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CAPERUCITA ROJA

Sep 9, 2014   //   by admin   //   Blog  //  No Comments




Esta es la magnífrica portada que ha hecho Zuri Negrín para el cuento Caperucita Roja, que reescribiré para el nuevo proyecto de Alkibla en el que participo junto a autores como Manuel Rivas, José Ovejero, Marta Sanz… Suena bien ¿verdad? Pero para que el proyecto salga adelante hace falta que nos echéis una mano. Aquí os dicen cómo:

En Alkibla nos embarcamos en un nuevo proyecto editorial.
Tras la experiencia del libro «Imagina cuántas palabras«, que recibió el Premio al Libro Mejor Editado en 2014 por el MECD, lanzamos la colección «Te cuento…«, en la que volvemos a trabajar en la relación entre palabra e imagen documental, poniendo en contacto versiones actualizadas de cuentos clásicos y discursos documentales sobre temas de actualidad.
La colección se compone de nueve títulos que aparecerán en grupos de tres.
Los primeros tres títulos girarán en torno a la mujer, combinando cuentos clásicos como «Caperucita roja«, «La sirenita» y «Blancanieves» con temas como la violencia de género, la inmigración y la vida de las mujeres saharauis.
Los libros están destinados para todo tipo de público a partir de 10 años, y están especialmente indicados para trabajar en un entorno educativo y familiar, favoreciendo el espíritu crítico así como la puesta en relación de contenidos literarios basados en la ficción con imágenes de referente real.
Los primeros cuentos corren a cargo de Patxi Irurzun, José Ovejero y Marta Sanz, y estarán acompañados por fotografías de Clemente Bernad. El diseño de la colección es de Zuri Negrín.
Para el resto de títulos hemos confirmado ya la participación de Manuel Rivas, Felipe Zapico, Belén Gopegui y Emilio Silva.
El precio de cada libro es de 15 €.
Te proponemos apoyar el proyecto de la siguiente manera:
-Comprometerte a adquirir un solo ejemplar a un precio de 15 €. Para agradecer tu apoyo te regalaremos una copia firmada por el autor en tamaño DIN A4 de una de las fotografías del libro.
-Comprometerte a adquirir los 3 ejemplares de un mismo grupo a un precio total de 35 €. Además de la rebaja, recibirás 3 copias fotográficas firmadas por el autor en tamaño DIN A4: una de cada uno de los libros.
-Comprometerte a adquirir la colección completa a un precio de 90 €.
Además de la rebaja, recibirás 9 copias fotográficas firmadas por el autor en tamaño DIN A4: una de cada uno de los libros.
-¿Qué significa comprometerse con «Te cuento…»?
Solo tienes que enviarnos un correo electrónico antes del 1 de octubre a info@alkibla.net confirmando tu pedido de un libroun grupo de libros o la colección completa. Cuando los libros estén listos, se efectuará el envío y el pago mediante transferencia bancaria o contra reembolso al recibir los libros.
Quienes se comprometan con la colección completa efectuarán el pago en tres partes, a la recepción de cada grupo de 3 libros.
¡Muchas gracias por participar en «Te cuento…»! No te arrepentirás.

TIROS LIBRES EN «EL CORREO DE ANDALUCÍA»

Sep 9, 2014   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

‘Tiros libres’, o la anhelada reconciliación de la literatura con el basket

Patxi Irurzun, David Refoyo y Daniel Ruiz García ofician como antólogos de un volumen que incluye en su sumario al exjugador Juan Antonio Corbalán.

Alejandro Duque
La llamativa ausencia de literatura española dedicada al baloncesto –en comparación, por ejemplo, con la que gira en torno al fútbol– hizo que tres jóvenes escritores como Patxi Irurzun, David Refoyo y el sevillano Daniel Ruiz García se plantearan la idea de lanzar una antología de relatos con la canasta como protagonista. El proyecto se ha hecho realidad, y llegará el próximo día 15 a las librerías con el título Tiros libres bajo los auspicios del sello Lupercalia.
La génesis tuvo lugar en las redes sociales, cuando los tres se vieron compartiendo contenidos de baloncesto. «Los tres habíamos jugado de jóvenes, yo había sido entrenador, e incluso Patxi había jugado a un nivel importante hasta juveniles», recuerda Ruiz.
Así fue como empezaron a pedir textos a autores a los que les unía esta pasión baloncestística. La selección final incluye, además de los tres autores citados, a Eloy Fernández Porta, Jacobo Rivero, Javier López Menacho, Mario Crespo, Sergi de Diego Mas, Josu Arteaga, Sergi Puertas, Javier Avilés, Ana Pérez Cañamares, David Benedicte, Javier García Rodríguez, Mercedes Díaz Villarías, Miguel Serrano Larraz, a Francisco Gallardo y al ex jugador Juan Antonio Corbalán, que tiene a la sazón una novela publicada.
Los motivos de inspiración son variados: «Está el basket de la mítica selección soviética y el de la antigua Yugoslavia, están todos los santos del baloncesto de los 70-80, Abdul Jabbar, Sabonis, Petrovic… Hay muchos guiños, a Díaz Miguel, Andrés Montes, la muerte de Fernando Martín, Spud Webb y Gomelski… Creo que a partir de los 80, gracias al buen papel de la selección del 84, y gracias también a la apertura de la televisión, que nos permitió tener acceso a la NBA a través de impagables programas como el de Ramón Trecet, hubo mucha más afición al basket, no sólo jugado, sino también visto en España», afirma Ruiz. «Los de los 70 somos una generación que ha mamado mucho basket, generando, digamos, un poso cultural común, una vivencia, que sin embargo ha tenido poca traslación literaria. Buena parte de los autores de esta antología pertenecen a esa generación, y eso se nota en los referentes que manejan: la cultura de las canastas de barrio y los 3×3, la cultura de las botas de baloncesto, la cultura de los madrugones para ver los concursos de mates y de triples de la NBA… Hay ahí una reivindicación».
Por otro lado, Ruiz recuerda que «una vez que tuvimos armada la antología, fuimos a presentársela a la Federación Española de Baloncesto. Podía ser una buena oportunidad para que, desde la Federación, y aprovechando el Mundobasket, lideraran la idea del baloncesto no solo como deporte sino como un patrimonio cultural simbólico. La respuesta fue absolutamente frustrante. No les interesaba lo más mínimo. Creo que esa miopía por parte de entidades que se supone que estan ahí para velar por este deporte en España no hace ningún bien a la reivindicación del baloncesto como el deporte más injustamente olvidado y maltratado en España».
Junto a Ruiz, el único sevillano de Tiros libres es Francisco� Gallardo, que también fue jugador durante veinte años y sigue trabajando en el deporte como médico. «Era un reto. Hace tiempo que quería escribir ficcion sobre baloncesto, y participo con un relato que se llama El baloncesto no se juega con las manos», explica. Él tampoco se explica por qué hay tan poco baloncesto en las letras españolas: «Creo que es un deporte minoritario que esporádicamente se hace mayoritario, como ahora con el Mundobasket. Pero siempre que he viajado con el baloncesto he visto libros en el avión. A mí me parece que es un deporte con muchas posibilidades literarias».

TIROS LIBRES. Relatos de baloncesto (Una antología coordinada por Patxi Irurzun, Daniel Ruiz García y David Refoyo)

Sep 9, 2014   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

EDITORIAL LUPERCALIA PUBLICA “TIROS LIBRES”, LA PRIMERA ANTOLOGÍA DE RELATOS SOBRE BALONCESTO ESCRITOS POR AUTORES ESPAÑOLES

Coincidiendo con la celebración en España del Mundobasket 2014, dieciocho autores, unidos por su pasión por este deporte, se unen en una publicación insólita en la literatura española, que reivindica este deporte como territorio de ficción, escasamente transitado hasta la fecha a pesar de la posición de referencia de España en el ámbito baloncestítico. Entre los autores se encuentran escritores de referencia nacional y algunos relacionados con el baloncesto, entre los que destaca especialmente Juan Antonio Corbalán.
  
Baloncesto y ficción no han conjugado con mucha frecuencia en la narrativa en castellano, a pesar del auge y del éxito de nuestros baloncestistas y de las posibilidades estéticas del deporte de la canasta. En esta antología de relatos, Tiros libres, coordinada por los escritores Daniel Ruiz García, David Refoyo y Patxi Irurzun, dieciocho autores se resarcen y presentan  una colección de cuentos en los que el basket se convierte en la excusa perfecta para hablar del éxito y el fracaso, de emociones y recuerdos, de la vida misma y su azar, como un balón girando en el aro. Cada uno con su propio estilo, y unidos por su afición al basket,  un dream team de escritores, a los que se suma una auténtica leyenda viva del baloncesto como Juan Antonio Corbalán,  recuerdan momentos de su vida ligados a este deporte, escriben sobre la NBA y sobre basket de barrio, sobre la muerte de Fernando Martín o la de Andrés Montes, sobre Spud Webb y Gomelski, sobre el baloncesto yugoslavo y el lituano, sobre mascotas de equipos y viejas glorias olvidadas… Un auténtico equipazo que ha conseguido desprenderse de complejos y reivindicar el baloncesto como un elemento más de la cultura popular.
Eloy Fernández Porta, Jacobo Rivero, Javier López Menacho, Mario Crespo, Sergi de Diego Mas, Josu Arteaga, Sergi Puertas, Javier Avilés, Ana Pérez Cañamares, David Benedicte, Javier García Rodríguez, Mercedes Díaz Villarías, Miguel Serrano Larraz, Francisco Gallardo, Juan Antonio Corbalán, Patxi Irurzun, David Refoyo y Daniel Ruiz García.


POETAS MUERTOS (Catálogo estival de personajes parisinos)

Sep 2, 2014   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


Este es el texto con el que empezó todo. El texto ganador del I Premio de relatos de viajes de El País-Aguilar gracias al cual pude realizar el viaje a Filipinas y Papúa Nueva Guinea y escribir posteriormente Atrapados en el paraíso

 File:Tumba de Guy de Maupassant.jpg

Tour Eiffel

El hombre se dispone a ejecutar algo muy importante, vital, una cuestión de supervivencia. De manera que, tras carraspear, sacudirse las pelusas y la caspa de las hombreras de la americana y retorcer el pescuezo a los gallos que se estiran quiquireando en su coronilla, se encamina muy digno, mientras a su alrededor pestañean los flashes de decenas de cámaras fotográficas, a hacer lo que debe hacer. No le cuesta demasiado encontrar en el cubo de la basura un trozo de pan. Y todavía mucho menos devorarlo compulsivamente. Sí, el hombre es un pobre, un pobre parisino, y los flashes fotográficos no le retratan a él sino, a sus espaldas, a la Torre Eiffel, el tótem de la vieja, rica y civilizada Europa.

Campos Elíseos

La vieja, rica y civilizada Europa está sentada ahora en un encantador restaurante de los Campos Elíseos. Es una frágil anciana con pelo purpureado de pantén color, gafitas y ropas vaporosas, vestigios de un pasado bohemio pero nada sórdido, con mucho charme. Habla con el camarero con una voz que es como una campanilla. Y además en francés. Él le trae ensalada y jamón de york y “cafeolé”. Cuando termina, nuestra ancianita suelta un eructo espantoso, tan espantoso que el resto de los clientes no nos atrevemos a volvernos, solo a mirarla de reojo a través de los espejos de la pared, incapaces de creer que de ese cuerpo tan delicado hayan salido dragones con fuego en la boca, perros rabiosos, ristras de ajos y no, no puede ser cierto porque ella continúa allí sentada, tan entrañable. Hace sonar otra vez su campanilla para pedir al camarero un vasito de agua, s’il vous plait.

Centro Pompidou

S’il vous plait, me dice una chica a la salida del centro de arte moderno Pompidou. Está haciendo una encuesta y me pregunta qué exposiciones he visitado. No he visitado ninguna: hay que pagar y sé que no me van a interesar tanto como para eso. De modo que me hago el sueco, le digo que no entiendo francés, me pregunta si soy italiano y, finalmente, me deshago de ella en español. Me da un poco de vergüenza admitir que no he entrado a ver las obras de Chagall, Matisse, Braque… pero creo que deberían sentir más vergüenza todos esos que han entrado y no han entendido nada, todos los que se rascan la barbilla en un gesto que pretenden interesante cuando únicamente trata de ocultar un bostezo. Afortunadamente, en la plaza que se extiende frente al Pompidou hay caricaturistas, tragafuegos y un grupo de vietnamitas imitando a los Beatles. Uno puede reconciliarse con la cultura dando un paseo entre ellos. Unos metros adelante un chaval que ronda los veinte años, bien alimentado y limpio, pide limosna. Está sentado en el suelo con un libro en las rodillas y lee ensimismado, ajeno a la riada de gente que pasa a su lado. Olé, pienso. Sé que no tiene hambre, que es un subversivo. Lo que en realidad está mendigando es que en las escuelas no nos enseñen las fechas de todas las guerras, sino a entender a Chagall, Matisse, Braque…

Montparnasse

Baudelaire, Ionesco, Duras… Estos artistas, entre otros, están enterrados en el cementerio de Montparnasse, que es uno de los lugares que aparecen señalados en las guías turísticas. Sin embargo, para una visita fugaz a la capital francesa como la mía, es necesario seleccionar los recorridos, y el culto a los difuntos siempre me ha parecido una manera cobarde de enfrentarse al dolor, el amor, Dios y la muerte. Todo lo que nos hace insignificantes y nos condena a la soledad infinita del ser humano, la soledad que provoca el hecho de que ningún otro ser humano sea capaz de desvelarnos estos enigmas. Así que consideré prescindible el peregrinaje a dicho cementerio. Todo cambió cuando supe que, además de los mencionados escritores, en Montparnasse se encontraba enterrado Guy de Maupassant. Eso es otra cosa. Daría todos los besos ensalivados, todos los dulces tragos de licor, los días soleados que almaceno en mi memoria por uno de sus cuentos, tan redondos, tan directos, tan sorprendentes… tan perfectos. Quizás Maupassant, depresivo, suicida crónico, torturado por su incredulidad en el amor y muerto en un manicomio, hizo ese pacto con el diablo. Y quizás lo hizo para toda la eternidad porque, deambulando en busca de su tumba, aparecen ante mis ojos varios personajes de esos con los que al escritor normando se le encogía el corazón y que, a la vez, nutrían sus magistrales relatos. Entre unas cuantas lápidas grabadas con la Estrella de David pulula con el ceño fruncido un siniestro tipejo de cabeza rapada. Sobre un panteón descascarillado, moteado con plastones de musgo y mariquitas, una pareja se acaricia mórbidamente. Y, tan solo a unos metros del lugar en que permanece enterrado Maupassant, un hombrecillo con una garrafa riega la tierra nerviosa y apresuradamente, como si atesorase el secreto que hace brotar flores de los ojos de las calaveras. La tumba del escritor, igual que la de los demás muertos célebres, es sencilla y pasa casi desapercibida. Pero a diferencia de Cortázar o Sartre, a quienes los visitantes dejan frases, poemas escritos sobre paquetes de tabaco o billetes de metro, solo dos mensajes de letra agusanada y emborronada por la lluvia reposan sobre los restos de Maupassant. Recuerdo que los Goncourt, que asistieron a su entierro, dejaron constancia de que, durante el mismo, sus amigos habían contado chistes verdes y macabras anécdotas fúnebres. Entonces comprendo que no procede nada solemne sino, en todo caso, frívolo. Algo así como sacar una foto para después largarse. Y eso es lo que hago. No obstante, antes de salir del cementerio de Montparnasse, un gato negro se cruza en mi camino, clava sus ojos en mí y allá al fondo, como escombros hundidos en un charco del infierno, centellea la solución a todos aquellos enigmas: el dolor, el amor, Dios y la muerte. Pero es solo una milésima de segundo, después el gato da un salto y desaparece tras una tumba sin nombre.

Mercado de las pulgas

I

El gato negro, pantera de mentirijillas, demonio enmascarado, bolsa de terciopelo con siete corazones, se mueve sobre la mesa de antigüedades en el Mercado de las Pulgas. A cámara lenta, desliza primero sus patas, las estira prodigiosamente, multiplicando su longitud por tres. Acomoda después la almohadilla en huecos invisibles y su espinazo se curva entonces dulcemente, como una ola muriendo en la playa. Y así avanza, cruza la mesa sin rozar siquiera las regaderas, los quinqués, las figuritas de porcelana que se amontonan desordenadamente sobre ella. El gato negro es arrogante y exhibicionista, podría saltar la mesa, o pasar por debajo, pero prefiere que todos veamos sus movimientos elegantes y precisos. El gato negro es un poeta salvaje.

II

Unos metros más allá de los puestos de antigüedades y ropa usada, en una callejuela que limita el Mercado, hay grupos de hombres que hablan en susurros, que miran en todas las direcciones con pupilas que parecen pelotitas de goma. Ofrecen radiocasetes con los cables pelados, carteras usadas, relojes y cadenas de oro rotas. Otros hombres con gusanos sanguinolentos en la nariz, con pelos y barbas como arbustos secos, hombres que huelen a sudor, vino y orina, venden ropas apelotonadas y sucias, sillas paticojas, una raqueta sin cordaje… cualquier cosa por el precio de una botella. Un tipo de bigote y tez aceitunada llega con un hatillo, lo extiende en el suelo y aparecen cintas de vídeo con fotos de mujeres desnudas. Llega otro como él, después otro, y después ya son cinco, diez, veinte… Se arremolinan, se empujan, gritan. Enfrente, en la otra acera, a algunos les esperan sus mujeres vestidas con caftanes floreados. Una de ellas lleva la cara cubierta por el chador.

Rue Mouffetard

Un joven obrero magrebí riega con una manguera la playa que, sí, está bajo las calles de París. Sobre la arena mojada, arrodillado, un compañero va colocando los adoquines en círculos. Algo más arriba, en la Place de la Contrescarpe, hay un par de viejos alcohólicos, un hombre y una mujer. Ella intenta bailar el cancán sin romperse en pedazos y después pasa la gorra a los turistas que beben cerveza en los cafés o esperan en los restaurantes griegos a que los camareros rellenen sus sandwiches con la carne picada de los enormes y giratorios trozos de vaca asada. El hombre está para menos trotes. Duerme la mona en un sillón polvoriento y desventrado. De repente, parece despertar de un mal sueño, se pone en pie tambaleante, se gira y expulsa los monstruos que pueblan su amago de delirium tremens con una cálida, dorada y prolongada meada. Los turistas sonríen, sacan fotos, alguno incluso aplaude. Lo que en las calles de sus pueblos o ciudades les parecería una marranada les parece bohemio en París.

Metro

París. Debo marcharme ya. Soy el único hombre blanco en la estación de metro. Sentada a mi derecha, hay una mujer con un punto rojo en el centro de la frente y dos niños hermosos, como solo lo son los hindúes. A mi izquierda, un anciano negro da cabezadas y, de pie, una pareja de japoneses consulta un plano. Hay turistas con planos en todas las esquinas de todas las calles de París. Resulta difícil oír hablar en francés allá arriba. Los parisinos parecen haber huido del verano en la gran urbe hacia las playas. Abajo, en el metro, es más fácil, aunque siempre es un francés con acentos de colores. Como el de los camareros árabes, rumanos o italianos. O el de las chicas de la limpieza y el de los basureros negros. También son negros los cientos de emigrantes sin papeles que permanecen encerrados, varios de ellos en huelga de hambre, en la Iglesia de Saint Bernard, que está en un barrio que no aparece en los recorridos turísticos. La playa, para todos ellos, está debajo de los adoquines de París, capital de la vieja, rica y civilizada Europa.

RETROBASKET (Rubio de bote)

Sep 1, 2014   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Nadie me cree cuando lo cuento, pero yo fui una estrella adolescente del baloncesto. Hubo un tiempo en el que incluso estaba convencido de que me convertiría en el relevo natural de Corbalán. Después, lo más cerca que estuve de alguien parecido a aquel legendario jugador del Madrid, fue una vez que me quedé a dormir en casa de un amigo y su padre vino a darnos las buenas noches en calzoncillos tipo meyba y camiseta interior blancos.

Pero yo, lo juro, fui un base habilidoso y escurridizo. Tengo incluso una foto del Marca que lo atestigua. Fue cuando tenía trece o catorce años y me llevaron con la selección navarra a jugar un campeonato a Madrid. Aquel se convirtió en un viaje iniciático, en el que me afeité por primera vez, frente a un espejo descascarillado en el hostal de la Gran Vía en el que nos alojaron. Recuerdo que el baño era compartido y que en la puerta siempre había más corbalanes esperando con una toalla entre las manos y silbando con disimulo.

—¡Pero si os han traído a una pensión de putas! —me dijo un tío mío que era viajante y que estaba de paso por la capital, una tarde que vino a visitarme.

A través de la ventana se oía elevarse desde la calle el ruido de las sirenas de la policía, y los gritos de los borrachos y el estruendo de botellas rompiéndose contra las aceras. Yo entonces entendí por qué por las noches temblaban las paredes de la habitación y crujían los somieres y supe también que los corbalanes hacían cola en la puerta del baño para lavarse el ciruelo, antes de entrar en materia.

No sé si fue porque mi tío hizo una reclamación al Gobierno de Navarra o porque, contra todo pronóstico, fuimos pasando eliminatorias, pero al cabo de algunos días en la pensión comenzaron a servirnos un menú especial, diferente al de los otros clientes, que nos miraban con cara de carpantas cuando los camareros dejaban en nuestros platos unos jarretes descomunales. A pesar de ello, los chavales de las otras selecciones nos sacaban todos varias cabezas. Eran monstruos de feria, anormalidades físicas. Nos daban miedo. A nosotros nos habían seleccionado porque sabíamos driblar, fintar… En lugar de centímetros teníamos talento. Y nos divertíamos jugando. Gracias a eso llegamos a semifinales. Pero los catalanes eran ya demasiado altos y nos metieron una buena paliza. Sin embargo, en aquel partido yo alcancé mi cénit como baloncestista. En un contrataque, entrando a canasta, me pasé primero el balón por la espalda y después di una asistencia también por la espalda a un compañero cuando uno de aquellos soldados de Catalunya salía a taponarme. La grada coreó primero un ¡oh! y después aplaudió enfervorizada. Un spiker gritó mi nombre. ¡Irurzun! Yo me sequé el sudor de mi bigote recién rasurado y saludé con timidez. Silbando con disimulo, como si estuviera en el pasillo de la pensión con una toalla en la mano. Luego, en la siguiente jugada me pusieron un gorro descomunal. Y en la otra un orangután me tumbó en el suelo en un bloqueo. El juego había terminado. Seguí jugando a baloncesto durante dos o tres años más, pero ya no me divertía. Aquello se había convertido en otra cosa. Hoy, me pongo melancólico cada vez que veo un partido. Algunas veces, incluso, me siento a hacerlo vestido de Corbalán.

Colaboración para mi sección Rubio de bote de ON, suplemento de los periódicos del Grupo Noticias.

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