«Yo soy lo que soy, un cantante de rocanrol y un escritor de canciones»
El cantante de Marea publica El carretero cosaco. Es su cuarto poemario y todavía no ha dejado de sentirse un intruso en el mundo de la literatura. “Si a un cerdo le pones un traje de torero no es torero, es un cerdo, con traje de torero, sí, pero un cerdo, y yo soy lo que soy, un cantante de rocanrol y un escritor de canciones”, dice. Pero su libro le desmiente. Kutxi es poeta, y de los buenos. Que diga lo contrario quien quiera que lea sus versos. Y que lo diga en Berriozar, si se atreve. Hasta allí, a su Kutxitril, nos fuimos a hablar con él.
Patxi Irurzun. Iruñea
A la puerta del Kutxitril, la cueva en Berriozar de Kutxi Romero —de profesión bandolero, como suele firmar a menudo—, hay pintados unos grafitis con las imágenes de Rockberto Tabletom y de Silvio, el legendario y maldito rockero sevillano. Algo más lejos se ve otro mural con Evaristo micrófono en ristre. Son algunos de sus ídolos. A otros los lleva tatuados en la piel: Bukowski, en una pantorilla, Camarón, en un hombro, Maki Navaja sirlándole un brazo… Y dentro, en la bajera, donde nos recibe buscando pájaros con los dedos entre las cuerdas de una guitarra, hay más: Rosendo, El Cabrero, El Drogas… Están en posters dedicados o en fotos con un Kutxi todavía adolescente que los mira con los ojos, incluido el chungo, echando chiribitas. Pero Kutxi, en realidad, ya no tiene nada que envidiarles. Ya es uno de ellos. Una leyenda del rocanrol. Con toda la barba. Kutxi cumplió cuarenta años el pasado ocho de julio y para celebrarlo se regaló a sí mismo el libro del que hemos venido a hablar, El carretero cosaco. “Bebo como un cosaco y fumo como un carretero, el título no tiene más misterio”, dice.
El carretero cosaco es su cuarto poemario y aunque contiene versos como estos:
“Pues va a resultar verdad
lo que decía
aquel tipo,
lo de que
toda vida
es un proceso
de demolición;
todavía
no las veo,
pero ya
escucho
acercarse
a las
excavadoras”
; a pesar de esa simple y hermosa contundencia, Kutxi todavía se tiene por un intruso en el mundo de la literatura. Las páginas del libro, de hecho, de las que más orgulloso se siente no son las de sus poemas sino el prólogo que le dedica Miguel Sánchez-Ostiz o las semblanzas con las que en las páginas finales, en una sección titulada Es hora de chuparse las pollas, lo retratan algunos de sus escritores y músicos preferidos.
Pero empecemos por el principio. A El carretero cosaco lo parió un desastre informático: “El ordenador petó y lo perdí todo”, empieza a contar Kutxi. “La movida fue que Kb( Enrique Cabezón, poeta, músico de la banda riojana En Blanco y editor ) me pidió algunos poemas para el número cien de su colección de poesía Planeta Clandestino, de la que también escribí el número uno. Le pasé treinta poemitas y con ellos sacó un librito que se titulaba Bruce Willis es zurdo. A raíz de eso me di cuenta de que tenía por ahí más cosas parecidas e intenté juntarlas. Pero el ordenador me petó. Lo envié a una empresa de recuperación de datos de Barcelona y solo faltó que me lo devolvieran con una carta en la que pusiera: ¡JA, JA; JA! Perdí fotos del niño, letras de canciones…Todo. Pero también pensé que aquello era una señal divina, como en la película de los Blues Brothers, así que me puse a escribir más poemas. Total, que poco tiempo ya tenía otros cien”, explica, y añade que desde que salió el libro ya ha escrito otros cien más “por si alguien quiere gastarse el dinero conmigo en otro libro”.
Todo lo anterior sucedía además aproximadamente cuarenta años después de que Doña Inés Lorente trajera al mundo a su primogénito José Carlos Romero Lorente, más conocido como Kutxi Romero, de modo que este decidió celebrar la efeméride: “Que la publicación coincidiera con los cuarenta años fue premeditado, pensé en hacerme un regalo a mí mismo. Y llamé a toda la gente que me gusta cómo escribe y con los que he tenido relación, con los que he hecho trabajos durante muchos años. Todos ellos respondieron, con lo cual el regalo fue completo, y además con el prólogo del gran Sánchez-Ostiz, algo que podré contar a los nietos”, se congratula Kutxi. Y Miguel Sánchez-Ostiz, el escritor navarro, devuelve los lametones, en una entrada de su Facebook: “Una cosa es que al Kutxi le tenga admiración y otra que hacía ya mucho tiempo que no leía un libro de poemas tan bueno… Ha sido para mí un verdadero gusto escribirle un par de folios que frente a sus poemas se quedan cortos. Ese libro tiene emoción y riesgo, inteligencia y dolor, ese ver lo que los demás no vemos porque no ponemos suficiente atención, humor zumbón y humor vagabundo, vitriolo y ternura, un tomarse a sí mismo a pitorreo que equivale a tomarse en serio lo que de verdad lo merece”.
Para muestra un botón:
“Hasta hace un minuto
no era consciente
de lo trágico
que es
hacerse viejo:
de todas las tetas
que se pasean
por esta playa,
las más caídas
son
las mías”.
En el libro, en efecto, está muy presente el humor, algo que hasta ahora no era frecuente ni en los poemas ni en las canciones de Kutxi. “Se va haciendo uno mayor y o te vuelves un viejo gruñón o te partes el ojete, en mi caso ha sido lo segundo, ahora me hace todo como gracia, nada me parece trascendental, me la suda completamente el devenir de las humanidad”, dice. En El carretero cosaco Kutxi escribe además con un tono más directo que en sus anteriores obras. “He desadjetivizado. Hacerlo complicado era lo fácil”. O como señala Sánchez-Ostiz: “Los poemas están escritos con palabras de este mundo”, algo con lo que está de acuerdo otro de los que participan en la sección de felaciones y semblanzas, el periodista musical y activista literario J. Oscar Beorlegui: “Kutxi escribe como ya decía Juan de Valdés en el siglo XVI: Escribo como hablo”. Y a la orgía de letras y saliva se suman también, primero, el escritor de Arrasate Josu Arteaga: “Kutxi escribe bien porque lee mejor. Rumia las palabras. Le gustan y tiene esa cualidad de todos los poetas, una osamenta de polvo de estrella prensado. Si fuese de este planeta seria contribuyente o incluso votante, pero el Kutxi viene de otro mundo y no es ni quiere ser otra cosa que poeta. Mejor así”. Y después el también escritor y cantante madrileño Kike Suárez: “Me ha gustado mucho cómo se ha expuesto Kutxi en su nuevo libro, cómo enseña las heridas, cómo se las lame con ron, admiro esa descriptiva sin contemplaciones de un mundo cotidiano que defiende, o ataca, con un raro equilibrio entre la emocionalidad y la socarronería”.
Pero a pesar de los halagos, El carretero cosaco es más que probable que no sea tomado en cuenta en los círculos literarios, lastrado por el hecho de que su autor proceda del mundo del rock, de la cultura popular. Cuando debería suceder lo contrario. Lo explica mucho mejor Enrique Cabezón, Kb: “La obra de Kutxi es uno de los eslabones necesarios que completan la cadena de la —despreciada muchas veces—cultura popular con la —sobredimensionada muchas más— alta cultura. Sirve de enlace y camino de acceso y, además, en demasiadas ocasiones resulta más rigurosa y arriesgada y siempre mucho menos pretenciosa”.
Y eso que al final el libro no ha aparecido en formato disco-libro, como quería Kutxi, incluyendo algunas de las canciones que ha compuesto últimamente y que viene interpretando por bares en formato acústico (hay dos de ellas grabadas en el disco benéfico Concierto por el Dravet, junto con Boni y Aurora Beltrán). Probablemente se publiquen en invierno, aunque Kutxi no tiene ninguna intención de iniciar una carrera en solitario: “Con las canciones yo ya he vendimiado, me voy encontrando de frente a la gente que va a la meta corriendo, y les voy saludando, mientras yo vuelvo andando a la línea de salida, tranquilamente, parándome donde me da la gana…”, dice.
La seguridad y el punto de chulería —porque puede— que Kutxi muestra al hablar de su carrera como músico, al frente de Marea, es inversamente proporcional a la importancia que, de forma injusta, se quita como escritor. “Yo en la poesía me siento como un intruso. A mí, por ejemplo, me llama García Montero para hacer un dúo y le meto una paliza. Pues al revés también debería suceder, lo que pasa que a mí no me pegan porque soy grande y agresivo. Bueno, y porque todos estos escritores que me han chupado el rabo en el libro son gente condescendiente con un desequilibrado como yo. Pero yo soy solo eso, un intruso. Es una de mis contradicciones. Odio a los intrusos. Me odio a mí mismo. Me odio y me celebro”, concluye. Genio y figura, Kutxi Romero. Y poeta, a su pesar:
“Los veo regresar
por el paseo marítimo,
compungidos
con las hamacas sin desplegar
y las sombrillas doblegadas
vencidos por el viento.
Yo camino ente ellos
triunfante
con mi cometa
debajo del brazo”.
Es hora de chuparse las pollas
El carretero cosaco es el último libro de Desacorde Ediciones, editorial vallecana, al frente de la cual están Bego Loza y Jorge Jiménez, que se ha convertido en un referente a la hora de publicar obras literarias escritas por rockeros. Con ellos han aparecido, por ejemplo, Cuatro estaciones hacia la locura, de Evaristo, León manso come mierda, del propio Kutxi, o Tres puntadas de El Drogas. El Drogas es precisamente uno de los escritores y músicos que han escrito semblanzas para la sección Es hora de chuparse las pollas del poemario de Kutxi. Además de él en sus páginas aparecen textos de Luter (que también ha incluido varias fotos), Kike Turrón, Josu Arteaga, J. Oscar Beorlegui, Fernando F. Garayoa, Patxi Irurzun, Kike Suarez, Sor Kampana, Alfredo Domeño, Txema Benítez, Enrique Cabezón Kb, y Antonio Suárez Lulu. Ángel Petisme ha escrito la contra del libro y las ilustraciones del interior son de Mikel Poza.
Publicado en Rubio de bote (Suplemento ON, Grupo Noticias 29/082105)
—¡JA, JA, JA! —Edmundo Alerta, el superjefazo plenipotenciario de Ultrafónica, se rió como si eructara un dios.
Su carcajada con mayúsculas y eco recordaba a la de los malvados de las viejas películas de principios de siglo, en los albores de la telefonía móvil, cuando su bisabuelo había empezado a forjar el imperio que ahora dirigía y, sin saberlo, a dominar el mundo.
—Así que por fin no queda ni una sola persona sobre la faz de la tierra sin móvil —dijo Edmundo, tras comprobar las últimas y definitivas estadísticas, mientras la yema de su dedo índice acariciaba el botón rojo.
El destino de la humanidad estaba, por fin, en sus manos.
Había sido un largo recorrido: aquellos primeros aparatos, tipo ladrillo, que los clientes se colgaban orgullosos del cinturón; los SMS, a 15 céntimos el mensaje —ah, qué tiempos—; y también Internet, y los whatsapp, y los pioneros experimentos secretos de telecontrol y solución final, en colaboración con la CIA y la Troika… Un largo camino, sí, pero sin baches ni cuestas. Echando la vista atrás resultaba sorprendente comprobar cómo los seres humanos se habían ido dejando dominar de una manera tan sumisa y gregaria. Como si, en el fondo, comprendieran que todo aquello se encaminaba a su supervivencia como especie.
—¡JA, JA, JA! — volvió a reírse Edmundo Alerta.
Pero en realidad él no era un malvado, sino un benefactor de la humanidad. Las ondas telefónicas que su compañía, y a través de ella todas las demás, habían ido transmitiendo durante años a todos sus clientes, hasta conseguir, primero adormecerlos, y ahora, si era preciso, eliminarlos, eran el método más efectivo, más justo y selectivo para acabar con la superpoblación y todos los problemas que esta generaba: migraciones masivas y violentas, guerras por el agua y el petróleo disfrazadas de guerras de religión, catástrofes nucleares y químicas… La única manera de que la humanidad se salvara era sacrificar a una cuarta parte de la misma, y solo ellos, que controlaban los gustos y gastos, los pensamientos y sentimientos de todos, sabían quiénes eran prescindibles, quienes merecían vivir y consumir y quienes no. Bastaba con que él, el superjefazo, apretara el botón rojo para que las ondas comenzaran a transmitirse selectivamente en una frecuencia hasta entonces desconocida y letal. Y no le temblaría el pulso. Los clientes, después de todo, habían puesto sus vidas en sus manos.
Primero dejaron que controlaran todos sus movimientos y accedieron a estar permanentemente localizados. Después, poco a poco, fueron sustituyendo sus vidas reales por sus vidas virtuales; sus amigos de carne y hueso por sus amigos de las redes sociales; sus conversaciones cara a cara por mensajes con caritas que sonreían o mandaban besitos… Dejaron de ver y de disfrutar lo que sucedía a su alrededor para fotografiarlo o grabarlo en vídeo. Sus vidas ya no eran lo que les sucedía, sino lo que sucedía en las pantallas de sus móviles. Sus almas se almacenaban en sus tarjetas de memoria; sus cuerpos eran solo recipientes… Dejaron, por ello, también de leer, y de conversar, se dedicaron todos a hacer runnig y a tatuarse y a blanquearse los dientes y a ponerse tetas y a estirarse los penes…
Y a mirar sus móviles.
—¡JA, JA, JA! — se rió una vez más Edmundo Alerta, con una carcajada diabólica, una carcajada propia de un mesías.
Y después volvió a acariciar con la yema de su dedo índice y plenipotenciario el botón rojo.
Mil kilómetros separan Iruñea de Vejer de la Frontera, la localidad de origen y en la que vive actualmente el artista gaditano, sin embargo alguna de las empinadas calles de este pueblo medieval andaluz parece conectar directamente con las murallas de Pamplona. A Chaouen, al menos, acostumbrado a atravesar pasadizos secretos y borrar fronteras con su música y su poesía, no le cuesta sumar kilómetros cuando se trata de actuar por estos pagos, en los que se siente como en casa. “Siempre me han tratado bien y me he sentido muy a gusto en el norte, sobre todo en Pamplona. Creo que fuera del centralismo castellano hay pueblos que tienen mucho en común, más de lo que creemos a veces, y sea como sea, aquí siempre me he sentido acogido”, dice.
Mil kilómetros de ida y otros tanto de vuelta (con parada y fonda en Madrid, donde tocará mañana en la sala Galileo). Muchas muescas ya en el cuentakilómetros de un artista de largo e intachable recorrido. Mirando por el retrovisor, Carlos Chaouen cuenta a sus espaldas con siete discos de estudio, canciones propias cantadas por intérpretes mainstream como Ana Torroja o Sergio Dalma, colaboraciones con músicos del talento de Diego el Cigala o Kepa Junkera (Haika mutil en el disco Etxea)…
En Iruñea también tiene buenos y viejos amigos, como los Marea. Kutxi Romero, por ejemplo, que lo acompaña en Corazón, del disco Totem (2005) y a quien dedicó este tema la última vez que Chaouen visitó Iruñea, hace solo cinco meses, en el Civivox de Sanduzelai. Y si en aquella ocasión el gaditano tocó en formato exclusivamente acústico, esta vez viene con banda eléctrica, el formato que mejor se ajusta a su último trabajo: “Tocaremos la mitad del repertorio basado en los dos últimos discos (Respirar y En la Frontera)”, adelanta intenciones, “aunque siempre habrá tiempo para hacer algo acústico y recordar canciones anteriores. Cada concierto es distinto y el formato incluso determina un poco el repertorio, hay canciones que exigen marcha o banda y otras vuelan mejor solas”.
En la frontera, el último disco de Chaouen, es un disco especial en su carrera, quizás el más personal, un disco que se asienta sobre grietas y heridas, escrito durante un corto espacio de tiempo y de un tiempo efectivamente fronterizo, de cambios en la vida del artista: mudanzas, rupturas sentimentales y de huesos (se fracturó el hombro jugando al fútbol, lo que le mantuvo una temporada en el dique seco, sin poder tocar la guitarra)… Quizás por ello el resultado sea su disco más contundente, más rockero, musicalmente, y más directo en lo referente a las letras. “Sí, creo que es así”, nos confirma cuando se lo comentamos. “Es menos metafórico y más directo. Quizá también la edad te va haciendo prescindir de lo superfluo”, dice. Y respecto a si las canciones le han ayudado a cerrar heridas, añade que la música ayuda siempre, no solo en los malos momentos. “Para mí componer es un ejercicio lúdico y terapéutico. La música es movimiento y el movimiento es vida”.
Movimiento, vida y en el caso de Carlos Chaouen también y ineludiblemente poesía. Las letras del gaditano son sin duda joyas pulidas y engarzadas con delicadeza en la cuerdas de su guitarra (buena parte de ellas las recopiló en el libro Canciones, poemas y otros textos, que reúne su cancionero y algunos poemas de carretera). En alguna ocasión ha afirmado incluso que la poesía es su mayor influencia musical. “Lo digo porque la poesía también es ritmo y música, si no, no es poesía. Además para mí son importantes las letras. Si no tienes nada que decir que grabe la melodía un violín, o un saxo…”.
Le pedimos que cite a sus escritores favoritos: “Tres poetas, Rimbaud, L.M.Panero y Lorca; tres grandes, Herman Hesse, T. Mann, S. Zweig”, responde. Y remata: “Ahora releo un libro fantástico, La musa aprende a escribir (Eric A.Havelock).
En cuanto a la música, Chaouen, en cuyos discos resoplan alientos que van de Camarón a Barón Rojo, de Marea a Quique González, reconoce haber escuchado siempre mucha música distinta: “Cádiz es un crisol de influencias y de mezcla cultural; la riqueza musical de su carnaval es muy desconocida pero oculta amalgamas de ritmos y cadencias de muchas músicas. Flamenco y rock han marcado las directrices para mí. No creo en las etiquetas ni en los grupos o artistas de un sólo estilo. La música es mucho más que un estilo; hay buena música o no la hay, hay transmisión o no la hay, lo demás no me interesa”.
Y así, a Chaouen no le cuesta pasar de lo acústico a lo eléctrico, del rocanrol a los ritmos arábigos. Aunque de momento lo que le sigue pidiendo el cuerpo es más rock. “Ya habrá tiempo para hacer un acústico de cientos de canciones…. es broma, aunque algunos me lo han pedido”, confiesa, mientras maqueta en su casa de Vejer de la Frontera nuevos temas, a la espera de un disco nuevo que espera grabar, antes de que acabe el año, sin prisa, mirando con serenidad a través del retrovisor, y también, sobre todo, hacia delante: “Son miles y miles de kilómetros, sí, y que no pare. Nunca pensé que iba a a cantar con la gente que lo he hecho (Celtas Cortos, Marea, Quique González, Aurora Beltrán, Le Punk, Ismael Serrano….). O que tocaría en Buenos Aires o Chile…. Ni tantas cosas que me han pasado o gente que admiro y he conocido (Diego el Cigala, Iñaki Uoho), etc. Todo se lo debo a la música…. Sólo miro hacia adelante y espero al menos hacer otros tantos discos, pero mucho mejores. Lo mejor siempre está por venir, y suele pasar cuando hay poca gente alrededor”, concluye.
Allí estaba yo, frente a la puerta del ascensor, imitando a Robert de Niro en Taxi Driver, intentando distraer a mis hijos para que no volvieran a iniciar su enésima y desesperante pelea, cuando de forma inesperada la puerta automática se abrió y aparecieron unos vecinos a los que los ojos se les convirtieron en platos —en platos de tiro al plato—al verme apuntándoles con un arma imaginaria.
—Estooo… buenos días —disparé, muerto de lacha, y luego me autorreduje hasta el tamaño de un insecto y, pasando entre sus piernas, me dirigí hacia una de las esquinas del ascensor.
Siglos después, cuando la puerta se cerró, mis hijos, a quienes mi imitación del desequilibrado taxista no les había hecho hasta entonces gracia alguna (“¿Aita, ya estás otra vez con tus gansadas?”, habían dicho, y habían seguido chinchándose), estallaron en una carcajada nutritiva que se me contagió y fue creciendo en mi interior hasta hacerme recuperar mi tamaño y apariencia humanos y olvidar aquel abochornante momento.
Episodios tan chuscos como este son los que solía compartir con los lectores en Mi papá me mima, una colaboración (después libro) que tuve durante años en una revista de embarazos y bebés y en la que contaba en tono de humor mis peripecias de padre primerizo. Se trataba por una parte de un ejercicio de periodismo doméstico y por otra, en el plano más personal, de un álbum de recuerdos, en el que quedaban inmortalizados esos momenticos junto a los niños que en caliente nos parecen inolvidables pero que con el tiempo se pierden como lágrimas en la lluvia —por seguir con las referencias cinéfilas—; o esas frases antológicas que descacharran nuestra lógica de adultos. Por ejemplo, el día que me equivoqué y eché sal en lugar de azúcar al bizcocho de cumpleaños de mi hijo e intenté excusarme con un penoso “Estas cosas le pasan a todo el mundo”.
—Ya, pero a ti te pasan más —me replicó él.
Después, los niños se me hicieron mayores y tuve que dejar de escribir sobre ellos, antes de que me demandaran por explotación laboral o atentar contra su intimidad, o de que lo hiciera la jefa de redacción por inventarme un nuevo bebé con el que conseguí prolongar mi colaboración en la revista algunos meses más. Dejé, pues, de anotar todas sus ocurrencias, de lo cual me arrepiento profundamente, porque en breve se me olvidará, por ejemplo, que es un “serpentión”: así llamó mi hija a un cangrejo la última vez que estuvimos en la playa, supongo que asociando las imágenes híbridas de una serpiente y un escorpión, que en su cabecita deben de ser primos-hermanos del cangrejo de roca.
La literatura, y el periodismo sirven, entre otras cosas, para ello, para luchar contra la desmemoria (por ejemplo, y en otro orden de cosas, también quedará registrado en las hemerotecas quién habló de una “plaga” para referirse a personas, a emigrantes en busca de una oportunidad). Escribiendo, en definitiva, conseguimos que no caigan en el vertedero de los recuerdos irrecuperables, como en Del revés, la última película de Pixar, algunos pequeños momentos que sirvieron para hacernos reír o nos ayudaron a sobrellevar situaciones en las que hubiésemos deseado que nos tragara la tierra… o el hueco del ascensor.
“¿Cómo aceptar que nos moriremos el día menos pensado? Es difícil de digerir”
Andoni Urzelai, escritor
El escritor, director y realizador de televisión Andoni Urzelai publica Demencia, su primera novela en castellano, en la que narra el viaje interior hacia la locura de un hombre mediocre y vencido que se enrola en un despiadado reality show en el que tendrá que asomarse a los abismos que lo habitan.
Patxi Irurzun, Iruñea
Andoni Urzelai (Aretxabaleta, 1967), plantea en su primera novela en castellano, tras otras dos en euskara, Zirkulua y Haginkadaka, la historia de un anodino personaje que participa en un reality show extremo y que lo revela como un personaje al límite. En Demencia (publicada por la editorial canaria Baile del Sol) los diferentes participantes y la personalidad múltiple del protagonista, Agapito Rumiante, alias Smirnoff se someten a un desguace emocional ante las cámaras. Andoni ha trabajado detrás de ellas, como realizador y director, en programas como ‘Bricomanía’ o ‘Karlos Argiñano en tu cocina’. Con Demencia firma una novela de corte existencialista, con toques de humor disparatado y escatológico e intensas páginas de vapuleo social.
Demencia, el título de su novela, podría aplicarse también para calificar el mundo que vivimos ¿Hay algo de metáfora en el libro?
Supongo que sí. No hay duda de que en esta sociedad embrutecida quien no acaba un poco tocado es o bien porque es tan superficial que no lo necesita, o bien porque ya viene desencajado de fábrica… En fin, no sé. Es difícil hallarle alguna lógica a la vida en sí. Quiero decir, ¿cómo aceptar que nos moriremos el día menos pensado? Es difícil de digerir esa realidad tan bruta… En la novela, más que una radiografía más o menos acertada de la sociedad lo que pretendo es mostrar la angustia vital del individuo en sí, en este caso el protagonista, habitado a su vez por otras tantas personalidades… El protagonista trata de luchar de manera despiadada contra la enfermiza razón que lo esclaviza (simbolizada en la figura paternal de Mengele) y guiarse tan solo por sus intuiciones más primarias. De cualquier manera, supongo que el libro podría tener múltiples lecturas, puesto que también trato de reivindicar una vida menos encorsetada y rígida que la actual…
-Al final de la novela, habla precisamente de lo contradictorio de las redes sociales, Internet… en las que estamos más expuestos que nunca y a la vez más aislados del contacto humano. ¿Las relaciones humanas son hoy como esa caja de cristal en la que viven sus protagonistas?
No soy apocalíptico en lo que se refiere al mundo digital y los nuevos paradigmas de relaciones humanas que éstas han originado. Sin embargo, soy de los que considera que hay andarse con ojo con toda esta maraña de información y relaciones que han abierto Internet y las redes sociales, a poco que uno se descuide corre el riesgo de convertirse en un ser asocial. De cualquier manera, no creo que el individuo moderno esté más confuso que el de hace unos años. Vivimos igual de desconcertados que antes, al fin y al cabo, es la existencia misma la que nos resulta incomprensible.
A pesar de ser una novela, Demencia tiene también algo de ensayo existencialista sobre nuestro modo de vida, ese tipo de relaciones… ¿Ha usado a sus personajes para exponer ideas, reflexiones, y, puesto que son personajes al límite, para hacerlo además de un modo radical?
Imagino que en todo libro el autor trata de trasladar ideas y conceptos propios. Yo, por lo menos, lo hago. No sé escribir de otra manera. Imagino que hay bastante de mí en cada uno de los personajes.
-El personaje de Agapito/Smirnoff tiene mucha fuerza, ha pensado en recuperarlo para nuevas historias?
La fuerza del personaje Smirnoff se acrecienta o empequeñece en función del estado de ánimo de los yos que lo habitan. No sé si volveré a utilizarlo alguna vez, quién sabe, por ahora sigue recluido en el pabellón número seis.
-Esta es su primera novela en castellano, ¿cómo ha sido ese tránsito desde el euskara?
En efecto, he escrito dos novelas en euskara y esta es mi primera en castellano. Lo cierto es que me ha salido de manera natural. Lo que comenzó siendo una especie de juego intelectual se convirtió de pronto en algo normal. No sé, tanto el euskara como el castellano coexisten en mí de manera natural. Leo y hablo ambos idiomas, de manera que no me ha supuesto ningún problema escribir en castellano.
-¿Qué ha tenido que ver su experiencia en televisión para describir el experimento televisivo que se escenifica en Demencia?
Trabajo en televisión e imagino que uno siempre escribe tomando como referencia aquello que le es más familiar. De cualquier manera el hecho de que la novela esté contextualizada en el ámbito televisivo es algo muy casual. Intuyo que, de tenerla, la influencia televisiva se entrevé más en la manera de contar las cosas.