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ENTREVISTA A GALDER REGUERA

Mar 20, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

 

0_alta_Carmen Luis y Moto (c) Luis Brox

Foto: Luis Brox

“Buscando la historia de mi padre he descubierto la de Mamá”

Galder Reguera, escritor

 

“Mi padre murió el día que mi madre le dijo que estaba embarazada de mí”. Así arranca Libro de familia, el último trabajo del escritor bilbaíno Galder Reguera, en el que reconstruye la historia de su padre biológico, y al hacerlo, la suya propia y, sobre todo, la de la auténtica protagonista del libro: su madre. Una historia valiente sobre la identidad, los secretos y abismos familiares.

 

Patxi Irurzun/Gara 19/03/2020 (Día del padre)

 

Libro de familia, publicado por Seix Barral, es la quinta obra de Reguera, después de, entre otras, el ensayo autobiográfico Hijos del fútbol, o la novela juvenil La vida en fuera de juego (Reguera es responsable de actividades de la Fundación Athletic Club), pero es también la primera de todas ellas, pues se gestó al mismo tiempo que el propio autor. Narrada de un modo al tiempo audaz y contenido (Reguera reflexiona a lo largo del libro sobre las heridas que puede abrir al contar la historia y sobre cuáles puede ayudar a sanar, sobre las dudas y temores que suscita una escritura de este tipo), Libro de familia, que califica como novela de no ficción, aborda también otros temas dolorosos, como la violencia machista.

¿Escribir Libro de familia era algo que llevaba siempre consigo como una tarea o una cuenta pendiente o hubo algo concreto que le empujó a hacerlo?

La historia siempre ha estado ahí. En cierto sentido, yo mismo soy relato, porque desde niño, cuando me hablaban de mi nacimiento, me contaban la historia familiar. Sin embargo, a mí me hacía daño escucharla, porque era como entender que mi familia real, la formada por mi padrastro, mi madre y mis hermanos, nació de un hecho luctuoso. Digamos que le daba un poco la espalda a esa historia. Sin embargo, hace dos años se puso en contacto conmigo un primo mío, que no conocía, y quedamos, hablamos, me contó cosas de mi padre, y me di cuenta de que llevaba toda la vida siendo muy injusto con él, que quizá fuera siendo hora de saber cómo era y si yo tengo algo de él.

¿Usted no conoció físicamente a su padre biológico, y eso le confiere una particularidad a la historia, pero también es cierto que la mayoría de nosotros en realidad desconocemos quiénes son o han sido nuestros padres?

Desconocemos sus historias, los sueños y miedos sobre los que cimentaron nuestras familias. A mí Libro de familia me ha servido para poder pasar muchas tardes hablando con mi madre, y también con mi padrastro, y preguntarles ese tipo de cosas que nunca surgen en una reunión familiar. Después, al escribir su historia como si fueran personajes de novela, me he metido en ella, he hecho míos sus miedos, las dificultades a las que se enfrentaron para construir la familia en la que yo crecí feliz y ajeno a todas esas circunstancias. Eso me ha servido para estar más agradecido por todo lo que hicieron por nosotros, por mí y mis hermanos.

En ese sentido, es evidente que el libro también reconstruye la historia de su madre y que es a ella la principal protagonista.

Totalmente. Mi madre ha sido el eje sobre el que ha girado mi familia siempre. Es ella quien ha tirado adelante en los momentos duros. Pronto me di cuenta de que para hablar de mi padre biológico debía hablar de mi padre no biológico y que en esa ecuación entraba mi madre. Suelo decir que buscando la historia de mi padre he descubierto la de Mamá.

¿Fue duro tener que abrir heridas, al hablar con ella? Por ejemplo, un momento importante en el libro es una experiencia traumática, como su segundo matrimonio, antes de conocer a su padrastro 

Sí, ha sido muy difícil por momentos. Sobre todo, escuchar de los labios de alguien a quien quieres tanto cómo sufrió en un momento de su vida. Pero también estar cara a cara con los hermanos de mi padre, que tuvieron a mi hermano mayor en brazos y desaparecieron de nuestra vida a la primera oportunidad.

A lo largo del libro usted también reflexiona un poco sobre todo eso, sobre las dificultades, conflictos morales que le surgen escribiendo, hay incluso pasajes en los que está a punto de tirar la toalla…

Tenía muy claro que no quería hacerle daño a nadie escribiendo este libro, y menos aún a mi madre. Hubo un momento en el que pensé en dejarlo, porque mi hermana me dijo que había estado con nuestra madre y la vio muy afectada, llorando por recordar todo aquello. Pero después ella misma me dijo que hablar de ese momento de su vida le ayudaba a depurarse. Suele pasar con quienes han sido víctimas de una violencia como la machista que hay que ayudarles a superar el estigma de la víctima, ese razonamiento por el cual parece que debe haber silencio sobre los malos tratos recibidos.

En lo referido a la familia (no toda) de su padre hay algunos ajustes de cuentas, reproches, que usted asume además sin remordimientos, en ese sentido el libro es valiente, ¿lo siente usted así?

Bueno, he intentado que el libro no contenga reproches, sino entender por qué las personas se comportan de una determinada manera en momentos como los que vivió mi familia. Entiendo perfectamente, por ejemplo, que las familias de mi madre y de mi padre no biológico se opusieran en su momento a su relación, aunque el tiempo haya dado la razón a mis padres. Pero hay momentos en los que uno no es capaz de entender. Si fueran personajes de una novela, tendría que inventarme sus motivaciones, porque no he sido capaz de descubrirlas aún.

El tono en general resulta bastante contenido, habría sido fácil caer en cierta melancolía o el lamento ¿cómo trabajó eso?

Conteniendo las emociones en determinados momentos. Y puliendo mucho y dejándome asesorar por las personas que leyeron el texto. Me ayudó mucho Ander Izagirre, por ejemplo, que es un magnífico periodista, haciéndome entender que el relato está dirigido a un lector neutral, no a mis familias. También Elena Ramírez y Teresa Baillach, mis editoras en Seix Barral. Elena me decía una cosa muy bonita: que intentara “no hacerme el bicho bola”.

Por último, lo socorrido sería aquí hablar de autoficción, que parece el gran cajón de sastre de la literatura del yo actual, pero su libro es en realidad autobiografía pura y dura…

La literatura basada en hechos reales tiene muy mala prensa hoy día. Parece que los puristas de la ficción están desatados. Yo creo que Libro de familia es una novela de no ficción. Es literatura, en el sentido en el que los recursos utilizados para contar la historia son literarios.

Libro de familia está teniendo una gran acogida ¿Seguirá en esa línea?

Si te soy sincero, no sé por dónde seguiré. No tengo ahora mismo un proyecto nuevo en el que estar trabajando de seguido. Tengo apuntes para varias cosas, pero no me he puesto con ninguna de ellas en serio. Lo que sí tengo claro es que la ficción y la literatura basada en hechos están al mismo nivel, que es la calidad del texto la que determina si es bueno o no, no los hechos narrados.

 

 

ORTEGAESMITS

Mar 7, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en el magazine ON (diarios Grupo Noticias) 07/03/20

 

Es como los culebrones o los programas del corazón. La primera vez que los ves, o si has pasado una temporada desenganchado, te entra la risa floja, piensas que es una broma, una parodia, que cualquier persona con dos dedos de frente no puede tomarse eso en serio; pero si, por casualidad o por morbo, al día siguiente repites, si entras en la rueda, si te acostumbras a la exageración, a los josealfredos y los jorgejavieres, a la gesticulación y el lenguaje sobreactuados, entonces, te sometes al imperio de la banalidad y tú mismo te conviertes, sin darte cuenta, en un zombi que se alimenta de basura y carnaza.

Con algunos políticos, como José María Aznar u Ortega-Smith, sucede lo mismo. Aznar, antes de ser Dios, parecía un personaje de El Jueves, con su bigote “usted no sabe con quién está hablando” —ese bigote prodigioso que permanece hasta si se lo afeita—, con su pelo peinado a cincel, cuando era el principal accionista de las fábricas de gomina, con, en definitiva, aquella imagen que era un estereotipo, un personaje más de Martínez el facha, una caricatura que, sin embargo, acabó colgada en la galería de retratos de presidentes del Congreso.

Ortega-Smith, por su parte, resultaba igualmente cómico hasta hace bien poco, hasta que se ha convertido en peligrosamente cómico, hasta que el geyperman ha comenzado a disparar tiros de verdad. Antes, lo veíamos en las manifestaciones rojigualdas, sacando los codos en primera fila tras las pancartas, como un pivot torpón a la caza de un rebote, buscando desesperado la foto entre los barbours. Ahora las alcachofas se giran cara al sol para buscarlo, para dar autoridad a sus desatinos, a toda esa retórica —sediciosos, comunistas, golpistas— que cuando no era nadie olía a alcanfor, a pies, a Varón dandy y aguardiente.

En algún momento alguien decidió que había que votar como delegado al más tonto o al más bruto de la clase. En algún momento alguien se quedó más tiempo del recomendado mirando el culebrón o la telebasura. En algún momento alguien volvió los micrófonos hacia los aznares, los ortegaesmits, los donaldtrumps, las cayetanas e iturgaizs y la caricatura se hizo carne y nos acostumbramos a ella y la tomamos en serio. Quizás estamos haciendo todo al revés y debimos tomarlos en serio antes, cuando solo eran una caricatura, y reírnos ahora que la cosa va en serio, que tienen a su alcance el botón rojo y los prime-times y los consejos de administración de las fábricas de mentiras.

Se habla mucho, por ejemplo, de cuál es la mejor manera de aislar a la ultraderecha. Yo propongo que cada vez que se suban a la tribuna, que tomen la palabra en parlamentos, diputaciones, ayuntamientos, los demás empiecen a reírse, a partirse el pecho con cada una de sus enormidades. Como si estuvieran leyendo El Jueves o viendo por primera vez una telenovela. Reírse hasta desarmarlos, hasta que ellos mismos se den cuenta de la ridiculez y la pobreza e inconsciencia de sus mensajes. Antes de que sea tarde y nos convirtamos en meros telespectadores, en votantes complacientes, crédulos, insensatos.

CAMPAÑA POR LA LECTURA

Feb 23, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 22/02/2020

 

Hay un anuncio de la tele en el que un hombre sale de una habitación con barba de náufrago y, al borde de la extenuación, exclama: “¡Lo encontré!”, mientras muestra entre sus manos un objeto, no recuerdo cuál, tal vez un cinturón. “Pasamos cinco mil horas de nuestra vida buscando cosas que hemos perdido”, dice después una voz en off.

Pocas,  me parecen. Incluso si esas cosas son cosas materiales, objetos, porque también podemos pasarnos la vida entera intentando recuperar una juventud o un amor perdidos. Pero ese es otro asunto.

El maestro Kutxi Romero dice que el rocanrol consiste básicamente en esperar. Esperar a la prueba de sonido, esperar al avión o a que la furgoneta llegue a su destino, esperar a que empiece el concierto… Y creo que eso podría extrapolarse a la vida en general. Nos pasamos la vida esperando, buscando cinturones, tratando de despegar el rollo del celo… Todo ello sin contar los veintitrés años de media que nos pegamos durmiendo. ¡Qué máquinas más imperfectas somos! ¿Hay algo más ridículo que sentarse a cagar? Son, en fin, miles las horas muertas de nuestra vida que se van por el retrete como abortos del tiempo. Por ejemplo, haciendo colas. Cola para coger el autobús  (bueno, en algunos lugares como Pamplona no, porque no se hace cola, se entra de manera religiosa, los últimos serán los primeros, es decir, al mogollón). O cola para entrar a los baños de los bares. Conozco, de hecho, gente muy meona y muy extrovertida que he conocido en las colas de los baños y que a su vez ha conocido a la mayoría de sus amigos en las colas de los baños de los bares.

Perdemos también cientos de horas, tantas que hasta podríamos habernos sacado durante ese tiempo la carrera de medicina nosotros mismos, esperando al médico. O en las llamadas en espera, el invento más perfecto para aborrecer a Beethoven y a Richard Clayderman. Cientos de horas intentando despegar el abrefácil de las pizzas  o ese cacho que se amontona en la esquina del rollo de papel de plata… Cientos de horas, como Ben Stiller en aquella película, poniendo y quitando de encima de la cama los putos cojines de adorno.

Menos mal que la tecnología acude en nuestra ayuda y ahora en tres o cuatro horas de nada podemos hacer las facturas on-line para la administración y reinstalar la última versión del Java (¿qué le pasa a ese programa,  que necesita actualizarse cada día, está falto de cariño o soy yo, que soy un cenizo informático?).

¿Y las contraseñas? ¿Qué me dicen de las contraseñas y de los raticos que se nos van tratando de recordarlas o de recuperarlas? Somos contraseñas andantes, luchando contra los molinos de viento de las redes sociales y la telefonía móvil, contra el gigante del Gran Hermano que nos vigila, nos escucha, que nos pide que nos dirijamos a él en clave pero  sabe todo sobre nosotros. “Ok, Google, ¿cómo se titulaba aquella película de Ben Stiller?”.  “Y entonces llegó ella”. Vale, gracias, pues cualquier día de estos me lío a cuchilladas con la tablet o con el router o con la plana mayor de Silicon Valley, como Ben Stiller con los cojines en aquella escena de Y entonces llegó ella.

 En fin, miles de horas perdidas, total para que al náufrago, hecho un pellejo, el cinturón ya no le valga o para que al final el concierto se suspenda. Toda una vida desperdiciada en actividades a menudo improductivas y estúpidas. Yo, por si acaso, siempre llevo un libro conmigo.

 

 

 

GRIPE

Feb 10, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

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Publicado en la sección Rubio de bote, colaboración quincenal en magazine ON (diarios Grupo Noticias)

Hay que joderse, la gripe, cuando eras pequeño, solía servir al menos para que tu cuerpo diera un estirón —era el momento de sacarle el dobladillo a  los vaqueros, en los que las líneas blancas de otros estirones parecían los anillos de un árbol talado—, ahora, por el contrario, con medio siglo a cuestas, tres o cuatro días en la cama no solo te jibarizan sino que además llenan la almohada de pelos. No somos nada. O igual empezamos a ser ya ese árbol caído.

Parece ser que en el pico más alto de la enfermedad de este año, que coincidió con el del coronavirus asiático, las mascarillas se agotaron en las farmacias. Al principio me alegré, porque igual de esa manera la gente dejaba de hablar por los móviles en los autobuses, pero luego ya explicaron que habían sido los chinos de los bares y de los restaurantes y de las tiendas de chinos, comprando al por mayor para enviar, en una especie de AliExpress a la inversa, las mascarillas a sus parientes de Wuhan, esa pequeña ciudad de solo once millones de habitantes que es el epicentro de la enfermedad.

Y además que con mascarilla la gente tampoco iba a dejar de hablar por el móvil, lo que pasaría más bien sería que los autobuses se convertirían en naves de la guerra de las galaxias llenas de Darth Vaders. Eso y que a mí me iba a dar lo mismo porque estaría en la cama, calvo y encogido.

Parece ser también que para no coger el coronavirus lo mejor es privarse de comer murciélagos. Igual por eso tiene ese color tan pálido Ozzy Osbourne, que le arrancó a mordiscos la cabeza a uno de ellos hace casi cuarenta años, después de que alguien del público lo arrojara al escenario (ya sabes, lo típico que sales de casa con un murciélago muerto en el bolsillo). Para conmemorar tan metálica efemérides hace tan solo unos días el cantante de Black Sabbath lanzó al mercado un murciélago de peluche, con su cabeza despegable y todo, y así los niños enfermos de cincuenta años podremos jugar a estrellas satánicas del rock durante nuestra convalecencia.

Claro que al coronavirus, como al diablo, es mejor no mentarlo, ni siquiera en broma, porque lo mismo de aquí a diez días, cuando se publique esta página, la epidemia ha mutado en pandemia mundial y como aquí no sabemos construir en una semana hospitales, como los chinos,  porque harían falta concursos públicos y de ideas y pliegos de condiciones y recursos y más concursos, ahora para decidir  si el nombre del hospital debe llevar el de un padre de la constitución o el de un delantero centro,  total, que al final las obras las firmaría una arquitecta sin licencia y en el camino se perderían un diez por ciento del presupuesto en comisiones y unos cuantos miles de griposos pobres y feos.

La gripe, disculpen ustedes, es lo que tiene, que a uno le sube la fiebre y desvaría, imagina  apocalipsis y alopecias. Menos mal que nos queda Turquía y el ibuprofeno.  ¿Qué fue, por cierto, hablando de remedios provechosos, de la gripe porcina, y de la aviar, qué fue de de la enfermedad de la lengua azul, qué de la gripe A, qué fue de todas aquellos cientos de miles de vacunas que compraron los gobiernos para por si acaso? Yo qué sé. Que me lo explique alguien que sepa y que no trabaje en la industria farmacéutica.  Yo no tengo ni idea. Yo solo tengo gripe y una manta vieja y un caldo de la abuela. Espero que no sea de murciélago.

 

 

 

 

 

 

FACHA

Ene 26, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de bote, colaboración para magazine ON (diarios de Grupo Noticias) 25/01/20

 

Hace unas semanas, al empezar el año, escribí mi lista de buenos propósitos y entre ellos el primero de todos fue hacerme de derechas (o sea, “normal”, que diría el señor alcalde de Pamplona). Estaba convencido de que así todo me iría mucho mejor. ¿Cómo pueden irte las cosas mal cuando tienes todo a tu favor: la constitución, la policía, la televisión, la razón, el país, el mundo, el rey, la Audiencia Nacional, la OTAN, a Bertín Osborne?

Pensé que la transformación no podía resultarme demasiado difícil, entre otras cosas porque como soy muy friolero ya tengo un fachaleco, que es una prenda de vestir prodigiosa, pues, a pesar de ser un chaleco, en la manga lleva incorporado el comodín de la ETA, con el que siempre puedes ganarle la partida a los proetarras, los comunistas, los raperos, las feminazis, los jueces europeos, los separatistas, los de Teruel, los titiriteros, los de León,  los nacionalistas no españoles, en fin, a todo el que no piense como tú.

La verdad es que fue ponérmelo y sentirme ya imbuido de una especie de, no sé cómo llamarlo,  santidad, o de elevación, de levitación moral. Aparte de que en mi nueva vida volví a retomar saludables hábitos que había abandonado hace cuarenta años, como el de confesarme, y así si alguna vez me veía interpelado —cosa que en realidad no sucedía— por algunas de las consecuencias y las víctimas de los actos de mis nuevos referentes políticos, no sé, un bombardeo en algún país árabe, un golpe de estado en Latinoamérica, o un ojo reventado por los antidisturbios en una manifestación, no tenía más que vomitar mis pecados en el confesionario y todo arreglado.

Y como solía confesarme los martes, los lunes eran los mejores días para comportarme como un impresentable odioso y abofeteable, como un auténtico facha; los mejores días para decirme a mí mismo que todos aquellos sediciosos y muertos de hambre en realidad se merecían todo lo que les pasaba y, es más, ¡que se jodan!, como le soltó a los parados aquella vez en el congreso una diputada de las nuestras.

Durante unos días, además, estuve observando el comportamiento de los que iban a ser mis nuevos faros ideológicos, por ejemplo en la sesión de embestidura, lo cual me resultó, al menos al principio, muy útil, pues en cuanto mis allegados empezaron a observar el giro, el trompo más bien, de mis opiniones y a intentar hacerme volver a la senda de la luz verdadera, y puesto que yo me sentía todavía extraño y desentrenado dentro de mi nuevo ser y no sabía muy bien cómo rebatirles, lo solucionaba todo espetándoles un ¡Viva España! o un ¡Viva el rey! que zanjaba cualquier discusión.

Durante unos días ser un facha tuvo su gracia. Después, la cosa se torció un poco.

“¡Viva España!”, grité cuando me llegó el recibo de la luz, pero al mes siguiente la factura vino aún más recargada.

“¡Viva el rey!”, grité cuando a fui a pagar la compra, pero la cajera me miró como si yo fuera un mandril y desde luego no me cobró de menos.

“¡Viva el vino!” (aquí ya había empezado a desilusionarme), grité cuando llevé a la niña al partido de baloncesto en la escuela, pero en vez de un polideportivo con calefacción, como cuando jugábamos contra los colegios concertados, nuestra pista continuaba pareciendo más bien una pista de hielo.

Al final comprendí que para ser facha, un facha de verdad, con todos tus privilegios y tus opiniones respetables y tus fachalecos de marca, uno tiene que tener apellidos compuestos, cuentas en Suiza, negocios inmobiliarios, empresas de seguridad o de apuestas; uno tiene que tener pedigrí facha y montañas de dinero e hijos e hijas que digan osea. Si no, no compensa. Lo que sigo sin comprender es cómo hay millones de personas que aún no se han dado cuenta.

 

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