ESCENA DOMÉSTICA
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para ON, suplemento de diarios Grupo Noticias (04/05/19)
Patxi Irurzun. Gara, 19/04/2019
Dentro de poco Beatriz Chivite publicará Mugagabe (Pamiela), un libro en el que habla de su deambular por diferentes continentes del mundo, gracias a sus estudios, becas o trabajos como, entre otros, gestora cultural. En Pekín, comenzó a escribir por primera vez en euskara para mantenerse unida a su lugar de origen. Ha sido premiada y ha publicado gracias a ello poemarios como Pekineko kea o Biennale (Premio Blas de Otero). Su poesía es tan breve como sustanciosa y en ella late un elegante equilibrio entre lo cotidiano y lo universal, quizás porque en el fondo sea lo mismo. Volvió de Indonesia hace tres meses, por primera vez en muchos años pudo pasar unas navidades en casa, y ahora vive en Londres, desde donde responde amablemente vía email a nuestras preguntas.
¿Su nomadismo tiene un reflejo en los libros? ¿Intenta dejar en ellos una huella de su paso por diferentes ciudades y países?
Supongo que tiene reflejo en los libros, porque una solo puede escribir de lo que conoce, de lo que siente. Si me hubiera quedado en Burlata toda la vida, probablemente escribiría de las calles, de la costumbre, de la monotonía, de la gente conocida… La poesía es un género muy personal, por eso se refleja un poco mi recorrido y con ello las ciudades, Pekín, Londres, Venecia, Atenas…; todas tienen imágenes y realidades que me inspiran a escribir, ya sea porque me enamoran o porque me duelen.
A menudo ese deambular por el mundo viene acompañado de cierta precariedad, que también se refleja en sus poemas y que lo liga con algo generacional…
Lo de la precariedad es debatible. Yo me siento muy privilegiada de poder viajar y vivir en otros países como lo hago. Ha sido elección mía, y no lo cambiaría. Tengo el privilegio de tener un pasaporte granate que me permite cruzar países sin necesidad de pagar a una mafia, horas de espera en consulados o sin que me denieguen la entrada o estancia en ningún lugar. Tengo el privilegio de haber ido a la universidad y haber aprendido idiomas. Tengo el privilegio de ser blanca y por ende bienvenida y por desgracia también muchas veces adorada en la mayoría de los países en los que he vivido. Tengo el privilegio de poder encontrar trabajo pagado. Tengo el privilegio de tener amigos y amantes por todo el mundo. Obviamente, mientras mis compañeros de la guardería se están comprando casas en Pamplona o formando familias, yo estoy de alquiler compartido en una caja de cerillas a cuarenta minutos del metro de mi trabajo, pero eso yo lo ligaría más a los problemas de vivienda digna que tienen las grandes ciudades que a mi ritmo de vida. Por ahora, no cambiaría viajes incómodos en autobuses por noches cómodas frente a la televisión. En Mugagabea (libro que editara Pamiela en breve), hablo de ese deambular y también de las dificultades de los que no lo tienen tan fácil como yo, de la tragedia que afecta a muchos que intentan huir del horror, de las fronteras y muros inhumanos.
El hecho de escribir en euskara, ¿tiene algo que ver con mantenerse unida a sus orígenes o surge espontáneamente?
Empecé a escribir en euskera cuando estaba haciendo mi año de intercambio en Pekín. Me sentía lejos y los sonidos y las palabras en euskera me acercaban a un lugar mío, propio. Era como echar raíces a diez mil kilómetros de distancia. Al principio me daba vergüenza que otros leyeran mi intimidad, y el euskera me proporcionaba también ese secretismo. Teniendo un padre escritor y un ex novio poeta que entendían castellano, el euskera me ayudo a encontrar mi voz, a dejar de ser musa y convertirme en poeta y a sentirme en casa en esas palabras.
Sus poemas suelen tender a la brevedad, al haiku a veces, no sé si tiene que ver con su contacto con literaturas y culturas orientales…
Bueno y breve, dos veces bueno. Breves son, espero que sean buenos. Cuando estudiaba filología china me enamoro la sintetización de la poesía de la dinastía Tang y Song e intente emular la profundidad de lo sencillo. Siento que poco a poco me estoy alejando de ello. En abril voy a volver a estudiar mandarín, igual con ello vuelve ese estilo.
Los premios han tenido importancia en su carrera ¿qué les debe, le han permitido publicar, es difícil hacerlo de otra manera?
De pequeña odiaba la competición, las carreras…, pero en los concursos presentas tu obra anónimamente y ella habla sola, compite la obra y no la escritora. Eso me gusta. A los premios y concursos les debo todo, es toda una suerte que a los jurados les guste – el gusto y la elección es también en muchos casos algo personal, ¿no?— Y sí, me han permitido publicar, salir en entrevistas como esta, conocer a otros escritores maravillosos, recitar en escenarios únicos…
Después de Biennale y Pekineko kea, ¿en qué anda metida, volverá a publicar algo relacionado con las ciudades en que has vivido? ¿Y cree que escribiría de otro modo o incluso otro género con una vida más estable, menos nómada?
En estos momentos la idea es quedarme en Europa al menos dos o tres años, pero nunca se sabe… Estilísticamente creo que todo lo que escriba será más o menos parecido, pero dependiendo del entorno y contexto todo cambia, las palabras, los sonidos, las imágenes…
Como mencionaba, dentro de poco publicare un libro titulado Mugagabea en Pamiela que escribí en 2017 durante una residencia de DonostiaKultura 2016 y la unión europea (BesteHitzak). El libro habla de fronteras, divisiones, migraciones, nomadismo – ese año viví en seis ciudades (Londres, Paris, Atenas, Venecia, Maribor y Yakarta)— y en el libro intenté reflejar las realidades, a veces duras y a veces bonitas, encontradas. Desde hace unos años estoy también trabajando en una especie de colección de memorias o historias de personas de todas las edades, nacionalidades, géneros, políticas y clases sociales que he ido conociendo: familiares, amigos, desconocidos… Ahora estoy intentando transformarlos en cuentos y sospecho que será un proyecto que continuaré moldeando durante mucho tiempo, ya que tengo imágenes, audios, mensajes que añaden textura a las historias.
El otro día hice un viaje en el tiempo y solo regresé del futuro cuando en el ambulatorio me dijeron que me había equivocado y la consulta con el médico era a esa hora, sí, pero al día siguiente.
No tengo la costumbre de apuntar las citas y de vez en cuando me suceden ese tipo de cosas. Inmediatamente, claro, me pongo en lo peor y corro a mirar en internet cuáles son los primeros síntomas de deterioro mental. Internet te recibe a cualquier hora, sin cita previa, pero como médico no es muy recomendable, diagnostica cánceres incurables y demencias seniles con una alegría pavorosa. La parte buena es que tú mismo puedes corregir esos diagnósticos y seguir navegando hasta que encuentres alguno que te convenga más, por ejemplo uno que te diga que los pequeños despistes son indicios de un cerebro en plena forma, breves paradas en boxes para reajustar neuronas y volver a funcionar a tope, sin agenda ni nada.
Es como esos pequeños juegos que todos hacemos a veces: si meto el papel en la papelera apruebo el examen, y el papel, pum, fuera, pum, fuera, fuera una y otra vez, pero tú sigues tirando hasta que entra, porque ese examen los vas a aprobar por narices, a ver si ahora aprobar exámenes va a ser una cuestión de puntería…
El asunto es que —aparte de que nadie dice ya ambulatorio sino centro de salud, con muy buen criterio, además, porque los centros de salud no tienen piernas; yo digo ambulatorio por una cuestión estética, porque me parece una palabra muy cuqui—, aparte de eso, el otro día tuve una sensación extraña, pues al equivocarme con la cita estuve viviendo todo el día como si fuera otro, lo planifiqué de distinto modo, cambié mis horarios, dejé a mi hija comiendo en casa de unos vecinos, adelanté un artículo que iba a escribir al día siguiente… Estuve viviendo, en definitiva, en el mañana, en una especie de alteración de las dimensiones del tiempo, durante varias horas.
Y de ese modo fue como descubrí una puerta de entrada a la cuarta dimensión. Ahora he comenzado a usar el calendario de Google, pero apunto adrede mal las citas, y así puedo regresar al futuro de vez en cuando. Y el futuro, amigos, es como un diagnóstico médico en Internet. Hace unos días, por ejemplo, me presenté en el concierto de Mark Knopfler en Pamplona y antes de que un guarda jurado que había por allí me dijera que era el próximo 5 de mayo, aproveché para darme una vuelta por alguna cafetería y leer los periódicos y hablar con algunas personas, y así supe que había un montón de gente que había votado en las elecciones contra sí misma, a favor de, por ejemplo, reducir el salario mínimo interprofesional , o que con su papeleta se había mostrado de acuerdo con que los españoles de bien pudieran tener armas y hacer uso de ellas contra, supongo, los españoles de mal.
—¿Y quiénes son esos españoles de bien? —le pregunté al camarero, recordando un tuit de @desantranqueJaen.
Y el camarero me dio la misma respuesta que en ese tuit, solo que esta vez hablaba en serio:
—Hombre, qué sandez, pues los que podemos llevar armas.
Yo, claro, me tuve que callar, no fuera a ser que me pegara dos tiros en defensa propia y de la patria.
Y después me fui corriendo a las puertas del pabellón para que el segurata me sacara de aquella pesadilla cuanto antes y volver al presente, en el que aún quedan unos días para las elecciones y tal vez todavía se pueda hacer algo, no estoy seguro, porque aún no sé muy bien cómo funciona todo esto de la cuarta dimensión y los viajes en el tiempo y lo mismo, si me descuido, en el próximo acabo en 1940.
Patxi Irurzun. GARA (02/04/2019)
“La revolución feminista será violenta o no será”. Ese es el lema que aparece en la faja publicitaria de El aliado. Y ese es el punto de partida de esta novela, publicada por Seix Barral. Un hombre que se enrola en la lucha feminista, a su manera, organizando un grupo de guerrilla urbana machista cuyas acciones desencadenen una respuesta violenta, liberadora y definitiva, del movimiento feminista. Iván Repila ha escrito una novela sobre el feminismo que en realidad es una novela sobre el machismo, en la que analiza el papel, a menudo paternalista y cómodo, de los hombres, incluso de aquellos que se consideran aliados, frente a la lucha de las mujeres.
Ha optado por abordar un tema peliagudo como el que aborda El aliado desde el esperpento ¿por qué, fue algo premeditado?
Sí, lo fue. La sátira siempre ha sido una herramienta útil para conjugar la denuncia y la crítica, y existen numerosos ejemplos en todas las narrativas (las novelas, el teatro, el cine, la televisión…) que lo demuestran. Apelar al machismo que nos rodea desde el humor negro, e incluso cruel, proponer una mirada corrosiva sobre la sociedad contemporánea y poner en cuestión sus discursos más reaccionarios a través de la ficción (en un momento de la literatura en que la ficción pura parece estar perdiendo interés) era, a mi juicio, una estrategia adecuada para escocer a los lectores, especialmente a todos aquellos que se dicen feministas pero luego, en la calle, más allá de discursos teóricos y buenas intenciones, no hacen absolutamente nada para conseguir un mundo más igualitario y más justo.
En El aliado hay una declaración de intenciones desde el propio título de la novela y su portada. ¿Qué es un hombre aliado: alguien que intenta arrimar el hombro de buena fe pero equivocadamente a la lucha feminista, que lo hace interesadamente, que simplemente ignora muchas cosas?
Creo que el término «aliado» ha perdido totalmente su carga histórica de significado, porque al cobijo de esas seis letras muchos hombres nos hemos sentido muy cómodos, asquerosamente satisfechos: bastaba con pensarse o decirse «aliado» y llenarse la boca con la frase «yo estoy a favor de la igualdad» para dormir como un cerdo feliz, sin preocupaciones, observando con maravilla (y recelo, a veces) el durísimo trabajo que el movimiento feminista lleva décadas, siglos, llevando a cabo. Hemos sido vagos, condescendientes y soberbios. No hemos leído, nos hemos puesto de perfil ante los machismos cotidianos que nos rodean, no hemos participado activamente en la lucha ni nos hemos esforzado en absoluto.
Creo que ha comentado en alguna ocasión que la mayoría de los hombres pecamos de esa ignorancia, que desconocemos los clásicos del feminismo, o todos las situaciones en que una mujer a su largo de su vida ha sufrido machismos de mayor o menor intensidad… ¿Usted desde donde parte para escribir esta novela?
Parto de una mujer que tuvo la paciencia y la generosidad de ayudarme a ver lo que no veía, Aixa de la Cruz, y de otras muchas mujeres cercanas que me enseñaron a escuchar con atención. Es bastante patético que mi interés por el feminismo no haya surgido de mí mismo, que yo no hubiera tomado la iniciativa (como sí había hecho, a lo largo de mi vida, con otros movimientos fundamentales), y que me resistiera, durante años, a reconocer mis inacabables privilegios de hombre blanco, cis, hetero, de clase media y con estudios superiores. Claro: el mundo está hecho por hombres como yo para hombres como yo, y todo lo demás es la periferia, lo otro. De ese tremendo golpe contra la realidad surge la necesidad de escribir esta novela.
Hablábamos antes del esperpento, pero la verdad es que la manera en que algunos partidos están reaccionando ante el avance del movimiento feminista casi parece un paso previo a la guerrilla urbana que plantean los protagonistas de su novela…
Cuando una fuerza rema en una dirección siempre surge una fuerza opuesta que trata de obstaculizar su avance. Y sería ingenuo pensar que la extrema derecha o la derecha de toda la vida están reimaginando sus ideales machistas y misóginos: siempre han estado ahí, más o menos a la vista; la diferencia es que ahora, ante un movimiento que cuestiona sus privilegios y quiere cambiar el statu quo, se sienten agredidos y contraatacan. No creo que yo anticipara nada: solo teníamos que mirar alrededor para saber que esto sucedería.
El epílogo de Aixa de la Cruz ¿cómo surgió, era algo premeditado antes de escribir la novela, surgió después? ¿Cree que la novela sería distinta sin él?
Fue idea suya, y me pareció tan buena que le pedí que lo escribiera. Me parece que completa la novela y que, sin él, estaría coja; porque en ese epílogo se analiza, desde una perspectiva académica (aunque dentro de la propia ficción de la novela), hasta qué punto es una contradicción que un hombre se convierta en pieza fundamental para el avance de un movimiento que lo único que le exige es que no sea protagonista. Esa y otras contradicciones que planteo me parecen un buen punto de partida para analizar el papel de los hombres en el feminismo.
¿Le ha ayudado la novela a resolver sus dudas sobre este tema, el feminismo, el machismo, etc.? ¿
Me ha ayudado a darme cuenta de cuál es mi trabajo (subrayo el posesivo) como hombre feminista: hacer examen de conciencia y autocrítica; reconocer mi machismo; corregir actitudes, comportamientos, creencias y formas de estar en el mundo; hablar menos y hacer más. Y no solo conmigo, sino con los hombres que me rodean: nunca más justificar, permitir o quitar importancia a todo lo que hacemos mal como sanos hijos del patriarcado.