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“CHOLITA VOLADORA MARCIANA TENDRÍA QUE PERDURAR, HACER UNA MUESCA”
El escritor Patxi Irurzun y el dibujante Ernesto Murillo “Simonides” unen sus talentos en Cholita voladora marciana, una novela con casi cien ilustraciones y una historia delirante y sarcástica en la que una Iruña futurista se ha convertido en un parque temático de los sanfermines
M. Lacalle/ Iruñea
“Mezclar a Patxi Irurzun y a Simonides es combinar lejía con amoniaco… con resultados positivos”, escribe en una de las solapas de Cholita voladora marciana el dibujante y escritor granadino Juarma. Y lo cierto es que el artefacto que estos dos navarros flacos e irreverentes acaban de publicar en Pepitas de Calabaza es tan descacharrante como incendiario. Estamos seguramente antes una de las novelas más marcianas -nunca mejor dicho- y divertidas del año, pero que bajo el colorido y exagerado traje del payaso esconde un cinturón explosivo. Claro que a quien conozca las trayectorias del escritor de Iruñea y del komikilari de Murchante tampoco les sorprenderá.
Ciencia ficción gamberra
Cholita voladora marciana es y no es una novela de ciencia ficción, una novela negra, una novela de humor… Todas esas etiquetas se le pueden colgar y a la vez ninguna de ellas sirve para definirla en toda su dimensión. En ella se cuentan las peripecias de Samy Lamuy Grourgrour, una mestiza, mitad extraterrestre, mitad euskoboliviana, que en una Iruñea futurista, convertida en un parque temático permanente de los sanfermines, sufre una extorsión sexual por parte de un grupo de fanáticos ultra-religiosos (o requete-católicos), a los que se enfrenta. Ese podría ser la sinopsis rápida de una historia, ilustrada con casi noventa dibujos de Ernesto Murillo “Simonides”, y en cuyo hilo argumental se insertan perlas como la facultad de periodismo Belén Esteban o el PNE (Partido Nacionalista Español).
“¿Pero cómo se le ocurren todas esas majaradas”, preguntamos a Patxi Irurzun. “Por necesidad”, nos contesta. “El escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot me pidió un relato para una antología que estaba coordinando con la visión de autores extranjeros sobre su país. “¡Pero si yo nunca he estado allí!”, le dije. “¡Pues te lo inventas”, me contestó él. Y eso fue lo que hice, me traje Bolivia a Iruña, imaginé Bolivia-Txikia, un barrio boliviano en un futuro en la que los barrios de la ciudad se amontonan unos sobre otros, en estratos subterráneos (cuanto más abajo más pobre) y en el que convivían humanos y alienígenas. El cuento no se publicó nunca, pero a mí me gustaba mucho, enredé un poco con ese mundo y la ciencia ficción-gamberra, escribí algún otro relato (Patapún, que apareció en Once millones de ejemplares vendidos, y donde ya anticipaba algunas cosas que uso en la Cholita), y al final me di cuenta de que ese cuento en realidad estaba sin cerrar y era más bien el primer capítulo de una novela”.
Los dibujos de Simonides
“¿Y cómo entra Simonides en toda esto?”. “No lo recuerdo muy bien, si sé que, con la novela acabada, yo quería hacer algo parecido a lo de Sempé y Goscinny en El pequeño Nicolás, dibujitos casi en todas las páginas, pero para adultos, y pensé en Simonides, del que soy muy fan. Pero no recuerdo cómo se lo propuse”, explica el autor navarro. Es el propio Simonides, histórico komikilari, fundador del TMEO y creador de inolvidables personajes como El Zestas o Paco el Txota, quién lo aclara desde Gasteiz, donde vive desde hace años: “Fue poco después de salir Once millones de ejemplares vendidos, precisamente, en donde yo había hecho un dibujo para uno de los cuentos. Recibí su “proposición indecente”: ilustrar una novela en la que iríamos a medias en las ganancias. Esas ganancias eran muy dudosas, porque todavía no disponía de editorial ni de posible distribución. A pesar de ello, como soy fiel lector de Patxi, comencé a leer la novela. Antes de acabar el primer cuarto le contesté que sí. Mi primera impresión fue que Cholita voladora marciana era graciosa y la escritura fluía como el agua. Conforme me adentraba en la lectura descubrí que, además, tenía buenas dosis de rebelión y mala hostia”.
Vocación de perdurabilidad
El dibujante señala efectivamente una de las claves de la novela. Su carcasa es la de una novela de humor, pero bajo ella y bajo el género de la ciencia ficción se agazapan una serie de temas de actualidad y de profundo calado que nos van asaltando con fiereza: el auge de la extrema derecha, el racismo y la xenofobia, la gentrificación, el turismo de masas… “Sí, seguramente habrá quien se quede en esa primera capa, el humor, a veces algo bruto, muy navarro, a veces escatológico, y al que que la novela le parezca una gansada, pero me parecería una lectura muy pobre de la misma. Es un riesgo que se corre siempre con el humor: que no se tome en serio. O que no permita apreciar el valor literario, el trabajo, las referencias, las figuras y recursos estilísticos. La novela, en general, creo que es arriesgada, bastante marciana, pero yo ya no tengo nada que perder. Sí es cierto que estoy algo nervioso, más que con otros libros, porque no sé muy bien a dónde o a quién va a llegar mi cholita. Desde luego, no es un best-seller para todos los públicos, pero −aunque está mal que lo diga yo− sí que creo que es una novela que puede o que debería perdurar, hacer una muesca, a la que no debería tragarse esa vorágine que engulle las novedades en un mes: primero porque si no la primera −que no lo sé−, es una de las primeras, o de las pocas novelas en el Estado en usar lenguaje inclusivo, o no sexista, aunque sea solo como un rasgo de estilo, un rasgo futurista; y después por la conjunción de astros −bromea−: Simónides y yo. Eso no se ve todos los días, es como cuando cantaron juntos Freddie Mercury y la Caballé (o bueno, igual mejor Albert Pla y Manolo Kabezabolo)”.
Una conjunción de astros, añadimos, a la que se suma Pepitas de Calabaza, una editorial −se define a sí misma− con menos proyección que un cinexin, pero que se ha convertido en un sello de referencia y calidad. Cholita voladora marciana se publica de su mano y se presentará en Iruña el día 22 (12:00 h, Elkar Descalzos), el 10 de abril en el Komiki Boom de Antsoain y el día 8 de mayo en Zuloa de Gasteiz.
Despiece
Nosotrxs lxs marcianxs
En las últimas páginas de Cholita voladora marciana aparece una supuesta nota de la RAE, fechada en 2085, en la que esta recomienda el uso del lenguaje inclusivo de género y fija una serie de normas al respecto. El mismo lenguaje inclusivo (con, por ejemplo, los plurales en x: nosotrxs, marcianxs, etc.) que se utiliza en la novela de Patxi Irurzun. “No es que yo escriba o hable habitualmente así. Lo empleo como un rasgo de estilo, futurista, una hipótesis según la cual este uso del lenguaje se habrá normalizado dentro de unos años. Una de las pocas cosas que aprendí cuando estudié la carrera de Filología fue que no es la norma la que hace el uso, sino al revés, y yo creo que el lenguaje inclusivo se va abriendo camino, de una forma natural y lógica, y tarde o temprano llegará a naturalizarse, le pese a quien le pese. Lo que no se puede negar u ocultar, o excusar con argumento como la economía del lenguaje, es que el español ha sido a lo largo de la historia un idioma machista, eso es una evidencia. Otra cosa es que las soluciones que vayamos aportando o proponiendo sean más o menos prácticas, pero de eso, de volverlas prácticas, también se encargará la propia lengua y su uso. Yo, en la novela, simplemente lo dejo caer, imagino el futuro del idioma de ese modo, como una posibilidad”, concluye el escritor iruindarra.
(Publicado en «Rubio de bote», colaboración en magazine ON (diarios Grupo Noticias, 17/01/25)
Así es como llaman en China a algunas pequeñas edificaciones que han permanecido como islas en medio de grandes estructuras −autopistas, avenidas, bloques de apartamentos− porque sus propietarios se han negado a venderlas o a ceder ante las presiones de inmobiliarias o constructoras, ante el avance de esa maquinaria aplastante que es el turbocapitalismo (el turbocapitalismo comunista, en este caso): casas clavo.
Durante los últimos días he visto distintas fotografías de ellas en las redes sociales. Una casita plantada en mitad de los carriles de una autopista, que los coches tienen que rodear; otra, hundida en un scalextric de rotondas, circunvalaciones, vías de servicio, construidas para evitarla y para engullirla al mismo tiempo; o −esta es la que más me ha llamado la atención− un inmueble de dos plantas en mitad de un solar en construcción, alrededor del cual las excavadoras han abierto un enorme hoyo, de modo que la casa permanece levantada sobre un bloque de tierra que coincide con su delimitación. Si los vecinos de ese inmueble quisieran salir del mismo por el portal caerían en el agujero excavado por las máquinas. No tengo ni idea de cómo se las apañan para ello, o para acceder a su vivienda, tal vez trepando por una escalera de cuerda, o escalando con piolets un terraplén de barro.
Leo además que en muchas ocasiones a esos propietarios rebeldes les cortan el agua, la electricidad, los suministros, para obligarlos a rendirse por agotamiento. Detrás de cada una de esas díscolas edificaciones se adivina, pues, una historia de lucha y resistencia, una desigual batalla entre esos monstruos descorazonados que son las grandes compañías o el Estado y algunos individuos, que deciden no someterse por orgullo, por el valor sentimental de sus propiedades, por lo que sea: cada casa clavo, supongo, atesorará una historia particular y heroica.
También en nuestras ciudades hemos conocido historias semejantes, edificaciones o pequeños barrios que han aguantado como vestigios del pasado entre el hormigón, los polígonos industriales o los centros comerciales; o en el cine, por ejemplo, la entrañable película de dibujos animados Up, que está basada en una historia real, con final feliz, por cierto: la propietaria de la casa no salió volando elevada por una bandada de globos, pero consiguió que su propiedad no fuera demolida y todavía hoy permanece encajonada, convertida casi en una casita de juguete −y en atracción turística−, entre grandes bloques de cemento.
Seguramente las casas clavo serán excepciones y en la mayoría de casos similares habrá habido desahucios por la fuerza o por la fuerza del dinero. Son piedras en el zapato, pero a veces una pequeña china −nunca mejor dicho−, un diminuto clavo en la rueda consigue parar la maquinaria, el avance imparable del “progreso”, el caminar arrollador y despiadado del monstruo.
El SEÑOR PÉREZ Y OTROS LADRONES DE VOCES
La ventriloquía se ha ligado en muchas ocasiones, sobre todo en expresiones literarias y cinematograficas, a historias siniestras o terroríficas. El Señor Pérez es uno de los escasos artistas que se dedican profesionalmente a ella en Euskal Herria. Coleccionista y estudioso de esta rama del ilusionismo, ahuyenta la leyenda negra y defiende con pasión y con su trabajo un arte de larga y rica tradición que ha tenido a lo largo de la historia momentos de esplendor
Mientras en el parque de Lakua en el que nos hemos citado para esta entrevista el fotógrafo retrata a Tony Pérez −conocido en el mundo artístico como Señor Pérez−, el ventrílocuo gasteiztarra me deja en custodia a su muñeco Charlie. Siento un pequeño tembleque, igual que si sostuviera un bebé y temiera que pueda escurrírseme entre los brazos. Charlie, que representa al famoso y universal payaso catalán Charlie Rivel, es una pieza de coleccionista. Perteneció a otro ventrílocuo, el talentoso Joe Luiz, que fue “rival” de José Luis Moreno, cuyo nombre −advertimos− aparecerá repetida e inevitablemente en estas páginas junto con el de su tío, el tan famosísimo en Estados Unidos como desconocido entre nosotros Señor Wences.
El muñeco Charlie vive ahora una segunda juventud, de la mano del Señor Pérez, algo que −nos cuenta este− no es habitual: normalmente la vida y el recorrido artístico de los ventrílocuos y sus muñecos van unidos. Su relación es personal e intransferible (es decir, en algún lugar, una especie de Benidorm para muñecos de ventriloquía, la doña Rogelia de Mary Carmen o la perrita Marilyn de Herta Frankel, estarán disfrutando de una descansada y merecida jubilación). Se trata, pues, de un sentimiento casi paterno-filial, que se hace patente cuando vuelvo a dejar a Charlie en el regazo del Señor Pérez y este él le atusa cariñosamente los cabellos de color zanahoria o alisa con delicadeza su vestido rojo de payaso.
Pocos, pero bien avenidos
Charlie es uno de los muñecos que componen la troupe del Señor Pérez. Además de él, en sus actuaciones suelen aparecer la dulce Lina, la que fue su primera partenaire, una muñeca de trapo que sueña con ser artista (sin darse cuenta de que, de manera paradójica y mágica, ya lo está siendo); Kike, un bebé mentalista; el mono Banano, un muñeco de ventriloquía mudo; o Doña Teresa, que se llama así en honor a la abuela de Tony y que este mandó fabricar en Argentina, por medio del CIVEAR (Círculo de Ventrílocuos Argentinos) y en particular de su presidente, Miguel Ángel Lembo, quien apadrinó en sus inicios a Pérez y en quien este encontró el apoyo y los consejos que echaba de menos por estos lares, donde los ventrílocuos se han convertido en las últimas décadas en raras avis. Son pocos, pero bien avenidos, no obstante, pues cuando preguntamos al señor Pérez por alguno de sus colegas vascos nos habla elogiosamente del donostiarra Elvi, otro de los acróbatas de la laringe de referencia en Euskal Herria. Más allá de ellos, sin embargo, hay que rebuscar para dar con otros artistas que se dediquen profesionalmente a la ventriloquía.
El propio Señor Pérez recaló en este arte casi de rebote. “Yo estaba ligado al mundo del ilusionismo”, nos cuenta. “Junto con un compañero tenía una compañía de marionetas, que se llamaba Magionetas, y, como dábamos muchas funciones, llegó un momento en que me aburría. Actuábamos detrás de una tela, desde donde hacíamos las voces, así que empecé a hacer lo mismo, pero sin mover los labios, por pura diversión. Y la verdad es que me salía bien, lo que dio pie a plantearme realizar un número de ventriloquía. Conseguí una muñeca de trapo, Lina, que me trajo mi cuñado de Londres, y preparé un sketch, que todavía hago, y la verdad es que fue una sensación maravillosa, que no tenía nada que ver con las marionetas, porque yo ya no estaba detrás de una tela, ahora la gente me veía a mí, además de al muñeco… No sé, hay una especie de magia, el público inmediatamente se olvida de que soy yo el que está haciendo las voces, le dan credibilidad a ese muñeco, y es como si le dieran también vida”.
Las voces de los muertos
La ventriloquía, en efecto, está más ligada al mundo del ilusionismo −del que es una rama, como el mentalismo o el escapismo− que al de los títeres o marionetas. Hay en ella un componente misterioso, y también inquietante, tal vez como herencia de una idea que se tenía en la antigüedad: la de que las voces de los muertos se alojaban en el estómago de algunos vivos y los difuntos hablaban a través de ellos. La propia etimología de la palabra, ventrílocuo, “el que habla con el vientre”, contribuye a la confusión, porque lo cierto es que la técnica tiene que ver más con la laringe y con los músculos faciales (era habitual, por ejemplo, a finales del siglo XIX e inicios del XX que muchos ventrílocuos se dejaran bigote, para disimular los movimientos de los labios). “La técnica es trabajar mucho, cuidarse, no beber alcohol, ni bebidas con hielo, también hay que tener unos mínimos físicos, en cuanto a la cavidad bucal, la laringe… Yo de pequeño oía que los ventrílocuos hablaban con el estómago y me parecía increíble, pero, aunque el estómago sí tiene algo que ver con la respiración, con empujar o proyectar con la voz, no hablas con él, es un falso mito”, aclara el Señor Pérez.
En todo caso ese halo de misterio ligado al mundo de la ventriloquía ha hecho mucho daño, creando alrededor de la misma más mitos falsos, leyendas negras e incluso todo un imaginario de terror en el mundo del cine y la literatura, a lo cual se suman una serie de fobias que algunas personas padecen, como la automatonofobia, el miedo hacia todo ser inanimado que representa una figura humana; la pediofobia, el miedo a los muñecos que imitan formas humanas; o la pupafobia, el miedo a los títeres (y a las cuales, en el caso de nuestro pobre Charlie, el muñeco del Señor Pérez, podemos sumar la coulrofobia, el miedo a los payasos).
El caso del ventrílocuo asesinado
Respecto a lo primero, las leyendas negras, la historia más conocida es la del ventrílocuo estadounidense Charlie McCarthy y su muñeco Edgar Bergen, que representaba a un niño de unos ocho o nueve años, el cual causaba entre los espectadores cierto desasosiego y tensión por su inquietante apariencia y sus extraños rasgos faciales, y por el celo con que el ventrílocuo lo protegía de los curiosos, pues no permitía que nadie se acercara a él. Al final de una de las funciones, allá por el año 1920, McCarthy fue encontrado muerto en el camerino de un sórdido teatro de Nueva York. Su cuerpo presentaba el cuello partido, varias cuchilladas y las cuencas de los ojos vacías. Junto a él, en su maleta, el muñeco Edgar reposaba apaciblemente, con su sonrisa impertérrita. Cuando la policía lo examinó, descubrió horrorizada que bajo la máscara y la vestimenta del muñeco se ocultaba el cuerpo embalsamado de un niño. A partir de este horripilante giro del guion hay diferentes versiones. Unas hablan de que fue el muñeco el asesino del ventrílocuo. Otras, que la momia del niño era la del propio hijo de McCarthy. En cualquier caso, todo se trata de un bulo, un moderno mito de internet, creado por un blogero mexicano en 2012, que utilizó la foto de un ventrílocuo real, el alemán Henry Rox y su muñeco Max (cuya apariencia, la verdad sea dicha, daba pie a forjar todo tipo de historias terroríficas) para ilustrar esta leyenda urbana. Pero lo más curioso de todo es que, en lo que se refiere a los nombres de los protagonistas, lo que hizo este blogero fue intercambiar el de un ventrílocuo real, Edgar Bergen, y el de su muñeco Charlie McCarthy, quienes aparecieron con frecuencia a mediados del siglo XX en Estados Unidos en diferentes espectáculos televisivos e incluso protagonizaron varias películas (posteriormente, a la muerte de Bergen, levantó cierto revuelo la noticia de que el ventrílocuo dejara su herencia a su muñeco −tal vez otra leyenda urbana− en lugar de a su hija, la actriz Candice Bergen, quien durante buena parte de su infancia estuvo convencida de que Charli era su hermano, un hermano del que además sentía a menudo celos, pues tenía mucha más ropa y más elegante que la suya y su padre le dedicaba más mimos y atenciones).
La ventriloquía en el cine y la literatura
En cuanto al cine y la literatura, hay una larga tradición de historias de terror vinculadas al mundo de la ventriloquía, en la cual se repiten una serie de patrones: los muñecos que adquieren vida propia y se revuelven de manera criminal contra sus creadores, los ventrílocuos que no consiguen disociar su personalidad de las de sus muñecos y enloquecen, los muñecos que actúan como la voz de la conciencia de los artistas … Una de las obras más conocidas es “Magic”, la novela de Willian Goldman, que tendría su adaptación cinematográfica en la película homónima, dirigida por Richard Attenborough y protagonizada por Anthony Hopkins y Ann Margret. En ella, un mago de naipes llamado Corky, tras toda una vida malganándose la vida en bares y garitos, se vuelve repentinamente famoso gracias a su ingenioso muñeco Fats, quien poco a poco se apodera de la mente del ventrílocuo y la convierte en una herramienta para sus siniestros planes. En “Un gramo de locura”, el cómico pelirrojo Danny Kaye interpreta a una ventrílocuo que sufre los celos de sus muñecos −los cuales de nuevo se disocian y toman voz y vida propia, chafando todas las aventuras amorosas de Kaye−. En la novela “El ventrílocuo y la muda”, una tan delirante como magistral obra adscrita al surrealismo escrita por el valenciano Samuel Ros en 1930, un ventrílocuo se enamora de una muchacha muda a la que, sin pretenderlo, robó la voz cuando ella nació (el concepto de ladrones de voz, para referirse a los ventrílocuos se repite en varias ocasiones, dentro de este imaginario cinematográfico y literario)…
Acróbatas de la laringe
Pero, por supuesto, no todas las novelas o películas sobre ventriloquía se centran en ese supuesto aspecto siniestro o terrorífico. Por ejemplo, el libro “El mejor ventrílocuo del mundo: Paco Sanz en los teatros de Madrid (1906-1935)”, de Ignacio Ramos Altamira, recrea la vida del valenciano Francisco Sanz Baldoví, considerado uno de los mejores ventrílocuos de todos los tiempos, que asombró al mundo con su gabinete de autómatas, una colección de muñecos articulados con la que recorrió los más prestigiosos teatros de España, Portugal y Latinoamérica, en un espectáculo en el que también incluía números de transformismo o conciertos de guitarra española, de la cual era un virtuoso. Del arte de Sanz queda además testimonio en algunos de los discos de pizarra que grabó o en la sorprendente película documental (que puede encontrarse en internet) de 1918 “Sanz y el secreto de su arte”, en la que desvela los trucos y mecanismos de sus autómatas.
Tony Pérez, el Señor Pérez, conoce muy bien la peripecia vital y artística no solo de Paco Sanz, sino también de otros muchos grandes ventrílocuos, pues además de artista es un gran estudioso y coleccionista que imparte charlas como la titulada “Acróbatas de la laringe”, la cual también tuvo una exposición con cartelería, fotos, discos de pizarra, etc. “Es una conferencia sobre la ventríloquía, su historia, anécdotas, ventrílocuos famosos”, explica. “Nunca la llego a terminar, siempre se me queda corta… En ella por ejemplo, hablo de Echandy, un ventrílocuo bilbaino, que dicen que era el mejor, pero que murió prematuramente en un accidente; o del Señor Wences, de la saga de los Moreno, y de quien yo tomo el nombre, Señor Pérez”.
La saga de los Moreno
Hablando de ventriloquía es inevitable, como advertíamos más arriba, citar a la familia Moreno. La saga se inicia con los hermanos Wenceslao (Señor Wences) y Felipe Moreno. El primero adquiriría fama mundial al emigrar primero a Latinoamérica y posteriormente a Nueva York, donde tiene dedicada una calle (ademas de otra en su localidad natal, Peñaranda de Bracamonte, otra en Alba de Tormes y una última en Salamanca), pues durante décadas fue un famosísimo y cotizadísimo artista que realizaba apariciones estelares, con sus muñecos (o sin ellos, ejecutando la técnica de hablar con uno de sus puños, al que dibujaba unos labios o ponía un pequeño peluquín), en programas de televisión de “prime time” o en grandes teatros de Brodway o Las Vegas. “El Señor Wences solía aparecer a menudo en el show de Ed Sullivan, por donde desfilaban artistas de la talla de Elvis Presley, los Beatles… y donde dicen que cobraba cinco mil dólares de la época por minuto”, apunta el Señor Pérez. “También participó en un capítulo del Muppets Show, el show de los teleñecos de Jim Henson, que era un gran admirador del Señor Wences”. Sin embargo, Tony muestra predilección por el otro hermano, Felipe Moreno, menos conocido, aunque quizás más talentoso… y más vividor. “Felipe no quiso quedarse en Estados Unidos porque allí no podía beber chatos de vino ni ir a los toros. Pero era tan buen ventrílocuo que se podía permitir una vida bohemia, ganaba dinero, trabajando en el circo una temporada y luego se retiraba otra para dedicarse a lo que le gustaba, a escribir, o a la música… Felipe Moreno, por ejemplo, enseñó a tocar el xilófono a los payasos de la tele, a Gabi, Fofó, Miliki… Y también escribía. Yo, por cierto, tengo una obra de teatro escrita por él, a mano, que compré por internet, una obra sin estrenar. Se titula El príncipe bobo, es una obra con un giro final sorprendente, muy bonita… Quizás sea complicado representarla, porque tiene muchos personajes, pero a mí me gustaría intentarlo”.
En este punto de la conversación entra en juego el ineludible José Luis Moreno, el famoso creador de muñecos como Macario, Rockefeller o el Pato Nicol. Moreno es sobrino del Señor Wences y de Felipe Moreno (de hecho, es hijo de una hermana de ambos y adelantó su segundo apellido Moreno, pues el primero es realmente Rodríguez). “Yo no le conozco personalmente, pero sí me gustaría hacerle saber que tengo esa obra de su tío, porque quizas se animaría a producirla, aunque sé que ahora en la situación suya actual es difícil”, lanza el Señor Pérez su propuesta.
El esplendor de la ventriloquía
Tanto los hermanos Moreno, Wences y Felipe, como su sobrino José Luis, vivieron dos momentos diferentes de esplendor de la ventriloquía. Por una parte, las primeras décadas del siglo XX, donde los espectáculos de muñecos y gabinetes de autómatas gozaban de gran popularidad, que a menudo se trasladaba a programas de radio o televisión de gran audiencia, o, en el caso de José Luis Moreno, los años 70 y 80, con las actuaciones estelares de artistas como él, Herta Frankel o Mary Carmen y sus muñecos (que de manera tangencial también forma parte de la saga Moreno, pues fue aprendiz de Felipe Moreno) en galas televisivas, donde, acaso porque la televisión en realidad no es el mejor medio para el arte de la ventriloquía (la cámara en muchas ocasiones enfoca solo al muñeco, lo cual hace que el artista relaje su técnica), comenzó cierta decadencia que ha hecho casi desaparecer a este tipo de artistas no solo de la propia televisión sino de los teatros o los espectáculos de variedades.
Hay, en todo caso, algo que siempre mantendrá viva la ventriloquía y es esa capacidad que tiene para provocar la magia, la ilusión en el espectador de que es el propio muñeco el que cobra vida (y de donde derivan, en un arma de doble filo, también las historias de terror antes mencionadas, que tanto le perjudican). Una ilusión que concede por otra parte al ventrílocuo una especie de bula, de catarsis, que le permite expresar una serie de pensamientos, ideas, sentimientos, que de otra manera tal vez no podrían lanzarse en público. Del mismo modo, los bufones reales en otras épocas gozaban de esa prerrogativa, gracias a la cual estaban autorizados a hacer bromas (a menudo, por cierto, imitando voces) por las que a otros súbditos les cortarían la cabeza. “Sí, sí, es cierto”, confirma el Señor Pérez. “Yo hago algo más blanco, pero es verdad que si el ventrílocuo dice ciertas cosas, por ejemplo de carácter político, no se consideran ocurrencias suyas, sino del muñeco. En Estados Unidos hay, por ejemplo, un ventrílocuo muy famoso llamado Jeff Dunham que tiene un muñeco que es un terrorista árabe muerto, y que hace callar a la gente amenazándolos de muerte, y la gente se troncha de risa”.
Una vida tremenda
Los muñecos, pues, dicen lo que les da la gana. “Es algo increíble, porque aunque hables tú por ellos, a veces parece que se le ocurren a ellos las cosas. Igual estás actuando, pasa algo y es el muñeco el que responde, y entonces tú mismo te preguntas cómo se le ha podido ocurrir eso. Es algo extraño, te hace la cabeza estallar, te desdoblas, son cosas inexplicables”, dice el Señor Pérez, a quien en casa le han prohibido comprar más muñecos: “Pero es que nunca te cansas de ellos. ¡Me gustan tanto, les coges un cariño!… Uno puede parecer un friki, hablando así, pero yo cuando veo sketchs en las que pegan a los muñecos, como en las películas que antes hemos citado “Magic” o “Un gramo de locura”, sufro, me duele, es una herramienta de trabajo, que hace además a la gente divertirse, ser feliz, sentir emociones… Y también a uno mismo. Yo a veces los cojo, hablo con ellos… Igual estás triste, coges un muñeco y te animas. En definitiva, yo les doy vida a ellos, y ellos a mí. Una vida tremenda”, concluye el Señor Pérez, y al hacerlo mira a su muñeco Charlie, sentado en la mesa, a su lado, quien parece escucharle atentamente y asentir en silencio, como si estuviera vivo.
Echandy, ventrílocuo bilbaino
El nombre de Echandy, ventrílocuo bilbaíno, es citado varias veces por el Señor Pérez en nuestra conversación. Su colección de objetos, discos de pizarra, cartelería, atesora también un cartel original de una de sus actuaciones, y suele aludir a él en su conferencia “Acróbatas de la laringe”, describiéndolo como un ventrílocuo de gran talento, frustrado por su temprana muerte a los veintidós años en un accidente de tráfico. Sin embargo, apenas hay rastro de Echandy ni en la Red ni en la hemeroteca. Su nombre real (Echandy era el artístico) incluso aparece transcrito de diferentes manera: en la Enciclopedia Auñamendi se recoge como Luis María Ferrer Garagua (“Ilusionista nacido en Bilbao en 1951. Se le ha considerado como uno de los mejores ventrílocuos del país. Había obtenido numerosos premios internacionales en su especialidad, entre ellos el primero de Donostia-San Sebastián de 1972. Fue secretario de la Sociedad Española de Ilusionismo. Murió en accidente de automóvil el 28 de febrero de 1973”), mientras que algunos periódicos de la época lo nombran como Luis María Ferrer Sarasua, cuando recogen la noticia de su accidente automovilístico, como consecuencia de un golpe de viento, mientras se dirigía a Madrid a visitar a su madre tras una actuación en Zaragoza. También corresponden a este nombre varios anuncios en periódicos ofreciendo espectáculos de magia y ventriloquía en fiestas infantiles y primeras comuniones. Poco más. Gracias al Señor Pérez sabemos además, entre otras cosas, que Echandy utilizaba la técnica del puño (convertir a uno de ellos en el muñeco de ventriloquía, como hacía también el Señor Wences), o que sus muñecos fueron fabricados, precisamente, por el cuñado de este, Natalio Rodríguez, es decir, el padre de José Luis Moreno. Un artista, en definitiva, desaparecido prematuramente cuyo nombre e historia merecen ser rescatados.
El falso poema de Gabo
Entre los diferentes shows del Señor Pérez (quien además de los números de ventriloquía también ofrece otros espectáculos, como pompas de jabón o su famoso su circo de pulgas), se cuenta “Tres en rima”, junto con David Blanco y Alfonso Suescun, en el que combinan el ilusionismo con la poesía y en el que incluyen el poema titulado “La marioneta”, que se propagó por cadenas de correos electrónicos durante el año 2000 con una atribución errónea a Gabriel García Márquez (era aquel que comenzaba de esta manera: “Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo”). El escritor colombiano, que por aquella época padecía un linfoma, se apresuró a desmentir su autoría con esta frase: “Quiero decirles que estoy vivo y que lo único que me podría matar es que digan que yo escribí algo tan cursi”. A pesar de ello Gabo accedería finalmente a reunirse con el verdadero autor del poema, el ventrílocuo mexicano Johnny Welch, con quien incluso bromeó diciendo que puesto que el poema se había hecho tan famoso dejaran seguir creyendo que era obra suya.