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PARVULITOS

Feb 13, 2011   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment


La clase de parvulitos era la más bonita de todo el colegio, grande, soleada, con dibujos de colorines en las paredes y, colgando del techo, un enorme balón de playa tan alto como dos niños y tan ancho como cuatro. Parecía un lugar agradable para un niño pero precisamente ese era el lugar en que a uno empezaban a joderle.

Recuerdo el primer día de clase. Mi madre me acompañó hasta la puerta del parvulario y se quedó esperando fuera, con los demás padres, o al menos eso nos dijeron. Dentro, la señorita, que era fea y vieja, nos dio unas hojas y pinturas y nos pidió que dibujásemos lo que quisiéramos. Yo pinté la tierra marrón del parque, con las lombrices que aparecían de vez en cuando en ella, y la trenza de la niña a la que le había estirado del pelo en el ascensor esa mañana, y al monstruo de las galletas de la tele, y el bastón del abuelito con el que me pegaba cada vez que se quitaba la boina, y otras muchas cosas. Pinté tantas cosas que para cuando me quise dar cuenta me había quedado solo en la clase con la señorita, que se me acercó y dijo:

-¿Tu papá no va a venir a buscarte?

Yo miré a la señorita, y después mi dibujo, y después otra vez a la señorita. Ella recogió el dibujo y lo puso debajo de los dibujos de los demás niños; y entonces tuve ganas de llorar.

-Mi papá está en el cielo- le contesté.

La señorita me acarició el pelo, puso cara de pena y dijo “claro, bonito” pero en realidad no había comprendido nada, porque mi papá, sonriéndome desde el cielo, se veía bien claro en el dibujo. Después, otro día, la señorita nos enseñó a pintar casitas blancas con el techo rojo, y una vaca lechera con manchitas comiendo hierba, y un sol, con ojos, y nariz, y boca, en la esquina de la hoja…


Texto: Patxi Irurzun

Ilustración: Hugo Irurzun


Descárgate gratis mi libro «En el desierto de la soledad», con ilustraciones de Juan Kalvellido

Feb 8, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments




¿Libro de viajes? ¿Novela? ¿Reportaje social?… En el desierto de la soledad narra el viaje de un grupo de anarcosindicalistas a una comunidad zapatista para ayudar a reconstruir un símbolo de la resistencia indígena y de sus sueños: el mural de Taniperla, destruido por el ejército mexicano en 1998. En su cuaderno de viaje la narradora anota sin disimulo su admiración por la lucha zapatista y también las contradicciones ideológicas y sentimentales que el viaje despierta en ella. El caótico México DF, San Cristóbal de las Casas, Chiapas (“El desierto de la soledad”, como lo llamó B. Traven), los aviones que cruzan el Atlántico desde un continente en plena decadencia (Europa) a otro que intenta forjarse su propio futuro… Esos son los escenarios en los que transcurre la acción: el México más rebelde; un mundo en el cual quienes desean hacerse visibles deben enmascararse; un mundo en el que caben muchos mundos.

Patxi Irurzun mezcla ficción y realidad para reconstruir el viaje que en 2005 le llevó hasta el municipio autónomo zapatista Ricardo Flores Magón (Chiapas) en este libro en el que el dibujante Juan Kalvellido reconstruye, con sus ilustraciones más rebosantes de color y rebeldía que nunca, su propio mural de Taniperla.



En 2005, después de haber escrito un reportaje sobre el mural de Taniperla, viajé con un grupo de personas de la CGT y satélites hasta La Culebra, en el municipio autónomo zapatista Ricardo Flores Magón (Chiapas, México) para volver a pintar este mural que el ejército mexicano había destruido en 1998 y que había reaparecido en diferentes partes del mundo: San Francisco, Buenos Aires, o Alsasua (Navarra) donde yo lo conocí y me interesé por la historia. Fue una de las experiencias más intensas y más bonitas de mi vida e intenté reflejarla de algún modo, a la vuelta, en una novela/libro de viajes que escribí y que se titula En el desierto de la soledad. Mis amigos Juan Kalvellido y José Luis Humanes (que fue mi «general «durante aquel viaje) se han empeñado en que este libro no se quede en un cajón y entre los tres hemos decicido regalarlo a quien quiera -esperemos- disfrutar de él, mientras esperamos a que alguien se anime a trasladarlo al papel.

Aquí os dejo el enlace desde el que podéis descargar el PDF:

http://www.elmuralmagico.org/IMG/pdf/32406153-EN-EL-DESIERTO-DE-LA-SOLEDAD-Cuaderno-de-viaje-Chiapas.pdf

Y desde este otro podéis echarle un vistazo antes y saber algo más sobre el mural de Taniperla:

http://www.elmuralmagico.org/En-el-desierto-de-la-soledad.html

Salud y ¡que viva Zapata, cabrones!

AZULEJO FRÍO (Acústico) El Drogas/Txarrena

Feb 6, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Esta es la versión acústica de Azulejo frío, el disco nuevo de Txarrena, que hizo El Drogas en el Paris365, el día de la presentación de Simpatía por el relato en Pamplona. Esta semana creo que Txarrena, uno de los proyectos paralelos a Barricada de El Drogas, presentan el disco, el segundo del grupo (el primero se publicó hace veinte años, ahí es nada). Y ahora a ponerse chulicos: otra de las canciones que tocó El Drogas ese día, aunque no aparece en el disco, sí forma parte del repertorio de Txarrena y la compuso especialmente para esa presentación de nuestra antología . Se titulaba En punto muerto y ya la subimos anteriormente al blog. Con esta otra, Azulejo frío, hemos esperado porque como no se oye muy bien queríamos colgar a la vez el video clip oficial:

Una entrevista en Radio Habana

Feb 4, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


El otro día me compré un cacharrico que convierte las cintas de caset en mp3. Yo es que guardo tres o cuatro cajas grandes con cintas muertas de asco en el trastero, que no sé qué hacer con ellas, porque en casa no tengo ya un triste reproductor de casetes, las minicadenas te las venden ya sin ellos (tampoco tengo tocadiscos, y ahí también están cogiendo polvo algunos vinilos de Hellacopters y de Turbonegro, y uno de Anticuerpos, y otro de Boston, y un lote de música clásica que me tocó en la tómbola -bueno esas ya cogían polvo antes, menos la de Beethoven-); mis cintas son la mayoría grabadas, pirateadas, que era lo que hacíamos antes, el amigo que tenía dinero o trabajaba ya se comproba un disco y los demás nos lo grabábamos en una TDK. Nosotros sí que éramos piratas, parecíamos los hermanos de la costa, teníamos todo un código de lealtad, tú le dejabas a alguien un disco o la cinta virgen con total confianza, y él te devolvía el material al día siguiente, sin que Teddy Bautista se enterara de nada, y casi nunca se despistaba ningún disco o cinta, por raro que fuera (bueno, a mí me levantaron la maqueta Ya no quedan más cojones, Eskornuto a las elecciones por la que hoy se pagan 300 euros, pero eso no era lo normal; por cierto, que ahora me acuerdo que uno de los primeros premios literarios que gané fue un concurso de la ONCE y me gasté las peseticas que me dieron en un caset de doble platina, y acabaron achicharradas las dos, de tanto grabar Esquizofrenia o El número de la bestia o Made in Japan; también me acuerdo que el premio ese me lo dieron en una fiesta en la que estuvo el Señor Tomás contando chistes, y que nevaba, y me acuerdo porque unos días más tarde el gran humorista -para los que no lo conozcan, Marianico el corto era una mala copia del Señor Tomás en versión baturra- pues luego el Señor Tomás se mató en un accidente de coche otro día de nieve)…. ¿Todo esto a qué venía? Ah, sí, las cintas que tengo en el trastero: pues que como me da mucha pereza ir a por ellas -aunque sé que encontraré algo que merezca la pena y no esté en el megaupload-, pues que busqué en la caja con los recortes de periódico -la egocaja-, en la que también tengo algunas grabaciones en caset de entrevistas de radio, y me encontré con esta de abajo, en Radio Habana, que ni me acordaba de ella.

Me la hicieron en 2003 o 2004, cuando fui a escribir una guía de turismo a La Habana, por encargo, del diario Gara, ojalá tuviera muchos encargos de esos, yo allá con mi portátil y mi cámara digital, que, oyes, por entonces cualquiera no los tenía, así que parecía un periodista de verdad, hasta una bolsa de viaje de cuatrocientos euros nos dieron, y como somos muy apañados nos sirvió para pegarnos Anabel y yo allá casi un mes, todo el día de aquí para allá, comprobando si La bodeguita del medio seguía allá, o si los mojitos del Hotel Nacional eran tan cojonudos como decían otras guías, todo muy cansado; el caso es que el editor de la guía me metió en la maleta un libro que había escrito él para que se lo entregara a Pirez, que era un periodista de Radio Habana, al parecer bastante conocido en Cuba, y cuando llamé a este me montó una entrevista que parecía que yo era Hemingway (y ese ha sido uno de mis dos momentos de gloria, el otro fue en un torneo juvenil de baloncesto, que nos llevaron a jugar a Nantes, y nos presentaban de uno en uno, y en el descanso nos ponían en el vestuario gominolas e Isostars, y en un partido en los minutos de la basura yo salí y en un contraataque me pasé el balón por la espalda y luego le dí una asistencia a otro también por la espalda, y el spiker gritó mi nombre por megafonía, y al final del partido vinieron algunos a que les firmara autógrafos, como si fuera el nuevo Corbalán); bueno, a lo que iba, que la entrevista de Radio Habana es esta de aquí abajo, y en ella salen algunas preguntas muy raras -y me imagino que las respuestas todavía más raras- y una voz en off que hace eco y da miedo, por no hablar de la música que pincharon… Vamos, una curiosidad en toda regla, que me ha traído muchos recuerdos de aquel viaje, en el que (ahora en serio) trabajé como un loco y creo yo que con un resultado más que digno; recuerdos que en parte reflejo, ficcionados, en la novela que publicaré dentro de nada, ¡Oh Janis, mi dulce y sucia Janis!; y otros que aún no he contado en ningún sitio e igual lo hago un día en este blog, porque hay hasta una extraña historia de espías; recuerdos, también, como las conversaciones arborescentes en las calles con los habaneros y su tendencia a irse por las ramas. Más o menos, en fin, como yo en este post, que por fin encuentra la salida para el título que la encabeza, «Una entrevista en Radio Habana», y que es esta que podéis escuchar pinchando la flechita (lo primero que sale es una publicidad que han colado los del Goear, no una tímida apertura del régimen al sistema capitalista) :

LA LITERATURA ES MI ABRIGO / EN TOLOSA INAUTERIAK

Feb 1, 2011   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment


La literatura es mi abrigo (o más bien, mi cortavientos). Y mis zapatillas de treking, mis dos camisetas con el lema Los pobres desgraciados hijosdeperra… Escribir no me ha dado nunca para vivir, ni siquiera para malvivir (en un símil futbolero yo calculo que debo andar por la Segunda B de los escritores –Patricio Pron hablaba de eso de las ligas literarias en este artículo) pero sí me ha permitido, hace un tiempo, viajar, gracias a los premios y últimamente, también gracias a ellos, vestirme. Hoy me han enviado un email diciéndome que he sido uno de los cinco afortunados que recibirán el libro de Carlos Marzal Los pobres desgraciados hijosdeperra y dos camisetas muy cuquis diseñadas para promocionarlo: para conseguirlo había que participar en un concurso literario de la editorial Tusquets, enviando una historia de vivencias juveniles. Como yo no tengo vergüenza alguna, me presenté con el cuento de abajo, En Tolosa inauteriak (como la canción aquella de Kortatu), que saqué del disco duro y al que le pegué unos tijeretazos aquí y allá para que cuadrara con las 600 palabras que pedían. Puede que a alguien le parezca un poco cutre, pero en el fondo, pensándolo bien, quizás yo no esté en la segunda B -en segunda B hay profesionales- , sino para jugar estos partidos de aficionados barrigones en los que se rompen meniscos a tutiplén y de vez en cuando a alguno le da un infarto al corazón, y esto lo digo con todo el respeto del mundo: me encantan esos partidillos en los que de vez en cuando te encuentras con futbolistas que se rompieron, que tuvieron la cabezaloca, que desperdiciaron su talento, pero que todavía son capaces de hacerlo brillar solo por puro gusto.
Hace poco, además, fui finalista de otro concurso literario, el
Mikel Essery y me quede con uno de los premios menores, que consistía en 200 euracos para gastar en una tienda de ropa de deporte (de alta montaña), así que ahora salgo a buscar a los niños al colegio como si fuera al Himalaya. con mi cortavientos y mis trekings naranjas con efecto «andar sobre una nube».
Qué queréis que os diga, la cosa está muy mala, los libros muy caros, y la ropa de alta montaña ya ni te cuento (y además, hoy han subido el pan en el Taberna; hace tiempos por cosas como esta se armaba una buena zapatiesta).
En fin, os dejo con el cuento (aunque es la versión original, la larga, porque no recuerdo por donde corté y tampoco guardé copia), un cuento quea demás viene al pelo, ahora que se acercan los carnavales:

EN TOLOSA INAUTERIAK…


Fue hace muchos años, cuando todavía los autobuses de línea serpenteaban por la vieja carretera y en cada curva el moscatel al que le atizábamos hacía el mismo recorrido en nuestros intestinos, subiendo su carga de alcohol a través del torrente sanguíneo a duras penas. La priva tardaba en hacer efecto y nos sentíamos algo cohibidos en aquel autobús, con nuestros disfraces de hombres-rana, pero al llegar a Tolosa y apearnos fue como si nuestras cabecitas se convirtieran de repente en globos aerostáticos. Como si la vida fuera siempre una gran fiesta de disfraces.

Micropunto llevaba el suyo completo, con aletas, traje de neopreno, yo me conformaba con las gafas de bucear y Dotore iba de paisano.

—Es que yo me sumerjo a pulmón libre— se excusaba.

Eso de algún modo nos definía perfectamente. Dotore enfrentándose a todo por primera vez, precavido, Micropunto sin miedo de nada, coleccionista de aventuras y problemas en impulsos que casi siempre los bombeaban tripis con dibujitos de Walt Disney; y yo la bisagra entre ambos, el hombre invisible en tierra de nadie, echando la vista a ambos lados del camino.

Pero aquel Jueves Gordo el mundo estaba del revés y cuando apenas llevábamos unos minutos “en Tolosa inauteriak…” y nos cruzamos con una pareja de punkis todo maqueados, con sus kilométricas crestas, y las chupas de cremalleras, con patas de pollo colgando de cada una de ellas, fue “Dotore” quien les cantó aquello de: punki de postal laralara. En realidad no les estaba buscando la boca, todo lo contrario, pero nos dimos cuenta de que se equivocaba, de que no iban disfrazados de punkis, eran punkis, cuando vimos a otro de aquellos tipos embadurnándose la cresta con la gasolina que aspiraba del depósito de una motocicleta.

—¿Qué quieres, pringao, que te salte los piños?

Afortunadamente limamos diferencias invitándoles a unos tragos de moscatel, pero no dejaba de tener gracia aquella nueva faceta de un Dotore involuntariamente camorrista. Casi tan sorprendente como que apenas visitados un par de garitos Micropunto saltara: —Me vuelvo a mi keli—, y se pusiera a hacer dedo. Le pararon enseguida y Dotore y yo lo vimos alejarse sin entender nada. Unos doscientos metros más adelante el coche paró y nos pegó un grito.

—¡Eh, que llevo yo el bote, os lo dejó ahí!— y colocó un montoncito de monedas en la cuneta, pero lo cierto era que aquello sólo era una parte mínima del fondo.

Dotore y yo apartamos lo justo para el billete de vuelta y volvimos a los bares. En el primero de ellos comprendimos que emborracharse iba a resultar complicado. Entramos al gaztetxe. Había un concierto y el público lo componían más punkis dispuestos a saltarnos los piños. Sin embargo despachaban las botellas de moscatel baratas, y después de un par de ellas Dotore se subió al escenario, se tiró de cabeza, los punkis lo recogieron y todos tan colegas. La pasta se acabó a la vez que el concierto. Salimos a la calle. Hacía frío. De los bares entraban y salían cenicientas barbudas, trogloditas con gafas de sol… Pero Dotore estaba como una cuba, no nos quedaba dinero y yo era el hombre invisible. Volvimos al gaztetxe. En un patio habían encendido una fogata y nos sentamos a calentarnos, junto a otros cuantos.

—Anda, pero si tú eres el punki de postal— le dijo de repente Dotore a uno de ellos.

—Esta vez le mete— pensé, pero el tipo eructó, la fogata desplegó una lengua de fuego y el punki cayó a un lado, ciegoputo.

Nos quedamos allá toda la noche, hasta que amaneció, y entonces volvimos en el primer autobús. Desde él veía pasar y envidiaba a los gaupaseros.

—El cabrón de Micropunto nos ha jodido—intenté culparle.

No sé, yo esta es la última vez que me emborracho— dijo Dotore, y se quedó dormido. Entonces yo también cerré los ojos, y vi con claridad nuestro futuro, a Dotore terminando Medicina, montando su consulta, casándose, a Micropunto pegándonos más palos como el de aquel día, perdiendo poco a poco de esa manera primero a todos sus colegas, después a sus padres, perdiéndolo todo, hasta la vida, a sucio jeringazo limpio; y a mí, en medio de los dos, mirando a mi alrededor y contando lo que veía mientras decidía hacia que lado del camino echaba a andar.

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