Esta es la portada de otra de las antologías en la que participo este año: Narrando contracorriente, que publicará Ediciones Escalera. Mi cuento se titula Fray Spray.
Ayer decía Daniel RuizGarcía en su blog que es un ludópata literario, un vicioso de los premios literarios, esa ruleta de la suerte las más de las veces trucada, con la que casi siempre suele ganar la banca, ese tapete resplandeciente bajo el cual se guardan cartas marcadas. Ayer también leía en el blog de Alberto Olmos, Hikikomori, una serie de derechos de los lectores, entre los cuales estaba el Derecho a cuestionar los premios:«Este derecho avisa de la posibilidad que tiene un lector de hacer pública manifestación de sus sospechas -fundamentadas en la propia lectura de un libro premiado o en la información que, tantas veces, puede localizarse en el propio libro o en simples búsquedas on line, y que dan pistas sobre los intereses torticeros del galardón- sobre la fiabilidad de un premio, la componenda a que se pliegan los miembros del jurado y el engaño a que se vieron sometidos 400 o 600 participantes, y, posteriormente, miles de lectores«. Y entre una cosa y otra, yo que también fui en un tiempo algo ludópata y -dado que de vez en cuando el cajón se llenaba de calderilla- todavía tengo recaídas, ayer mismo salí desplumado de uno de esos premios, con el consiguiente resquemor y sospechas, porque mi libro sin duda era el mejor -por eso se presenta uno ¿no?-, estas últimas acrecentadas con el hecho de que en la biografía de la premiada se diga que trabajó durante años como editora precisamente, oh, casualidad, de la misma colección que da nombre al premio en cuestión. Yo no digo nada más, es un dato, no cuestiono la honestidad del jurado, ni la novela, que quizás sea maravillosa e hibride que te cagas los géneros, las nuevas tecnologías, y la puedes leer en tu Ipad, el que tenga, y sus personajes estén en el Facebook, y seguro que la autora será una bella persona, y no es cuestión de aguarle la fiesta, y quizás, en definitiva, todo haya sido limpio, espero que sí, pero no me jodas, hombre, quedan tan feas esas casualidades ¿no?
El escritor David Refoyo ‘Clifor’ me ha incluido en una bizarra alineación para un no menos bizarro partido de futbol que ha publicado en su blog Una ciudad llamada perdición. A juzgar por el orden en la alineación, voy además de 9, de ariete rompedor. con lo cual, después de lo convertirme en estrella -fugaz- del rock, se cumple otro de los mis sueños de infancia (aunque, puestos a elegir, yo prefería el basket salir a sustituir a Corbalán y lanzarle unos cuantos contrataques a López Iturriaga -y rezar para que no sacaran del banquillo a Del Corral, o a Romay el peor jugador que he visto sobre una pista de baloncesto)
EL PARTIDO DEL AÑO
Se enfrentan, en el equipo de casa: Zapatero; Gerard Piqué, Raúl Albiol, un defensa desconocido del Atlético de Madrid y Roberto Carlos; Iván Zamorano, Hugo Sánchez, Juanito, Miquel Soler; Jose Mari Bakero y Patxi Irurzun. En el equipo contrario, el visitante, forman: Matt Groening; Paco de Lucía, New Balance y Miguel; Encías Sangrantes, Lisa Simpson, John Lee Hooker y Tete Montoliu; Raimundo Amador y Mario Crespo. ¿Quién ganará?
Esta es mi colaboración de este mes para » Guía del niño» en la sección «Mi papá me mima» (y ya van sesenta):
CHUPETES
Esta tarde voy a pasarme por la oficina de patentes y marcas para registrar mi chupete con busca. Lo llamaré ¡Mi chupetemmmm!, así, con muchas emes, por mi hija M y por esos ¡ummmmm! de satisfacción y alivio que exhala ella cuando aparece uno de los chupetes que extravía un día sí y otro también. Para M no tener un chupete a mano es una tragedia, todo su mundo se derrumba, se llena de peligros, de noches en blanco… Y sin embargo no es muy cuidadosa con ellos, que se diga, los olvida en los lugares más insospechados: dentro de zapatos, ejerciendo de marcapáginas… Una vez incluso encontramos uno dentro de la jaula del periquito –supongo que M lo vio algo tristón—.
Me paso la vida tirado por el suelo, o poniendo la casa patas arriba –sí, aún es posible ponerla más patas arriba— para buscar los dichosos chupetes. Durante algún tiempo albergué la idea de patentar otro invento. El chupete de emergencia, consu vitrina y todo, y su martillito para romperla en caso de urgencia. Pero no, eso no iba a resultar, con los chupetes de M hay emergencias todos los días. Hasta hace poco pensaba que existía una extraña ley o cúmulo de casualidades que hacía que cuando perdía uno de sus chupetes, en el rastreo apareciera inmediatamente otro que ya dábamos por desaparecido. Hasta que llegó aquella noche terrible, la noche de los chupetes rotos, en la que todos desaparecieron o se rajaron a la vez y tratamos de aplacar la ansiedad de M con la tetina de un biberón que, llena de rabia, también destrozó a bocados.
Creo que fue entonces cuando se me iluminó la bombilla y pensé en los chupetes con busca. ¡Eureka! Eso era, un invento revolucionario: un chupete con una alarma o busca que se activara mediante un mando a distancia. La contribución definitiva a un mundo sin llanto, de niños felices, con un chupete en cada mano y otro en la boca, chup, chup, incluso de dos o tres chupetes a la vez dentro de la boca, si así lo desean. Sí, ya lo veía, bip, bip, todos los chupetes perdidos del mundo entonando el himno de la alegría, en las gárgolas de la Sagrada Familia, desde los jardines al pie de la Torre Eiffel, debajo de las norias de todo el mundo… Y mi nombre en todas las enciclopedias. “Bendito seas, Patxi”, me adorarían todos los padres y madres del mundo…
En fin, todavía hoy, mientras espero para ir mañana a la oficina de patentes, sigo con ese tipo de fantasías. Los chupetes es lo que tienen, que consuelan una barbaridad. Los chupetes hacen soñar. Los chupetes llenan el mundo de babas que huelen a felicidad. ¡Vivan los chupetes!
A los escritores, para no decepcionarse, es mejor no conocerlos (aunque la gente se empeña, muchas veces en lugar de leer sus libros, y los escritores acceden porque eso, las charlas, los talleres, los saraos, son lo que les da de comer, más que sus obras). El otro día decía en otro post que me pongo colorado y, glup, trago saliva, cuando alguien me echa unos piropos como los que me dispensó el sir Gsus Bonilla, porque luego los lectores esperan encontrarse a un terrible antitodo y aparezco yo, que en vivo no tengo media hostia y soy un pasmado. Hay en definitiva un Patxi Irurzun que tiene una vida ajena a la mía y últimamente hasta se ha convertido en personaje literario. Hace años Oscar Sipán en uno de sus cuentos -creo recordar, porque no conservo el Monográfico en que se publicó- me puso a conducir un coche con David Benedicte a más de 110 por hora y a atracar bancos y no sé qué más fechorías. Dentro de unos días, el escritor y traductor Luis Ingelmo publicará una colección de relatos en la que yo también soy un personaje literario (no he podido leerlo aún, pero intuyo que los tiros también irán por ahí, porque él también me conoce de leerme en la época salvaje y quinqui de Mono Gráfico.) Y en su último libro, el dietario Vivir de buena gana, el gran Sánchez-Ostiz habla de mí (o, en este caso sí, de mis libros) de esta manera tan elogiosa que viniendo de quien viene, me llena de rubor y de orgullo. Esto es lo que dice:
(…) Patxi Irurzun, un narrador de verdadera valía que se mueve por territorios marginales, provocativos, muy de tabúes literarios, todavía, para una sociedad literaria demasiado ligada al poder político o mediático, muy dependiente de estos, en la que el buen y el mal gusto es una cuestión que se mide con ponderal. Irurzun tiene un mundo literario rico, de mucho tener los pies en el suelo y los ojos bien abiertos, sin preocuparse de si su entorno o sus decorados tienen o no prestigio literario. El prestigio literario se lo da él con su forma de expresarlo. Acaba de publicar unos relatos tan duros como hermosos, Ajuste de cuentos, y no hace mucho otros reunidos en La polla más grande del mundo, que es un título que invita a no leerlo o a despreciarlo. Y sin embargo en sus páginas late un humor zumbón y una forma de mirar más pacificadora que otra cosa, en un mundo hostil para quien parece estar condenado a ser un perdedor. Junto al vitriolo, Irurzun expresa un sentido de la belleza de lo cotidiano y pequeño, una emoción común y compartible. Pero no, el buen gusto ante todo. No corren buenos tiempos para las rupturas radicales, a no ser que puedan subvencionarse, reconvertirse en espectáculo, ponerles guardias de seguridad, keep outs, finca particular… Mal asunto el presente si no estás colocado donde hay que estarlo. Por si fuera poco, Patxi Irurzun tiene un libro de viajes que nadie ha escrito en España, porque ese tipo de viajes no se hacen, no son comerciales, no son turísticos ni de lejos. Un libro hermoso, intenso, que habla del viaje primerizo, cuando quien lo hace y escribe no tiene mañas, y así es como aparece en escena, sin ponerse como un campeón, que es como hay que ponerse para tener éxito. Lástima que esté publicado donde está publicado. Se trata de Atrapados en el paraíso, un viaje al basurero de Manila, el de Payatas, donde más de cincuenta mil personas viven de las basuras.