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Club de lectura de verano 2022

Ago 13, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

CARNE APALEADA, de Inés Palou

Publicado en magazine On (diarios de Grupo Noticias), 13/08/22

“Cuando la tercera edición de este libro estaba a punto de entrar en máquinas se ha hecho pública la noticia de la muerte de su autora. Inés Palou ha muerto en circunstancias particularmente trágicas y con su desaparición Carne apaleada parece adquirir un sentimiento aún más hondo de testimonio del dolor humano”.

Esa es la nota que se lee en la edición de 1976 de Círculo de lectores de la novela que hoy traemos a este club de lectura, Carne apaleada, una obra testimonial sobre la experiencia carcelaria de la autora. Efectivamente, Inés Palou murió arrollada por un tren, cuyo paso esperó tumbada sobre las vías. Antes, en una carta de despedida a su editor, José Manuel Lara, había dejado escrito: “Le pongo en bandeja de plata el próximo Premio Planeta”, pues al parecer Palou aspiraba al galardón con una obra titulada Operación Dulce. Inés Palou no ganaría el Planeta aquel año (lo hizo Mercedes Salisachs con La gangrena), pese a lo cual Operación Dulce vendió miles de ejemplares, como ya había sucedido anteriormente con su predecesora, Carne apaleada. Inés Palou no era una escritora vocacional ni con pretensiones literarias, pero su corta experiencia en el mundo editorial le había bastado para comprender que el morbo vendía.

9788432021824: Carne apaleada

Cárceles de mujeres
En el caso de Carne apaleada son varias las circunstancias que contribuyeron a ese morbo y en consecuencia al éxito de la novela. En primer lugar, la peripecia vital de la propia autora, una mujer de buena familia, con estudios y un trabajo estable como administrativa, que de manera inesperada, tras realizar una estafa empresarial inducida por su jefe —o al menos eso es lo que ella defiende—, acaba en prisión, inmersa de lleno en el mundo carcelario y delictivo. En segundo lugar, Carne apaleada nos abre las puertas a un universo desconocido, el de las prisiones de mujeres, al que la literatura apenas se había asomado (sí, por el contrario, a las cárceles de hombres, en obras como Papillon, de Henri Charrière o las novelas de Jean Genet). Por último, la novela de Inés Palou aborda otro tema hasta entonces tabú, como es el de las relaciones lésbicas, a través de la historia de amor que la protagonista —Berta, un trasunto nada disimulado de la autora— mantiene con otra presa llamada Senta, a la cual está dedicada la novela. A ella, de manera particular, pero también a todas las compañeras con las que Palou se topa, a las cuales ve entrar y salir de las diferentes prisiones por las que transcurre su periplo carcelario; a esas mujeres  “que no son tan malas como parecen”, apostilla en la dedicatoria.

Y así, en Carne apaleada, además de fugas, traslados, peleas, se nos narran también las historias de estas presas y las circunstancias vitales, económicas y sociales que han determinado su destino. Por las páginas de la novela desfilan ladronas, asesinas (en buena parte de los casos, de sus maridos maltratadores), presas políticas, incluso una hija bastarda de la familia real (o al menos eso es lo que afirma ella y al parecer también los inconfundibles rasgos endogámicos de su borbónico rostro), a todas las cuales Palou siempre retrata de una manera compasiva y solidaria, y reconoce como víctimas de una sociedad y un sistema penitenciario injustos.

Novela de denuncia
De hecho, el propósito final del libro, y así lo subraya la autora en varias ocasiones a lo largo del mismo, es denunciar las condiciones inhumanas de las prisiones y el fracaso del régimen carcelario como medida de rehabilitación y reinserción, que ella misma sufre en su propia y apaleada carne, pues ingresa en prisión sin ningún contacto previo con el mundo del hampa, como consecuencia de un error, un engaño, una mala decisión, y sale de la misma convertida en una delincuente habitual, que acaba reincidiendo de manera inevitable tras cada una de sus puestas en libertad (en la novela se nos narran también esas recaídas, los robos y estafas en joyerías de Berta/Palou, su deambular como fugitiva por diferentes ciudades; un retrato de ambientes criminales que retoma en su siguiente obra, Operación Dulce, en la que relata los pormenores de un atraco a un banco).

Solo la propia Inés Palou sabrá las razones por las que decidió acabar con su vida, pero es probable que le aterrara la idea de no pertenecer a ninguno de esos dos mundos: al mundo carcelario, en cuyo hábitat de todos modos consiguió hacerse respetar y desenvolverse con naturalidad (tal vez incluso ser realmente ella misma o vivir su amor con cierta normalidad); ni al mundo que quedaba al otro lado de las rejas, en el que quienes han estado presos nunca llegan a librarse por completo de sus cadenas.

El astrágalo
Carne apaleada fue llevada al cine en 1978 de la mano de Javier Aguirre, que señaló en la película el trágico final de Inés Palou, interpretada por  Esperanza Roy y acompañada en el reparto, entre otras, por Bárbara Rey en el papel de su amante Senta.

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Aunque para vida de película la de otra escritora, en este caso francesa, con una historia y una novela similar a la de Inés Palou: Albertine Sarrazin, la autora de El astrágalo.

El astrágalo fue publicado unos años antes que Carne apaleada, en 1965, y es probable que contribuyera de alguna manera al éxito de la novela de Inés Palou, pues se convirtió en un best-seller en el país vecino. En la obra se cuenta la vida de Anne (de nuevo un indisimulado alter ego de la autora), una joven de vida corta y turbulenta y final también trágico, aunque a diferencia de Inés Palou sus andanzas al margen de la ley dan los primeros pasos desde que es solo una niña: huésped habitual de reformatorios, violada en uno de ellos cuando solo contaba diez años, se fugaría de otro saltando un muro y fracturándose un hueso del pie —el astrágalo, de ahí el título del libro— y sería recogida por un conductor, un expresidiario (ya es mala pata, nunca mejor dicho) que introduciría a la muchacha en el mundo de la delincuencia organizada y la prostitución… De todo ello —bajos fondos, alcohol, prostíbulos, pero también de su carácter bohemio e indomable— da cuenta Sarrazin tanto en El astrágalo como en La fuga o Diarios de prisión, obras que le otorgan una fama literaria de la que apenas pudo disfrutar, pues murió con solo veintinueve años sobre una mesa de operaciones como consecuencia de una serie de errores médicos agravados por su propio deterioro físico y un precoz alcoholismo. 

Son, en definitiva, El astrágalo y Carne apaleada, dos novelas cuyo valor reside más en lo testimonial que en lo literario, a pesar de lo cual ambas autoras no carecen de cierto e intuitivo don para la narración, a la que aportan frescura, valor, rebeldía y, desde luego, un trazo de verdad y denuncia que solo es posible desde su experiencia personal, trágica, dolorosa, pero a la que, en cierto modo (como si todo lo vivido y padecido tuviera sentido para poder ser escrito), resarce la literatura, una vez más. 

UN DÍA (POCHO) DE VERANO

Ago 6, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 06/08/22

Por la mañana temprano hemos ido a andar. Hay tregua en el infierno. La ola de calor ha dejado al retirarse una espuma de nubes grises y estreñidas, que agradezco porque así no me tengo que vestir de Caillou, con el pantalón corto y la visera. Habría pasado más desapercibido, de todos modos, pues nos cruzamos con otras parejas de maduritos quechuas y dechlatones, muy preparados para la vida moderna y andarina. Yo llevo puesta una camiseta del Supermabo. Calculo que dentro de dos años será vintage y la venderán en el Zara, pero ahora resulta cutre. ¡Ay, qué tiempos aquellos en los que las señoras salían a andar deprisa y con faldas de tablas y los señores con las tetas al aire o con un paraguas colgando por detrás del cuello de la camisa a cuadros!

Al volver, nos hemos cruzado con un empleado de limpieza echando a los contenedores las bolsas que todos los cojonazos dejan por los suelos. Me he acordado del verano que trabajé como barrendero. Recuerdo que era invisible, o que quienes me miraban lo hacían con asco o con condescendencia. En los barrenderos solo se fija el sol, que les clava sus rayos como machetazos en la cabeza. Pero el sol no tiene la culpa, es su naturaleza. A los barrenderos no los matan los golpes de calor, sino la indiferencia.

Antes de subir a casa hemos comprado algo en el súper. Al pagar la cajera me ha preguntado si tengo tarjeta de cliente y yo le he dicho en voz bajita el número de mi DNI, mientras controlaba de reojo si en la cola había alguien con cara de hacker. La cajera lo ha repetido cifra por cifra a grito pelado. Me ha pasado eso antes unas quinientas veces más, pero merece la pena arriesgarse porque ahora tengo acumulados 2,23 euros en la tarjeta.

Ya en casa he encendido el ordenador y he solicitado el bono cultural para mi hijo, porque él, como el 90% de los chavales de dieciocho años, no tiene DNI electrónico, ni Clave, ni ninguna de esas cosas que cuando no te has olvidado la contraseña o el sistema no se cuelga o los SMS de confirmación no se extravían sirven para hacerte la vida más sencilla. Ha sido una cosa rápida, una o dos horas de nada, porque a mitad del proceso me han pedido un documento de representación legal  que por lo visto cada cual debe autogestionarse. Cuando he ido a imprimirlo, se ha acabado la tinta. Yo creo que cambié el cartucho hace un mes, pero bueno… Por suerte tenía otro. Al sustituirlo, se han impreso tres o cuatro páginas de prueba, con alineaciones y unos cuantos borrones bien oscuros y bien empapados, y el cartucho ha vuelto a quedarse tieso.

Después de comer, hemos echado la siesta y luego hemos salido otra vez a pasear, ya solo por el gusto de ponernos la chaquetica y esnifar un poco de petricor, pues ha empezado a chispear. Hemos pasado junto a las vallas de la piscina. No había nadie, solo un grupo de adolescentes tumbados sobre la hierba mojada, con los cuerpos temblando después de salir del agua o de jugar a verdad o atrevimiento. Me han dado envidia y también un poco de pereza. Me he acordado de mí mismo, con esa edad, avergonzado de todo, por ejemplo de mi aspecto físico. Algunas cosas ya las he superado, pero eso no. Ahora yo soy esas señoras y esos señores que salen a andar deprisa, aunque nunca seré capaz de hacerlo con las tetas al aire.


Luego hemos cenado, hemos intentado buscar algo en Netflix pero cuando llevábamos media hora intentando elegir nos hemos aburrido y nos hemos ido a la cama. En fin, mañana será otro día y todos seremos más viejos.

CLUB DE LECTURA DE VERANO 2022

Ago 1, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

LA SENDA DEL PERDEDOR,  de Charles Bukowski

Puede ser una imagen de texto que dice "Charles Bukowsky L senda Círculo del perdedor"
PUBLICADO EN MAGAZINE ON (DIARIOS DE GRUPO NOTICIAS) 30/07/22

Todavía conservo mi primer Bukowski. Es una edición de La senda del perdedor del Círculo de lectores (por cierto, con errata incluida en su portada, pues el apellido del autor aparece escrito como Bukowsky). En mi casa solía ser yo quien elegía los libros del Círculo. El vendedor, que pasaba cada treinta días, traía junto con el libro seleccionado la revista con la oferta para el próximo mes y la ficha para elegir la nueva compra. Esta normalmente permanecía en blanco hasta el momento en que aquel vendedor volvía a tocar el portero automático, con lo cual había que rellenarla a toda prisa en el espacio de tiempo en que “el del Círculo” tardaba en subir las escaleras. “¡Patxi, elige tú!”, me apremiaba entonces mi madre, pues yo era el único que a lo largo de aquel mes se había tomado la molestia de ojear la revista. Aquello tenía una ventaja, y era que las prisas impedían a mi madre supervisar mi elección y desechar lecturas inapropiadas para mi edad. Por entonces tendría trece o catorce años y los de Bukowski no eran precisamente libros juveniles —o tal vez sí—.

Un puñetazo en la mandíbula
Sea como fuere, recuerdo que La senda del perdedor me impactó como un puñetazo en mi mandíbula lectora, desencajando todo lo que yo hasta entonces entendía que era la literatura. Fue —extrapolándolo a la música—  como pasar de escuchar Parchís a los Sex Pistols. Sin transición. De Los Hollister, Julio Verne o El pequeño Nicolás a todos aquellos autores a los que Bukowski abrió la puerta: Henry Miller, Céline, Hubert Selby J., los beats… y John Fante, por supuesto.

“¿Pero se puede escribir así?”, recuerdo que me preguntaba mientras devoraba con ansiedad adolescente las páginas de La senda del perdedor. “¿Se puede hablar del sexo, la masturbación, el alcohol, el acné… —de todo aquello que a un adolescente le preocupaba— de este modo tan desenfadado, tan desabrido y tan divertido al mismo tiempo? ¿Se puede escribir de la misma manera que se lanza un uppercut o un corte de mangas?”

Charles Bukowski: ¿por qué fue llamado el último “poeta maldito”?

La pesadilla americana
Se podía. Bukowski lo hacía en esa novela, que de todos modos probablemente sea su novela más comedida, la menos y a la vez la más bukowskiana, porque en ella está la precuela de todas las demás: Mujeres, Cartero, Factotum… En  las páginas de todas estas novelas —que se publicaron antes que La senda del perdedor— el niño que mira con desconfianza el mundo de los adultos o escucha sus conversaciones escondido debajo de la mesa camilla —de esa magistral manera arranca la novela que nos ocupa— acaba convertido en lo que siempre había sospechado: un fracasado que da tumbos de bar en bar, de pensión en pensión, de un trabajo de mala muerte en otro…

La senda del perdedor, por el contrario, es una novela de iniciación, en la que Bukowski evoca su infancia y su primera y atormentada juventud; una novela en la que ya se advierte que el sueño americano es una pesadilla (hay una escena demoledora en la que durante una fiesta de graduación el protagonista va vaticinando el futuro que aguarda a cada uno de sus compañeros —lavaplatos, basurero, ladrón— mientras los profesores les entregan sus diplomas y peroran sobre la América de las oportunidades y el arcoíris al final del camino de baldosas amarillas); una novela, en fin, en la que se perfila el famoso alter ego del autor, Henry Chinaski, ese perdedor, solitario, borracho, fanfarrón, adicto al sexo y las apuestas de caballos, que odia el mundo y ama la música clásica y que escribe compulsivamente poemas y relatos para desahogar toda su perplejidad, su descreimiento y su ira.

Charles Bukowski Cultura Inquieta6

Algo más que folleteo y borracheras
El mundo de Bukowski/Chinaski, así visto, aparentemente no es muy atractivo —excepto para todos aquellos que mostramos inclinación hacia lo sórdido y hacia la épica del fracaso—, pero hay en su escritura algo hipnótico, un trozo de cristal medio sepultado en un vertedero en el que se refleja el sol de una manera deslumbrante.

Yo desde luego me sentí inmediatamente iluminado por esa luz y comencé a seguirla con devoción, en la biblioteca, donde las fichas de los libros de Bukowski aparecían manoseadas, mucho más que las demás, lo cual me demostraba que había toda una legión secreta de bukowskianos que lo leían a escondidas, pues lo cierto era que, según iría descubriendo, Bukowski era un autor desprestigiado, al que los críticos ignoraban o desdeñaban, como una suerte de escritor de segunda categoría, popular, para adolescentes o pajilleros, del mismo modo que despreciaban a los escritores emergentes en los que la influencia del viejo indecente era obvia, y a los que calificaban de imitadores o epígonos (en realidad calificaban de epígono de Bukowski a cualquier escritor que introdujera en sus novelas escenarios como una fábrica o un bar de barrio; y en realidad si calificaban a esos jóvenes escritores de epígonos era porque reconocían la originalidad de Bukowski). Aquellos críticos, en fin, se fijaban más en el trozo de cristal del vertedero, que consideraban solo la esquirla de una botella rota, que en la luz que desprendía, es decir, la poesía, la belleza y la reflexión sobre la condición humana que a menudo se agazapaba tras el realismo sucio y los relatos de borrachos y folleteo de Bukowski.   

La admiración por Bukowski, por otra parte, se veía irremediablemente contenida por el innegable e hiriente machismo que rezumaban sus historias, que resulta indefendible, si bien, y sin que ello lo justifique, cabe decir que Bukowski no era solo un misógino sino también un misántropo, y que si en sus historias las mujeres a menudo se cosifican o se reducen a trozos de carne, los hombres tampoco salen bien parados, convertidos casi siempre —empezando por el propio Chinaski— en personajes embrutecidos, repulsivos o con el cerebro hecho puré por la batidora de la estupidez humana.

La huella de Bukowski
Todo ello no parece invitar a leer a Bukowski, precisamente, ni a reivindicarlo, pese a lo cual lo considero uno de los autores, sino el que más, que, para bien o para mal, ha dejado su huella literaria con mayor profundidad, casi como una marca de fuego, sobre mi lomo de escritor y lector.

Creo también que es incuestionable la impronta de Charles Bukowski en la literatura de las últimas décadas: su estilo descarado y desmitificador; su poética de lo cotidiano, lo pequeño y lo feo; su humor prevaleciendo sobre la sordidez y el desencanto (el pesimismo de Bukowski era el de un optimista bien informado); su posicionamiento a favor de los perdedores, los invisibles  (“Prefiero oír hablar de un vagabundo norteamericano de hoy que de un dios griego muerto”, escribió), los torpes, los que tropiezan, los que la cagan, los que tienen almorranas, espinillas, sueños que no se van a cumplir, en fin, las personas corrientes…

Por no hablar (bueno, en realidad sí hablaremos de ello) de que leer a Bukowski merece la pena aunque solo sea para descubrir a través de él a John Fante, cuyas maravillosas novelas, como Espera a la primavera, Bandini, fueron rescatadas del olvido como consecuencia del famoso prólogo que un Bukowski convertido ya en una especie de estrella pop de la literatura mundial escribió para una de ellas: Pregúntale al polvo, de la que nos ocuparemos aquí la semana que viene.  

CLUB DE LECTURA DE VERANO 2022

Jul 29, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

ESPERA A LA PRIMAVERA, BANDINI, DE JOHN FANTE

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PUBLICADO EN MAGAZINE ON (DIARIOS GRUPO NOTICIAS) 06/08/22

No sé si el nombre artístico de Rigoberta Bandini, la vencedora moral de la preselección para Eurovisión, debe algo al alter ego del escritor estadounidense John Fante, autor de la memorable saga protagonizada por Arturo Bandini y compuesta por las novelas Espera a la primavera, Bandini (1938),  Pregúntale al polvo (1939), Sueños de Bunker Hill (1982) y Camino de Los Ángeles (1985), y a la que podría sumarse La hermandad de la uva (1977) si el escritor no hubiera cambiado el nombre a sus protagonistas, aunque estos podrían ser perfectamente Arturo y su padre, Svevo Bandini.

Imagino que sí, que lo de Rigoberta es un homenaje, puesto que este escritor que en ocasiones ha sido calificado, no sé si con mucho tino, como padre o abuelo del realismo sucio, tiene una cofradía de rendidos admiradores que lo convierten en eso que se llama un escritor de culto (un término confuso, porque  hay cultos casi secretos y otros que tienen millones de fieles). No es, en todo caso, la cantante catalana la única artista que rinde tributo con su alias a los libros de Fante, algo más cerca tenemos también a Xabi Bandini, del grupo navarro de rock Kerobia.

¿Brillan las estrellas bajo tierra?
Aunque el primer fan y quien consiguió rescatar del olvido a Fante, tal y como señalábamos en la pasada entrega de este club de lectura, fue Charles Bukowski, que prologó la reedición en 1980 de una de sus dos mejores novelas —junto a esta que comentamos hoy—: Pregúntale al polvo. Bukowski se había convertido por entonces en una rutilante estrella de la literatura underground  (si es que eso es posible: ¿brillan las estrellas bajo tierra?) y todo cuanto tocaban sus dedos, ya fuera poesía, relatos o prólogos se transformaba en mandanga de la buena.

Esto es lo que escribe el viejo Buk sobre John Fante: “Las líneas se encadenaban con soltura  a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia (…). La esencia misma de los renglones daba entidad formal  a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He ahí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto”.

Una historia de macarronis
Esas palabras pueden aplicarse de la misma manera a la novela inmediatamente anterior de Fante, Espera a la primavera, Bandini. En ella se nos narran las vicisitudes de una humilde familia italo-norteamericana (macarronis, como se refiere a ellos el autor, que puede hacerlo porque él también es de origen italiano) durante los años de la depresión y en el espacio temporal concreto de un invierno de nieves perpetuas en Colorado, que impiden a Svevo, el padre, trabajar como albañil. A lo largo de las deliciosas —que no ñoñas, están en realidad muy lejos de ser ñoñas— páginas de la novela seguiremos los pasos a los diferentes miembros de la familia, en particular a Svevo y a Arturo, su hijo mayor, un muchacho preadolescente fantasioso y enamoradizo, atormentado unas veces por la religión católica y otras consciente de lo ridículo de algunos aspectos de la misma (cada vez que se confiesa Arturo se quita de encima setenta u ochenta pecados mortales: blasfema constantemente, tiene pensamientos sucios con las chicas, se pelea con sus hermanos, deshonra a menudo a sus padres, a los que odia y culpa por su pobreza e incluso por su origen… Y todo ello porque puede hacerlo, porque puede conmutar esas penas de muerte por dos padrenuestros y un avemaría una vez que el cura borre con su absolución el historial delictivo, como si fuera un palimpsesto).

Svevo, por su parte, el padre, es un albañil borrachín y jugador, asustado por sus responsabilidades familiares y por sus propios sentimientos, los cuales como buen macho italiano debe reprimir (a pesar de lo cual en la novela, tal y como señala Kiko Amat en el prólogo para la compilación de la saga que editó en 2016 Anagrama, los personajes masculinos de Fante lloran mucho, de manera inusual para la época). Un hombre, Svevo, derrotado por la vida que se ve repentinamente deslumbrado por las atenciones de todo tipo que le dedica una viuda ricachona, a cuya mansión él acude a repararle la chimenea.

Dinero quemado
Pero están también los hermanos de Arturo, el pequeño Federico y el santurrón August. Y, por supuesto, María, la madre de la familia, la mujer sufriente y rota que sin embargo es la que saca fuerzas de flaqueza para plantarse en la tienda en la que los Bandini acumulan deudas desde hace tiempo o para arañar los ojos a su marido cuando este le es infiel con la viuda Hildegarde, en una traición que no solo lo es a su matrimonio sino también a su propia dignidad y a su clase social (María reaccionará arrojando los billetes que Svevo lleva a casa al fogón de la cocina).

Espera a la primavera, Bandini utiliza un narrador en tercera persona, pero en las otras novelas de la saga será el pequeño Arturo quien alce el vuelo y narre sus andanzas y sueños de convertirse en escritor en la soleada California, mientras malvive en pensiones de mala muerte, algo que nos recuerda inevitablemente el universo bukowskiano y por lo que se le ha comparado a menudo con él o se le ha colgado esa etiqueta de abuelo o padre del realismo sucio. Bukowski es desde luego deudor de Fante, pero este último arma a sus personajes con una compasión de la que carece el primero. Fante, además, no necesita recurrir a la fanfarronería, a la sobreactuación (con Bukowski el lector debe asumir que el alter ego del autor, Henry Chinaski, es un personaje, casi una caricatura, mientras que Fante consigue que veamos a los suyos como personas de carne y hueso), por no hablar del estilo del escritor macarroni, en el que incluso las palabras malsonantes y las blasfemias están escritas con elegancia, se emplean cuando corresponden, no buscan epatar, o en el que el humor, la ternura y la poesía laten siempre como un corazón bajo la tinta.

De estas otras novelas de la saga es sin duda Pregúntale al polvo la que habría que leer obligatoriamente. Sueños de Bunker Hill, por su parte,fue dictada por un Fante ya octogenario y ciego a su mujer; Camino de Los Ángeles se publicó de manera póstuma;  y ambas, en realidad,  están algo alejadas de la brillantez de los otras dos obras protagonizadas por Arturo Bandini que hemos comentado aquí.  Fante, de hecho, no conoció en vida el éxito como novelista (al contrario que su hijo, Dan Fante, tras una azarosa vida, eso sí), aunque sí fue un reconocido y bien pagado guionista de Hollywood, donde trabajó en películas como La gata negra (Walk on the wild side), la adaptación de la novela de  Nelson Algren.

Fante y Tarzán
Por lo demás, Pregúntale al polvo fue llevada al cine en una película de 2006 titulada Pregúntale al viento (el inexplicable cambio en el título ya vaticinaba que se trataba de una adaptación fallida), con Salma Hayek y Colin Farrell como protagonistas; y Espera a la primavera, Bandini, tuvo también su versión cinematográfica en un film de 1989 en el que Ornella Muti se pone en la piel de María, Joe Mantegna en la de Svevo y Faye Dunaway en la de la viuda Hildegarde.

John Fante moriría en 1983, tras agonizar en un hospital de California al que Bukowski acudió en alguna ocasión a visitarle y rendirle tributo y en cuyos pasillos se escuchaban los alaridos que el actor y campeón olímpico de natación Johnny Weissmüller, ya moribundo, profería creyéndose Tarzán, a quien tantas veces había interpretado en el cine. Una mezcla de realidad y ficción, de confusión entre el personaje y la realidad, que podría haber sido perfectamente un relato de Bukowski o de su maestro John Fante.

CLUB DE LECTURA DE VERANO 2022

Jul 25, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

PANZA DE BURRO, DE ANDREA ABREU

PUBLICADO EN MAGAZINE ON (DIARIOS GRUPO NOTICIAS) 23/07/22



La primera edición de Panza de burro se acabó de imprimir a finales de marzo de 2020, en pleno confinamiento, jucujucu, y desde entonces he leído ya tres veces la historia de estas dos niñas canarias, Isora y shit, que, como un virus, como una pandemia, como una tos de perro persistente, jucujucuju, no puedo parar de intentar contagiar a otros lectores. 

Andrea Abreu, su autora, nació en 1995 y Panza de burro es su primera novela. Se trata del libro de la autora o autor más joven y más cercano en el tiempo que hemos recomendado desde este club de lectura (de hecho, creo que es el único libro escrito por alguien vivo que hayamos recomendado hasta el momento*), pero estoy convencido de que acabará convirtiéndose en una obra de referencia dentro de los manuales de literatura española (lo que no sé es bajo qué epígrafe: ¿literatura millennial?).

Literatura millennial canaria
Así es al menos como la califica la propia editora de la obra, Sabina Urraca, en el prólogo a la misma, aunque ella añade ese otro adjetivo, canaria, que es algo más que un sello de procedencia. El éxito de Panza de burro tiene doble mérito si a la juventud de su autora sumamos que es una obra escrita desde y sobre la periferia —Canarias, en este caso—  en un sistema literario que acostumbra a mirar por encima del hombro y despreciar como local —o de provincias, como se decía antes— todo cuanto no esté escrito o publicado desde o sobre o con la mirada de Madrid o Barcelona. Una novela que transcurra en Cuenca, en Abadiño (a no ser que sea una réplica de Patria), o en Pontevedra será una novela local, mientras que si la misma historia se ubica en aquellos ombligos literarios será una novela que se eleva desde lo local a lo universal. 

En el caso de Panza de burro, además,estamos hablando de la periferia de la periferia, o mejor dicho, de la periferia de la periferia de la periferia, puesto que el escenario de la obra son los barrios altos, que en este caso son los barrios bajos, de Canarias, aquellos desde donde quienes los habitan solo descienden a las islas soleadas y afortunadas para limpiar los hoteles y los pisos turísticos, y en donde la playa y el mar son paraísos inaccesibles a los que para llegar hay que superar varias pantallas de la “guenboi” en las que se emboscan perros callejeros y volcanes como gigantes dormidos, todo ello bajo un cielo que aplasta las cabezas y los corazones.

El título de la novela, Panza de burro, se refiere precisamente a ese cielo gris y plomizo que cada día pueden rascar con sus dedos las dos preadolescentes, Isora y shit, que protagonizan la novela y que viven allí, en lo alto de la isla, bajo la presencia dominante del “vulcán”, criadas por las abuelas, o por su propia cuenta, en calles asalvajadas y empinadas como la vida misma.

Novela de iniciación
 Panza de burro es una novela de iniciación, en la que ambas protagonistas olisquean con curiosidad la roña que deja entre las uñas de esos dedos los descubrimientos más tempranos de la amistad, el sexo o, en última instancia, la muerte. Las dos niñas viven una relación de dependencia, de dominación (shit, con minúsculas, es como Isora llama en todo momento a su amiga), en ese límite, ese agujero negro, esa transición entre la niñez y la vida adulta en donde ellas juegan con las muñecas barbies a criticar a las vecinas o a frotarse los “pepes” —así, pepe,  es como se nombra al órgano sexual— o se topan con fotopollas en el “mesenyer” durante las clases de informática.

“Estregarse” el pepe, la escatología, hurgar en los agujeros prohibidos… son referencias recurrentes en la novela, que se hacen sin pudor, de manera natural, porque eso, descubrir el propio cuerpo, sus olores, sus latidos, sus cambios, es lo normal cuando se tienen once años, algo que, sin embargo, parece desterrado a menudo de las novelas protagonizadas por personajes de esa edad, sobre todo femeninos, y no digamos ya de la literatura juvenil y ultrapolíticamente correcta.

Sin pudor también se utiliza el léxico propio de Canarias. Sin pudor y sin glosario, como la editora Sabina Urraca aclara en el prólogo. Decisión que, a la postre, resulta un acierto, pues del mismo modo que cuando conversamos con alguien que maneja otro acento, otro vocabulario, no lo interrumpimos para buscar en un diccionario todo aquello que desconocemos, sino que lo asimilamos y nos acostumbramos poco a poco a su habla (o como sucede en una novela como La naranja mecánica, de Anthony Burgess, en la que acabamos haciendo propia la jerga de los “drugos” que la protagonizan), del mismo modo acabamos aprendiendo en Panza de burro un “fisquito” del habla canaria, o en realidad del habla propia de los barrios bajos-altos de las islas o en realidad del habla o idiolecto de Isora y shit.

Sabina Urraca, editora de «Panza de burro»

Editora por un libro
El proceso de edición de esta obra, al que Urraca alude en el susodicho prólogo, es también reseñable y determinante en el éxito de esta novela. Panza de burro se publicó en la editorial Barrett dentro del proyecto “Editor/a por un libro”, en el que los editores ceden a escritores a los que admiran (hasta ahora han sido Patricio Pron, Sara Mesa y Sabina Urraca) la facultad de elegir una obra original e inédita y de ejercer ellos mismos como editores de la misma. No es la única editorial que ha llevado a cabo una iniciativa de este tipo, Caballo de Troya ha tenido también editores invitados (Mercedes Cebrián, Elvira Navarro, Alberto Olmos, Luna Miguel, Lara Moreno…), en su caso durante todo un año, cuya misión ha sido descubrir nuevos valores literarios. Un proceso de ese tipo implica necesariamente —sobre todo en el caso de Sabina Urraca, que no tenía que dirigir un catálogo de varios autores, sino una sola novela—  un mimo y una dedicación especiales con la obra elegida, una mirada diferente, que no se enturbie con las necesidades comerciales, las modas literarias o la falta de perspectiva de editores que ni en un acceso de locura transitoria publicarían historias “locales” en las que los personajes hablan raro o guardan su propia mierda en tápers. Urraca, por el contrario, pudo dejarse enloquecer libremente por Panza de burro. Lo afirma, de hecho, en esas páginas introductorias a la novela, en las que confiesa que se enamoró del manuscrito hasta el enloquecimiento y que no lograba hablar del mismo sin emocionarse; o que no podría definir esta obra sin echarse a llorar y que si tuviera que hacerlo diría que es una novela febril, que contamina, algo con lo que, jucujucu, en este club de lectura estamos totalmente de acuerdo.

*No lo es, la semana pasada comentamos «Una cuestión personal», de Kenzaburo Oé, y el autor japonés sigue felizmente vivo

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