• Subcribe to Our RSS Feed

MÁS ESCENARIOS DE ATRAPADOS EN EL PARAÍSO’

May 19, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

En este corte del video de callejeros aparece Payatas. Os dejo con un fragmento de mi libro referido a ese basurero:

Payatas era el resumen perfecto de Manila, de Filipinas, del mundo, incluso. Allá, en el basurero los extremos se tocaban, cerrando el círculo de la existencia humana: la alegría y la desgracia; la supervivencia salvaje y la solidaridad más admirable; la vida y la muerte; el arroz y las moscas. Y la basura, siempre la basura, aquel tesoro de valor incalculable, capaz de alimentar a los más pobres entre los pobres de la tierra.
Los días fueron pasando. Ir a Payatas se convirtió en una rutina extraña, que siempre recompensaba con alguna joya refulgiendo entre los despojos.
Un día, de repente, Bertín, uno de los líderes de los «scavengers», se murió. Le arrancó los pulmones a dentelladas el metano. El mismo que en algunos puntos alimentaba pequeñas y controladas lenguas de fuego (bio-gas, le llamaban) a cuya lumbre los vecinos hervían el agua o calentaban cabezas de pollo. Nadie lloró por Bertín. Cuando llegaron los de la funeraria hubo que apartar a la puerta de la chabola el karaoke en el que sus hijas cantaban «Stupid Love», la canción de moda, para colocar el ataúd. La muerte en el basurero era tan natural como la vida misma.
Otro día Asunción nos llevó hasta una de las colinas próximas a la “Smoky Mountain”, desde la cual ésta se divisaba hermosamente terrible, envuelta en humo, majestuosa en su inmundicia, con sus 25 metros verticales de porquería. A medida que ascendíamos por el terraplén, sorteando las aguas fecales que brotaban desde las frágiles chabolas, era como si descendiéramos un peldaño en el escalón de la pobreza. Cuando llegamos a lo alto nos recibió un batallón de niños con barrigas infladas por las amebas y los parásitos. La noche anterior una diarrea se había llevado para siempre a dos niños como ésos.
Algunos días se nos caía el alma a los pies. Otros nos reíamos hasta reventar.
Una tarde, para regocijo de todos, me convertí en el hombre-macarrón. Cuando subíamos a la montaña, mientras Josean sacaba fotos, yo solía quedarme junto a los «scavengers» que aguardaban su turno de entrada, a un lado de la pista de acceso de los camiones. Al otro lado quedaba la selva de desperdicios, en la que vaciaban su carga. Para hacerlo los camiones debían maniobrar, dar marcha atrás. A medida que lo hacían el «container» se iba abriendo, elevándose, y junto con él dos o tres muchachos aupados a uno de sus extremos, con el rostro cubierto por viejas camisetas, como guerrilleros urbanos, que removían la basura que se quedaba adherida al remolque. A veces, cuando éste se replegaba, atrapaba las piernas de uno de esos muchachos, o el camión al culear atropellaba a alguno de los que acudían al reclamo de la basura fresca. Otras, las grandes ruedas se atrancaban en la maraña de desperdicios o en el barrizal, y al girar hacían salir despedidos como proyectiles trocitos de vidrio, latas… Era peligroso y yo mismo pude comprobarlo en una de esas ocasiones. No sentí dolor. Fue sólo como cuando una paloma con gastroenteritis defeca desde lo alto en tu rostro. Y como entonces, quienes me rodeaban me señalaban y se reían. Miré aterrorizado mi ropa. Estaba cubierta de grandes manchas rojas. Pensé que quizás la muerte era tan natural en el basurero que a veces hasta podía resultar divertida. Sobre todo si quien moría, por una vez, era un “gringo”. Uno de los cuajarones que me resbalaban por la cara se me introdujo en la boca. Sabía dulce, y fuerte a la vez. Sabía como a… Comprendí inmediatamente. Aquella muerte, afortunadamente, era sólo una muerte de película de serie B. Uno de los camiones había pisado un bote de ketchup y su contenido había salido disparado hacia mí. Yo también me reí. A partir de ese día me convertí en el hombre-macarrón del basurero.

Leave a comment

ga('create', 'UA-55942951-1', 'auto'); ga('send', 'pageview');