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¡A GUSTO! EL DROGAS LLENÓ DE HÉROES LA CIUDADELA EN UN CONCIERTO HISTÓRICO (04/07/2016)
El espectacular fin de gira de “Demasiado tonto en la corteza”, tres años después de presentarlo por las bravas y por derecho en las calles de Iruñea, llevó hasta la Ciudadela a casi 20 invitados, en una noche memorable.
Patxi Irurzun. Iruñea. Fotos: Argazki Press
El primer ¡a gusto! de El Drogas, su característica muletilla (que en realidad, en su caso, es mucho más, es su modo de sentir la música y la vida), apenas tardó unos minutos en oírse. Un piano, plantado como una bandera pirata en el centro del fuerte de la Ciudadela, aguardaba a los espectadores que poco a poco fueron entrando al recinto y rodeándole, mientras El Drogas comenzaba a desgranar un repertorio que prolongó hasta las dos de la madrugada, en un alarde de facultades, talento y emotividad. Con la última de estas primeras canciones todavía sonando en formato acústico, Llegan los cuervos, comenzaron a escucharse los acordes eléctricos del mismo tema desde el escenario de la Sala de Armas, y hasta allá se dirigió el de la Txantrea para unirse a su banda, a su tripulación, a su familia: Brigi, Txus Maraví y Flako, que pusieron los pelos de punta al público con los temas revisitados de La tierra está sorda y rellenaron con memoria y dignidad las muescas de las balas asesinas que tiempo atrás se estrellaron contra esos mismos muros de la Ciudadela.
Y de allí, tras estos dos conciertos más íntimos y un pequeño descanso, al escenario principal. Es difícil citar solo algunos de los momentazos que se vivieron sobre él. Pura historia del rocanrol. Rosendo, Fito, Carlos Tarque y El Drogas cantando Frío. Luz Casal inundando la Ciudadela con su voz. Gorka Urbizu entonando en euskara algunas estrofas de Bahia de Pasaia. El Drogas versionando Héroes de David Bowie… Todos pudimos ser héroes un día nada más esa noche gracias a él. Un concierto histórico, del que quizás todavía no podemos apreciar su magnitud. Solo alguien como El Drogas podía haberlo imaginado. El Drogas no es solo un referente y una leyenda con patas y pañuelo del rocanrol, es un activista, un agitador cultural, una voz que no calla, alguien a quien si no existiera no podríamos inventar porque nunca nos saldría tan grande. La memorable noche del pasado 2 de julio en la Ciudadela de Iruñea fue histórica y en ella brillaron las estrellas con la misma intensidad que los sentimientos de quienes allí estuvimos. ¡A gusto!

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‘UN DÍA NADA MÁS’, EL IRREPETIBLE CONCIERTO DE ‘EL DROGAS’ ( 03/07/2016)
Con todo el papel vendido y revendido desde hace semanas, El Drogas tomó ayer la Ciudadela de Iruñea en un concierto que solo la cabeza como un hormiguero de Enrique Villarreal podía haber imaginado. “Un día nada más” —parafraseando a David Bowie en “Héroes”— fue el nombre para una noche de rock y emociones únicas e irrepetibles.
Miren Lacalle / Iruñea
Más de cinco horas de música y de 60 canciones, cuatro escenarios y formatos diferentes, merchandising exclusivo para la ocasión, casi 20 invitados anunciados: Fito, Rosendo, Luz Casal, Quique Gonzalez, Yosi de Los Suaves, Ara Malikian, Gorka Urbizu de Berri Txarrak, Kutxi Romero… Un espectáculo nunca visto, ¡pasen y vean!
El propio Enrique Villarreal recibió a los 6000 afortunados que pudieron conseguir entradas (los tickets se agotaron en apenas unos días, tras anunciarse en abril el evento, y en solo media hora los 600 extra que se sacaron a la venta el pasado 6 de junio). El de la Txantrea les dio la bienvenida con en el primero de los cuatro conciertos, este en formato acústico, que ofreció y en el que interpretó temas como Sean bienvenidos, Sofokao, Por ti pirata o Llegan los cuervos .
Entrega máxima, pues, ya desde el arranque de un festival que había creado expectación en Iruñea y para el que además habían llegado fans y se habían fletado autobuses desde diferentes puntos de Euskal Herria y de todo el Estado.
La elección de la Ciudadela como escenario no fue casual, tal y como señalaba a Gara horas antes del concierto otra de las artistas invitadas, la rapera rotxapeana La Chula Potra: “Para Brick Benation y para mí es un placer y un orgullo compartir lo que supone para El Drogas haber conquistado ese espacio que ahora se abre a la ciudad de barrios y cultura de calle. Es muy simbólico el lugar y lo que se va a hacer en él”. Simbólico, sin duda, y emocionante fue escuchar a El Drogas interpretar en el segundo de los conciertos, en este caso con La banda de la (des)memoria, temas como Matilde Landa, que formaron parte de La tierra esta sorda, el disco de Barricada dedicado a la memoria histórica, y que El Drogas ha venido recuperando con ambientaciones especiales e interpretando en lugares señaladamente relacionados con ella. En el caso de la Ciudadela hay que recordar que en la Puerta de Socorro, a solo unos metros de la sala de Armas, donde tuvo lugar el concierto, fueron fusiladas por los golpistas cientos de personas durante la guerra civil. El repertorio de este concierto, por otra parte, aparece recogido en un nuevo trabajo de El Drogas titulado Sombras que la luz grita y que ayer mismo ya se pudo comprar en los puestos de merchandising.
Momento álgido y emotivo del concierto, pues, que dio paso a los otros dos formatos en los que ha venido funcionando El Drogas con su irreductible grupo base (Txus Maraví a la guitarra, Flako en el bajo y Brigi Duke a la batería), a los que se sumaron Germán San Martín en los teclados y Selva Barón y Patricia Greham en ‘el concierto de “El Drogas Rhythm & Blues Band”, donde sonaron entre otras, No sé qué hacer contigo, Oveja negra o Ya no anochece igual, y al que siguió el último de los bolos, el más rockero y desmelenado, “Los disparos del doctor Gas”. Tanto uno como otro fueron los momentos para escuchar muchos de los grandes temas firmados por Enrique Villareal a lo largo de su larga y modélica trayectoria, con Barricada, Txarrena, La Venganza de la Abuela o El Drogas y para dar paso al grueso de las colaboraciones estelares, en una noche irrepetible y que sin embargo recogerá buena parte de su esencia en el disco y DVD dobles que se grabaron ayer y que publicará en otoño Warner Music.

Y como curiosidad esta otra foto de Unai Beroiz que fue portada de Diario de Noticias y en la que aparezco (como en la primera de Gara)
Rubio de bote. Colaboración para ON (Grupo Noticias) 16/07/2016
—¿Los niños pagan?— pregunté, al subir al autobús, y en el suelo vi una moneda de cinco céntimos, pero pasé de agacharme a cogerla, pues llevaba encima tres o cuatro bolsos, bolsas y maletas de todo tipo y tamaño.
—¿Cuántos años tienen?— dijo el chófer, al tiempo que realizaba, escéptico, un cacheo visual, de pies a cabeza, a mis hijos.
Hacía unos días, cuando habíamos llegado a la isla, al coger el bus que conectaba el aeropuerto con el centro de la ciudad pagué religiosamente los tres euros por cabeza que costaba el billete. Antes de hacerlo, en el suelo del autobús, mi hijo se había encontrado otra moneda de cinco céntimos y, cándidamente, se la había entregado al chofer: “A alguien se le ha debido caer, señor”, dijo. Y el conductor, sin mediar palabra, me devolvió el dinero correspondiente a los billetes de los niños.
—Ejem, tres años la niña y cinco el niño —cambié de táctica ahora, con este segundo chófer.
—¿Tres y cinco? Pues los veo un poco creciditos ¿no?
—Sí, bueno, cuando vinimos no estaban así, para mí que ha sido cosa del bufet ¿sabe?
—Sí, claro, las patatas fritas y las hamburguesas es lo que tienen —dijo el chófer, y luego añadió—: El niño paga, la niña no.
Aboné como pude los billetes y me dirigí al fondo del autobús, arrastrando además de mi equipaje la pesada carga de la culpa. En realidad el niño tenía once años y siete la niña. No sabía por qué había mentido. Me sentí un Bárcenas, un Duque Empalmado cualquiera. Claro que ellos tampoco habían sido muy claros y sinceros en todo ese asunto. Me pregunté si la moneda de cinco céntimos tirada en la entrada del autobús era una prueba, un test de honestidad. Si quien la recogía y se la devolvía al chófer obtenía algún tipo de descuento. Por lo demás, aquella pequeña estafa tenía su parte de venganza, de justicia social, después del saqueo y la mala educación a los que habíamos sido sometidos durante todas las vacaciones.
Recordé, por ejemplo, el día que fuimos a visitar la catedral. Compramos las entradas en una oficina de turismo. Cada una valía un ojo de la cara y, para valorar si merecía la pena convertirse en una familia de cíclopes, preguntamos cuánto duraba la visita, puesto que era mediodía y cerraban a la hora de comer.
—Pues la verdad, no lo sé, hace mucho que no voy —dijo la chica, con una dejadez pasmosa.
Por suerte, buena parte del tiempo la pasamos atrincherados en el hotel. Nos habíamos hamburguesado. Habíamos contratado, por primera vez, un todo incluido, por ver cómo se sentía uno con pulserita. Y como se sentía uno era miserable y muy mal y muy bien y rico, un pobre rico, con el estómago siempre lleno y a la vez hambre y sed de todo y a todas horas. La sed de poder debía de ser algo parecido a eso. Recordé los platos rebosantes de pastelitos y el retrogusto de los mojitos y me di asco a mí mismo.
—Cariño, vete donde la entrada y coge la moneda de cinco céntimos que hay en el suelo —le dije a mi hijo.
—¿Y se lo doy al señor?
—Lo que quieras—le contesté, y me quedé esperando a ver qué hacía, y, como sabía qué haría, preguntándome si el chófer le devolvería los tres euros de su billete.
Publicado en Rubio de bote (ON, suplemento de los diarios de Grupo Noticias), 2/07/1969
Yo estaba durmiendo tan tranquilo, sin ser ministro del Interior ni nada, cuando de repente se me ha aparecido el ángel Marcelo. Ya saben, el ángel de la guarda de Jorge Fernández Díaz. El que le busca sitio para aparcar pero no se cosca cuando les están grabando las conversaciones que lo dejan con el culo al aire.
El ángel Marcelo se me ha presentado hecho un asco, con las alas despeinadas, barba de Picapiedra y la boca apestándole a coñac y a escombro.
—Me han dimitido, me han dimitido —balbuceaba, y también me ha ofrecido sus servicios, ahora que el supernumerario ministro del interior, el que condecora vírgenes e inaugura, al más puro estilo NODO, cuarteles de la guardia civil en el pueblo de su padre, ha prescindido de sus servicios.
Yo, sin embargo, cuando veo un ángel de la guarda me pongo en guardia. Cuando era pequeño mi madre, supongo que para entretenernos durante aquellos viajes sin cinturón de seguridad y apiñados los cuatro hermanos en el asiento trasero del 127, solía llamar así a los motoristas de tráfico:
—A ver si veis un angelito—decía.
Y yo estaba convencido de que lo eran hasta que una vez nos pararon en un control y nos hicieron bajar del coche y a mi tía le obligaron a quitarse de muy malos modos las gafas negras para identificarla y lo que pasaba es que mi tía no era una terrorista sino ciega.
Tengo también un recuerdo de otros angelitos grabado en la cabeza, pero grabado por fuera: cinco puntos de sutura, que me sellaron con un porrazo durante las inolvidables fiestas de la Txantrea de 1996, las del helicóptero de la policía nacional, popopó, sobrevolando los campos de trigo por los que huíamos con la cabeza rota y el carnet en la boca; me acuerdo también de los angelitos de la guardia pidiéndome a gritos que sacara toda la droga que llevaba encima, una vez que volvía de meterle mano a mi novia por lo oscuro, y yo puse el paquete de Fortuna sobre el capó del coche Z; o de cuando tiraron sobre la carretera todos mis apuntes de euskera, en otro control en el puerto de Lizarrusti, “¿A dónde va usted?”, “Al barnetegi de Lazkao”, “¿Un barnetegi, y eso qué es?”…
Este es un país en el que cuando ves a la policía en lugar de sentirte protegido tienes deseos de salir corriendo; un país en el que los ángeles de la guarda trabajan de gorrillas; en el que los ministros del interior se parecen a Gargamel —y en el que millones de pitufos votan a Gargamel—; un país en el que se protege, cuando no se condecora, a los policías que han torturado o a los que han sacado ojos o han matado con disparos de pelotas de goma; un país en los que el que se espía a los adversarios y disidentes políticos y se conspira contra ellos con la connivencia de leguleyos y periodistas a sueldo y de presidentes-sé-fuerte. Un asco de país, como sus ángeles de la guarda.
—Bueno, ¿y entonces qué?— insiste el mío, Marcelo.
Y yo, para que me deje en paz más que nada, lo pongo a prueba y le digo a ver si es capaz de conseguirme una entrada para el concierto de El Drogas de esta noche.
—Venga, que hoy, además, es mi cumpleaños— añado.
—Puf, imposible, está todo el papel vendido —me contesta él—. Lo único, si eso, te acerco a la reventa y te busco un hueco para aparcar el coche.
Pero yo le contesto que soy más de los de ir al centro en autobús. Y el ángel Marcelo sale de mis sueños como alma que lleva el diablo. Como un ángel caído.
“Oro Verde es una novela de ruptura y transformación, sobre el final de una época”
Inma Roiz. Escritora
Inma Roiz retrata en Oro verde la vida de los serrones, leñadores como su propio aita, que llegaron a lugares como el Valle de Ayala o el Goierri procedentes de las montañas de Liébana (Cantabria), para trabajar en montes y serrerías y tallar, a menudo en unas condiciones durísimas, su propio destino.
Patxi Irurzun. Iruñea
Oro verde es la segunda novela de la escritora de Okendo, tras el éxito de Manuela, y esta vez transcurre a mediados del siglo XX, una frontera en el tiempo que marca el final de una época y un modo de vida que parecen muy lejanos, pero que en realidad fueron los de nuestros padres o abuelos. El frío, el hambre, la llegada de las nuevas herramientas y métodos de trabajo (del hacha a la motosierra)… impregan las páginas de esta obra recién editada por Ttarttalo.
De la nota de agradecimientos del libro, en la que menciona a su aita, se deduce que en esta novela hay vínculos familiares o el deseo de indagar en sus orígenes.
Sí, mi aita fue uno de aquellos chicos de Liébana que se vino al País Vasco a cortar madera, a trabajar en los montes, primero a Gipuzkoa y luego aquí en Okendo, y en cierto modo el libro está inspirado en eso, en los recuerdos de la historias que nos contaba él cuando yo era pequeña. Pero no es una biografía, mi aita falleció y también he entrevistado a otras personas, a algunos que vinieron de Cantabria y se quedaron, a otros que volvieron a Liébana, también a maderistas de aquí…, y con todo ello he recreado Oro Verde
Es curioso como historias que son las de nuestros padres parece que pertenecen a otra época mucho más lejana
A mí también me pareció alucinante que hace cincuenta años se viviera de esa manera. Creo que es el final de una época. La novela viene a reflejar ese tiempo que se muere, y que se abre a otro momento. Yo suelo decir que Oro Verde es una novela de ruptura y transformación, una frontera temporal, algo que se ve muy bien en la novela, por ejemplo, en el cambio de herramientas de trabajo, cómo pasan del hacha a la motosierra, o del carro de bueyes a sacar la madera con camiones y las grúas… Quería reflejar todos esos cambios.
Es una novela en la que además se pasa mucho frío, mucho hambre y estos se transmiten al lector, se recrea muy bien la época, las condiciones de vida de los serrones… ¿Cómo ha sido esa labor de documentación?
La parte de Liébana quizás es la que menos conozco, porque no hemos sido de los de volver al pueblo en verano, pero en estos dos últimos años he estado bastantes veces, he hablado con gente de allí, también he leído libros de los primeros alpinistas que estuvieron por esa zona, cómo subían a los montes, y de ello me han quedado muchas sensaciones. Por otra parte, yo soy del Valle de Ayala, y cuando era pequeña tengo la sensación de que hacía mucho más frío y llovía mucho más, así que me imagino que a la intemperie, o en una chabola en el monte, como estaban los serrones, la humedad, el frío, las condiciones debían ser extremas… Literariamente no he encontrado muchas referencias, me han sido útiles algunos libros como Las ratas o El camino, de Delibes o Peñas arriba de José María Pereda, y también algunas, pocas historias de serrones, que se habían publicado en Cantabria. Por aquí encontré muy poquito sobre el tema.
La historia de Roque, el protagonista, es la de la búsqueda de un destino, de su propio destino, pero este casi siempre se frustra, sus relaciones amorosas, su deseo de estudiar…
Roque es un personaje incansable, con muchas esperanzas, siempre está buscando mejorar y crecer, y lo hace de forma honesta, pero yo creo que el personaje también refleja ese tiempo que muere. Por otra parte, en la vida siempre uno se va encontrando y deshaciendo de amores, de aprendizajes… Yo creo que inconscientemente me ha salido un personaje muy propio de aquella época, sí.
¿Qué es lo que podríamos salvar de aquel tiempo que muere, qué valores?
Yo creo que al menos no debemos olvidarlo, es lo que vivieron nuestros padres y al fin y al cabo nosotros venimos de allí. ¿Valores? Todas las personas con las que he hablado que vivieron en el monte, en aquellas condiciones que a mí me parecen tan terribles, recuerdan sin embargo aquella época con alegría. Es cierto que siempre nos quedamos con lo bueno, pero yo creo que aquellas generaciones han sido más capaces de adaptarse. Aquello era lo que tenían, tenían que salir delante de esa manera y no se rendían, trabajaban duro, siempre buscando un futuro…
Tanto Oro Verde como Manuela se han calificado como novelas costumbristas, un término que a veces se usa despectivamente.
Sí, tanto esta como la anterior, Manuela, son novelas costumbristas, describen una época, pero yo eso no lo veo como algo negativo. Otra cosa que tienen en común las dos novelas es que en ambas hay un proceso migratorio, un tema que me apasiona. Y, por otra parte, en cuanto a Oro verde, una cosa más que me gustaría destacar es que me da mucha pena toda la riqueza forestal que hemos perdido. Es cierto que en una época eso creó mucha riqueza, fortaleció la economía, pero a lo largo de todo el proceso de preparación y de escritura de la novela me ha apenado mucho haber descubierto todo lo que se tiró, saber por ejemplo que había serrerías que durante décadas trabajaron solo con madera de haya. Tenía que ser algo increíble, ver todos estos montes cubiertos de hayas y robles.
Publicado en Gara 21/06/2016

Los alumnos del colegio Rey Pastor de Logroño han ganado un premio de cortometrajes con la adaptación que hicieron de mi cuento Kaperu. ¡Enhorabuena!
http://noticias.lainformacion.com/interes-humano/premios/Alumnos-Colegio-Concurso-Cortos-Violencia_0_926609019.html