YA EN LA CALLE
«Atrapados en el paraíso» ya está en la calle. La magnífica portada es una foto de Hartmut Schwarzbach
Los anexos se pueden descargar gratuitamente en:
http://www.pamiela.com/descargas/irurzun.pdf
Incluye fotos del viaje, reportajes, textos relacionados con la obra, el prólogo original, el relato con el que todo empezó y poemas de David González, Sor Kampana y David Murders, y textos sobre el libro de Miguel Sánchez-Ostiz, Ana Grandal, Josu Arteaga, Carlos Erice, Daniel Burgui, Vicente Muñoz, Carla Badillo, Alejandro Pedregosa, Club de lectura de Zirauki, Francisco Javier Irazoki, Kutxi Romero, Jorge Nagore, Eduardo Laporte, Gsus Bonilla, Esteban Gutierrez, Dani Sancet, Pablo Cerezal, Antonio Orihuela, Carlos F. Romero, Joaquín Carbonell y el club de fans de Patxi Irurzun
Para comprarlo por internet (si lo queréis dedicado señaladlo al hacerlo):
http://pamiela.com/es/literatura/narrativa/atrapados-en-el-paraiso-detail.
PREMIO PARA ‘IMAGINA CUÁNTAS PALABRAS’
Una gran noticia y un premio merecidísimo. El Ministerio de Cultura, Educación y Deporte ha concedido a ‘Imagina cúantas palabras’ el premio al libro mejor editado en la sección de Obras generales y Divulgación. Me alegro un montón por Clemente Bernad y Carolina Martínez, y también por haber podido poner mi granito de arena en este proyecto
http://www.mecd.gob.es/mecd/prensa-mecd/actualidad/2014/05/20140527-libros.html
DIS(PARATADA)TOPÍA
El otro día estaba en el balcón regando el San Bernardo y en un descuido se me cayó y casi aplasta a una chavala con barba que iba paseando una lechuga iceberg por la calle. Al principio, como vivo en un mildoscientostreceavo no estaba muy seguro de a quién había espachurrado, y como pasados dos minutos no habían puesto todavía la noticia en Internet, que va cada vez más lento, tuve que salir de casa con lo puesto, sin armas ni el certificado de demócrata de toda la vida ni nada. Por si fuera poco, en el ascensor estaban dando la misa de doce y el cura me miró con reprobación, haciéndome un pantallazo azul con los ojos, porque hace dos años me cagué en dioro en público. El cura es uno de esos robots de nuevas generaciones, fabricado en Campusopus, con la fibra óptica bien engrasada con gomina y un rosario de la Virgen de la Red estampado en vinilo en el pecho; uno de esos con una base de datos en la que figuran todas tus pulsaciones: las de tu móvil, las del marcapasos instalado en tu corazón por el Departamento de Control de las Emociones, las del mando a distancia de tu televisor (en mi expediente, por cierto, figura también una amonestación por mostrarme desafecto al fútbol, el telediario y los programas de cocina; “¿Pero a quién miraba Chicote cuando hablaba a la cámara, me cago en dioro?”, fue en concreto la frase que se me escapó, hace dos años en aquel bar retrofriki, en el que echaban programas de los años diez)…
Luego, ya en el portal tuve que pasar varios controles de seguridad porque un desaprensivo de los barrios bajos (uno del piso 16, concretamente) había bajado por las escaleras silbando y saltaron todas las alarmas. El caso es que tardé casi media hora en salir a la calle, e incluso me dio tiempo a echarme una siestecita mientras los dieciocho cuerpos de policía cacheaban el mío. Pero cuando me desperté la chavala de la lechuga iceberg todavía seguía ahí.
La pobre (o el pobre, no sé muy bien, por lo de esa moda de ahora de las chavalas de dejarse barba y de los chicos de ponerse tetas) estaba llorando desconsolada porque su iceberg, que había fallecido como consecuencia del sanbernardazo, era la lechuga guía para una prueba de tiro de trineos a la que se había apuntado. Se me partió el corazón. Me sentí culpable, incluso cuando llegaron los de atestados y la patrulla paramilitar civil del Sindicato de Vecinos Chivatos y determinaron que la culpa era suya por llevar al vegetal sin aliñar. Para colmo, mi San Bernardo debió caer en buena postura y todavía estaba vivito y coleando, y creo que hambriento, porque se zampó la iceberg de un bocado.
Para compensar un poco a la hirsuta chavala me acerqué a un todo a cienmil, uno que llevan unos emigrantes raticulinianos, y le compré una maceta con unos caniches muy cuquis, pero ella, o él, me dijo que como el cariño y la fidelidad que daba un vegetal nada. Así que volví muy apesadumbrado hacia mi portal, no sin antes dar fuego a un señor que me lo pidió por favor y que se quemó a lo bonzo delante de una oficina del INEM y de soltarle una bofetada a un mendigo ya que no pude dispararle a las rodillas (se me había olvidado el arma en casa), tal y como ordena el Ministerio de Erradicación de la Pobreza. En fin. Qué asco de no vida. Me cago en dioro.
Publicado en ON (suplemento periódicos Grupo Noticias), en la sección Rubio de bote.