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Publicado en ‘Rubio de bote’, magazine semanal ON de los diarios de Grupo Noticias, 21/05/2016
Me gusta esa expresión: hacer tiempo. Hacer tiempo suena mejor que perder el tiempo, y desde luego mucho mejor que matar el tiempo. He pensado en eso esta mañana, mientras hacía tiempo entre una cita para una entrevista con un conocido cantante (al que, sin embargo, iba a entrevistar porque acababa de publicar una novela) y otra para sacarme la muela del juicio. No tenía muy claro cuál de esas dos citas iba a ser más dolorosa, pero al final no he podido comparar porque el manager del cantante ha llamado y me ha dicho que teníamos que anular la entrevista. “Hemos tenido un contratiempo”, ha dicho, sin entrar en más detalles.
Así que, como no me daba tiempo a volver a casa- preparar la comida para los niños- mirar el correo -fregar los cacharros de la cena anterior- contestar al correo -y salir otra vez para ir al dentista, me he dedicado a hacer tiempo. Hacía mucho tiempo que no tenía tiempo para hacer tiempo y se me había olvidado lo maravilloso que es convertirse en eso que los franceses llaman un flâneur, un paseante, un callejero, un extranjero de tu propia ciudad y hurgar en su intimidad, en el cajón de sus bragas, debajo de sus alfombras…
Durante mi merodeo he visto un grafiti enorme en el que se leía TE QUIERO. Me ha parecido un gesto tan aparatoso como romántico. Luego me he acercado al muro sacrificado, he visto que el amoroso rapero firmaba Stalin y entonces he imaginado qué pasará cuando la persona a la que vaya dirigida ese mensaje se desenamore, si será sometida a una purga. Te quiero y Stalin. Qué extraños compañeros de paredón. Después, he pasado delante de un quiosco de periódicos y en uno de ellos, en las páginas de fútbol, he leído un titular todavía más desconcertante: “Dios es el último”. ¿Qué demonios era eso? ¿Cristiano Ronaldo hablando sobre existencialismo?… No, claro. Dios es el apellido de un juvenil y al parecer el último jugador incorporado a la primera plantilla del equipo local. Algo más adelante, una mujer acariciaba y hablaba a las flores en una mediana, en mitad de una gran avenida. En la otra acera, un anciano ha salido de un portal, se ha acercado al contenedor que había junto a un supermercado, ha sacado una bandeja de carne caducada y ha vuelto al portal, que se lo ha tragado en silencio…
¡Dios mío, qué hacía yo desperdiciando el tiempo con el Facebook! La ciudad es una inmensa red social, rebosante de historias que contar. “Algún periódico debería pagarme (a mí, que soy un escritor de periódicos tremendamente desaprovechado) por eso, por pasearme por las mañanas y por las tardes escribir lo que veo. Por eso en vez de por entrevistar a cantantenovelistas”, me he dicho.
Y justo en ese momento, a través del cristal de una cafetería, he visto al tipo al que debía entrevistar y a su contratiempo. Estaba en una televisión, respondiendo las preguntas de otra. He entrado hecho un basilisco y he pedido un café.
—Escribir una novela es mucho más fácil que escribir una canción —le he oído decir, para más inri.
—¡Sí, claro! Pues ahora yo, que nunca he escrito una canción, voy a hacer una: Trialarí trialará chispún. ¡Qué te parece? He tardado cinco segundos. Me imagino que tú escribirás las novelas del mismo modo —le he gritado al televisor.
La camarera y los demás clientes me han mirado como si hubiera perdido el juicio. Y entonces me he acordado de mi segunda cita, he mirado el reloj, me he tomado el café de un solo trago y he continuado mi camino en dirección a la consulta del dentista.

Publicado en ‘Rubio de bote’, ON (suplemento de los diarios del Grupo Noticias). 08/05/2016
—¡Un, dos, un, dos! —oímos que nos gritaban desde una de las casas bajas, las que daban al barranco, por donde mi madre y yo habíamos salido a correr al caer la noche, cuando nadie pudiera vernos.
Y después unas risas que subían a la superficie desde la ciénaga de un pecho lleno de alquitrán y malas hierbas. Miré hacia aquel agujero negro y vi brillar una luciérnaga naranja, alguien fumando a la puerta de la casa de la bruja. De ese modo llamábamos a la herbolera que vivía allí, una mujer mayor y con barba, que siempre andaba arrastrando bolsas de hierbabuena, berro, verbena, a veces acompañada de un jabalí amaestrado, que hozaba entre los matorrales de los descampados.
—¡Un, dos, un, dos!—escuchamos de nuevo su voz cavernosa.
Y corrimos como alma que lleva el diablo, sintiendo a nuestras espaldas el aliento caliente del animal y los colmillos fríos de la humillación clavados en nuestros culos deportistas. Corrimos hasta que llegamos al portal, y una vez dentro, nos apoyamos contra la pared, jadeantes. Miré a mi madre. Llevaba puesta una falda a cuadros, botas de monte y un oriller amarillo horrososo.
—¡Yo no vuelvo! —dije.
No sé por qué, nos había dado por salir a correr. A mí, supongo que porque había visto Rocky, o porque pensaba que para que me cogieran en la NBA solo con los entrenamientos del equipo de baloncesto no me valía; a mi madre porque siempre había sido muy moderna, una adelantada, o porque no quería dejarme solo en aquella época de navajeros y miedo a salir de noche. El caso es que aquella fue la primera y la última vez.
Por entonces correr era una excentricidad. Nadie corría, si no hacía falta. Solo quienes practicábamos algún deporte, y lo hacíamos de vez en cuando y en grupo. La gente nos señalaba, se reía, y siempre había el típico gracioso que se colocaba junto a nosotros y recorría unos metros imitándonos, burlándose.
Después no sé qué paso. A salir a correr le cambiaron de nombre y le pusieron footing. El chándal se convirtió en una prenda de uso corriente, que hasta se podía combinar con tacones. Todo el mundo corría, aunque nadie les persiguiera. Y como todo el mundo corría, los que corrían más que los demás dejaron de hacer footing, que era una cosa como de aficionados, y se hicieron runners.
Yo hará unos veinticinco años que no hago deporte. Alguna vez, si se me va a escapar el autobús, echo una carrerita y siento como si cada uno de mis huesos proclamara su declaración de independencia. Y al día siguiente, las agujetas, que duran una semana. No voy a decir que eso sea normal, ni que hacer ejercicio no esté bien, pero a veces me he encontrado con algunos de esos que de niños se reían de mí cuando corría, con aquellos compañeros de colegio para los que la clase de gimnasia era una tortura y el plinto un Everest; o con aquellos que cuando quedábamos para ir en bicicleta, aparecían con sus BH impecables, con los guardabarros sin tocar, aquellas bicicletas que solo habían usado la mañana del día de reyes; y de repente, todos ellos se han convertido en ironmanes, van vestidos como astronautas, beben cosas verdes… Y no sé muy bien qué pensar: por una parte me siento descolocado, una especie de marciano, me parece que siempre en la vida he hecho las cosas al revés, cuando no tocaba; pero, por otra, me parece que en todo eso hay algo raro, no sé muy bien qué. Por lo demás, cualquier día de estos me encuentro a la bruja yendo a clase de zumba. Y al jabalí atado en la puerta del gimnasio, con una de esas sudaderas para mascotas.
Patxi Irurzun

En Condestable, con chavales de secundaria, durante las V Jornadas de narrativa del Ayuntamiento de Pamplona.
http://www.lavanguardia.com/vida/20160424/401330725634/navarra-la-quinta-edicion-de-las-jornadas-literarias-de-narrativa-del-ayuntamiento-de-pamplona-entra-en-su-recta-fina.html
http://www.20minutos.es/noticia/2721432/0/jornadas-literarias-narrativa-comenzar-este-viernes-pamplona-ofrecer-seis-sesiones-diversos-generos/


Tras la presentación de 24 relatos navarros en Katakrak, rascándome la oreja para no salir en un selfie

Celebrando algo ausente el Día del libro en Pamplona en una tertulia con miembros de Clubs de lectura de Pamplona
En Iflandia (Radio Euskadi) Kike Martín y Félix Linares me han dado un alegrón y de manera inesperada me han hecho entrar para conocer al admirado Francis de Doctor Deseo, que ha elegido mi libro ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! como lectura para oxigenarse después del intenso parto de su último disco. Las recomendaciones se las han hecho oyentes del programa, y han sido numerosas y selectas, así que un honor que se haya decantado por mí Qué buen gusto tiene Francis. De rebote, el oyente que ha hecho la recomendación, y al que han premiado con el disco de Doctor Deseo, ha sido el presidente de uno de mis club de fans (que solo tiene un miembro, él mismo, antes eran dos, pero se escindieron y ahora tengo dos clubs unipersonales de fans) y a la sazón mi webmaster. Y ahí hemos estado todos, en alegre y sorpresiva charleta. ¡Muchas gracias a todos, qué majos sois!
En Hora 25, de Angels Barceló, en la sección de Martín Berasategi y Carlos G.Cano recomiendan #Ultrachef (minuto 35)