Una nueva colaboración para el semanario ON (Grupo Noticias)
http://issuu.com/gruponoticias/docs/on010314 (Página 7)
BLUES DIABÓLICO
Hace unos días me poseyó el diablo, oh, sí. Hacía tiempo que no me pasaba. Aunque vea todos los días los telediarios. Fue durante una actuación de Petti & Xabi, los de las camisas con chorreras y las guitarras endemoniadas. La sala, sin embargo, no era un infierno, oh, no. Al menos no al principio. La sala estaba fría como el cuchillo que cortaba las caras a los que salían a fumar. Había más gente fuera que dentro, echando humo, y todavía mucha más echando gin-tonics en las terrazas de la plaza, bajo los hongos caloríficos, y todavía mucha más viendo el fútbol o los programas del corazón frente a las teles de plasma de sus casas… Oh, Luzbel maitia, ¿qué demonios está pasando? Hace unos años un concierto era sagrado. Nuestra misa negra cada fin de semana. Que ardieran en las llamas del infierno catódico todas las noticias sobre el fin del mundo y todos los partidos del siglo que se jugaban cada fin de semana y todos los sillones que engullían carne humana frente a los televisores. Para nosotros, que no creíamos en nada, el punk-rock era una religión. Llenábamos los pabellones y los bares en los que pinchaban discos y las tiendas en las que vendían cintas de casete vírgenes. Un concierto era sagrado, oh, sí, y ahora ya veis, hermanos, solo quedamos cuatro pobres diablos y nos reunimos en catacumbas, como aquella sala de conciertos e incluso allí la mitad de ellos dudaba de su fe y se alumbraba con el fuego brillante de sus móviles en la oscuridad. Pero de repente, entre las tinieblas, aparecieron ellos, Xabi & Petti y sus guitarras endemoniadas y sus camisas con chorreras. Petti, el negro blanco del delta del Bidasoa & Xabi, el señor No, el león blanco del punk. Ellos, rascando con sus púas los calderos de Satán. Ellos, mordiéndonos como lobos hambrientos los corazones, escupiéndolos entre las zarzas de sus voces, haciéndonos gritar de dolor. Ellos haciéndonos amar ese dolor.
¡Oh, Suzie, Q!, aullábamos el viejo blues, y nuestros alientos llenaban de azufre la sala y esta ya no era fría ni desangelada, oh, no, porque ahora todos éramos ángeles caídos. Mi cuerpo se estremeció. Mi chica me besó y un latigazo eléctrico de saliva dibujó el plano del infierno en el cielo de mi paladar. Un tipo se levantó y proclamó que el diablo se llamaba Juantxo y vivía en Alcobendas. Oh, Suzie Q! Los Stones, Dale Hawkins, la Credence, Petti & Xabi… Todos ellos continuaban conmigo cuando el concierto acabó, y de regreso a casa en una rotonda de cuatro salidas, vi de nuevo al diablo, ahora haciendo dedo, pero nadie paraba para venderle el alma, ni él hubiera podido comprársela, porque la mayoría carecían de ella. De comprarles algo habría sido un disco o les habría regalado una entrada para un concierto, “que si no a este paso vais a matar de hambre a los artistas, desgraciaos, porque para gintonics bien que os llega”, les susurraba el demonio a los conductores (y también si iban en dirección Alcobendas), y a lo lejos, en las ventanas de las casas asomaban las llamas del infierno, el auténtico infierno, el reflejo de los televisores, y los jorgejavieres reían como hienas y Ronaldo cagaba duro –decía el telediario-, oh, sí, y los sillones seguían masticando carne humana, oh, no, y así todo el rato.
LES LUTHIERS PASAN CONSULTA
“Nunca nos ha resultado sencillo eso de hacer humor”.
Carlos López Puccio (Les Luthiers)
Llevan más de 45 años sobre los escenarios, por suerte para quienes estamos abajo, que necesitamos más que nunca reírnos. Les Luthiers, el quinteto argentino, son especialistas en humor brillante, contorsionistas de la palabra, tañedores de exorcítaras o bolarmonios, músicos reciclantes, capaces de transformar una rumba en una lección de filosofía… Vuelven a Euskalherria con su último espectáculo, Lutherapia, en el que convierten las butacas de los teatros en sillones de psicoanalista y nos proporcionan una cura de risa a través de diez piezas musicales hiladas por la presencia subconsciente de su más famoso personaje, el maestro Johann Sebastian Mastropiero. Hablamos con uno de los cinco doctores-luthiers, el humorista y director de orquesta y coros, Carlos López Puccio.
Patxi Irurzun. Iruñea
-45 años de creatividad, música, ironía… ¿El humor no caduca, no se agota nunca la imaginación?
Para dar una respuesta definitiva sería necesario completar las pruebas científicas, hasta ahora creemos haber demostrado que el humor no se agota en 45 años. Seguiremos investigando mientras podamos.
-¿Y qué es más gratificante para vosotros, el proceso creativo, hacer todos esos malabares con el lenguaje y con la música hasta dar con la pirueta perfecta o ejecutarla sobre el escenario y escuchar las carcajadas del público?
Ambas cosas, porque son dos instancias del mismo proceso. No se puede estar seguros de haber inventado la pirueta perfecta si las carcajadas del público no corroboran esa perfección. Muchas veces sucede, uno cree que su malabar es impecable y el público —con su silencio— demuestra lo contrario.
-En Lutherapia, a diferencia de otros, hay un hilo conductor entre las diferentes piezas ¿Os atreveríais a decir que es vuestra obra más redonda?
En el grupo goza de amplia mayoría para el puesto de favorita. Algunos creemos que es la más redonda, otros que es la más rectangular. Hay quien afirma que es la más pentagonal, pero no explica por qué (tal vez porque somos cinco)
—¿Qué vamos a encontrarnos los que vayamos a psicoanalizarnos en esta Lutherapia y en qué va mejorar nuestra salud mental?
Dos horas de diversión franca e inteligente es algo, si no terapéutico, por lo menos balsámico.
A Ramírez, ese hilo conductor, la tesis sobre Maestropiero y su descomunal obra lo está volviendo loco. ¿A vosotros os pasa lo mismo, es imposible despegaros de vuestro personaje? ¿Estáis somatizando esta posesión a través de Ramírez?
Nada de eso, a Mastropiero y a su obra le debemos muchos años de buen vivir, de trabajo fecundo y de enormes alegrías. Sólo tenemos agradecimiento para con su infinita torpeza.
-¿Aconsejaríais incluir en los planes de estudio como asignatura obligatoria el humor? Y por la misma regla de tres, ¿habría que aprender epistemología mientras se baila rumba?
Si esa asignatura existiera a nosotros nos gustaría mucho poder cursarla. Y la recomendaríamos; nunca nos ha resultado sencillo eso de hacer humor. En cuanto a la Epistemología, es altamente aconsejable saber todo sobre ella y practicarla aún cuando no se baila la rumba. Sirve para entender mejor la vida. Y hasta para crearla.
-En Lutherapia nos encontramos con nuevos instrumentos, como la Exorcítara. ¿Es duro ser luthier en la época de la obsolescencia programada?
Por el contrario, las nuevas corrientes del reciclaje nos han aportado mucho material útil.
-Volvéis al País Vasco, donde sois muy apreciados. ¿Tenéis algún recuerdo especial?
Muchos y entrañables. Tal vez el más fuerte, después de la belleza de sus ciudades, sea la cocina. Desde los pinchos a los grandes cocineros. Confieso que ya he hecho algunas reservas en esos templos del buen comer.
-Para acabar: con uno de nuestros instrumentos tradicionales, la txalaparta, algunos músicos han experimentado, sustituyendo las tablas de madera por bloques de hielo… ¿Se os ocurre, como luthiers que sois, alguna aportación a la música vasca (por ejemplo, un pand-eros que al tocarlo hiciera enamorarse perdidamente a quien lo escuchara…)?
La txalaparta con bloques de hielo no me agrada: es un instrumento efímero, sobre todo en verano. En cuanto al pand-eros, más que inventarlo me gustaría que me permitieran tocarlo un rato ante las audiencias femeninas.
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LUTHERAPIA, EL DIVÁN DE LA RISA
Consideran que es su espectáculo más redondo (o más pentagonal). En Lutherapia hay cebras cuadriculadas, orgías ratunas (ratificado, cada vez hay más ratas), tarareos conceptuales, blues interpretados con pelotas de plástico… Diez piezas musicales hiladas por una sesión de psicoanálisis, en las que el paciente Ramírez (Daniel Rabinovich) intenta sobreponerse a la ansiedad que le provoca la tesis que debe escribir sobre Johann Sebastian Mastropiero, el legendario personaje creado por Les Luthiers, de vasta obra y vida basta. A lo largo de la terapia, conducida por Carlos Mundstock, la conversación irá derivando de forma rocambolesca, dando pie a introducir los diferentes números: operetas, rock, arias…, en los que el virtuosismo musical de los argentinos compite con la genialidad, la ironía y el instrumento mejor afinado de su repertorio, la carcajada que siempre saben despertar en el público. Les Luthiers retuercen las palabras de forma inverosímil, sus textos son pura música y sus piezas musicales rezuman literatura. En Lutherapia, el espectáculo con el cumplen media vida (larga) sobre los escenarios, ejercen además de nuevo de luthiers, en su sentido literal, y a sus tapas de retretes transformadas en liras (el lidorodo) y demás y sorprendentes instrumentos, suman otros nuevos como el bolarmonio, 18 pelotas naranjas convertidas en órgano, o la exorcítara, un arpa electrónica compuesta por coloridos tubos de neón.
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LES LUTHIERS, REFERENTE DEL HUMOR INTELIGENTE
Ocho millones de personas han visto al grupo desde que se fundó en 1967, tras una actuación en un concurso de coros universitarios en la ciudad de Tucumán, en la que Les Luthiers ya esbozaban los rasgos (el humor, los instrumentos artesanales, el virtuosismo musical…) de la que iba ser una larga carrera que ha creado escuela y les ha convertido en un referente del humor inteligente. De esos ocho millones, por supuesto, muchos de ellos han repetido, han visto al grupo en más de una ocasión, porque allá por donde pasan llenan teatros y dejan seguidores fieles. Hay una decena de libros, videos, discos grabados, y numerosas páginas en internet dedicadas a ellos (por citar solo dos: una bastante completa, www.lesluthiers.org; y la oficial, www.lesluthiers.com) e incluso a sus personajes, como Johann Sebastian Mastropiero, su personaje recurrente, un músico de vida azarosa y obra inabarcable (incluyendo plagios). Les Luthiers (Jorge Maronna, Carlos Nuñez, Carlos López Puccio, David Rabinovich y Marcos Mundstock componen el elenco actual) han compuesto, ellos sin recurrir al plagio, más de 170 piezas repartidas en 33 espectáculos diferentes y han recibido numerosos premios, como un Grammy latino a la excelencia musical. Actuarán en el Euskalduna de Bilbao los días 1, 2 y 3 de marzo, en el Kursaal de Donostia el 6, 7 y 8 de marzo, y en el Baluarte de Iruñea el 18, 19, 20 y 21 de marzo. Quien no pueda ir, quizás les pueda ver también comiendo pintxos en los bares de los cascos viejos.
(Publicado en Gara: http://www.naiz.info/eu/hemeroteca/gara/editions/gara_2014-02-21-06-00/hemeroteca_articles/la-version-teatral-de-los-miserables-llega-a-irunea-a-lo-grande)
LOS MISERABLES, A LO GRANDE
El lunes comenzó en Iruñea el espectacular montaje del musical que se estrena hoy en Baluarte.
Patxi Irurzun. Iruñea
Los Miserables, el famoso musical que se representará desde este viernes 21 hasta el sábado 1 de marzo en Pamplona, no hace honor a su título, al menos en lo que a su montaje técnico se refiere: 11 trailers, 90 toneladas de material, 37 técnicos más personal local y de apoyo hasta sumar 60 personas trabajando para que todo esté en su sitio cuando esta tarde se levante el telón en Baluarte. Los datos los proporciona Francisco Grande, jefe técnico de montaje, mientras a sus espaldas los operarios lanzan cables o tiran de poleas y podemos ver toda la tramoya amontonada: los cañones de pega, las piedras de cartón piedra, la fachada desmantelada del Café Musain, en el que en la obra de Víctor Hugo se reunían los estudiantes para conspirar…
Llevan trabajando desde el lunes, cuatro días con sus noches, para que todo esté en su sitio exactamente igual que en el resto de auditorios y teatros donde se representa este musical, el musical por excelencia, que está en cartelera ininterrumpidamente desde hace 28 años y que llega a nosotros (primero en Iruñea y más adelante en Donostia, en junio, y en Bilbao en diciembre) de la mano de Stage Entertainement, en un espectáculo que intenta ser lo más fiel posible a la producción original de Cameron Mackintosh. “Es un montaje complicado, con mucha infraestructura y que requiere mucha sutileza. Los Miserables se representa tal y como es, siempre igual en todas las plazas. No adaptamos la representación a cada espacio, sino al revés, el espacio a ella, lo cual requiere mucho trabajo, visitas técnicas previas…”, dice Grande. Montajes y desmontajes, de hecho, se solapan en las diferentes ciudades en las que Los Miserables desembarca como otra pequeña ciudad rodante, poblada por las decenas de actores, músicos, técnicos … que recrean las calles del agitado París retratado por Víctor Hugo en su descomunal novela; ese París que fue definido como un vientre por Emile Zola, y que ahora, durante el montaje, también lo semeja, en este caso el vientre del auditorio, con las marañas de cables como serpientes eléctricas, las poleas tensas como nervios, los focos descolgados… Parece imposible poner todo eso en orden, digerir todas las complicaciones que exige un montaje como este, pero Grande se muestra tranquilo: “Para mí es un reto, pero también un honor, un trabajo duro y gratificante”, dice, y a continuación cuenta más detalles técnicos, como la alternancia de sistemas manuales y automatizados en los cambios de los 40 escenarios distintos, los diferentes vestuarios empleados en la obra… Toda el trabajo que queda entre bambalinas y que el público nunca ve, pero que hace posible que empiece la función.
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Víctor Hugo en Iruñea
El musical de Los Miserables ha sido visto por más de 65 millones de espectadores, representado en más de 42 ciudades, 300 ciudades… “Es una historia atemporal, cuyos valores perduran en el tiempo”, leemos en el dossier de prensa. Y también: “Un siglo después los temas tratados en la novela de Víctor Hugo aún siguen vigentes: la lucha por la libertad, el coraje, o la revolución”. Pero sería curioso saber qué opinaría sobre este espectáculo —cuyas entradas cuestan entre 40 y 69 euros— el propio Hugo, quien pasó por Pamplona en 1843, y recomendó , tal y como describe en su libro “Viaje a los Pirineos y los Alpes”, que el primer hombre con criterio que bombardeara la ciudad empezara por el edificio en obras, de trazas neoclásicas, que veía desde su habitación y “que parece un teatro” (aunque también cabe pensar que podría tratarse del Palacio de Navarra, donde hoy se encuentra la Diputación).
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Una melancólica luminosidad
Una de las partes destacadas del musical son las proyecciones de dibujos que el propio Víctor Hugo realizó. Matt Kinley, el escenógrafo de la obra, señala el aspecto visionario de Hugo como pintor y sus experimentos con diferentes medios y procesos, desde carboncillo, sepia, lápiz, tinta y hollín hasta impresiones enlazadas o papel plegado con tinta. “Esta melancólica negritud y luminosidad parecieron ser la perfecta encarnación para muchos de los personajes y líneas argumentales del espectáculo”, dice Kinley. Muchas de las proyecciones de esos dibujos se hacen fusionándolas con fotos francesas del siglo XIX, todo unido a telones pintados basados directamente en el trabajo abstracto y paisajístico del escritor francés. Una faceta, la de pintor, de Hugo, menos conocida, y que sin embargo, en opinión de Delacroix, podía haberle hecho eclipsar a la mayoría de artistas de su siglo.
Colaboración para ON. Rubio de bote, por PATXI IRURZUN
Hace unos días se murió mi tío Fructuoso. El que quemaba libros. Era un tío de mi madre, al que yo solo recuerdo haberlo visto dos o tres veces, cuando era niño. Y sin embargo, fui a su funeral, en misión diplomática: mi madre estaba de vacaciones y a mí me tocó ejercer de vicepresidente checo, ese que se dejó el micro abierto y, enterado de que tendría que viajar a las exequias de Mandela, saltó: “Joder, macho, no me apetece nada ir. Si eso está en el quinto pino”, y todos lo escuchamos con condescendencia porque hemos pensado o dicho lo mismo alguna vez en la intimidad de nuestras casas, donde, de momento, no hay micros.
Mi tío, además, Mandela no era. Una vez me quemó un libro, que yo leí en casa de mis abuelos, donde empezó a ahogárseme Robinson Crusoe y le puse pantalón largo al Pequeño Nicolás con otras lecturas menos apropiadas para mi edad como la del libro en cuestión, que se titulaba ‘Los helechos arborescentes’. No recuerdo, sin embargo, nada de la novela, a excepción de que su autor, Francisco Umbral, movía el famoso sonajero de su prosa y tintineaban algunas palabras como lefa o Durruti. El caso es que, enterado mi tío, decidió hacer un auto de fe en la huerta y quemar aquellos helechos arborescentes, los cuales se elevaron hasta el cielo en volutas de humo que escribían en el cielo el “Yo, pecador”; o al menos eso era lo que leía (aparte de los libros que quemaba para que no leyeran los demás) el meapilas de mi tío Fructuoso.
Como represalia diferida el día de su funeral llovía —un mal día para quemar libros— y yo en lugar de entrar a la iglesia me quedé en un bar que había frente a ella tomándome una caña con mi amigo Juantxo el jipi. Mejor para todos, porque a nosotros a veces en los funerales nos da por reírnos. “Ah, ¿pero encima hay que pagar?”, me dijo Juantxo en una ocasión, cuando un monaguillo salió a pasar la cesta. Y a mí me entró ese tipo de risa, la peor risa del mundo, esa risa floja, incontrolable, que te convierte en una olla a presión, con el pitorro haciendo fiufiú, hasta que no puedes más y revientas y todo se llena de una metralla insolente, aunque también a veces la onda expansiva lo que hace es contagiar las carcajadas y una vez hasta el cura (que en los funerales es como el intérprete de signos en el funeral de Mandela, pues dice cosas sobre el difunto que nadie entiende) comenzó a reírse y después sus feligreses y las risas llegaron fuera de la iglesia y se rio una señora con patillas que pasaba por allí y la suya era una risa como un virus, se iba transmitiendo a todos con quienes se cruzaba y estos la contagiaban a otros y en poco tiempo el mundo fue un lugar mejor, en el que nadie sufría ni pasaba hambre ni quemaba libros…
Vale, además de la caña Juantxo el jipi y yo nos fumamos también un porro.
Después, como se hacía tarde y nadie salía de la iglesia y llovía cada vez más fuerte, decidimos entrar a hacer de vicepresidentes checos. Fue, una vez en el templo, cuando me eché la mano al bolsillo de la chupa, en la que siempre llevo algún libro cargado por si acaso, cuando vi que el de esta vez se titulaba “Alpinismo bisexual”. Y me pareció muy apropiado para la ocasión, y creí que, muchos años después, se ejecutaba algún tipo de justicia poética contra mi tío Fructuoso. Amén.