FUNCIÓN NOCTURNA
Una de mis últimas colaboraciones en mi sección ‘Mi papa me mima» de la revista ‘Guía del niño’, donde cuento mis peripecias como pluriempleado: padre de dos criaturas, amo de casa y escritor.
FUNCIÓN NOCTURNA
-Hacéis una gran pareja… Tragicómica, eso sí —suele decir Malen, mi mujer, las noches que mi hija M decide que hay función nocturna.
Y se troncha de la risa, aunque a mí no me hace ninguna gracia, porque soy el que aporta la parte trágica en la representación.
Yo soy el “dormidor” oficial de M. Tenemos todo un rito –preparar el bibe juntos — que normalmente suele funcionar: yo caliento la leche, M echa el colacao, a M se le cae la mitad del colacao por la encimera, yo limpio la encimera, etc. Después, la llevo a caballito a su cuarto, ella se toma el bibe mientras yo le leo algo y, normalmente en la segunda o tercera página, colorín colorado, este cuento se ha acabado: M está roncando como una osita.
Pero a veces las cosas se tuercen, hay algún pequeño detalle que falla —por ejemplo, el personaje del cuento dice o no dice algo de la misma forma que lo dijo la última vez que lo leímos, “ayer”, o sea hace tres o cuatro meses…— y la osita dormilona se desvela como una lagartija, que empieza a dar vueltas en la cama, o que no para de dar coletazos con su lengua de trapo, a hablar, a llorar, a jugar con sus muñecos, a veces a hacer todo eso a la vez … Total, que al cabo de media, una hora, M decide que el ritual del bibe ha fallado y hay que ir a dormir a otro sitio.
Y es entonces cuando empieza la función: M se levanta de la cama, se dirige hacia el cuarto de estar, sonriente y con una expresión –según cuenta Malen, mi mujer, que nos ve, divertida, llegar— triunfal en el rostro, como si dijera “Mira qué mayor soy, todavía estoy despierta, no hay ritual ni papá dormidor que pueda conmigo”, y yo detrás, con el ceño convertido en una grapa, echando señales de humo por las orejas en las que se puede leer “Hala, a tomar viento mi ratito para escribir, o leer, o ver la tele”…
—Es que teníais que veros, estáis muy graciosos —intenta consolarme Malen (que mientras tanto ha tenido tiempo de acostar a nuestro otro hijo H, recoger la mesa, poner el lavavajillas…), riéndose y cogiendo en brazos a nuestra pequeña teatrera.
—Graciosísimos —contesto yo, tumbándome en el sofá, junto a ellas dos.
Y espero, en fin, a que caiga el telón, refunfuñando un poquito más, muy en mi papel.
Patxi Irurzun
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