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Reseña de «Viejos tiempos» (Henri Calet)

Mar 24, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

VIEJOS-TIMEPOSViejos tiempos, o los rayos de sol iluminando el callejón

Banizu Nizuke ha publicado la primera novela del francés Henri Calet, que es también la primera que se traduce al castellano, algo que resulta sorprendente una vez concluida la lectura de esta novela deslumbrante. Editada originalmente en 1935 por Gallimard,  narra los veinte primeros años de la azarosa vida de Calet. Los Viejos tiempos son el lado oscuro de la Belle Epoque, la metralla de la primera gran guerra. Callejones. Pensiones de mala muerte y peor vida. Internados. Casas de putas. Pero también la luz y la poesía y la risa. Calet escribe con frases breves y rotundas. Es un Céline que golpea en corto, un Bukowski cuando aún este llevaba pantalón corto y su novela un compendio de naturalismo, picaresca, novela de iniciación, sobre el que se eleva una voz que pide a gritos y a puñetazos en el estómago volver a ser escuchada y leída.

Banizu Nizuke, 2014 /Castellano / 146 Pág. / 12 euros

Publicado en Gara 21/03/15

 

 

LA VIDA A.G. (Antes de Google)

Mar 16, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

A mis hijos, que son nativos digitales, les hace mucha gracia que les hable de La Vida A. G. (es decir, Antes de Google). Bueno, en realidad así es como la llamo yo. Ellos dicen:

—Aita, cuéntanos tus “problemas” de cuando eras pequeño.

—Cuando yo era pequeño —empiezo, en plan abuelo cebolleta— los sábados por la tarde preguntábamos a nuestros padres “¿A dónde vamos?” y ellos contestaban “A mirar escaparates”. Se fumaba en los autobuses y en la consulta del médico y solía ser el médico el que más fumaba. Cuando yo era pequeño, salía a la calle a buscar a mis amigos, en lugar de mandarles un whatsapp, y hasta que no volvía a casa nadie sabía dónde había estado. Cuando yo era pequeño, no os lo vais a creer, no había móviles ni Internet. Si me mandaban un trabajo en el cole tenía que ir a la biblioteca y encontrar información en las enciclopedias. No cortábamos (sólo con nuestras novias o novios) ni pegábamos (sólo a los del colegio de enfrente o a los del barrio de al lado). Cuando yo era pequeño, no tenía ordenador. No lo tuve hasta que cumplí 25 años.  El primer cuento que mandé a un concurso lo escribí con esa máquina de escribir que hay en casa de la abuela, la que parece un enorme gato negro dormido. La que al pulsar las teclas sonaba como una metralleta. Mi primer email lo envié hará solo unos quince años. Tardó una media hora en salir de la bandeja, y mientras tanto el contador del teléfono y su factura corrían como Fórmulas 1. Cada vez que te conectabas el módem hacía unos ruidos extraños, como si de repente fueras a escuchar hablar a Dios o a un alienígena. En cierto modo era así, un milagro, una auténtica marcianada: cuando yo era pequeño, pensaba que cuando fuera muy mayor, en el año 2000, iríamos a trabajar en naves voladoras y comeríamos cápsulas con sabor a ajoarriero, pero ni por asomo podía imaginarme que un día todos los escaparates del mundo los tendría en casa, en la pantalla de un monitor… Cuando yo era pequeño, no tenía Facebook ni un millón de amigos, ni siquiera cien o doscientos, solo dos o tres y lo sabía todo sobre ellos, aunque no supiera cuándo se levantaban o se iban a la cama ni qué hacían a cada momento. Cuando yo era pequeño, no llevábamos en el bolsillo miles de películas o discos que no oíamos nunca, pero nos sabíamos todos nuestros discos de memoria. No había multicines ni centros comerciales ni Mcdonalds. Mi primer kebab lo comí en el Barrio Latino de Paris, con 26 años, y mi primera hamburguesa en la Gran Vía de Madrid, con 14. No guardo fotos de aquellos momentos históricos. Cuando yo era pequeño pasaban semanas hasta que veías las fotos que habías hecho, y a menudo salían veladas. Escribíamos cartas a mano, volvíamos a pie a casa. No había autobuses nocturnos ni contenedores de basura de los que salían gatos corriendo cuando regresabas trastabillando de las cenas de instituto…

—Sí, sí, vale, aita —suelen cortarme, súbitamente, los niños—. No nos cuentes tu vida, que ya se ha cargado la tablet —dicen, en plan nativo digital.

Y mis “problemas” dejan ya de interesarles, de hacerles gracias, son batallitas que sucedieron hace mucho tiempo. Cuando yo era pequeño. Durante La Vida AG (es decir, Antes de Google). Hace por lo menos quince años.

 

Publicado en Rubio de bote,  ON, magazine semanal de Diario de Noticias y Deia

 

CUATROCIENTOSEURISTAS

Mar 2, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Foto: Ángel Casto y los honestos

Querido diario: hoy no podré dedicarte mucho tiempo porque es tarde ya y además mañana tengo examen de Enardecimiento Foral. Me he pegado toda la tarde delante del espejo ensayando el himno, haciendo posturas para que se me marque bien la vena del cuello, y estoy cansada, pero la asignatura sube nota y yo quiero ser alguien en la vida, no me importa que mi aita se asome de vez en cuando a mi habitación y diga “Venga, hija, apaga ya la luz y acuéstate que estudiar es solo para ricos y no para aprovechados como nosotros que vivimos de una Renta de Inclusión Social”.

Mi aita está algo resentido con el mundo desde que salió de la cárcel, donde estuvo por publicar en Internet fotos de polis pegando a sus compañeros de la fábrica, cuando protestaban para que no la cerraran y se la llevaran a Jequequistán, o Venezuelastán, no recuerdo bien, uno de esos países en los que el gobierno y la televisión dicen que no hay democracia ni derechos humanos pero con los que sale muy barato hacer negocios o que suelen necesitar muchos tanques de esos que hace tan bonitos la empresa del Ministro de Guerra y Paz y Venta de Armamento. Mi aita, además, anda algo estresado últimamente, administrando ese sueldazo de cuatrocientoseurista que es la envidia del barrio y gracias al cual podemos permitirnos lujos como mantener el agua corriente, comprar mantas o comer casi todos los días.

O sea que no te preocupes, querido diario, todavía estaré un ratito más contigo, hasta que mi aita vuelva a entrar y sople la vela y me de un beso de buenas noches y yo le oiga salir y prepararse para bajar a la calle a recoger cartones y robar tapas de alcantarillas.

Por lo demás, hoy por fin han dejado en libertad permanente revisable a Anjelutxo, ese compañero del instituto que canta en Desahuciados Suicidas, el grupo que la armó gorda en los últimos Encuentros Forales de Pop-Rock y Canción Cristiana. Este año, al igual que todos los anteriores desde que entró en vigor la Ley de Patrocinio y Cultura Domesticada, lo volvía a organizar el MUP (Museo de la Universidad Privada), y el grupo de Anjelutxo consiguió colarse en el concurso haciéndose pasar por un conjunto de pop mariano, llamado Gaviotas Supernumerarias. El caso es que, en mitad de su actuación, se quitaron la careta de buenos chicos y comenzaron a cantar uno de sus temas, “Yo comulgo en el gaztetxe”, y se montó un pollo terrible. Enseguida se subieron a bajarlos los antidisturbios, y el Cuerpo de Periodistas Uniformados a sacar fotos, y al día siguiente El Periódico informó puntualmente del hecho, con el rigor que les caracteriza, es decir, publicando la nota de prensa emitida por la Policía Nacional y la Consejería de Interior Derecha y acompañándola con un titular en portada en el que se leía “Los terroristas se cuelan en la Universidad”.

En fin, otro día te contaré la fiesta de recibimiento que le hicimos a Anjelutxo, y la investigación que ha abierto a cuenta de ella el Consejero de Buena Educación, hoy se me cierran ya los ojos, y me duela la vena del cuello, y tengo frío y un examen mañana que espero aprobar, porque cada vez quedan menos tapas de alcantarillas en la calle y yo quiero ser alguien en la vida, una ciudadana honrada, rica, o periodista-policía, o artista patrocinada… Hasta mañana, querido diario, que duermas bien.

(Publicado en Rubio de bote, ON, Grupo Noticias)

MENSAJES PARA UN ESPÍA RUSO DESDE EL EDIFICIO MÁS FEO DEL MUNDO

Feb 16, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Otar Iosseliani

Foto: Punto de vista

(Crónica publicada en Gara)

El cineasta georgiano Otar Iosseliani impartió ayer una master class durante el Festival Punto de Vista

Patxi Irurzun. 

“Esta película es una muestra de respeto a los pastores y campesinos vascos, a los hombre honestos, las mujeres dignas y los niños tranquilos, a este pueblo fiero y valiente que durante toda su historia ha defendido su independencia y ha conseguido salvaguardar su cultura y su lengua, las más antigua de Europa”. Esta es la dedicatoria que el cineasta georgiano Otar Iosseliani incluyó en su documental Euzkadi, été 1982 (1983) que se ha proyectado dentro del ciclo Chez les basques durante el festival Punto de Vista, celebrado a lo largo de toda la semana en Iruñea y que hoy dará a conocer su palmarés.

Ioselliani, a quien además se dedicaron dos sesiones  sobre su obra documental, llegó el viernes a Iruñea desde París (donde vive desde hace años, tras exiliarse de su Georgia natal) vía Biarritz, y aprovechó el viaje para revisitar los escenarios de aquel documental, en el que filmó la celebración del Corpus Christi en Heleta y de la pastoral Pete Basubürü en Pagola. Fue una mañana de emotivos reencuentros, como el que mantuvo con el pastor Mixel Etxeber y su mujer Maddi, a quienes Iosselliani filmó hace más de treinta años ordeñando a mano sus 200 ovejas burugorriak en su establo de Pagola. Por la tarde, el cineasta participó en un coloquio con los espectadores y ayer sábado impartió unas master class en Baluarte.

En la misma, que él prefirió llamar coloquio (en honor a la verdad lo denominó un “bla, bla, bla”), Iosseliani reflexionó sobre matemáticas, religión, política… y, aparentemente, muy poco sobre cine. Iosseliani, que tiene ya más de ochenta años y lleva casi cincuenta rodando películas, dio muestra de su espíritu libre (decidió, por ejemplo, hacer un alto en mitad de la charla para salir a fumar fuera de Baluarte, sede del festival, al que calificó como el “edificio más feo del mundo”) y la confianza en el género humano que impregna su obra… a no ser que el humano en cuestión sea Vladimir Putin, el presidente ruso a quien envió varias andanadas a través del espía ruso que, bromeó Iosseliani, “hay en todas las reuniones tomando notas”.

Iosseliani comenzó reivindicando las matemáticas como imprescindibles en cualquier proceso creativo. “Las matemáticas son la musculatura del pensamiento”, dijo, con voz grave y pausada, en medio de un silencio reverencial por parte del público; y ello le sirvió de preámbulo para lo que al final se convirtió en un monólogo a ratos deslumbrante, otros algo inquietante,  en el que citó a Dante, García Lorca, Homero, Aristóteles, y en el que cada frase se convertía en una sentencia. “No se puede hacer el bien sin hacer el mal”; “Los escritores y cineastas son la mayor catástrofe para las mentes”; “Otelo es un cretino”…  No faltaron, a pesar de la gravedad, momentos de humor, como cuando dio a probar su vaso de agua a un espectador de la primera fila: “En mi país en vez de un vaso de agua me habrían puesto uno de vodka. Yo soy georgiano, y en Georgia alguien que no bebe es un desgraciado, y alguien que no beba ni cante alguien doblemente desgraciado”.

Iosseliani tampoco eludió reflexiones sobre la actualidad política, como las referidas al atentado contra Charlie Hebdo. Dudó de que sus autores lograran con su inmolación alcanzar el paraíso, pues “este es debe ser un lugar en el que la vida transcurra dulce, el que hayan espacio y tiempo para la reflexión, la calma, la paz”; o calificó de indigna la interpretación que algunos hacen del islam, e incluso fue más allá y negó la posibilidad, salvo excepciones, de un cine islamista, de entroncar en él una “anticultura” que teme ver el cabello de una mujer, que rehuye la convivencia, que niega esa visión humanista que para él es imprescindible en el cine.

“Alguien que no entienda todo esto que he contado”, dijo el cineasta georgiano, “no podrá ser un cineasta, solo un hacedor de cine”. De eso era de lo que, en realidad, había estado hablando en todo momento: de cine, un oficio que comparó con el amor: “Para ejercer cine hay que darlo todo, sin esperar nada a cambio”, concluyó Otar Iosseliani, antes de levantarse y salir de la sala a fumar otro cigarro.

 

NIEVE

Feb 16, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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El muñeco de nieve más feo del mundo

(Artículo publicado en ‘Rubio de bote’, 2015 (ON, suplemento de los diarios del Grupo Noticias)

La nieve, oh, la nieve. A mí me da asco, pero qué bonita la nieve. La nieve es para los poetas. Yo soy columnista y tengo que estar permanentemente enfadado. Como el protagonista de aquella novela de Nick Hornby, Cómo ser buenos, quien firmaba sus artículos como “El hombre más enojado de Holloway”. Un poeta está para escribir que cada vez que nieva todos somos niños de seis años, pero a mí, el hombre más enojado de Sarriguren, me sucede justo lo contrario, la nieve me convierte en un viejo cascarrabias.

La nieve, oh, la nieve. Hacer muñecos, ponerles su zanahoria, cambiar la zanahoria de sitio y transformarla en un nabo… Qué divertida la nieve. Tirarse bolas, abrirse la crisma al día siguiente, cuando algún gracioso sigue tirándote bolas, que ahora son piedras de hielo… Y los retrasos en los autobuses, los coches cruzados en la cuesta del garaje, y los pueblos incomunicados y sin luz, las cañerías reventadas… Oh, la nieve. Y los resbalones. A mí la nieve me da asco por culpa de un resbalón. Bueno, de dos. Con el primero de ellos, con el que anduve con un petirrojo picoteándome en el hueso de la cadera durante un mes, me convertí en un licenciado vidriera, aquel personaje monomaniaco de una de las novelas ejemplares de Cervantes que se creía de cristal y tenía miedo a romperse en pedazos. Siento pánico al hielo. Existe incluso un síndrome, frecuente en personas de avanzada edad, llamado STCA (Síndrome del Temor a Caerse), que además es una metáfora perfecta y capicúa de la condición humana: cuando más vulnerable es una persona más miedo siente y a su vez el miedo la vuelve aún más vulnerable, más insegura, con más posibilidades de volver a caer. Todos tenemos pánico a caer, de una u otra forma.

El segundo resbalón fue con la niña, de camino a la guardería. La llevaba en brazos y nos fuimos los dos al suelo. A mí esta vez no me vino a picotear los huesos de la cadera un petirrojo, sino un pájaro carpintero; y la niña se dio un buen coscorrón. Creo que por eso a ella tampoco le hace mucha gracia la nieve. Lo lleva grabado a fuego y hielo en las meninges. La de esta vez ha sido su primera gran nevada, la primera de varios días, y el segundo de ellos me dijo, mientras veíamos en el telediario varios coches atrapados en una autovía: “Yo pensaba que la nieve era guay, pero es más como el demonio ¿no?”. Ya me la imagino conmigo de la mano, cuando llegue el deshielo, pisando juntos el aguachirri,  chapoteando felices sobre los muñecos de nieve desangrados…

En Cómo ser buenos, la novela de Hornby, el hombre más enojado de Holloway acaba rebajando progresivamente su ira hasta reconsiderar su trabajo de columnista gruñón, así que para cerrar este parte meterológico-doméstico yo también diré que en realidad no se puede negar que la nieve despierta algo mágico y puro en nosotros, sobre todo esos primeros copos revoloteando nerviosos como mariposas blancas cegadas por su propia luz, y que además este año estos cayeron durante el que las estadísticas califican como el día más triste del año, tirando por tierra esa estúpida manía de catalogar y uniformar todo, pues la nieve, oh, la nieve hizo feliz ese día a mucha gente, incluido a mí mismo, durante por lo menos uno o dos minutos.

 

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