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ENCIERRO TXIKI

Abr 11, 2013   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Mi última colaboración para blogsanfermin.com

ENCIERRO TXIKI
Patxi Irurzun
Le metió un viaje… Desencajonaban las cabricas, como las llamaban algunos, de un camión aparcado de culo al final de la Estafeta, pero esos a los que les parecían tan inofensivas las vacas del encierro-txikitenían que haber estado allí, cuando una de ellas salió dando brincos, como un misil norcoreano y se llevó a Natxo por delante, lo tiró al suelo y le partió la clavícula en varios cachos. Cabricas tu puta madre.  Yo solía aprovechar para visitarle en el hospital cuando por las mañanas iba a ver a mi madre, a la que habían operado de un desprendimiento de retina. Mi madre, que tenía un parche en el ojo que daba a la puerta, decía que sabía cuando llegaba yo por el olor a cuadra que me precedía. Eran algunos de aquellos sanfermines fundacionales, en los que por primera vez íbamos sueltos, y la ropa olía a petardos, champán de doscientas pelas la botella, humo de fortunas sueltos, hierbín y acera, zapatillas y calzoncillos de adolescente priápico…
El marido de la compañera de habitación de mi madre tenía el olfato aún más fino: a Arcadio, que así se llamaba, lo oía saludarme cuando todavía yo estaba por  la Avenida Bayona, y aún creo yo que le oirían también en Artajona, de donde era natural.
—¿Qué tal las vacas hoy, muete, se ha descacharrao algún otro? —gritaba, y se reía, los dos se reían, también mi  madre, les hacía mucha gracia eso del encierro txiki.

Los padres de entonces eran unos inconscientes, nos dejaban entrar a correr solos y sin poner demasiadas pegas, hasta un poco orgullosos.  A todo el mundo le parecía tan normal todo aquello, bah, total son cabricas, bah, así van haciendo cantera, cuando la realidad era que había allá unos terneracos de sesenta kilos de peso abriéndose paso a cabezazos entre una multitud de críos cagados de miedo, un sálvese sin pueda sin primero los niños, en fin, varias clavículas y fémures rotos en plena época de estirones (Natxo, de hecho, no creció mucho más, no sé si tuvo que ver algo el viaje que le metió aquel bicho o las  mierdas que empezamos a beber por aquella época: kiwi con vodka, patxarán con naranja, bulumbas… ).
Hoy algo así sería impensable. Todos los niños y niñas llevarían sus cascos reglamentarios, la mayoría de ellos correrían de la mano de sus progenitores y la mitad de estos harían cola después del encierro en vez de para comer churros de la Mañueta para poner una demanda al ayuntamiento. Que me parece todo dabuten, porque aquello era una burrada, muy castica, pero una burrada, claro que ahora los niños también juegan en la nintendo a masacrar gente o tienen que ver pasar vestidos con chistera o traje de roncalesa a delincuentes y tampoco pasa nada.
Eran otros tiempos (gesto melancólico y patéticamente viejuno al leerlo) y yo todavía tardaría muchos años en saber que priápico quería decir que te pasabas la vida empalmado.

YO SOY JEAN LAFITTE

Abr 6, 2013   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


Javiero Etxeberria me pidió que escribiera algo sobre la canción Jean Lafitte, cuya letra escribí para el grupo Vendetta, y esto es lo que salió:

Yo soy Jean Lafitte

por Patxi Irurzun


La historia, ya se sabe, está escrita siempre por lo vencedores. A los demás nos quedan los cuentos, las leyendas, la poesía… Y las canciones. La historia de Jean Lafitte, un pirata, un libertario, alguien que nunca fue vencido ni sometido, no tiene, pues, dueño, y por eso algunos afirman que nació en Baiona, donde nacían, entre montañas azules y mares verdes, los corsarios, y otros que lo hizo en Haití, o en Nueva Orleans, junto a la casa del sol naciente, allá donde se hizo pirata. En nuestra canción Jean Lafitte es sin lugar a dudas un pirata vasco, porque los vascos, como diría Marc Legasse, nacen donde quieren, allá donde sobre sus cabezas no haya una bota ni la sombra amenazante de una bandera ondeando (incluso si esa bandera es la propia bandera). Jean Lafitte es vasco como lo son Buenaventura Durruti, The Clash o Emiliano Zapata.
Como a la de tantos otros piratas, a la cabeza de Jean Lafitte le pusieron precio los que escriben la ley (o lo que es lo mismo, la historia), aquellos que no entienden que hay cosas como la libertad a las que no se puede poner precio. Puestos a poner precio, Jean Lafitte doblaba el valor de la recompensa y ofrecía 1500 guineas a quien le trajera la cabeza del gobernador de Nueva Orleans. 1500 y un barril de ron.
Las tripulaciones piratas las componían casi siempre los desheredados de la tierra, los muertos de hambre, los marginados, los descreídos, los malditos, los nadies, aquellos que solo podían vivir, a los que solo dejaban vivir en el mar, donde no existían fronteras ni dueños ni credos ni otra ley que la de las mareas, el viento, el sol y las tormentas. Los piratas únicamente bajaban de sus barcos para despojar a los poderosos y a quienes agachaban la cabeza ante ellos o, en ocasiones, para intentar fundar sociedades libertarias. Cofradías de piratas, como los hermanos de la costa, intentaron establecerse en tierra, en pequeñas islas como Tortuga, y vivir rigiéndose por una especie de socialismo utópico, algo impensable en el seno de las naciones. Los piratas nombraban a sus propios capitanes, repartían equitativamente los botines, gozaban de libertad para abandonar la hermandad… (se adelantaron, persiguiendo el sol, a su época, aunque tampoco lograron desprenderse de otros lastres de la suya, y en las sociedades piratas las mujeres no tenían ningún derecho, y los esclavos no eran personas sino parte del botín —el propio Lafitte fue en alguna ocasión traficante de esclavos, pero eso es lo que cuenta la historia, y no nuestra canción—).
La isla Utopía de Jean Lafitte se llamó Barataria, un pequeño reino que estableció en la bahía de Nueva Orleans, en la desembocadura del Misisipi, entre las ciénagas, los caimanes y los hombres libres y salvajes. No es casualidad que Barataria sea también el nombre de la isla cuyo gobierno otro idealista, otro vasco, Don Quijote, ofreció a su escudero. Ni tampoco que Lord Byron, el poeta romántico, el inquieto revolucionario, se inspirara en Jean Lafitte para escribir su poema ‘El Corsario’. Como no lo es que haya quien afirme que buena parte de lo obtenido por nuestro pirata en los abordajes fuera a parar a una cuenta de un banco en París abierta a nombre de unos jóvenes desconocidos llamados Karl Marx y Friedrich Engels para sufragar la edición de un libro titulado “El manifiesto Comunista”.
Hay decenas de leyendas atribuidas a Jean Lafitte: hijo de una judía española sefardí perseguida por la Inquisición, dandi y vividor en Luisiana, cartógrafo en Arkansas, desaparecido misteriosamente en la península de Yucatán… Probablemente el propio Lafitte, antes de que otro escribiera su historia por él, se encargó de lanzar al viento todas esas leyendas, para que los demás lo recogiéramos y las recreáramos y con ellas un mundo que nos pertenezca y que nunca puedan arrebatarnos. Para que reescribiéramos nosotros la historia con nuestros cuentos, nuestras poesías… Y con nuestras canciones.

Conocí al escritor Patxi Irurzun hace muchos años cuando los dos trabajábamos en una fabrica de porcelana. Allí pasábamos mañanas, tardes y noches, hasta algún fin de semana cuando tocaba, entre platos, fuentes y tazas de café…. Más tarde la empresa cerró sus puertas y los dos seguimos nuestro camino con nuestras inquietudes artísticas a cuestas y volviendo a trabajar en cualquier agujero laboral cuando la necesidad económica lo ha requerido. El año pasado me puse en contacto con Patxi con la idea de hacer una letra para una música totalmente tabernaria en la que estaba trabajando. Así nació Jean Lafitte, una de las canciones incluidas en el tercer disco de Vendetta «Fuimos somos y seremos». El resultado no pudo ser mejor y me ha encantado volver principios del siglo XIX y poder cantar desde un rincón de una oscura taberna de New Orleans las correrías de ese viejo Bribón.

Javiero Etxeberria (Vendetta)

EN GARA

Abr 6, 2013   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

PATXI IRURZUN | ESCRITOR

«Escribir me tranquiliza. De lo contrario, saldría a la calle con la recortada»

Patxi Irurzun (Iruñea, 1969), escritor y colaborador de GARA, vuelve a las estanterías y escaparates con una nueva colección de relatos: «La tristeza de las tiendas de pelucas» (Pamiela). Trece cuentos donde mezcla el humor negro y la denuncia, la ficción y las experiencias personales.

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Alvaro HILARIO | IRUÑEA
Hemos conversado con Patxi Irurzun acerca de su nuevo trabajo, «La tristeza de la tienda de pelucas» (Pamiela). Este es su quinto libro de relatos.
Su último libro está compuesto por trece cuentos, la mayoría de ellos escritos en los dos últimos años.
Así es, pero también he rescatado para este libro el primer cuento con pretensiones literarias que escribí, cuando yo tenía 16 años. Lo incluí en esta antología a última hora; no estaba yo muy convencido y, después de elegirlo, me di cuenta que aguantaba muy bien el tiempo transcurrido, sobre todo en cuanto a su contenido. Relata un recorrido en autobús por varios barrios periféricos con su paisaje de desempleo y pobreza. Y bueno, treinta años después descubres que la situación está igual o incluso peor.
¿Tienen estos trece cuentos algún hilo conductor?
Hay dos tipos de cuento en el libro que son, en definitiva, el tipo de cuentos que me salen al ponerme a escribir: los de humor, con un humor cercano al esperpento; y otros que tienden hacia temas más serios o tristes, una especie de blues literario. En este libro creo que he equilibrado bastante bien estas dos tendencias. El hilo conductor, -sobre todo en los cuentos más tristes- sí que parte de experiencias personales; hay, por ejemplo, un cuento que nace de un momento concreto y personal, cuando muere mi padre, cuando yo tenía tres años o así. Pero en los demás, aunque esté el chispazo disparador de una experiencia personal, esta se recubre luego con personajes y situaciones ficticias y, en ese sentido, estos cuentos se asemejan al anterior libro que escribí, un diario: «Dios nunca reza». En los cuentos de humor quizás me da para desbarrar más y la idea puede surgir de una noticia del periódico, de una anécdota o de una conversación que he escuchado en la calle.
¿Están los navarros dotados especialmente para el humor negro, para el humor corrosivo?
No sé, no creo que pueda hablar en nombre de los navarros. En mi caso, lo cierto es que la realidad me ofrece muchos temas. Es un campo de cultivo excelente para el humor negro, el esperpento, la caricatura, para ese tipo de literatura que hago yo, porque ahí está toda la materia prima: la gente que, por desgracia, nos ha tocado en suerte a la hora de gobernarnos, por las cosas que pasan y por lo que vemos a nuestro alrededor. Muchas veces no hay más que coger el diario y ya tienes los personajes y las tramas.
El libro nos regala otro cuento sanferminero, un género o subgénero que usted ha «parido».
Hubo una temporada en la que empecé a escribir para GARA estos cuentos sanfermineros, cuentos que se iban publicando por capítulos, y cogí la costumbre de, por lo menos, escribir uno al año e incluir uno en cada colección de relatos. Y sí, es una especie de subgénero propio. Luego hay otro subgénero, del cual también hay uno en este último libro, que es el formado por los cuentos antimonárquicos.
Este es el primer trabajo que edita con Pamiela.
Hubo un acercamiento mutuo: yo les conocía a ellos y ellos a mí también. Luego ha influido que, además de ser una editorial de Iruñea, hay unos cuantos escritores en Pamiela que son conocidos y me gusta mucho lo que hacen: Nagore, Sánchez-Ostiz… Pamiela se dirigió a mí para reforzar la colección de narradores vascos en castellano y yo estoy encantado de este acercamiento. También hay que tener en cuenta que, por una serie de circunstancias, siempre he andado dando bandazos de una editorial a otra y tenía ganas de asentarme y Pamiela me parece una editorial perfecta para ello.
¿Por qué escribe usted?
Me lo han preguntado muchas veces y no siempre he contestado lo mismo, porque escribo por muchos y diferentes motivos. Por un lado, es una forma que utilizo para manifestarme, ya que de natural soy muy introvertido; de este modo, me comunico, saco las cosas de mi interior. También, al empezar a escribir, tenía esa convicción romántica de que se podía cambiar el mundo con la escritura, por lo menos el mundo más cercano a mí, a nosotros. Ahora no pienso tanto en eso y -en ocasiones me parece ridículo- pienso que sirve para tranquilizarme, para aplacarme un poco, porque de lo contrario saldría con la recortada a la calle. Hay muchos y diversos motivos: creo que era García Márquez el que decía que escribía para que le quisieran. En mi caso, un poco de eso también hay. 
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