yo, de hecho, pagaría por ver volar esas mierdas colosales. Sería, además, algo radicalmente simbólico e higiénico: quitar de en medio las sombras que durante tantos años han arrojado sobre nosotros ciertas cúpulas y cruces, dejar después que entre el aire y que se lleve todo el polvo, que limpie toda la roña franquista que todavía hoy permanece en algunos ámbitos de la política, la justicia, las fuerzas armadas, y que se han visibilizado en los últimos días en homenajes a torturadores como Billy el niño o auténticos golpistas como Tejero, o en ese auge de la ultraderecha, a cuyas nuevas cruzadas y peregrinaciones, como la de mañana en Altsasu, solo falta que encima les mantengamos santuarios.
Foto: Laura López
“El diario es la forma de escritura más libre que se puede concebir”
Pedro Ugarte, escritor
En Lecturas pendientes el escritor bilbaino aborda el género del diario, con una obra en la que usando como hilo conductor la literatura y sus entresijos, trenza anotaciones sobre la muerte, el paso del tiempo, la religión o su propia vida cotidiana.
Patxi Irurzun. Gara 30/10/18
Con su anterior obra, Nuestra historia, Ugarte ganó el Premio Setenil, probablemente el galardón más importante concedido a un libro de cuentos publicados en el estado. Lecturas pendientes (Ediciones Nobel) podría ser la cara B, en la que se nos muestran las bambalinas menos glamurosas del mundillo literario: presentaciones desangeladas, presiones a jurados literarios, egos y falsas modestias desmedidos… y que, sin embargo, son extrapolables a cualquier otro colectivo y elevan, por ello, las anotaciones de este libro hasta una reflexión sobre la vida, sus alegrías y amarguras, todo ello a través de la lectura adictiva que destilan los buenos diarios.
En Lecturas pendientes las entradas no aparecen fechadas, pero vemos que es un diario escrito a lo largo de muchos años y diferentes etapas de su vida. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura?
Recuerdo que la primera entrada la escribí en 1999, como una breve reflexión sobre el acto de escribir, y que se publicó en un fanzine literario. La idea del libro surgiría algunos años después. Las anotaciones del diario no están fechadas, pero sí dispuestas en orden cronológico. De vez en cuando aludo a mi edad o hay sucesos históricos o políticos que pueden situar el momento de su escritura. En ese sentido, “Lecturas pendientes” sí es un diario, aunque de elaboración más lenta que lo habitual.
Es un diario muy centrado en la literatura y sus entresijos pero a través de él también podemos asomarnos a otros aspectos de su vida, algunos más cotidianos, como su condición de roncador, y otros más universales, relacionados con el paso del tiempo, la vejez, la muerte… ¿Era lo que pretendía?
¿Mi condición de roncador? Je je… No, desde luego, no es un objetivo del libro, como el lector podrá comprobar, “dignificar” a su autor, aunque hay otras personas peor tratadas (y mejor tratadas) en el texto. Y tienes razón en que al principio lo concebí como un diario referido solo a hechos literarios: las pequeñas aventuras de un autor a la hora de leer, escribir y publicar. Pero era inevitable que, a medida que el libro iba tomando forma, asomaran también otras cuestiones: la familia, los amigos, la política, el paso del tiempo, el envejecimiento, incluso la moral o la religión. En ese sentido, la literatura sigue siendo la guía principal del libro, pero la acompaña la vida, con sus alegrías y amarguras.
¿Cree que puede disfrutar la lectura de este libro de igual manera alguien ajeno al mundillo literario?
Yo también me la he hecho muchas veces: ¿a quién va dirigido realmente este libro? Desde luego, no es un libro para escritores: creo que puede interesar a todas las personas a las que les gusta o les interesa la literatura. Y esa afición a la lectura es necesaria para acercarse a un libro como este porque, la verdad, tampoco me parece que una persona sin interés por la literatura pueda acercarse nunca a un libro así…
El mundillo literario, por cierto, no aparece muy bien parado ¿Tan raros son los escritores?
¡No! Los escritores son tan “raros”, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, como las personas de cualquier otro colectivo. Entre los escritores hay complicidades, venganzas, gestos de generosidad y de cicatería, odios, amores, alianzas, sabotajes… como entre abogados, banqueros o políticos. Pero quizás sí hay una diferencia: en la literatura, a pesar de que la egolatría sea la misma que en cualquier otro ámbito profesional, el dinero, el poder o la fama que en ella se juegan son mucho menores; en la mayoría de los casos, dinero y fama insignificantes, del poder ya ni hablamos.
En un momento dice que frente a la ficción, que debe ser siempre verosímil, la realidad puede resultar a menudo inverosímil. En un libro como este, ¿cómo se ha sentido, más libre o relajado que escribiendo relatos o novelas, o más sometido a esa realidad tan caprichosa?
La comodidad de la escritura de un diario reside en que no tienes ninguna obligación con él: escribes lo que quieres y cuando quieres, sin la disciplina que exige una novela, un relato e incluso un poema. El diario refleja la vida personal y puede permitirse ser un mal guion cinematográfico o una mala novela. Por ejemplo, en una buena novela no pueden aparecer tres cánceres sucesivos en tres personajes (sería una historia malísima) pero en la vida eso ocurre constantemente. La vida es una mala novela: de puro cruel, nadie se atrevería a escribirla.
El género del diario, en ese sentido, ¿puede ser una especie de cuaderno de pruebas, un lugar en el que “descansar” de otros géneros? ¿Es así en su caso?
Puede que tenga algo de eso. Otros géneros son exigentes, siquiera sea por la formalidad que imponen al autor desde el principio. Pero el diario es la forma de escritura más libre que se puede concebir. Otra cosa es que en él haya que embridar los excesos: escribir solo lo necesario, no pasarse, no relajarse, no ser condescendiente con la primera ocurrencia que a uno se le viene a la cabeza… El riesgo del diario es acabar convertido en un almacén de páginas absolutamente intrascendentes. Ese es el peligro real.
Su anterior obra recibió, y muy merecidamente, el Premio Setenil, es un reconocido cuentista y en Lecturas pendientes también hay alguna reflexión interesante sobre el género… ¿Vamos a poder disfrutar pronto de nuevos relatos de Pedro Ugarte?
Para mí escribir cuentos es como respirar: forma parte de mi vida. No escribo más de tres o cuatro cuentos al año (a veces menos) pero siempre tengo alguno o a medio escribir en mi mesa de trabajo o tomando forma en la cabeza. Cuando camino solo por la calle voy dándole vueltas e imaginando cómo debe terminar. De modo que tarde o temprano algún libro de cuentos surgirá…
“Con cada una de estas historias está todo mi empeño, devoción y amor por el medio”
Raquel Alzate, dibujante
La dibujante e ilustradora barakaldesa acaba de publicar Navegante en tierra, donde rescata historias publicadas en fanzines y revistas a lo largo de los últimos quince años, en un álbum que se convierte en una magnífica muestra de la versatilidad de la autora y de su universo fantástico, poblado por medusas, sorginak, sirenas…
Patxi Irurzun. Publicado en Gara 22/10718
Navegante en tierra (Astiberri), cuenta con un prólogo de Alfonso Zapico, el autor de Dublineses (Premio nacional de Cómic 2012), en el que se nos da atinadamente una de las claves de esta obra: una recopilación de historias, de diferentes etilos, restos de los naufragios en que a veces se convierten las publicaciones periódicas, con los que Alzate compone una obra mayor, que nos da una perspectiva más amplia de su trabajo, desperdigado en fanzines o revistas (como “Humo” y “Tos”, una feliz casualidad que quizás ya presagiaba que algún día unas seguirían a las otras). El mundo de Raquel Alzate está, de hecho, plagado de símbolos y sugerencias y tiene a menudo referencias literarias (en algunas de sus historietas ha colaborado con escritores como Jon Bilbao o se ha basado en poemas de Lorca) e incluso musicales (ilustró una de las canciones del disco Mentiroso mentiroso de Ivan Ferreiro).
Navegante en tierra reúne diversas historias cortas publicadas en fanzines, revistas, a lo largo de diferentes épocas, estilos… ¿Cuál ha sido el criterio para hacer la selección?
Prácticamente no ha habido selección; están recopiladas la gran mayoría de historias cortas que he realizado a lo largo de más de una década.
Tal y como señala Alfonso Zapico en el prólogo, lo cierto es que con esos restos devueltos por los naufragios, has conseguido construir una nueva nave, este libro, que da una estupenda visión de conjunto de su obra ¿Era esa la intención? ¿Cómo surgió la idea de hacer esta antología –creo que podemos llamarla así— ?
Lo cierto es que con cada una de estas historias está todo mi empeño, devoción y amor por el medio, y también una parte de mí más profunda, que no me puedo permitir expresar cuando trabajo en obras de encargo. Por ello desde hace tiempo me rondaba la idea de poder juntar todas esas historias, más arriesgadas estilísticamente, y mucho más personales, en un solo volumen; pues éstas se hallaban dispersas en publicaciones tan dispares y, en algunos casos, ya imposibles de encontrar, que era como si, en parte, hubieran dejado de existir para un posible lector interesado.
Mi idea era publicar un recopilatorio cuando tuviese ya un volumen considerable de estas historietas, y finalmente este año decidí que podía ser el momento.
Por cierto, contar como prologuista con Alfonso Zapico ha sido todo un lujo ¿no?
Un lujo total… Alfonso es uno de los creadores más importantes de nuestro país.
Navegante en tierra es una buena muestra de su versatilidad, se alternan los estilos, el color con el blanco y negro, pero… ¿Hay alguna manera de dibujar con la que se sienta más cómoda? ¿Y cómo decide el tono o estilo de la historia?
Me siento más cómoda definiendo los volúmenes con pinceladas de luces y sombras, más que con línea. Después, tanto en color como en blanco y negro me siento a gusto. Hay historias que me da la impresión de que piden menos color, más juegos de contrastes y claroscuros monocromáticos; en otras ocasiones siento que el color es primordial a la hora de definir el tono de la obra. Pero no sabría dar una explicación racional acerca de en qué me baso específicamente para tomar estas decisiones: es un proceso más emotivo e intuitivo, me dejo influenciar por lo que dentro de mí sugiere el argumento.
En muchas de las historietas se aprecian influencias literarias, algunas incluso están directamente basadas en relatos de autores como Jon Bilbao o David Abia, también hay algunas referencias musicales… ¿Cuáles son sus fuentes de inspiración?
Bueno, en el caso de las colaboraciones con un guionista, las de Teresa Valero, Jon Bilbao o Gregorio Muro, por ejemplo, puede decirse que en realidad han sido sugeridas por la revista en la que colaboraba para la ocasión. Sugerencias que para mí fueron muy afortunadas, ya que tengo en gran estima a estos creadores. Ellos a su vez se dejaron sugerir por mi trabajo, planteando un guión que podía ir en conexión con mis historias más personales.
En el caso de las colaboraciones con David Abia, fue una elección de ambos la de juntarnos para crear historietas sobre una temática que nos interesaba a los dos.
Y respecto a la colaboración con Iván Ferreiro, he de decir que fue idea suya la de arriesgarse y sacar un álbum de cómic junto con su disco “Mentiroso mentiroso”: una iniciativa sin precedentes. Iván es un gran aficionado al medio. Para el álbum hizo una selección de autores; cada uno de los cuales teníamos que ilustrar una historia con un tema de su disco. Para mi fue una colaboración de lujo.
Y por supuesto está todo su mundo propio, poblado por sirenas, brujas, medusas, criaturas fantásticas… ¿De dónde le viene todo eso?
Siempre me ha gustado, desde pequeña, sumergirme en historias de fantasía y ciencia ficción… Especialmente en mis obras me gusta fabular un imaginario de seres fantásticos que remiten al mundo de las creencias antiguas y de las ensoñaciones. Quiero que mi obra sea expresionista: que trasmita sensaciones y emociones diversas al lector, aunque éstas procedan de su lado menos racional, más simbólico y onírico.
Para acabar, da la impresión de que no es habitual últimamente publicar libros como estos, recopilaciones de historietas, se tiende más a novelas gráficas, historias más largas… Haciendo una extrapolación a la literatura, el cuento y la novela ¿Se puede decir que usted es una dibujante de cuentos?
Podría decirse, sí. Me gusta expresarme en ese formato, me sale de una manera natural.