Patxi con Kutxi y David González, después de un concierto de Marea en León, en noviembre de 2003
EL TRAGASABLES
Bukowski escribió: “Lo que realmente importa es que nada tiene importancia”, y me pareció que sólo él podría llevar el peso de esa afirmación sobre los hombros.
Once años después de leer esa frase, en un bar, alguien la llevaba en volandas, sostenida tan sólo por una sonrisa. Alguien me lo presentó. Me dijo que se llamaba Patxi. Patxi Irurzun. Pensé al mirarle en cuánto me gustaría a mí agarrar por las solapas esa frase y estampársela en la frente a medio mundo. Supe que nunca podría. Esas palabras pesan demasiado para un peón de albañil. Pero esa es otra historia.
Con el tiempo hemos coincidido más veces, no muchas, seis o siete, y os juro por mis muertos que él siempre llevó encima la frase de Bukowski, pero no como un estigma, de eso nada, sin ningún tipo de resignación, la lucía como quien luce un tatuaje en los labios, para que no se oculte ni en verano ni en invierno. Y yo siempre pensaba lo mismo: Este tío o está como un cencerro o tiene los cojones de plomo. Y me daba envidia, porque yo siempre he tenido demasiado de lo primero y demasiado poco de lo segundo. He llegado a la conclusión de que él tiene mucho de las dos cosas, de que unta su pluma en la sangre que se derrama de las puñaladas que da la vida y así le ajusta cuentas, como diciendo: Ya hemos visto mi sangre, ahora vamos a ver la tuya, so hijaputa.
Si la literatura fuera un circo (en cierto modo lo es), estoy completamente seguro de que el Patxi sería el tragasables. Un tragasables que después de ver actuar no te explicas cómo coño se puede meter esos pedazos de hierro dentro y, mientras los demás aplauden, sacárselos como el que se saca unos gayumbos, sonreír y pirarse. Yo siempre he pensado que algún tipo de truco tiene que haber, porque no me jodas que después de haberse ensartado como en la portada de Holocausto Canibal puede uno irse con una sonrisa de aquí no pasa ná y dejar al personal más jodido de lo que supuestamente tiene que estar él. Eso es lo que pienso del Patxi, cómo puede escribir esos relatos que arañan, después echar sal y… sonreír. Sí, sonreír. Porque lo que me deja atónito es que sonríe cada cinco segundos, da igual lo hiriente y triste que sea la historia que cual sable le sale de las entrañas, siempre te quedas hecho polvo, que hasta a metal te sabe la boca y, si no aplaudes es solo porque hacerlo solo y ante un papel sería de gilipollas. Pero si él estuviera delante aplaudirías. Y te volverías a preguntar cómo se hace para escribir todo eso y sonreír. Y encima cada cinco segundos.
No se quien dijo que un libro se escribe a medias entre el autor y el lector. Yo, la mitad que me corresponde ya la he escrito al arañarme entre sus páginas y lo que pienso de la otra mitad creo que ya ha quedado bastante claro, así que en tus manos dejo lo que, estoy seguro, no te va a dejar indiferente, y si después de leerlo sonríes, a ver si tienes el valor de hacerlo como él, a ver si te pintas una sonrisa que diga que todo te importa una mierda, una sonrisa que diga que te tragas sables porque es lo que te mantiene vivo y que te la pela si después de atravesarte entero vas atravesando a todo dios a limpia carcajada. Aunque yo sé que al Patxi tu sonrisa y mi prólogo y todo lo demás se la trae al pairo, y si la humanidad aplaude o no aplaude o se va a tomar por culo y cierran el chiringuito y se mueren los payasos pues mira tú por donde. Me jugaría una mano a que cuando se acaba la función y el público ya se ha olvidado del circo que les hizo olvidar sus asquerosas vidas, él se encierra en un relato, en una novela, y desenfunda los sables. Y sonríe. Cada cinco segundos.
Kutxi Romero (1999)
Ajuste de cuentos. Editorial eclipsados. 163 páginas. 9 euros.