EN ‘LA RADICAL TESTA’ DE COLOMBIA
CANON
Hoy, dos décadas después, he asumido por fin que el Nobel no lo voy a ganar nunca —soy sólo un escritor de culto—y me doy con un canto en los dientes si escribo al año un cuento que merezca medianamente la pena, pero, al menos, la lista de libros que anoté siendo un adolescente soñador por fin sirve para algo.
Claro que hay un problema, siempre hay un problema: en lo que se refiere a escritores españoles, en la lista (en la que se mezclan Bukowski con “El pequeño Nicolás” o Jack London con Raúl Nuñez) sólo consiguen salir despedidos de ese torbellino de hormonas en flor y chupachús kojack, Miguel Delibes, Pío Baroja y Eduardo Mendoza (aunque, como veremos más adelante, aún hay más, no se vayan todavía).
De Mendoza siempre me ha admirado esa capacidad para alternar novelas en toda regla (o al menos en la regla decimonónica) como “La verdad sobre el caso Savolta” o “La ciudad de los prodigios” con artefactos gamberros del tipo “Sin noticias de Gurb” o “El misterio de la cripta embrujada”. Tal vez porque a mí me pasa algo parecido: los cuentos me salen o disparatados o algo melancólicos, amarilleados como fotos viejas algo truculentas. Claro que no sé qué fue primero si el huevo o la gallina, si esa esquizofrenia creativa es el reflejo de mi ánimo voluble o esos cuentos son tributarios de Mendoza.
Con Baroja me sucede algo parecido. Me unen a sus libros y a sus protagonistas, además del paisanaje y del carácter brumoso que imprime la meteorología lluviosa, ciertos rasgos de mi personalidad, unas veces descreída, abúlica, otras, nihilista y dinamitera (y siempre de anarquista en pantuflas).
En cuanto a Delibes reconozco que, aunque hace mucho que no le leo, sus libros fueron para mí una especie de taller literario (en el que fui el más zote de los alumnos, como demuestra esta engorrosa proliferación de paréntesis, cuando de lo que se trataba era de cómo hacer de la sencillez una obra maestra).
La lista nació, pues, con vocación de convertirse en el canon de un futuro premio nobel y por eso me salió pulcramente académica, sin tachones (de hecho, todavía sigue vigente) ni anotaciones al margen. Hoy, sin embargo, dos décadas después, sé que en ella falta un buen número de influencias que si bien no son estrictamente literarias, han determinado tanto o más mi modo de escribir. Falta, por ejemplo, Maki Navaja, pegándole con la recortada de su jerga de barrio chino un trallazo al diccionario de la RAE o desgarrando con el sirlazo de su humor social esos manuales de literatura engordados con escritores sebosos, aburridos y pedantes. Falta el humor absurdo de Faemino y Cansado. Y la poesía callejera de Extremoduro. Faltan los dibujos demoledores de Juan Kalvellido. Y faltan todos los colegas que he ido conociendo por el camino, mis vecinos de papel en fanzines y ediciones alternativas, a los cuales no puedo dejar de citar, porque así está pactado entre nosotros y también porque son mis auténticos autores de cabecera, aquellos con los que me duermo y ronco el humo de los bares, la espuma de la cerveza de barril, los demonios de esta sociedad en las que quienes no aparecen en las listas de los suplementos literarios no existen. Lean, en definitiva, a Delibes, a Baroja, a Mendoza, pero lean también, si se atreven, a mis compadres David González, Vicente Muñoz, Kutxi Romero, Oscar Beorlegui… Y ya puestos, léanme a mí, que soy un escritor de culto (es decir al que adoran un reducido número de fieles: mi madre, mi mujer y media docena de chalados y despistados) y estoy como loco por evangelizar a nuevos lectores. Amén.
MADRID 2016
¿Quién es más poderoso, el aire o el fuego?
«Si te quedas sentado, todo se pierde, no solo vale con soñar, siempre puedes seguir luchando».
Yo este año ni siquiera me he emborrachado como dios manda, ni un solo día. Así que tampoco he podido estrenar las pastillas contra la resaca que me enviaron los de Imprextom, después del plagio de la portada de Resaca y del acuerdo amistoso. Claro que tampoco sé si me hubiera atrevido, después de algunos comentarios que he leido por ahí de gente que dice que jiña verde tras tomarse el R-21. A propósito de las pastillas contra la resaca y de otro episodio de plagio, este en toda regla, fusilando a mi amigo Pepe Pereza a plena luz del día, José Ángel Barrueco, escribió el post que reproduzo a continuación en su blog. (Arriba una foto cutre de las pastillas milagrosas, abajo la deliciosa canción de Los delinqüentes con la no menos deliciosa Julieta Venegas).
Plagios en la red
Deberíamos hacernos varias preguntas sobre los contenidos que colgamos en internet, sean literarios o audiovisuales. ¿Cuánta gente se dedicará a plagiar el trabajo ajeno? ¿Cómo podemos evitar ese robo de documentos? ¿Cuántas veces habremos sido plagiados (y me refiero a cualquiera que posea un blog o una página web o a cualquiera que cuelgue su trabajo en la red) en el ciberespacio? En las últimas semanas ha habido dos casos de plagio en internet que me tocan de cerca. A Patxi Irurzun, uno de los antólogos de “Resaca / Hank Over. Un homenaje a Charles Bukowski”, junto a Vicente Muñoz Álvarez, le enviaron un día por correo electrónico un anuncio de pastillas contra la resaca. A él, precisamente a él. Y lo digo porque el dibujo que había empleado la empresa Impextrom era la ilustración de portada del citado libro, una obra original del dibujante y colega Miguel Ángel Martín. Patxi nos puso en antecedentes a unos cuantos y escribió a la empresa diciendo que, dado que usaban el dibujo sin autorización, al menos indicaran en el anuncio su procedencia y el autor del mismo o nos veríamos obligados a tomar medidas; y que, ya puestos, nos enviaran unas muestras gratuitas de esos botes de grageas contra la resaca. Como compensación. El desenlace fue rápido y hubo buen rollo: le contestaron que habían añadido en su anuncio el título del libro y los nombres del autor y de la editorial; pidieron perdón por el daño, pues habían encontrado la ilustración en la red; y enviaron unos botes de pastillas.
La semana pasada le ocurrió algo parecido a Pepe Pereza, a quien conocí en persona en Gijón y de quien recomendé la película que protagonizó años atrás, “Tilt (Nos hacemos falta)”. El dos de julio publicó en su blog, “Asperezas”, un relato titulado “Autosuficientes”. Alguien le avisaba, unos días después: el seis de julio una mujer colgó en su bitácora (“La ciudad del ser”) un relato titulado “Germinar”, que era idéntico al de Pepe, pero cambiando el sexo del protagonista. Calcado palabra por palabra. Él advirtió que iba a tomar medidas legales si la responsable del blog no retiraba el cuento, pues lo había registrado. Unas horas después la mujer eliminó todos los contenidos de su blog. Si uno entra, comprobará que la página está vacía: sólo quedan el título y la dirección.
Estos casos, dado que estamos en España, al final suelen solucionarse así: con un acuerdo amistoso o teniendo que recurrir a las amenazas. En Estados Unidos, los abogados de quienes son robados sacarían un pastón a los plagiadores. Recordemos que allí te ponen un pleito hasta por mirar mal a un tipo. Lo alucinante es que encima haya gente que defienda el plagio, que insista en que una obra colgada en la red pueda ser tomada por otra persona, cambiándola un poco a su gusto para publicarla de nuevo como si fuera de su autoría. Quizá sea el pensamiento español, supongo: que trabajen dos y los demás miremos o nos aprovechemos de su curro. No entiendo por qué la gente sin talento o sin ganas de currar recurre al plagio para darle de comer a su blog o para anunciar sus productos de venta. En el segundo caso, deberían gastar dinero en pagar a alguien que diseñara los anuncios; pero prefieren ahorrar, claro. En el primer caso, esos plagiadores deberían dedicarse a lo que suele dedicar sus horas muertas alguna gente: a refugiarse tras la máscara cobarde del anonimato y poner a parir a quienes se dedican a escribir de verdad, a diario y en proceso creativo constante. Por lo menos sus insultos no serán copiados a terceros, supongo. Un peligro, internet. Como decía Javier Belinchón en su blog: “Mañana te puede tocar a ti”.