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Publicado en Rubio de bote, sección quincenal del magazine ON (diarios de Grupo Noticias, 26/01/19)
Lo mío es ya vicio. Hoy, cuando he bajado a tirar la basura, he visto una lista de la compra en mitad de un paso de cebra y después de someter a las bolsas a un proceso de liposucción para que me cupiesen (¡qué extraña forma verbal!) por el agujero del contenedor amarillo, he desandado mis pasos para volver a por el papelito; eso y que cuando he pasado al lado de este me he cruzado con otros peatones y me ha dado lacha pararme a recogerlo.
Suelo hacerlo a menudo. No puedo evitarlo, voy caminando y recojo papelitos, sobre todo si están escritos a mano o doblados en varias partes, como frágiles cofres del tesoro a los que la lluvia deshace en pasta de papel. Lo más habitual suelen ser listas de la compra. En la de hoy había anotadas cinco o seis cosas (la que más me ha llamado la atención ha sido “Bollo para desayunar”) en la parte trasera de un folio con el membrete de una oficina de empleo. También había unos ejercicios de inglés.
A partir de una lista de la compra uno puede imaginar la vida de la persona que la ha escrito, armar el esqueleto de una novela. En la de hoy, nuestro protagonista es un hombre soltero y solitario (lo he deducido por el uso de ese singular, bollo, si hubiera tenido familia, niños, habría escrito bollos), está en paro, pero intenta progresar, formarse, quizás sopesa la posibilidad de probar suerte en otro país, o quizás se ha enamorado de una compañera del curso de inglés…
Otras veces encuentro apuntes, exámenes, notas que se dejan esas parejas que solo se ven por la noche y pegan sus “te quiero” fríos y desangelados en el panel de un frigorífico…
Y luego están los libros, los libros usados, que esconden entre sus páginas calendarios amarilleados por el paso del tiempo, billetes de avión o autobús para viajes que hace años que finalizaron, a veces incluso alguna carta o una foto descolorida, novelas, en fin, dentro de otras novelas.
Hace tiempo, en una librería de segunda mano, empecé a hojear libros y casi sin darme cuenta cinco o seis se me pegaron a las manos, precisamente porque encontré en su interior algunas hojitas olvidadas por sus antiguos dueños. Como no tenía dinero en ese momento, pedí a la dependienta que me los reservara y salí a un cajero. Cuando volví, ella los tenía ya dentro de una bolsa, así que pagué y me fui a casa, aguantándome las ganas de leer esas notas, como quien reserva el mejor bocado de un plato para el final. Un bocado que se me atragantó, pues una vez en casa cuando abrí la bolsa de los libros… ¡las hojitas habían desaparecido! Supongo que a la dependienta, convertida en una agencia de protección de datos unipersonal y doméstica, le había parecido mejor, más discreto así, y supongo que tenía razón.
Otro día, compré una novela con una dedicatoria en la que alguien juraba amor eterno a la persona a la que se la regalaba. Solo habían pasado seis meses desde la fecha de esa dedicatoria hasta el día que el libro cayó en mis manos.
Y uno de mis tesoros más preciados es el reconocimiento médico que eximía de realizar el servicio militar a alguien y que hallé entre las páginas de un ejemplar de Sin novedad en el frente. Cada vez que lo veo me imagino a algunos de aquellos jóvenes que hace años se hacían los locos ante los tribunales médicos militares, o se fumaban tres paquetes de Habanos antes de entrar en la consulta, y fantaseo con la idea de que el antiguo propietario de esa novela, un clásico antimilitarista, había sido uno de esos protoinsumisos. Y, entonces, pienso algo románticamente, que a veces la literatura sí puede cambiar el mundo, o al menos cambiar las vidas de algunas personas, influir en sus decisiones. Pero tampoco me hagan mucho caso: lo mío con la lectura solo es vicio. Puro vicio.
“El Bilbao de Cuando vengan los míos tenía el encanto de la mugre”
Eduardo Rodrigálvarez, escritor
El periodista bilbaíno Eduardo Rodrigálvarez se estrena en el género de la novela, con una historia policiaca que ubica en el Bilbao de los años 60 y en el que la trama –el descabellado plan de unos chiquiteros para asesinar a Franco— se salpica con pasajes de acertado tono literario y poético y otros más humorísticos.
Patxi Irurzun. Gara 22/01/19
Cuando vengan los míos, publicada por Txertoa, es la primera obra literaria de un autor que, no obstante lleva años fajándose en el periodismo y dejando su impronta en cada una de las crónicas que ha escrito para medios como El País, Deia o El Periódico de Catalunya, o en algunos de los libros en los que ha dejado constancia de otra de sus grandes pasiones, el Athletic (Historias de San Mamés, Un soviético en la Catedral, 100 jugadores del Athletic: de Willian a Willians…). La novela nos traslada al Bilbao de la década de los 60, trazando una atinada ambientación que consigue evocar aquella época gris, incluso sus olores (a carajillo, sacristía y Varón Dandy) y un Bilbao con la ría como mugrienta espina dorsal en el que transcurren las vidas tragicómicas de los personajes (los chiquiteros anarquistas o el poli bueno y virgen, perdido y desorientado en medio de la brutalidad de las comisarías franquistas), todo ello manteniendo siempre la tensión de una buena novela de género negro.
Cuando vengan los míos es su primera novela, después de toda una vida escribiendo para prensa. ¿Qué es lo que le decidió a hacerlo? ¿Era una historia que siempre había llevado consigo en la cabeza?
Fueron tantos años madurando la novela antes de escribir una sola línea que corría el riesgo de agotar la idea sin ponerla en práctica. Además necesitaba medirme, saber hasta donde era capaz de llegar. El periodismo y la literatura tienen muchos lugares comunes, pero parten de presupuestos distintos y a mí el periodismo no me dejaba tiempo para dedicarlo a la novela. Pero jamás abandoné la idea ni cambié de tema. Cuando vengan los míos se tituló así desde el principio, algunos personajes sí los modifiqué, pero la novela no varió demasiado. Desde que surgió el primer chispazo nunca se movió de mi cabeza y lógicamente iba dando saltos con leves modificaciones, pero seguía sin escribir. Me daba vértigo empezar y tener que dejarlo. Tenía claro que la novela no admite parones. La novela te tiene que atrapar a ti para que luego, si es posible, atrape al lector.
La novela se ubica en una época y un lugar muy concretos. ¿Tuvo claro siempre que Bilbao iba a ser uno de los protagonistas de la historia?
Sí, sin duda ninguna, pero no por un ejemplo de bilbainismo sino porque en la época que quería que se desarrollase la novela necesitaba que fuera Bilbao, el Bilbao gris de los sesenta, el franquismo puro y duro y las huelgas obreras. Y además era un Bilbao ya conocido por mí, aunque tuviera solo seis años, y además me iba a costar menos el trabajo de campo para reubicar las actuales calles o locales a los de aquella época. La verdad es que aquel Bilbao era una foto en blanco y negro de la vida cotidiana, ahora es una postal de cien colores, más útil, más sana, más viva, menos santurrona. Pero aquel Bilbao tenía el encanto de la mugre.
Aunque se trata de una novela de género se aprecia en ella una clara voluntad de estilo, hay aciertos literarios, pasajes más poéticos, otros más humorísticos… Da la impresión de que usted se ha sentido cómodo escribiéndola y la ha llevado a su terreno…
Nunca he creído en los géneros cerrados y monolíticos, novela negra, de misterio, ciencia-ficción… Hay que afincarse en uno de esos lugares pero sin renunciar al estilo, en mi opinión. En lo que yo escribo, ya sean crónicas o novela, jamás voy a renunciar al sentido del humor ni a la poesía, espero conseguir que sea en su justa medida. No es una mala mezcla. Y en Cuando vengan los míos se puede combinar la novela negra más fuerte, los muertos más inesperados con, por ejemplo, una referencia poética. Los géneros no deben tener estilo, o mejor dicho, un solo estilo. Por eso cada uno juega las cartas, nunca mejor dicho, como mejor sabe. Cuando vengan los míos tiene un punto de partida y un final previstos antes de comenzar a escribir. Todo lo demás, a veces lo sugieren los personajes que son los auténticos enredadores de la trama. A veces yo les ayudo en sus enredos para que no se despendolen demasiado.
Sí, porque el plan del asesinato de Franco a manos de unos chiquiteros, parece inicialmente algo chusco, pero no tardamos en ver que debajo de él hay mucho más, que usted quería descubrirnos la tragedia o tragicomedia de sus vidas en aquella época gris.
Al final, el posible asesinato de Franco a manos de estos chiquiteros comunistas o anarquistas, con el desencanto a flor de piel, doblemente derrotados en la guerra y en la paz, esconde mucho más que un juego, un juego de alto precio. Hay tragicomedia en sus vidas, aunque lo sepan demasiado tarde.
¿Que nos puede contar del personaje de Vela, ese policía inocente y honesto, virgen en medio de toda la miseria física y moral de la época?
Anselmo Vela fue el personaje fue el que más me costó construir. Hacerlo honesto, inocente, virgen, amante de la poesía que lee a escondidas o convertirlo en un policía más del franquismo como sus compañeros de la comisaría, a guantazos por los calabozos con los puños como único argumento en los interrogatorios. Me decidí por el primer retrato porque aportaba sorpresa, y porque seguramente, no lo sé, hubo en aquella época algunos policías que desde su afección al Régimen tenían comportamientos distintos. Pocos, eso sí. Quién sabe si ninguno…
¿Y recuperará al personaje, se animará con nuevas novelas?
Sin duda que intentaré escribir nuevas novelas. Lo único que he hecho en mi vida ha sido escribir, así que no puedo dejarlo. Una vez que supere la travesía del desierto en la que te deja sumido el último trabajo, saldré de la sequía y volveré a enfrentarme con el folio en blanco. Ya hay un par de ideas flotando en mi cabeza y, si, en una de ellas contaría con Anselmo Vela, aunque un Anselmo que vuelve sorprendernos.
Publicado en Rubio de bote, colaboración para magazine ON de diarios de grupo Noticias (29/12/2018)
Hace dos semanas escribía aquí un artículo de remedios caseros contra los días infecciosos en el que proponía, entre otras sandeces, autoenviarse correos electrónicos en los que al recibirnos nos convertíamos en personas que nos gustaría ser o nos hacían gracia (“A la atención del Señor Lobo”, “A la atención del del medio de Los Chichos”…). Se titulaba Suplantación de identidad. Pues bien, el mismo día en que ese sesudo artículo fue publicado alguien me enviaba un whatsapp con la foto del catálogo de una conocida cadena de bricolaje en la que aparecía yo repantigado en un sofá, junto a una chimenea —que era lo que anunciaban—, leyendo plácidamente; o al menos eso es lo que le pareció a esa persona e incluso a mí mismo a primera vista. Después, ya me fui fijando en algunos detalles (la ropa que el doble llevaba, sus manos, el doble de gordas que las mías, su pelo, todavía sin platear por las luces del tiempo) y me di cuenta de que yo no era yo. Sin embargo, la situación me preocupó y decidí espantar aquel fantasma colgando la foto en Facebook, para que las personas que me conocen también lo hicieran, publicando comentarios del tipo “Tú eres mucho más guapo que ese”.
Uno de esos comentarios me hizo ver que yo no podía ser el de la foto puesto que estaba cometiendo lo que para mí habría supuesto un sacrilegio, que me había pasado desapercibido como consecuencia de mi presbicia (a lo cual se sumaba, por cierto, que el modelo tampoco llevaba gafas): el libro que estaba leyendo aquel tipo ¡estaba en blanco! (claro que aún podría haber sido peor y tratarse de un libro de, no sé, Alfonso Ussía). Era uno de esos libros de atrezzo que usan en ese tipo de grandes tiendas, quizás como una anticipación del futuro de la literatura: de aquí a unos años los escritores solo tendremos que escribir títulos de novelas para lomos de libros de pega. Cuando eso suceda yo, parafraseando al poeta José María Fonollosa, tendré ya preparadas las respuestas para las entrevistas y diré, por ejemplo, que mi última obra, una autobiografía, he tardado toda una vida en escribirla y que se titula Pachorra.
Pero no nos despistemos. El caso es que tengo un doble, o incluso un triple, ya que hace algún tiempo también me advirtieron de mi sorprendente parecido con un periodista de Radio Nacional que presenta un programa en el que, además, hablan a menudo de libros.
El tema del doble, el sosias o el doppelgänger ha sido recurrente en la literatura, lo han abordado Borges, Cortázar, Saramago, Stevenson.., a los cuales cito en realidad para darle un poco de enjundia a este artículo repleto nuevamente de sandeces, si bien es cierto que, si uno lo piensa, resulta algo inquietante. Tanto como otro de los comentarios que recibí, que me decía que ese supuesto doble mío en realidad sí era yo, pero no lo sabía todavía. Piénsenlo. ¿Se imaginan que en algún lugar del mundo, quizás en su misma ciudad, hay una persona clavadita a ustedes haciendo cosas de las que tal vez no tienen constancia, pero que las personas que les conocen les atribuyen? En ese caso, para esas personas sus doble en realidad serían ustedes. Y así, yo me convertiría — de hecho lo fui para la persona que me envió el whatsapp y para mí mismo durante unos segundos— , en el modelo del catálogo.
No me puedo quejar, de todos modos, puesto que mis dobles parece que ser que tienen gustos y hábitos bastante relacionados con los míos. Me pregunto también por eso si la apariencia física determina la propensión a ciertas actividades o incluso a ciertos caracteres. Me gustaría pensar que sí, puesto que de lo contrario en alguna parte del mundo habrá alguien que podría ser yo que se gana la vida como antidisturbios, al que le apasiona el reguetón o al que no le resultan repelentes y peligrosos personajes como Albert Rivera o Pablo Casado. Resulta aterrador, no me lo negarán. Por lo demás, los de la tienda de bricolaje todavía no me han pagado la sesión fotográfica.
Publicado en Rubio de bote, colaboración para magazine ON de diarios de Grupo Noticias (15/12/2018)
El otro día pedí cita por internet para el médico y no me pude resistir. Una vez que has elegido la hora y las has confirmado, tienes la opción de autoenviarte un email para recordar los datos y una de las casillas te permite escribir tu nombre. Pues bien, yo suelo robarme a mí mismo la identidad y relleno esa casilla con lo primero que se me viene a la cabeza, de tal modo que cuando recibo el correo en este puedo leer, por ejemplo: “A la atención de Charles Bukowski”, “A la atención de Señor Lobo”…
Es una gansada, pero las pequeñas gansadas de ese tipo a mí me hacen feliz, o refuerzan mi autoestima (“A la atención del Mejor Columnista del Mundo”). Y, además, no haces mal a nadie; o eso creo, pues supongo que tú eres la única persona que ve esos nombres falsos. En la consulta, al menos, ningún médico ha salido hasta hoy a preguntar por “Perra roja del infierno” o “Chiquito de la Calzada”. Pero nunca se sabe. Hace unos meses se nos quedó el dedo tonto dándole a “Aceptar” a todo tipo de permisos para que, de acuerdo con la Ley de protección de datos, pudieran seguir enviándonos las newletters, boletines o catálogos a los que voluntariamente estábamos suscritos, y ahora resulta que, sin embargo, los partidos políticos tienen barra libre para obtener toda nuestra información personal e incluso ideológica a través de redes sociales y para bombardearnos por tierra, agua, aire, correo electrónico y móvil con su propaganda electoral, todo ello sin nuestro consentimiento.
En fin, el caso es que la broma de los autocorreos, que viene a ser una versión actualizada de las postales que nos enviábamos antes cuando nos íbamos de vacaciones y que solían llegar días después que nosotros y nos convertían igualmente en alguien que nos gustaría ser (nosotros mismos, de vacaciones, unos días antes), también pueden transcender el ámbito de lo privado y llevarse a cabo en alguna de esas cafeterías o restaurantes de comida rápida que te piden tu nombre mientras preparan la comanda y que después te llaman por los altavoces para recogerla. Claro que, en este caso, hay que carecer de sentido del ridículo o, simplemente, ser un poco notas.
Hace unos días estuve en uno de esos lugares, en los que el camarero estaba ya de vuelta de todo.
—¡Batman, pase a recoger su café! —decía, con un tono resignado y automático de máquina expendedora—. ¡Lady Gaga, su hamburguesa está lista!…
Una vez, de hecho, dijo “¡José Luis, ya tiene su helado!”, y todo el mundo empezó a reírse y a darse codazos y a señalar al pobre José Luis.
Recuerdo también, en la era A.G. (antes de Google), cuando todavía no había móviles, que en la piscina si alguien quería hablar contigo podía llamar al portero y este decía por los altavoces: “¡Fulanito, acuda al teléfono!” y que siempre había graciosos que conseguían colarle un Aitor Menta, un Kepa Jamecho o una Miren Amiano. En nuestra piscina cada vez que se abría la megafonía se creaba una expectación que rara vez veces era defraudada, pues cuando no se trataba de una de esas bromas de precursores de Bart Simpson, el propio portero anunciaba que se había encontrado un reloj vegetal o que se había perdido un niño con un bañador amarillo, rubio y a rayas.
Son, en definitiva, pequeñas e insignificantes píldoras de humor, placebos de tontorronería que ayudan a sobrellevar los días grises e infecciosos. A mí a veces, incluso, cuando recibo uno de esos emails, “A la atención de Puto Amo”, se me quita por unos momentos el dolor de cabeza o la otitis. Lo cual me lleva a concluir que quizás deberían de vender deuvedés de Gila o de Faemino y Cansado en las farmacias.
Foto: Guillermo Urkijo
Agur, Vendetta! ¡Kaixo, vértigo!
El próximo 28 de diciembre el grupo navarro de ska Vendetta se despide de los escenarios, tras diez años, cincos discos y canciones como Begitara begira! que ya forman parte del repertorio sentimental de más de una generación. El concierto será en Atarrabia, en la carpa de Hatortxu Rock, un día antes que este festival comience. Las sensaciones antes de la despedida, son de intensidad y vértigo, tal y como nos cuentan Javiero Etxeberria y Luisillo Kalandraka, los dos miembros de la banda con los que hemos hablado
Patxi Irurzun. Publicado en Gara 29/11/2018
Ya falta menos. El próximo 28 de diciembre Vendetta se subirá por última vez a un escenario (el del Hatortxu Rock, pero en un concierto previo e independiente a este festival) y echará la persiana a diez años de un recorrido ascendente, que termina en su momento más dulce y álgido, como un buen tema de ská. Llevan preparando el bolo durante todo un año, en el que cada concierto de su última gira ha sido a su vez una pequeña despedida. Hace unos días hicieron una frenética y sorpresiva minigira de acústicos a lo largo de todo Euskal Herria por los diferentes puntos de ventas de entradas y ya no habrá ninguna ocasión más de verlos hasta el “Agur, Vendetta!” definitivo de Atarrabia.
“El otro día en Zamudio hicimos el último concierto antes del último concierto, nuestra despedida en Bizkaia, una de nuestras plazas fuertes, y las sensaciones fueron intensas, porque empezamos a ser conscientes de que esto se acaba”, nos cuenta Javiero Etxeberria, cantante y guitarrista de la banda. Aunque Luisillo Kalandraka, el otro miembro de Vendetta que recibe a GARA, apostilla: “A mí se me hace raro hablar de último concierto. De hecho, este es mi segundo último concierto en Bizkaia, antes también nos despedimos con Skalariak, y en realidad sé que dentro de nada, con otros grupos, volveremos a estar allí”.
Nuevos proyectos
Y es que los cinco músicos de Vendetta, apenas van a darse un respiro, y ya andan todos ellos con la cabeza en nuevos proyectos: por ejemplo, Javiero con Los Hollister, el grupo que ha formado con sus hermanos, la saga Etxeberria (Montxo —Tijuana in blue, Huajolotes…— y Juanlu —Enemigos íntimos, Keltiar Aldea…—) y que en breve publicarán con GOR; o el batería Enrikko Rubiños y el trompetista Rubén Antón, que forman parte ya de Modus Operandi, banda en la que también militan varios exmiembros de Betagarri y que también tiene nuevo disco recientemente editado… “También hay gente de la banda que vamos a seguir juntos en otras historias… Pero lo que tenemos claro es que Vendetta somos los cinco, y si no estamos los cinco no es Vendetta”, dice Javiero.
La banda, de hecho, ha acabado como empezó, siendo un grupo de amigos, que, como sucede en la vida, toman caminos diferentes, que los demás respetan. Sin más. “Igual a la gente se le hace raro, porque la mayoría de los grupos se separan a hostias, pero es que en nuestro caso es así, somos amigos y vamos a seguir siéndolo”, dice Luisillo. Un ambiente de camaradería que se refleja en el video que han lanzado en los últimos días. “Es un testimonio de estos diez años”, explica Javiero, quien también apunta que, en un futuro, si se terciara, no tendrían problemas para volver a tocar juntos en un momento puntual y para una buena causa.
Kaixo, vértigo!
Vendetta inició su recorrido en el año 2008, tras la separación de Skalariak, grupo del cual formaban parte cuatro de los músicos de la banda (Javiero, Luisillo, Enrikko y Rubén) y a los cuales se suma, a la voz y el trombón, un jovencísimo y talentoso Pello Reparaz. Comienzan tocando en bares, pero pronto empiezan a girar por otros países, como Suiza (otra de sus plazas fuertes, de la cual les apena no haberse despedido, pues allí siempre han sido muy bien acogidos) y poco a poco se convierten en una banda capaz de llenar plazas y poner las salas a reventar, con seguidores de diferentes generaciones. “Nuestros recorrido ha sido un poco como esperábamos, no hemos sido una banda de pegar de repente un pelotazo, si no que hemos ido poco a poco, currando mucho, de un modo ascendente, hasta al final poder llenar los sitios y disfrutar tocando”, resume Javiero.
“Echando la vista atrás, la sensación es la de habernos quedado súper a gusto”, señala Luisillo, por su parte, a quien le preguntamos también qué es lo que van a echar más de menos: “Quizás las giras (Vendetta han girado, prácticamente cada año, por lugares como Sudamérica, Suiza, los campamentos saharauis, Turquía…), que es cuando vives realmente la experiencia de la banda, de estar despegado de todo, de tu entorno, y haciendo lo que te gusta hacer”, responde, y añade: “Me parece que hemos dejado atrás una historia bonita, esa es la sensación que tenemos ahora. Eso y el vértigo a empezar otra vez de cero. Pero eso es bueno, es señal de que no nos vamos a quedar en casa, comiéndonos la cabeza, cuando acabe este último concierto”.
Agur, Vendetta!
Un último concierto que será el día 28 de diciembre en Atarrabia, en la carpa de Hatortxu rock. La venta de entradas va muy buen ritmo, lo que no evita que los nervios estén a flor de piel, pues el grupo se ha ocupado esta vez de todo: “Aparte de lo especial que es el concierto para nosotros, esta vez no tenemos que preocuparnos solo de tocar, hay también miles de detalles de lo que estar pendientes”. Por ejemplo, las diferentes autorizaciones para menores (Vendetta es un grupo con gran tirón entre los adolescentes), que, recuerdan, son obligatorias y hay que bajarlas desde la web del grupo, www.lavendetta.org (no desde las del Hatortxu Rock; el concierto de Vendetta, repetimos, no forma parte de este festival, solo comparte su carpa).
En Agur, Vendetta! habrá colaboraciones de músicos y coristas que han trabajado en el estudio con Vendetta y con los que en directo resultaba imposible contar en las giras. El repertorio, para el que han recuperado canciones que habitualmente no tocaban en los conciertos, se alargará hasta las dos horas y media, por lo menos. Y habrá alguna sorpresa más que no quieren desvelar.
¿Y cuando las luces se hayan apagado, qué?, preguntamos. “Normalidad”, contesta Javiero. Luisillo, por su parte, ha alquilado ese fin de semana una casa rural con amigos y algunos seguidores fieles de Vendetta. “Buena comida, un poco de fiesta y… seguimos adelante”, concluye, como el estribillo de una de sus canciones. Seguro que sí. Para tener vértigo primero hay que haber llegado arriba. Ellos han estado en los dos sitios, arriba y abajo, así que conocen de sobra el camino.