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RELECTURAS

May 4, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Ayer en Diario de Navarra, donde de repente me he hecho visible y soy escritor (he salido dos semanas seguidas, casi más que en el resto de mi vida y de mi docena larga de libros) , coincidiendo casualmente con la publicación de los cuentos infantiles que estoy publicando para la colección «Erase una vez en Navarra», publicaron un artículo sobre las relecturas de algunos escriotres, entre ellos, un servidor.. Como la cosa no salió en edición digital recurro al cutrerío y le hago una foto al papel y la pongo aquí, y como todo eso no sirve para nada porque no se ve un pijo  pego también la respuesta completa que di, que no es la misma que salió,  porque luego, ya se sabe, por cuestiones de espacio no entra todo, hay que recortar, etc, etc:

«La verdad es que no suelo releer mucho, primero porque se me acumulan los libros para leer por primera vez o descubrir; y segundo porque cuando vuelvo algunas veces sobre lecturas las asocio con las épocas de mi vida en las que los leí por primera vez o descubrí a un autor, y a veces tengo miedo a que algunos de los libros de los que guardo buen recuerdo me decepcionen. No es lo mismo, ni marca igual leer a Bukowski con 15 que con 40, aunque es uno sobre los que vuelvo a veces y no me suele fallar, pero ya no hay ese deslumbramiento. Pero sí hay algunos autores que siempre me acompañan, en mi estantería tengo un par de baldas con mis libros preferidos (libros más que autores) y ahí no faltan «El pan desnudo» de Mohamed Chukri, «Un puñado de estrellas» de Rafik Schami, «Pregúntale al polvo» y «Espera a la primavera» de John Fante, «Última salida para Brooklym» de Hubert Jr, Selby,» Las pirañas» de Miguel sanchez Ostiz y culaquiera de sus dietarios, el Lazarillo de Tormes, Luces de Bohemia de Valle-Inclan. También releo mucho y me parecen muy actuales los comics de Maki Navaja. Ültimamente estoy releyendo algunos libros (como La lluvia amarilla, de Lllamazares, o La tregua de Benedetti), para el club de lectura que llevo en la biblioteca de San Jorge, y en este caso, y gracias a los puntos de vista de quienes participan en ese club, descubro cosas nuevas o en las que no había reparado. Releer me provoca sensaciones contradictorias, por una parte me hace sentirme culpable porque me «quita» tiempo para nuevas lecturas, pero por otra parte me parece enriquecedor por esos nuevos descubrimientos o matices. Es, en fin, como cuando alguien planea un viaje, siempre quiere ir a lugares en los que no ha estado, pero tampoco está nada mal volver a París o a Nueva York y verlos con otra mirada, que cada vez es distinta, depende de tu circunstancia vital más que de la propia ciudad o el libro que revisitas.

PRIMERO DE MAYO

May 1, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

El cuento de hoy, 1 de mayo, es un viejo cuento (que recupera e ilustra una vez más Exprai), sobre la que fue mi primera experiencia laboral, con 17 o 18 años. Las cosas no han cambiado demasiado, y si lo han hecho ha sido a peor. Un viejo cuento.

PRIMERO DE MAYO
Patxi Irurzun


¿Experiencia? No. ¿Carnet de conducir? No. Servicio militar? No. Cada una de aquellas preguntas era como un conjuro que me hacía más y más diminuto frente al mostrador y también frente al mundo. El mundo siempre esperaba de uno que tuviera algo, un carnet de conducir, una licencia militar, una carrera, un trabajo fijo, y aunque uno prefiriera empequeñecerse frente al mundo no podía porque le pisaban como a una cucaracha.

—¿Puede venir mañana a las seis?

—Eso si– contesté apresuradamente, aunque quizás no pudiera: la empresa que había que limpiar estaba en un polígono industrial a las afueras y a esas horas todavía no circulaban autobuses.

—Perfecto. Entonces allí le esperamos.

A la mañana siguiente tuve que pedir un taxi. Mientras éste se dirigía a la fábrica miraba el taxímetro y pensaba que debía conseguir que alguien me prestara una bici sino quería trabajar únicamente para pagarme el desplazamiento al trabajo.

No había amanecido todavía cuando llegué a la fábrica.

—Llegas tarde– dijo el encargado, de todas maneras, cuando lo encontré, y me entregó un buzo, unas botas, un cubo y jabón.

El trabajo no parecía complicado: consistía en limpiar la grasa acumulada en las máquinas. Sin embargo al cabo de dos horas la piel de mis manos se agrietó y despellejó. Al mediodía el encargado vino con unos guantes de goma.

—Póntelo, que ese jabón es muy fuerte– dijo, pero por lo visto empezaba a serlo a partir de ese momento.

Luego sacamos escombros a un contenedor y me corté con una chapa. Fui a limpiarme. En el lavabo serpenteaban, arratradas por un débil chorro de agua, gotitas de sangre, pero no pude ni siquiera ponerme una tirita. Vi en la puerta, paseándose malhumorado, al encargado y volví al trabajo.

Al mediodia, en el vestuario, le pregunté a un compañero que me sonaba del barrio cómo había ido hasta la fábrica. Parecía un tipo legal.

—Tengo una moto– dijo.

A la mañana siguiente el tipo me llevó en su moto a la fábrica. Era un tipo legal. Continuamos limpiando máquinas. Hacíamos apuestas sobre que color aparecería bajo la capa de grasa. En una ocasión estábamos riéndonos por el resultado de una de las apuestas y el encargado gritó:

—Menos risas y más caña, que hay mucho curro, joder.

A los demás no les gritaba, incluso se mostraba cordial con ellos. Me fijé en cómo trabajaban. La gente se lo montaba de puta madre en todos los sitios. En la universidad hacían preguntas tontas para que el profesor se fijara en ellos. Allí, para que el encargado no lo hiciera, limpiaban muchas máquinas, pero sólo en las partes visibles, y si te acercabas veías las manchas de grasa en los rincones y en las tripas de los motores. En todos los sitios parecía premiarse la superficialidad.

Una vez acabado el trabajo y a pesar de la bronca, el encargado vino al vestuario y nos habló cortésmente, incluso con dulzura. Dijo que le perdonáramos pero íbamos muy mal de tiempo, tal vez habría que hacer horas extras “¿qué os parece esta tarde?”. No respondí nada. En la oficina me habían preguntado cuántas horas podía trabajar al día y había contestado ocho, que suponía era el máximo permitido. Además había visto en las paredes de la fábrica pintadas que decían :. “Horas extras, vergüenza obrera” y creía que cada uno decidía si quería ser un sinvergüenza o no. Esa misma tarde comprendí que aquello no siempre dependía de ti.

Llamaron por teléfono.

—¿Por qué no ha ido a trabajar esta tarde?– preguntaron con cierta agresividad.

Yo, por contra, intenté mostrarme amable.

—Lo siento, pero no voy a hacer horas extras.

—De acuerdo. Entonces no hace falta que mañana vuelva. Pásese por la oficina y le pagaremos su cheque.

—Vale– contesté, intentando todavía mostrarme amable, indiferente, y también que mi actitud les resultara molesta, aunque creo que yo a ellos les daba igual.

Suponía que había hecho lo que debía pero a la vez me sentía un pardillo. Colgué y pensé que al menos al día siguiente no tendría que madrugar.

PEAJE

Abr 30, 2012   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Os dejo con el cuento que me premiaron hace unos meses en el Villa de Murchante y que me parece tristemente actual:

PEAJE
Patxi Irurzun
A veces, cuando vuelvo de dejar a los niños en la escuela y luce el sol, pienso que ha habido una catástrofe nuclear, unos días, y otros que estoy en  Salou o en Benidorm en un mes de temporada baja. Los bloques de apartamentos baratos, los árboles desnudos, las tiendas cerradas… Pero después, al final de ese desierto de calles peatonales, no aparece el horizonte luminoso del mar o un gran hongo naranja de humo radioactivo, sino polígonos industriales, descampados con esqueletos de nuevas VPO,  el skyline de piedra de la vieja ciudad; la vieja ciudad, de la que nos echaron; la vieja ciudad donde quienes viven tiene apellidos viejos y largos y respetables, apellidos de toda la vida que no se mezclan con los Chumbé, Bulgakov, Benjeloun que se leen en nuestros buzones.
El barrio me recuerda a los barrios en los que crecí; barrios de descampados y toboganes oxidados, con bajeras vacías que se convertían en videoclubs que luego se convertían en peluquerías que luego se convertían en bares, eso nunca fallaba.  Ahora  nos mandan a las afueras de las afueras, y todo es igual que entonces, la gente abre y cierra farmacias, centros de estética, bazares chinos, y bares, también bares, eso sigue sin fallar. La única diferencia es que ahora en las azoteas de las casas en vez de tendederos hay placas solares, y a eso lo llaman progreso. Pero nosotros cada vez estamos más lejos del centro. Más lejos de todo.  
A veces, cuando vuelvo de dejar a los niños en la escuela, veo a otros supervivientes por esas calles. Caminan arrimados a las paredes o tomando atajos por callejuelas. No quieren encontrarse con nadie, dar explicaciones, no quieren que nadie descubra en su aliento el herido de muerte que arrastran en su interior, el  hedor adherido a sus chandals, o a su piel insomne restregada contra sábanas como sudarios. No quieren contar que les han echado del trabajo, repetir cuándo se les acaba el paro… No quieren mentir otra vez: “No, de vez en cuando hago alguna chapucilla”…. Yo los entiendo. Yo también mentí durante muchos meses, cuando tú te fuiste: “¿Mi marido? Es que trabaja fuera”.  No quieren sentirse todavía más insignificantes. Los entiendo. Y los evito. Porque yo ahora estoy al otro lado. Y me pregunto si alguno será uno de ellos. Me lo pregunto también, mientras esperamos a que los niños entren, cuando hablo con algún padre en el patio de la escuela, y me sonríe de un modo extraño, sucio, cómplice. Pienso si al llegar a casa abrirá un botellín de cerveza o encenderá el ordenador y se masturbará para aliviar todo el sufrimiento durante unos segundos y a continuación sentir cómo la culpabilidad hace el abismo más profundo.
A veces, cuando vuelvo de dejar a los niños en la escuela, me meto otra vez en la cama y duermo una o dos horas. Recupero poco a poco todas las que he perdido en el peaje de mi anterior vida. Cuando tenía que levantarme de madrugada y conducir cincuenta kilómetros hasta la cabina de la autopista, entrar en ella y protegerme del relente de las noches con el abrigo que había tejido en el aire helado mi compañero del anterior turno.  Con su respiración y el humo de sus cigarros y la incandescencia de los pensamientos de una cabeza sola en mitad de la nada y de la oscuridad. Veinte años desperdiciados, viendo como todos se dirigían hacían algún lugar y yo me quedaba allá, encerrada. Veinte años manoseando constantemente dinero, para llevarme al final de mes solo un puñado de monedas.    
Pero ahora todo eso se ha acabado. Todo va a cambiar. Las cosas van bien. Quizás pronto me pueda largar de este barrio. No pido mucho, solo que haya cerca un centro de salud, o que el colegio no sea un prefabricado. Vivir tranquilos. Poder irme con los niños de vacaciones a Benidorm y Salou en temporada alta. Me lo repito cada vez que, después de tomarme un café, o levantarme por segunda vez de la cama, pongo en marcha el portátil.  Sé que al otro lado están todos ellos: los habitantes de la vieja ciudad, con sus apellidos largos y respetables de toda la vida; los supervivientes de las catástrofes nucleares de cada día, los que habitan más muertos que vivos las ruinas en las afueras de las afueras; y tú, sé que tú también estás ahí. Lo sé, pero no pienso en todos vosotros. Solo pienso en mí, y en los niños. Es eso, en lo único que pienso, cuando enciendo la webcam y empiezo, lentamente, a desnudarme.

HÉROES RADIOFÓNICOS

Abr 27, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

El miércoles pasado estuve en la radio, con Dios (nunca reza). Me gusta mucho la radio. Siempre me ha gustado y siempre la he oído, en casa, en el coche, en los trabajos… Pero ahora esa pasión se ha fortalecido, gracias a los podcast (como el del programa del otro día, que os dejo abajo y en el que hablé, o algo parecido,  de mis libros, de cómo la literatura me dio para comer una semana y para viajar varios meses, etc.).

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El caso es que el otro día en la radio pude saludar a uno de mis héroes radiofónicos: Chus Luengo. Aunque él probablemente ni me viera. Le dije adios cuando salía del estudio (era la única persona que había en ese momento en la oficina) y él contestó sin apartar la vista del ordenador «Hasta luego, hasta luego». Pero para mí es más que suficiente. Chus Luengo es periodista deportivo local. Sus retransmisiones de los partidos de Osasuna son un clásico. Yo he visto a través de sus ojos cosas que nunca imaginaríais, los goles de Urban y Larrainzar en el Bernabeu el día del 0-4, el de Treziak del ascenso, etc. El tono de Chus Luengo no tiene nada que ver con el de esos locutores gritones y que hablan como el del anuncio de Micromachine y que a mí me ponen muy nervioso. Son más bien como ver un partido con un amigo mientras te tomas un pacharán. O dos. Chus Luengo (o uno muy parecido a él) fue, por lo demás,  Chus Cuenco en mi cuento Ese Tocho, un pequeño homenaje a uno de mis héroes radiofónicos (aunque el personaje literario saliera un poco desmejorado, y por eso mejor el «Hasta luego, hasta luego»;  supongo, de todos modos, que no habrá leido el relato, ni él ni Yolanda Barcina, que también inspiró  a otra de las protagonistas (pobrecilla -mi personaje, digo-).

Otro de mis héroes radiofónicos fue Joseba Zabalza, alias Flash, a quien escuchaba mucho en Abortos prematuros, el programa de la Eguzki Irratia y uno de los programas radiofónicos con el que más me he reido, inlcuso descojonado en mi vida,. Joseba además es el autor de un documento radiofónico histórico, la entrevista a tumba abierta con Eskroto o Gavilán, el cantante de Tijuana in blue y de Kojón prieto y los Huajolotes, un tipo peculiar donde los haya, una leyenda del punk (y de la música mexicana), que algún tiempo después se suicidaría (Eskroto, digo)

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A Joseba lo conocí primero a través de las ondas herzianas, que se dice, y luego en persona, tuvimos sintonía y me fui con él, que además era y es fotógrafo, a Payatas, el basurero de Manila. Después, a la vuelta, desenchufamos la radio, perdimos la onda,  y no hemos vuelto a vernos. Como Almodovar y la Maura durante aquella temporada.

Con  Carlos Pérez Conde tuve mi primera entrevista en la radio, cuando publiqué mi primera novela, que se llamaba Cuestión de supervivencia, porque no me dejaron ponerle La virgen puta (y probablemente tenían razón, y si se hubiera llamado así no habría ido con Pérez Conde a la SER). Recuerdo que yo estaba un poco asustado, porque Carlos tiene una voz que intimida, y sus preguntas se las traen, pero en un momento de la entrevista dijo «Y ahora la información metereológica», y lo vi salir corriendo a la calle, mirar al cielo, chuparse el dedo, y volver para decir, «Cielo nublado, viento fuerte». Eso fue en el año 98, de ahí a la página de la AEMET ha llovido mucho. A mi aquello, de todos modos, me hizo relajarme un poco. Después Pérez Conde me llamó puntualmente con cada libro que saqué, era de los pocos que lo hacía y en cada uno de sus programas me sentí muy cómodo, me dejó explayarme a gusto. En uno de ellos hasta coincidí con Angelita Alfaro, la gran cocinera,  que me regaló unos canutillos de crema para chuparse los dedos. Pérez-Conde dejó la SER, o creo que más bien habría que decir que le hicieron dejarla, y ahora tiene los domingos una colaboración en Diario de Noticias en la que escribe como hablaba en la radio.

Y ha habido muchos más, Carlos Pina y su Rompehielos, por supuesto Jose Luis Moreno-Ruiz y Rosa de Sanatorio ( a ambos también los pude conocer con el tiempo gracias a la antología Simpatía por el relato), la Caravana de Hormigas de Radio 3…

Pero para auténtico superhéroe radiofónico, y todavía volando con la supercapa a través del éter contra el huracán facha, Javier Gallego. Cada una de las editoriales, de las entradillas con las que arranca  el programa (y el propio programa, Carne Cruda) son un grito (a veces de rabia, pero otros mucho de ayuda, de llamada a la organización, a la desobediencia), un disparo de palabras con muy buena puntería, el calmante o el excitante que cada día es necesario tomar para seguir adelante dando guerra. Javier Gallego es un héroe, el último mohicano rodeado por el séptimo de caballería, disparando hasta morir, un ejemplo de dignidad, coherencia y valor. Los podcast de su programa acabarán convertidos con el tiempo en documentos que atestiguarán toda una época, aquello que no salga en los libros de texto o historia. Yo he tenido el privilegio de estar en uno de esos programas, de verlo en directo (y otra vez de entrar por teléfono) y es increible, Javier es un monstruo de las ondas. Y como todo los superhéroes,cuando se quita la capa y sale del estudio, un tipo cercano y sencillo. Un gran tipo. En fin, os dejo con el podcast de aquel programa y como diría el Señor Crudo, ¡que la radio os acompañe!

ALBÓNDIGAS

Abr 22, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
 «Y el Patxi Irurzun, que parece que no ha matado un mosca, lo que tiene es un talento literario que te cagas. Escribe como quiere ese chaval».

Me da un poco de vergüenza, poner esto, pero cuando lo dice es un escritor de la categoría de Miguel Sánchez-Ostiz, hay que fardar, hay que sacar pecho, hay que matar la mosca de la falsa modestia.


Sánchez-Ostiz ha sacado nuevo dietario, Idas y venidas,
se titula, lo publica Pamiela y es, al menos para mí, lectura obligatoria. Sobre eso iba la entrevista y al final le mentaron una albondigada que compartimos él, Kutxi Romero, El Drogas y yo hace algún tiempo en la que nos reimos mucho y que habrá que repetir:

http://www.noticiasdenavarra.com/2012/04/21/ocio-y-cultura/cultura/el-mundo-libresco-es-un-universo-ya-muy-minoritario-que-se-acaba
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