En el encuentro de (algunos) escritores navarros que organizó Diario de Navarra, con portada y todo y doble página interior. Aquí abajo dejo lo que, más o menos, vine a decir:
¿Literatura Navarra?
Yo creo que a ningún escritor, al menos a mí no, nos gusta que nos echen a un saco y nos pongan una etiqueta, que nos clasifiquen y nos metan un cajón (a mí solo me gusta cuando todavía siguen diciendo que soy un joven escritor), pero creo que también es algo lógico, huir de las etiquetas, por una parte porque uno aspira a conseguir una voz propia, singular, y por otra porque en el fondo escribir es una actividad solitaria, probablemente sea la actividad artística que menos dependencia de nadie implica, y a mí eso es una de las cosas que me gusta de escribir, que soy yo quien mando, que puedo ser un francotirador, o un bicho raro.
Por otra parte, yo llevo ya muchos años escribiendo, y muchos libros a las espaldas, con más o menos suerte, y durante este tiempo lo cierto es que los escritores que he conocido, con los que he tenido relación, con los que comparto gustos, lecturas, afinidades electivas, por una u otra razón generalmente no han sido navarros, pero es que no han sido navarros, ni murcianos, ni chinos, así hablando en general, sino personas, individuos, de diferentes sitios, balas perdidas que al final por cosas del azar se encuentran.
En Navarra me ha costado encontrar vínculos y además creo que también ese individualismo, ese ejercer de francotirador es algo propio de los escritores navarros, o al menos de los últimos escritores de referencia que hemos podido tener, como Pablo Antoñana o Miguel Sánchez-Ostiz, de los que yo en alguna ocasión he hablado como escritores betizu, que son esas vacas salvajes del Pirineo, escritores a los que tampoco le gustan los establos y que han ido por libre.
Y ya para acabar, creo que en realidad los escritores navarros somos desconocidos entre nosotros mismos, no nos leemos, o nos leemos poco, y por si fuera poco yo creo, o supongo, que la literatura navarra también debería abarcar a los escritores en la otra lengua de navarra, el vasco, y de hecho, aquí creo que no hay ningún escritor en euskera.
Por todo eso, planteo esos interrogantes y dudas sobre si existe o qué es la literatura navarra.
Aquí va la crónica completa de la presentación de Eres el mejor Cienfuegos de Kiko Amat en Bilbao, que he publicado hoy GARA en una versión más corta (aquí)
IMPRESIONES DE UN SPARRING
Crónica de la presentación de la novela Eres el mejor, Cienfuegos de Kiko Amat en Bilbao (o donde se habla de pantalones escoceses, ultrafans de John Fante, mendigos leyendo horóscopos, la colección Contraseñas de Anagrama, las baldas de los libros favoritos, La Rabia, novelas que lees y te gustan y sin embargo olvidas de qué iban, y de dos niños pelirrojos, entre otros muchos asuntos del género no-aburrido)
porPATXI IRURZUN
Unos pantalones escoceses, una Vespa y el SHY
Para la presentación del último libro de Kiko Amat, Eres el mejor, Cienfuegos, en Bilbao, el pasado día 25, pensé en estrenar los pantalones pitillo y escoceses que me había comprado hacía unos días. Me pareció que podían pegar bien con un fan de los Fleshtones o de los Dictators como es el escritor barcelonés –entre otros muchísimos y variados grupos; Kiko es un loco de la música— pero al final me rajé, en la pensión me cambié, me puse algo menos cantoso y más acorde con mi carácter introvertido (unos pantalones grises de pana) y también con las dos semanas de lluvia y nieve que llevaba soportando sobre mi cabeza. Después, al llegar a La Casa de Atrás en la calle Iturribide, volví a arrepentirme, cuando me encontré a Kiko con sombrero y bufanda y botas con cordones amarillos y a los chicos de la librería-tienda de discos-estudio de tatuaje con sus peinados beatle y a toda aquella gente con parkas y trenkas que bebía sanmigueles en latas del chino de al lado, mientras fuera, en la calle, seguía lloviendo y yo comenzaba a hablar y decía que en esa presentación solo faltaba el propio Cienfuegos, el protagonista de la novela, irrumpiendo con una Vespa en la tienda…
Siempre que presento un libro, propio o de otro autor, pienso en algo a lo que Cienfuegos llamaría el SHY (Síndrome Heriberto Yepes): Heriberto Yepes, el escritor mexicano escribió en uno de sus cuentos que la gente en realidad va a las presentaciones de libros para comprobar lo egoístas, torpes y mamones que son los escritores. A mí, esta vez, no me importa que piensen eso de mí, me expongo gustoso, soy el sparring del acto, su presentador, solo su presentador, pero es algo que por supuesto nunca se puede pensar de Kiko Amat, advierto.
Las Contraseñas de Anagrama
Y es que soy fan de Kiko (y por eso llevo ya varios días nervioso, y por eso también me he venido desde Iruña a presentar su libro y me he cogido una pensión, porque cuando acabe todo no quiero conducir, voy a beber cervezas hasta reventar, un día es un día). Kiko, además, es un autor de Contraseñas, la legendaria colección de la editorial Anagrama. Para muchos lectores y escritores como yo los libros de esa colección fueron una forja literaria: Bukowski, Fante, Raúl Nuñez, Tom Sharpe, Hunter S. Thompson… Y luego Kenzaburo Oé, Pedro Juan Gutiérrez. Y Kiko Amat, que ha publicado sus cuatro novelas (El día que me vaya no se lo diré a nadie, Cosas que hacen BUM, Rompepistas y Eres el mejor, Cienfuegos) en Contraseñas.
“Kiko Amat llegó a mi vida”, me dirijo al público, y casi inmediatamente tengo que aclarar que me refiero a mi vida literaria, lo otro ha sonado como el título de un bolero, y además en realidad he conocido a Kiko, físicamente, hace solo una hora, antes solo nos hemos leído mutuamente, nos hemos olisqueado por Internet… Lo que quiero decir, antes de empeorarlo aún más, es que a Kiko lo descubrí con Cosas que hacen BUM. Y lo hice cuando los libros de Contraseñas no es que hubieran dejado de gustarme, pero ya no conseguían deslumbrarme. Con el tiempo uno se vuelve menos impresionable, más exigente… más viejo, y llegan esas largas temporadas leyendo desganadamente libros que se te caen de las manos, en busca de EL LIBRO, EL AUTOR. Cosas que hacen BUM fue una de esas epifanías, de esos pequeños milagros literarios que te devuelven a la vidilla literaria. De hecho, cuando lo acabé practiqué lo que Cienfuegos llamaría un RPRPG (Rito Privado Ridículo Pero Gratificante), reservado solo a los mejores: lo cerré, le di dos palmaditas en la contraportada, como haría en la espalda de un buen amigo, y lo coloqué en la balda de mis libros favoritos, junto a Mohamed Chukri, Sherman Alexie, John Fante (del que Amat también se confiesa ultrafan)… Claro que ahora solo recuerdo vagamente de qué iba la novela. Es algo que me sucede con frecuencia con los libros: se me olvida lo que leo (esto no parece muy apropiado para un presentador de libros). Eso sí, cuando un libro me gusta deja dentro de mí un rastro, una sensación, una atmósfera, el recuerdo de una voz, un estilo, una actitud. Y eso nunca falla con los libros de Kiko.
¿Te pasa a ti lo mismo?
El poso Amat es su literatura sin imposturas, su literatura vivencial o confesional, como él la ha definido tantas veces, como la volverá definir varias veces a lo largo de su presentación en Bilbao. Cuando Kiko habla de situaciones, escenarios, personajes, sabe de qué habla. Cuando escribe sobre peleas lo hace porque él, o alguien que él conoce, ha estado en ellas. Cuando describe la crisis de los cuarenta, como es el caso de Eres el mejor, Cienfuegos, es porque él la ha pasado (aunque fuera a los 35 —Kiko tiene ahora 41— y, según confiesa, con efectos devastadores, para sí mismo y para quienes le rodeaban). Kiko Amat lo corroborará después, cuando reconozca que siempre que cuenta algo parte de algo que le ha pasado a él o alguno de sus amigos de Sant Boi (Amat creció en esta localidad del extrarradio barcelonés, alardea de ello, muestra orgullo de clase trabajadora, algo poco habitual entre escritores). La literatura vivencial de Kiko no le hace renunciar, sin embargo, a la imaginación, a la ficción, a la creación de lances novelescos y personajes tan maravillosos y tan excéntricos como Pànic Orfila, Rompepistas, Cienfuegos, personajes en los que a pesar de todas sus peripecias, a menudo esperpénticas, no nos cuesta reconocernos. Sus miedos, sus pequeñas y grandes cagadas, sus victorias pírricas, sus aspiraciones, son también las nuestras. Cienfuegos, a fin de cuentas, se complica la vida porque quiere únicamente algo tan sencillo como que le quieran. ¿Y quién no lo hace? Kiko Amat escribe, en definitiva, sobre sí mismo, pero también lo hace sobre nosotros, y eso revela su actitud creativa, generosa y emocional, que busca desesperadamente compartir sentimientos. Él, en realidad, lo cuenta mucho mejor, en Mil violines, su ensayo sobre la música pop:
“Y allí me di cuenta de que yo no era yo, que éramos todos. Y que esto estaba hecho desde el Yo, pero un Yo que era parte indisoluble del Nosotros (algo que con el tiempo he aprendido a reconocer como muestra definitiva de la creación pura, honesta), que era la voz de alguien que hablaba como miembro de eso que llamamos humanidad. Que te decía: esto es lo que me pasa a mí, ¿te pasa a ti lo mismo?”.
La respuesta es sí. La respuesta, cuando uno lee un gran libro es “¡Sí, eso es exactamente lo que me pasa a mí!” Y a continuación “Qué cabrón, qué fácil lo has contado tú”.
El género no-aburrido, la crisis y LA CRISIS
Pero esa en realidad es solo una parte del poso Amat. Sus novelas son sobre todo novelas no aburridas, así las llama él, aunque se queda corto, porque son novelas divertidas, divertidísimas. Escribir esto lo convierte en alguien sospechoso, lo arroja al pozo de alguna subcategoría literaria, para algunos que todavía no entiende que el humor puede ser algo muy serio. Da igual, ellos se lo pierden, que sigan sufriendo mientras leen. El caso es que Eres el mejor, Cienfuegosprobablemente sea una de las novelas con situaciones de lo más desopilantes de las cuatro novelas de Amat: la irrupción ya mencionada de su Vespa en un sarao literario; el secuestro de una E gigante de un cartel de bienvenida a Barcelona; o —una de mis preferidas— los mendigos leyéndose entre carcajadas el horóscopo. Y sin embargo no es este solo un libro de humor. Cienfuegos es una tragicomedia, la historia de alguien sumido profundamente en una crisis sentimental (su mujer lo acaba de dejar), laboral (Cienfuegos, exnovelista de éxito, se dedica al periodismo cultural, a la payola y a reseñar “una obra maestra” cada fin de semana); es la historia de alguien que está cayendo —y como dijo el autor a todos nos gusta ver a alguien caer—, y eso permite al escritor barcelonés mostrar todos los pedazos en que se rompe el personaje, sin miedo a resultar patético o cursi. La alternancia de escenas descacharrantes con otras tristísimas no chirría en este carrusel tragicómico por una Barcelona rabiosa, en la que el telón de fondo es otra crisis, LA CRISIS, el 15 M, la acampada de la Plaza Catalunya… Amat ha dicho que no ha querido escribir una novela sobre el 15M (La Rabia, en su novela), pero es algo que tampoco ha podido obviar, que no puede obviar un escritor como él, que escribe con naturalidad sobre lo que pasa y lo que ve; con la misma naturalidad que otros cierran los ojos. Y sobre esa pantalla de fondo, mientras los manifestantes aporrean a la policía, se proyecta probablemente la fábula moral, el final esperanzador, optimista, el final feliz, la redención de Cienfuegos, para quien hay una segunda oportunidad, una salida, una victoria, a la que —esto es una impresión o debilidad personal— lleva, como un motor, un motorcito a lo largo de toda la novela, su hijo Curtis(Amat confiesa que se había prometido no escribir nunca sobre niños ni sobre escritores, pero aplica aquí lo que Cienfuegos, tan aficionado a las siglas, llamaría un NDDEANB, es decir Nunca Digas De Este Agua No Beberé), el pequeño Curtis, quien nos proporciona algunas de las escenas más divertidas y más tiernas del libro, “en un resumen perfecto de esta tragicomedia y un cierre del círculo para lo dicho anteriormente sobre literatura vivencial, pues Amat además de un gran escritor es todo un padre de familia de dos pequeños y terribles pelirrojos”, concluyo mi intervención.
Después es el turno del autor (yo recordemos, era solo el sparring, el egoísta –como delata esta crónica—, el torpe, el mamón) y mientras Kiko lee algunos fragmentos de Eres el mejor, Cienfuegos y fuera sigue lloviendo y el público sigue bebiendo cerveza yo pienso en que quizás he hecho lo adecuado. Después de todo, ¿qué tienen de punk-rockers unos pantalones pitillo y escoceses comprados en Zara?
Una nueva peripecia preadolescente y sanferminera para mi colaboración en blogsanfermin.com, con la aparición estelar de Vicky Larraz, Las Vulpess, Mayor Oreja, pastores alemanes como Diplodocus y dobermans majaretas y colmilludos:
OLÉ OLÉ
En una de las últimas apariciones estelares de Estafetakoa en el blog hablaba de aquel episodio sanferminero en que a Los Pecos casi los tiran al pilón los mozos de este pueblo grande, y eso me recordó un lance sanferminero preadolescente y por tanto algo ridículo que permanecía sepultado en mi memoria y que paso a relatar: fue hace muchos años, cuando Vicky Larraz cantaba en Olé Olé y en las piscinas privadas de Pamplona traían a los grupos y artistas que salían por la tele en Aplauso (una vez los del Anaitasuna, creo recordar, fueron más lanzados y recurrieron a otro programas más modennos, como La Bola de Cristal, y se animaron a organizar un concierto de Las Vulpess; total, que vendieron 43 entradas).
El caso es que aquel año en el Club Natación iban a actuar los susodichos Olé Olé, con Vicky Larraz al frente, y yo no sé por qué, pues a ninguno de la cuadrilla nos iba aquella música, decidimos colarnos. Y eso que de tres, dos éramos en aquella época socios de la piscina (dato, que por otra parte revela que de cuadrilla nada). Sin embargo, todavía no teníamos la edad necesaria para entrar, así que optamos por saltar la valla de la piscina que había al otro lado de las pasarelas, por donde los caballos de Goñi. Mi relación con las pasarelas nunca había sido nada buena. Siendo niño y todavía sin acabar las clases de perfeccionamiento de natación, un día vi venir por ellas, de frente, un pastor alemán que parecía un Diplodocus y no se me ocurrió mejor idea que tirarme al río. Prefería ser devorado por las fauces del Arga antes que por las de aquel animal. Por suerte era verano y el agua solo llegaba hasta los tobillos. En invierno, por el contrario, a causa del caudal, solían retirar las tablas de madera y solo quedaban los pilones de piedra, que teníamos que pasar saltando de uno en uno cuando el Pisahuevos, el cura que nos daba gimnasia, nos mandaba a hacer el cross. Yo iba a uno de aquellos centros de apartheid sexual, los Escolapios, y las clases de gimnasia consistían invariablemente en hacer La Beloso, o sea recorrer al trote y en este orden: Media Luna, cuesta de Beloso, serrería de La Txantrea, Magdalena, pasarelas y Media Luna otra vez. Para cuando llegabas a las pasarelas ibas follado (hablando figurativamente, claro) y mientras dabas saltitos de un pilón a otro el Arga bajo tus pies rugía llamándote por tu nombre.
Pero creo que nos hemos despistado un poco. La cosa es que tras atravesar las pasarelas decidimos saltar la valla del Club Natación. Había una leyenda que decía que durante la noche en las zonas verdes que quedaban tras ella soltaban unos dobermans a los que no daban de comer (Mayor Oreja y el negocio de la seguridad privada, todavía no habían hecho su agosto), lo cual acrecenta todavía más mis dudas: ¿Éramos jóvenes temerarios y sedientos de aventuras? ¿Llevamos aquel día algún chuletón al que previamente habíamos inyectado cloroformo? ¿Vicky Larraz era para tanto? Supongo que los tiros iban por ahí. Por aquellos años, recordemos, todos nos apiñábamos frente al televisor para ver si a Sabrina se le salía la teta durante la Gala de Nochevieja. Por una teta éramos capaces de todo, incluso de ser devorados por unos perros locos (otra leyenda decía que a los dobermans les iba creciendo el cerebro dentro de sus cabezas chiquiticas hasta que se convertían en asesinos en serie).
Una vez que saltamos la valla, sin embargo, por allí no se veía ningún perro majareta y colmilludo y, por el contrario, sí alguien apostado en el puente que llevaba hasta el otro lado del río, donde actuaba el grupo. “No controles, mis vestidos. No controles, mi forma de bailar porque soy total y a todo el mundo gusto”. Nos escondimos detrás de un bloque de piedra sobre el que había plantada una torre de luz. De vez en cuando alguno de nosotros se asomaba y el vigilante siempre estaba allí. Hasta que en una de esas nos vio. Y se acercó. Y nos descubrió. “¿Pero qué cojones hacéis ahí?”, dijo. “No controles, lalailolailola”, cantamos nosotros, pero no coló, el tipo nos echó, yo creo que conteniendo la risa. Así que saltamos la valla de nuevo y regresamos por donde habíamos venido, o sea, por las pasarelas, y luego por la Media Luna, y lo hicimos también a ritmo de cross, porque aquello estaba lleno de navajeros, y de gente borracha, o follando (esta vez sin el sentido figurativo), y después nos fuimos a casa, donde ya estarían algo tardados…
Fue, ya digo, un episodio preadolescente y ridículo, al que sigo sin encontrarle sentido. Sobre todo cuando busco en el Google: Olé Olé+Vicky Larraz, y me aparece una con el pelo cardado, y con hombreras y con más ropas estrafalarias, de las que no parece que vaya a escapársele ninguna teta.