AUTOMUTILACIÓN
Y luego que no me enfade… Hace unos días colgaba en este blog unas reflexiones sobre la censura, hechas cagando leches para un coloquio en el que iba a participar mi «broder» Vicente Muñoz Alvarez, y en ellos hablaba de los tijeretazos que meten, sin un ápice de sensibilidad ni reflexión, redactores jefes, diseñadores, uno que pasaba por la revista y tenía algo que decir… Para muestra un botón. Ahí abajo el texto que envié, y en rojo las líneas y frases que se han cargado. Cuando lo vi me quedé a cuadros (porque lo vi en la revista, a mí nadie me avisó antes). Y lo que es peor: ni siquiera yo mismo entendía lo que había escrito, el texto no tenía pies ni cabeza, ni gracia alguna (o la menos la gracia que yo pretendía) … Eso sí, el dibujo que acompañaba al texto (porque yo entiendo que es así, y no al revés) ocupaba más de media página. A mí me daba, me da hasta lacha firmar esa página y también me da igual que sea la única colaboración fija que tenga y que no esté mal pagada -bueno, necesitaría quince como esa al mes para vivir dignamente de lo que escribo-, pero en esas condiciones es mejor no hacer nada… He conseguido al menos, o eso me han prometido, que a partir de ahora sea yo el que corte, si hace falta. Veremos.
Neumococos y dibujos animados
A veces me gustaría que mis hijos se comportaran como dibujos animados. Como cuando Caillou se pone enfermo y tiene que tomarse su medicina: al principio protesta un poco, se tapa muy digno la boca, pero después sus papás le explican que si no se traga el jarabe no podrá escupir la ranita que se le ha quedado atravesada en la garganta, Caillou entonces, muy formal, obedece, y al día siguiente su faringitis se ha esfumado y cuando el capítulo se acaba una voz en off dice “A continuación, Caillou entra al coro del colegio”.
Que está muy bien, muy didáctico, pero luego, en el mundo real, tu hijo se pone enfermo y dice que los sobres de medicina pican y que no se los va a tomar y que menuda tontería eso de la ranita, y ahí no hay Caillou ni Pocoyó ni Teo que valgan.
Hace unos días H añadió a su colección de bacterias unos neumococos traicioneros, de esos que esperan a manifestarse violentamente justo la primera semana que tú te coges vacaciones para ir a comprar de una vez el sofá y el dormitorio de la niña (por cierto, el otro día M nos dio un susto… Se despertó y empezó a protestar. “Uy, ¿qué ha dicho?”, me preguntó Malen, y yo “No sé, yo le he entendido que apaguemos ya la tele que mañana tiene examen de lingüística comparada”).
El caso es que de repente, a las siete de la mañana, H empezó a llorar, nos levantamos y su cama parecía una piscina. “Mírale la fiebre”, me dice Malen. Y yo: “Casi 40, igual aprovecho y le caliento el biberón de M en la frente”, por destensar un poco la situación, pero la cosa no estaba para bromas, y acabamos toda la familia en urgencias (que más bien parecía un afterawer para virus).
–¿Ves?, a Teo estas cosas no le pasan –digo yo, por continuar con mi teoría de los dibujos–. Si Teo se pone malo siempre hay un médico que le conoce y le cura en un par de páginas y después le enseña todo el hospital, aquí los bebitos recién nacidos, esos de ahí de la sala de espera que tosen son los niños a los que te has colado, etc.
Nosotros tuvimos que esperar tres horas, para que nos atendieran, después H hizo pis en un bote (le pareció una aventura excitante), y finalmente, tras un análisis de sangre y unas radiografías, aparecieron aquellos neumococos como el Cojo Manteca, destrozando a muletazos el árbol pulmonar de nuestro pequeño.
–Que se tome estos sobres, tres cada día durante una semana –recetó la pediatra. ¡Como si fuera tan fácil! Ya me gustaría a mí ver al papá de Caillou camuflando los antibióticos en zumo de piña, o administrando minidósis con una jeringuilla, que en realidad era un cañón para matar a los bichos malos, o –más bajo no se podía caer– vaciando la hucha para Eurodisney de su hijo y amenazándole con gastarse sus ahorros en contratar a un ogro especialista en hacer tomar a los niños la medicina.Sí, fue una semana dura la de la neumonía, con H en casa, en cuarentena, como un león enjaulado al que ofreces para comer la dieta de la alcachofa. Parecía un capítulo de Los Simpson o de Shin Chan. Son los riesgos a los que uno se expone cuando desea que sus hijos se comporten como dibujos animados.
Que está muy bien, muy didáctico, pero luego, en el mundo real, tu hijo se pone enfermo y dice que los sobres de medicina pican y que no se los va a tomar y que menuda tontería eso de la ranita, y ahí no hay Caillou ni Pocoyó ni Teo que valgan.
Hace unos días H añadió a su colección de bacterias unos neumococos traicioneros, de esos que esperan a manifestarse violentamente justo la primera semana que tú te coges vacaciones para ir a comprar de una vez el sofá y el dormitorio de la niña (por cierto, el otro día M nos dio un susto… Se despertó y empezó a protestar. “Uy, ¿qué ha dicho?”, me preguntó Malen, y yo “No sé, yo le he entendido que apaguemos ya la tele que mañana tiene examen de lingüística comparada”).
El caso es que de repente, a las siete de la mañana, H empezó a llorar, nos levantamos y su cama parecía una piscina. “Mírale la fiebre”, me dice Malen. Y yo: “Casi 40, igual aprovecho y le caliento el biberón de M en la frente”, por destensar un poco la situación, pero la cosa no estaba para bromas, y acabamos toda la familia en urgencias (que más bien parecía un afterawer para virus).
–¿Ves?, a Teo estas cosas no le pasan –digo yo, por continuar con mi teoría de los dibujos–. Si Teo se pone malo siempre hay un médico que le conoce y le cura en un par de páginas y después le enseña todo el hospital, aquí los bebitos recién nacidos, esos de ahí de la sala de espera que tosen son los niños a los que te has colado, etc.
Nosotros tuvimos que esperar tres horas, para que nos atendieran, después H hizo pis en un bote (le pareció una aventura excitante), y finalmente, tras un análisis de sangre y unas radiografías, aparecieron aquellos neumococos como el Cojo Manteca, destrozando a muletazos el árbol pulmonar de nuestro pequeño.
–Que se tome estos sobres, tres cada día durante una semana –recetó la pediatra. ¡Como si fuera tan fácil! Ya me gustaría a mí ver al papá de Caillou camuflando los antibióticos en zumo de piña, o administrando minidósis con una jeringuilla, que en realidad era un cañón para matar a los bichos malos, o –más bajo no se podía caer– vaciando la hucha para Eurodisney de su hijo y amenazándole con gastarse sus ahorros en contratar a un ogro especialista en hacer tomar a los niños la medicina.Sí, fue una semana dura la de la neumonía, con H en casa, en cuarentena, como un león enjaulado al que ofreces para comer la dieta de la alcachofa. Parecía un capítulo de Los Simpson o de Shin Chan. Son los riesgos a los que uno se expone cuando desea que sus hijos se comporten como dibujos animados.
Etiquetas: COLABORACIONES PATXI REVISTAS
Joder menuda poda le metieron al texto… Y la verdad es que quitando todo eso no hay dios que vea el sentido
Entero está cojonudo.
Saludos.
Lo desmocharon para dejar más sitio a Caillou, que es muy resultón.
Creo que como el Caillou es canadiense tiene ese comportamiento tan dócil, constiparse en Quebec no es ninguna broma. La provincia del Canadá con mayor índice de suicidios y de heroinómanos, y uno de los más altos d eso que llaman mundo occidenta… los dibujos tienen que ser caricaturas no propaganda para buenos ciudadanos …uy lo que semascapao…que sea lo que le de la gana , los de la revista son unos cagaos, algo se olieron de la desesperación de Caillou, viva Tom y Jerry…los hijos y la tele , todo un tema, espero que esté bien.