Lo hace en su nuevo y recomendable blog, Vivir de buena gana, en una entrada en la que me mete en el mismo saco que El Drogas (Barricada), Albert Pla y Kutxi Romero, ahí es nada. Y también elogia una de mi obras más querida: Atrapados en el paraíso. Y yo viniendo de quien viene, me pongo colorado.
EL DELIRIO
HACE unos meses, un desconocido para mí, entonces, me escribió pidiéndome autorización para utilizar unos versos de un largo poema, Carta de vagamundos, para una canción de rock, o eso al menos es lo que le entendí. No tenía ni idea de quién era. Kutxi Romero, del grupo Marea. Sabrá disculparme. Tampoco me enteré de que era Albert Pla quien iba a recitar esos versos. Me pareció un detalle generoso por su parte que se acordara de un libro perdido.
No enterarse de nada es más fácil de lo que parece. Si no estás atento, lo mejor de tu época te pasa inadvertido. Para cuando has querido darte cuenta, no es que haya pasado el tren, sino que han quitado hasta los raíles. Se los han llevado. Para chatarra.
LO mismo me pasó con un escritor de Pamplona, amigo del anterior, Patxi Irurzun, un narrador de verdadera valía que se mueve por territorios marginales, provocativos, muy de tabúes literarios, todavía, para una sociedad literaria demasiado ligada al poder político o mediático, muy dependiente de estos, en la que el buen y el mal gusto es una cuestión que se mide con ponderal.
Irurzun tiene un mundo literario rico, de mucho tener los pies en el suelo y los ojos bien abiertos, sin preocuparse de si su entorno o sus decorados tienen o no prestigio literario. El prestigio literario se lo da él con su forma de expresarlo.
Acaba de publicar unos relatos tan duros como hermosos, Ajuste de cuentos, y no hace mucho otros reunidos en La polla más grande del mundo, que es un título que invita a no leerlo o a despreciarlo. Y sin embargo en sus páginas late un humor zumbón y una forma de mirar más pacificadora que otra cosa, en un mundo hostil para quien parece estar condenado a ser un perdedor. Junto al vitriolo, Irurzun expresa un sentido de la belleza de lo cotidiano y pequeño, una emoción común y compartible. Pero no, el buen gusto ante todo. No corren buenos tiempos para las rupturas radicales, a no ser que puedan subvencionarse, reconvertirse en espectáculo, ponerles guardias de seguridad, keep outs, finca particular… Mal asunto el presente si no estás colocado donde hay que estarlo.
Por si fuera poco, Patxi Irurzun tiene un libro de viajes que nadie ha escrito en España, porque ese tipo de viajes no se hacen, no son comerciales, no son turísticos ni de lejos. Un libro hermoso, intenso, que habla del viaje primerizo, cuando quien lo hace y escribe no tiene mañas, y así es como aparece en escena, sin ponerse como un campeón, que es como hay que ponerse para tener éxito. Lástima que esté publicado donde está publicado. Se trata de Atrapados en el paraíso, un viaje al basurero de Manila, el de Payatas, donde más de cincuenta mil personas viven de las basuras.
Y volviendo al delirio o sin salir de él. Ese, Delirio, es el título del último disco de Kutxi Romero. En las canciones de Romero, como en las de Enrique Villarreal, El Drogas, para Barricada, en los recitativos prodigiosos de Albert Pla, hay más poesía que en la mayor parte de las resmas de versos y versitos que se cruzan los profesionales del ramo, entre conjurados, en el interior de un coto en el que no es fácil entrar. Lo saben los jóvenes que escriben una poesía que no sigue el ritmo de la batuta oficial, los que se expresan de manera poco digerible para el gusto dominante. Ay, otra vez el gusto. Existe. Lo saben los poetas que publican y a quienes se silencia porque no son de la cuerda de la que hay que ser. Y no lo digas, que se encampanan.
Dicen que lo importante es la música del poema, pero cuando lo escuchan con música la desdeñan. No es distinguido. Y a la poesía le hace falta distinción, a ser posible académica, social. Entre tartufos anda el juego. En esas canciones hay palabras fogosas, imágenes deslumbrantes hechas con palabras, con las palabras de la calle, las palabras de este mundo, las que reclamaba un personaje de Shakespeare -¿Podrías bajar un rato y hablar con palabras de la gente de este mundo?- hablan de cosas de este mundo y lo hacen de otra forma, de esa otra forma… La poesía contemporánea, oh, la poesía contemporánea… “repta”. Lo cantaba Leo Ferré… Pero no se le tiene en cuenta porque era un cantante, un artista de variedades. La poesía es otra cosa. Eso te lo dirá siempre el de la muela forrada, el que lleva encasquetada la muceta color de humo de la distinción.
ME siento orgulloso de que alguien como Albert Pla haya recitado unos versos de Carta de vagamundos. Es más, ahora, después de haberle visto en acción, pienso que en aquel largo monólogo tenía que haber sido menos lírico y más corrosivo, porque el motivo se prestaba. “¿Le gusta Albert Pla?”, me preguntan con un mohín de extrañeza y rechazo. Mucho. Un poeta. Sin adjetivos. Alguien que ha sido capaz de sacar a la poesía de la tipografía, que es donde suele quedarse encerrada, subirla a la escena, conmover a su público, provocarle, incitarle a que siga su viaje de lector, despertarle su atención, que no se deje engañar, enredar, envolver con palabras de humo que no acaban de bajar nunca de los cielos. Albert Pla, ha sido un gusto.
Atrapados en el paraíso, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2004 [Premio a la Creación Literaria, 2004]