Artículo publicado en la sección «Rubio de bote» de el semanal ON de los periódicos del Grupo Noticias
“Cien años de soledad”, el libro de García Márquez, del cual tanto se ha hablado durante estos últimos días, está dedicado —y de eso se ha hablado mucho menos— a una pamplonesa, María Luisa Elío, pero en su ciudad natal prefieren dedicar, con triquiñuelas, plazas a asesinos en serie, como el Conde de Rodezno, a quien se le quedó la mano tonta de firmar sentencias de muerte (con triquiñuelas y con recochineo, porque las leyes de memoria histórica y de símbolos, recordemos, se burlaron alegando que el nombre de la plaza no alude al ministro de justicia del primer e ilegítimo gobierno franquista sino genéricamente al título nobiliario; y además, con alcaldada de por medio, con todos los grupos de la oposición en contra —la alcaldesa era por entonces la hoy presidenta del Gobierno de Navarra Yolanda Barcina—).
Claro que María Luisa Elío era hija de un republicano, Luis Elío, juez municipal de Pamplona, uno de los primeros detenidos tras el golpe militar de 1936, que posteriormente permaneció emparedado vivo durante tres años en un lavadero de la Casa de Misericordia, hasta que consiguió huir a Francia, donde a su vez sería confinado en el campo de prisioneros de Gurs. Cuando por fin logró reunirse con su esposa y sus dos hijas, Luis Elío era un hombre derruido, física y moralmente. Su hija María Luisa, cuenta que “pasaron treinta años antes de que muriera, pero el anterior papá ya había muerto”. La familia se exilió a México, y allá fue donde Luis Elío escribió “Soledad de ausencia”, el libro donde cuenta su experiencia como topo humano. Su hija, por su parte, también escribiría otro libro, “Tiempo de llorar”, en el que aparece la famosa frase “Regresar es irse” dedicada a Pamplona.
En México, María Luisa Elío viviría con el cineasta Jomi García Ascot, y el matrimonio establecería un círculo de amistades entre las que se contaban Carlos Fuentes, Octavio Paz, Álvaro Mutis o García Márquez, quien contaría, antes de escribirla, “Cien años de soledad” a María Luisa Elío. Ella fue una de sus primeras lectoras, vio gestarse y crecer la novela y se convirtió en el sustento emocional del autor cuando a este lo acosaban las deudas y las dudas, muchísimo tiempo antes de que el escritor colombiano viera cómo el hielo del éxito lo inmortalizaba. Una de las grandes obras de la literatura universal, pues, está conectada de algún modo con Pamplona, ciudad a la que María Luisa Elío regresaría para irse en 1970, como cuenta en “Tiempo de llorar”, durante un viaje en el que sus recuerdos infantiles y soleados de la ciudad serían fumigados por la gazmoñería de una Pamplona cubierta por un cielo gris, oscuro, como un enorme uniforme militar o una sotana asfixiante. Una Pamplona de la que en realidad María Luisa Elío no se fue, la echaron, aún siguen haciéndolo.
Bajo ese mismo cielo algunos todavía se sienten cómodos, a resguardo, bajo el palio de una justicia con dos varas de medir. La misma alcaldesa que, con triquiñuelas y con recochineo, mantuvo la plaza a quien condenara a muerte a cincuenta mil personas, hoy presidenta proclama que hemos salido de la crisis mientras en Navarra hay cincuenta mil parados, más de la mitad larga de larga duración. Y en ninguno de los dos casos hay enaltecimiento de la violencia ni humillación de las víctimas. Es, sigue siendo, tiempo de llorar.
Patxi Irurzun
EL GAZTETXE DE IRUÑEA REVIVE DOS DÉCADAS DESPUÉS
Los fantasmas buenos del Euskal Jai volverán a pasearse en bañador por las calles del casco viejo de Iruñea tras 20 años desde su okupazión y 10 desde su brutal desalojo. Diversos actos a lo largo de la semana y una fiesta el próximo sábado recuerdan el que fue un lugar mágico para el movimiento popular de la ciudad.
Patxi Irurzun. Iruñea
Fue un oasis en el corazón de la ciudad, en el casco viejo de una Iruñea asfixiante, donde a quienes querían volar se les intentaban romper las alas a pelotazos. Aplacó durante una década (1994-2004) la sed de libertad, de fiesta y lucha, de diferentes generaciones, hasta que se sepultó con los escombros del que probablemente fuera el primer frontón de remonte del planeta; hasta que el agua comenzó a saber y a oler al cloro. Pero el Euskal Jai, el gaztetxe de Iruñea no ha dejado de respirar, bajo el edificio que ahora ocupa su lugar (un aquagym) y durante los días 7, 8 y 10 de mayo conmemorará los veinte años transcurridos desde su okupazión y los diez de su brutal desalojo, con una fiesta que ya no se conforma con reivindicar un oasis para Pamplona sino la mismísima playa (“Maya, Maya, queremos playa”, es el lema elegido) y en la que pretenden que una marea colorida de gente inunde las calles de Alde Zaharra para demostrar que el espíritu del Euskal Jai, la alegría y las ganas de vivir de quienes lo habitaron, siguen latiendo.
Un lugar mágico
Hoy hace exactamente veinte años desde que el viejo e histórico frontón fue okupado, tras casi dos décadas de abandono. Fue en 1977 cuando se escuchó el último pelotazo (el último lanzado desde una cesta) contra un frontis que restallaba como ningún otro en el mundo. Inaugurado en 1909, con una singular arquitectura modernista, el Euskal Jai volvió a cobrar vida el 7 de mayo de 1994 cuando la Iruñeko Gazte Asamblada desalojó las ratas y despejó la maleza que habían invadido el viejo templo de la pelota. “Aunque al principio se pensaba que iba a durar dos días, tuvimos gaztetxe durante una década”, recuerdan hoy. “El Euskal Jai era el pulmón del movimiento popular de Iruña y una escuela de aprendizaje para trabajar la horizontalidad, la autogestión, el asamblearismo, para desarrollarnos como personas y poder transformar esta sociedad. Gente de todo tipo encontraba ahí su lugar para desempeñar sus aficiones, debatir sobre política, formarse en diferentes materias, divertirse… El que estuviera formado por gente tan diferente traía con ello dificultades pero a la vez enriquecía el espacio. Gracias a estas dificultades se aprendió a llegar a consensos y compartir espacios”.
Diez años, por tanto, de conciertos, comedor, cursos, asambleas… Diez años plenos de color, de luz, de sentimientos, que para muchos convirtieron el Euskal Jai en un lugar especial, cuyo recuerdo permanece cosido a los corazones. “Ese lugar era mágico”, recuerda la rapera La Chula Potra, que participará el sábado en la fiesta de aniversario. “Estaba lleno de fantasmas buenos. Recuerdo el último cumpleaños, el último sanfermín ahí. Muy intenso. Mucho trabajo y preocupación por lo que temíamos. Para mí el Euskal Jai ha sido un antes y un después en mi vida. Ahí rapeé en público por primera vez, y de su pérdida nació mi hit La bofetada. Pero además allí conocí, hace diez años, justamente en el último cumpleaños, al padre de mis hijos. Nunca lo olvidaré, marca mi militancia política anarquista para siempre. Cada victoria de hoy es un homenaje a lo que viví ahí, y una venganza contra los que nos lo destruyeron”.
El desalojo
Los que destruyeron el gaztetxe, los que envenenaron el agua, irrumpieron en agosto de 2004. Con máquinas de demoler. Con bocatxas y porras. Con nocturnidad y alevosía. Las máquinas derribaron el frontón mientras varios jóvenes permanecían todavía encaramados al tejado, poniendo en riesgo sus vidas. La policía les disparó pelotas de goma. A dar. Hay testimonios que lo certifican, como el vídeo “Crónicas del Euskal Jai”, de Eguzki Bideoak. Los antidisturbios disparaban también abajo, en la calle, a las ventanas de los vecinos que mostraban su apoyo, o los coches en marcha que lo hacían tocando el claxon mientras bajaban por la Cuesta de Labrit. Pero el desalojo del viejo frontón también marcó un hito en la historia de la Iruñea insumisa. “Los actos de protesta estuvieron apoyados por el barrio, por todo Iruñerria. Vino gente de todo Euskal Herria a apoyarnos. Hubo respuestas espontáneas, caceloradas, manifestaciones masivas. Y mucha violencia por parte de la policía municipal” recuerdan ahora quienes han organizado los actos del aniversario. El objetivo es rendir un homenaje al gaztetxe, reivindicarlo como parte de la memoria histórica de la ciudad. “Por otro lado, la fiesta se hace sin permisos, para reivindicar la calle, y más en estos tiempos de represión social que vivimos. Queremos que vuelva la alegría popular a inundar las calles de Iruña”.
La playa de Calderería
Si el tiempo no se tuerce y si se tuerce también las calles del casco viejo se llenarán el sábado de bermudas, de chanclas, de camisas hawaianas… Antes, hoy mismo, el programa de actos dará comienzo con un café tertulia bajo el título “¿Qué fue el gaztetxe para ti?” (en Katakrak a las 19:00) y de una proyección de cine mañana (Zabaldi, 19:30). Pero el día grande, el día de playa, será el sábado 10, con kalejira, teatro, comida popular, chocolatada y un concierto en el que participarán Demokrazia Zero, Oreka TX, Las chicas del Albal, El ombligo de venus, La Chula Potra, Mi primo el Chicharachero y Starluxe, todo ello en la Plaza de Calderería. Actos conmemorativos pero que a la vez sirven para tomar el pulso al movimiento popular y okupa hoy en la ciudad. “Hay muchas cosas que valorar y en los debates que salgan estos días podremos ir hilando la realidad actual. Todo lo que se ha intentado okupar no ha durado más de dos días, pero todo va por ciclos, nunca se sabe. El miedo y el individualismo son grandes herramientas que el sistema se empeña en inculcarnos. Pero si siguen apretando tanto quién sabe qué pasará. Desahucios, represión laboral, recortes sociales… La okupación ahora es más legítima que nunca”.
El Euskal Jai, pues, se desalojó, pero su espíritu sobrevivió y se transmitió en otros proyectos. Como en la metáfora zapatista el espejo se rompió pero así nacieron decenas de pequeños espejos. O como cuenta La Chula Potra: “Derribaron el edificio, y a la vez nació dentro de mi corazón, del corazón de mucha gente, una euskal jai que recreamos allá donde vamos. Haciendo una red de resistencia, vidas y amor”. El gaztetxe, en definitiva, sigue vivo. Euskal Jai bizirik!