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Hace algún tiempo visité el Palacio Real de Aranjuez y en una de las salas en la que exponían los juguetes de los niños que nacen príncipes por voluntad divina y de la Constitución española había una de esas sillas para hacerse transportar a hombros por cuatro vasallos, una silla pequeñita, con su palio y todo. Me pareció una imagen muy elocuente de lo que es la monarquía. Si nada lo ha remediado, hace dos días (yo escribo esto una semana antes) Felipe Sexto se habrá paseado rey por el centro de la villa y corte de Madrid ante los aplaudidores, porque solo habrá aplaudidores y siete mil policías para dar de hostias a los que no lo sean. Semejante despliegue, dicen los telediarios, pretende evitar atentados y abucheos, y lo dicen todo en la misma frase. Y también escriben titulares como este: “El Rey que sirve a todos los españoles y el Príncipe que ama a España son aclamados y vitoreados por la ciudadanía”. No, no es una broma, es la portada de un periódico. O quizás sí, quizás es una broma, colada por un becario cuatrocientoseurista e irónico al que le ha tocado el cierre.
El departamento de comunicación y propaganda de la Casa Real también parece estar infestado de gamberros, si no no se entiende como pueden poner a leer al campechano Juan Carlos en su discurso de abdicación frases como: “La larga y profunda crisis económica que padecemos ha dejado serias cicatrices en el tejido social, pero también nos está señalando un camino de futuro cargado de esperanza”. Eso, si no es una broma, es de bribones. Y de cobardes. Eso a ver si hay narices de decírselo a la cara a un desahuciado o a un parado de larga duración. O quizás no sea una broma ni puro cinismo, quizás sea solo dejadez, un trabajo mal hecho, una campaña de marketing y una ducha apresurada de patriotismo, cuando el régimen se ha tambaleado. Las elecciones europeas han dejado al descubierto la trastienda de este chiringuito de la que han salido dando voces y vivas al rey los dos grandes partidos, monárquicos y republicanos, ja, ja, cuando han notado que les movían las sillas, y agitando las palanganas periodistas, empresarios y algún cantante argentino del que ya no voy a ser más fan. Porque yo estoy a favor de la ilegalización y el aislamiento social de los monárquicos. Y en contra del referéndum. No se puede estar a favor de la monarquía. ¿Se puede estar a favor del cinturón de castidad, de la picota, de la edad media? ¿Se hacen referéndums sobre eso?…
En aquella visita al Palacio Real de Aranjuez me imaginé qué pasaría si alguien le regalara a uno de mis hijos una de esas sillitas de mano. Fue mucho imaginar, claro, porque no veía yo a los niños en el parque aupados en hombros por cuatro de sus amiguitos. Menuda lacha. En realidad, nunca saldría de casa con un juguete como ese, no se me pasaría por la cabeza (no sé si a los reyes, les sucederá eso, si pensaran a veces en lo antidemocrático de sus privilegios; o si seguirán siendo niños príncipes, pequeños tiranos toda la vida), pero si mis hijos, que son los únicos reyes ante los que agacho la cabeza, insistieran mucho y yo accediera, lo que realmente me preocuparía no sería verlos subidos en ese trono, sino que fueran uno de los que llevaran a hombros la sillita, con su palio y todo.
Patxi Irurzun
Colaboración para la sección Rubio de bote del semanario ON (periódicos Grupo Noticias)
Una buena entrevista que me han hecho esta mañana en Radio 5, hurgando como «scavengers» en lo que hay al fondo del libro, los sentimientos, las motivaciones del viaje, por qué a veces hay que alejarse para ver y apreciar lo que tenemos cerca…
http://www.ivoox.com/atrapados-paraiso-patxi-irurzun-entrevista-en-audios-mp3_rf_3214899_1.html
Salimos en los diez últimos minutos hablando de «Atrapados en el paraíso»
Foto: Leticia Ruifernández
El dibujante bilbaíno Javier de Isusi cuenta en la novela gráfica “He visto ballenas /Baleak ikusi ditut” (Astiberri) una historia que busca caminos para la reconciliación, a través del encuentro entre un preso de ETA y otro del GAL en una prisión francesa.
Patxi Irurzun. Iruñea
Parece una perogrullada, pero para creer lo que se cuenta en esta novela gráfica hay que leerla. Hay que confiar en quien cuenta que ha visto ballenas, y escuchar su historia. No basta con resumir de forma apresurada su argumento: dos jóvenes amigos que toman caminos opuestos y que aparentemente nunca pueden volver a encontrarse: uno de ellos, Antón, perderá a su padre en un atentado de ETA; el otro, Josu, se convertirá en militante de la organización armada y conocerá, más tarde, en prisión a Emmanuel, un preso del GAL, con quien establece una relación personal, y que es además el asesino del asesino del padre de su amigo Antón… Sí, todo parece a priori enrevesado, efectista, forzado. Hasta que se empieza a leer el libro y la historia no solo se sostiene, se convierte en verosímil (porque lo es, en parte está basada en una historia real; y sobre todo, por el magnífico trabajo del autor, Javier de Isusi), sino además en un relato que contiene claves para la reconciliación en un conflicto como el que ha sufrido durante las últimas décadas Euskal Herria.
La historia del encuentro entre los presos de ETA y el GAL se la contó a Isusi su hermano, e inmediatamente el autor bilbaíno tuvo por una parte el pinchazo creativo, la necesidad urgente de contarla y por otra la conciencia de que se metía en terreno resbaladizo y desconocido para él. Tal y como reconoce a Javier Zalbidegoitia en una entrevista en la web de Astiberri, la editorial que ha publicado en euskera y castellano He visto ballenas / Baleak ikusi ditut “la realidad de la violencia en Euskadi me ha tocado vivirla desde pequeño porque soy vasco pero la verdad es que mi contacto real con ella ha sido muy tangencial, nunca he sentido en mi entorno más cercano la opresión policial ni la de ETA. Jamás sentí esa generalización que tanto gusta en ciertos medios de comunicación de que en Euskadi se vivía con miedo, que no podías decir libremente tus opiniones… Con esto no quiero decir que eso no haya existido (o exista aún en algunos ambientes) ni pretendo minimizar la tragedia que tantos han vivido y en algunos casos siguen viviendo en Euskadi, simplemente digo que yo no la he vivido en mi propia carne ni en la de mis conocidos, y por tanto, no necesitaba sacar una historia sobre este tema a modo de catarsis; más bien cuando la historia me llega, automáticamente siento y pienso que precisamente por esa lejanía relativa puedo servir de vehículo para sacarla a la luz, aun siendo consciente de todas mis limitaciones”.
Limitaciones que creativamente Isusi convierte en virtudes, tanto en el tono o el modo de abordar la historia, como en el tratamiento formal. Isusi ha escrito una historia llena de matices que convierte a los personajes en personas. En cada una de ellas, incluso en aquellas de las que cada cual pueda sentirse más lejana ideológicamente, resultan reconocibles como propios sus contradicciones, sus dudas, sus temores… El autor ha huido del maximalismo, tan común a la hora de hablar del “tema vasco”, y, de hecho, ha dibujado con acuarelas en grises y amarillos, huyendo del blanco y negro (al que recurrió inicialmente empujado por la urgencia de contar la historia) y buscando la intimidad y a la vez la frialdad de los dormitorios, de la luz mortecina de los calabozos o de las salas de espera de las cárceles…
Para retratar todos esos espacios y para encarnar a sus personajes se documentó y habló con personas que han vivido en primera persona historias como la que él cuenta, víctimas de la violencia o presos, y tuvo también claro que no publicaría el comic sin la aprobación de ellos. El resultado es una obra en la que consigue ponernos en la perspectiva del otro, romper con los prejuicios y sobre todo que convierte el arte, la ficción en una herramienta necesaria para contarnos a nosotros mismos quienes somos o hemos sido y para que exista una oportunidad en la que los caminos vuelvan a encontrarse y en la que la escena final, como sucede en “He visto ballenas”, quede abierta.
Artículo publicado en Gara
Con Kutxi, tal vez el principal culpable de la reedición del libro
La última vez que hice esto me echaron. Un “Yo-he-venido-aquí-a-hablar-de-mi-libro”, digo. Pero entonces no tenía tantos amigos. De Facebook, digo (de los otros nunca he tenido muchos; de hecho, en mi cuadrilla éramos tres). El caso es que mis amigos virtuales son los dedos más rápidos del salvaje internet a la hora de apretar los ‘Me gusta’. Gente a la que no le va a gustar un pelo que mi estado sea “Me han quitado la columna del ON”. Lectores fieles, hooligans de Patxi Irurzun, que incendiarán las redes sociales, usarán mis libros como lo que son —armas arrojadizas—, dejarán de comprarse su periódico, señor director, o de robar los sábados en los bares este semanario si usted me echa. Piénseselo.
Dicho lo cual, yo he venido hoy aquí a hablar de mi libro. De basureros en Manila y tribus de papús con fundas de cuero en el pito (que se las quitan después de que el periodista haga la foto y se ponen unos vaqueros). De arroz y de moscas. Del Mr. Bean de la literatura de viajes —yo— y de la chica más guapa del barnetegi —mi chica—… De eso, entre otras cosas, va el libro. Ahora el “Cómo empezó todo”. Hace doce años gané un concurso de literatura de viajes convocado por El País. Seis mil euros para gastar en un solo viaje. Decidí irme a Payatas, un vertedero en Manila en el que trabajan y viven miles de personas. Y a Papúa Nueva Guinea, uno de los pocos países desmacdonalizados del mundo. Luego escribí un libro, Atrapados en el paraíso, sobre mis peripecias de viajero novato y enamorado (solo unos días antes de irme acababa de conocer, en un barnetegi, a la que hoy es la madre de mis dos hijos). Y con ese libro gané un premio (y con el dinero de ese premio hice otro viaje, volví a escribir sobre él y a ganar otro premio, otro viaje… y así estuve, encadenando premios y viajes, durante dos años: Chiapas, La Habana, Bangkok…, pero esa es otra historia).
Atrapados en el paraíso tuvo una vida secreta — porque yo soy un autor de culto—pero sentimentalmente intensa, con encuentros con lectores que se enamoraron del libro e hicieron tonterías por él: una chica francesa lo tradujo por puro gusto; un grupo de rock, La banda del abuelo, acostumbra a regalar algún ejemplar en sus conciertos…. Todo muy guay, sí, pero lo mejor, lo más placentero de los secretos es traicionarlos —y, por otra parte, los autores de culto también tiene que comer—, así que finalmente decidí hacer caso al gran Kutxi Romero, de Marea (“¿Para cuándo una reedición en condiciones de Atrapados en el paraíso, que es tu mejor libro, compadre?”) y darle una segunda oportunidad a esta obra, que ahora vuelve a editarse.
Ya voy acabando, señor director. En realidad me da mucha vergüenza todo esto. Pero tenía que hacerlo, entiéndame. Yo soy un escritor humilde, sin padrinos, sin agente literaria, sin dinero para comprar a una agente literaria. Lo único que tengo es mi libro, pero eso se lo juro, a las personas que lo lean les va a gustar, se van a divertir, se van a emocionar, van a viajar conmigo, van a ser más guapas y más guays, no van robar más el ON de los bares, se lo comprarán en el quiosco todos los sábados… No me eche, por favor. Y vosotros, dadme algo. Leed mi libro. Tengo hambre.
Colaboración para ON (Grupo Noticias)
Página 8