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UN HASTA LUEGO

Dic 23, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments



Esta es la última de mis colaboraciones en Guía del niño. La revista, como tantos otros medios, deja de publicarse y yo me quedo sin la única colaboración fija que tenía. Han sido cinco años de «Mi papá me mima», la sección de humor en la que contaba mis peripecias como padre y amo de casa, y que ilustró casi hasta el final Jacobo Pérez-Enciso. En ella he ido viendo crecer a mis hijos, me lo he pasado bien contando sus cosicas, y creo que (a juzgar por las cartas al director que se recibían a menudo) lo he hecho pasar bien a mis lectores. Por suerte, las aventuras de H y M no se perderán como lágrimas en la lluvia y el año que viene tendremos buenas noticias sobre ellos. 

Mi peluquera antibiótica

Se ha corrido la voz: “Hay un canguro en el 2ºD”. “¿Un chico? ¿Pero es de fiar?”. “Sí, sí, es un experto, escribe en una revista para bebés y todo”. Así que cada vez que un bebé del bloque se pone malo, me lo traen: “Es que a la guardería no me dejan llevarlo con conjuntivitis, y como me han dicho que tú no estás ocupado, que, total, solo tienes que escribir y eso, igual podías cuidármelo”, me ha dicho hoy por ejemplo la vecina y me ha dejado a la nena, o lo que haya debajo de esa capa de legañas.
Digo yo que es por eso, porque no ve muy bien, por lo que ha sacado todos los juguetes de mis hijos y los ha desparramado por toda la casa hasta que ha encontrado lo que quería, que ha resultado ser el set de maquillaje y peluquería de M, y después se ha puesto a pintarme los labios con esmalte de uñas, y a darme colorete con el pintalabios, y así… La distracción le ha venido bien, ha sido antibiótica, porque al cabo de un rato la conjuntivitis ha cedido y la nena ha demostrado tener una agudeza visual fuera de serie, pues ha conseguido incluso amarrarme varias coletitas y kikis con los cuatro pelos que yo tengo.
Así hemos estado entretenidos un buen rato (yo total, solo tenía que entregar un par de artículos, y preparar las lentejas, limpiar los baños, escalar hasta el montón de ropa para doblar e irla recogiendo, acabar un capítulo de mi nuevo libro…), hasta que han llamado al timbre.
—¡Cartero! Tengo una carta que no cabe en el buzón, se la envío por el ascensor ¿vale?— ha dicho, y no me ha dado tiempo a responderle que con ese sistema ya se me han perdido dos o tres paquetes, así que he tenido que salir, “Es solo un segundo, ahora vuelvo, bonita”, le he dicho a la nena dejando la puerta de casa abierta y sin quitarle ojo desde el descansillo, “Tú vete recogiendo mientras algo”, y se ve que esto último no le ha sentado muy bien, porque ha dado un portazo que ha hecho temblar todo el edificio. Al principio, cuando se ha abierto el ascensor, en el que además de mi paquete, subían cuatro vecinos, he pensado que me miraban horrorizados por eso; luego, cuando uno de ellos me ha entregado la carta, he pensado que quizás el sobre se transparentaba y se leía el título de la última novela de uno de mis amigos escritores malditos: “Culo pendulón”; y al final he comprendido simplemente que se trataba de las pintas que llevaba. Me he quedado balbuceando, mientras el ascensor se cerraba: “La peluquera… las legañas…”. Luego, avergonzado, he vuelto a casa, y he llamado al timbre. Varias veces. Pero la nena no me oía, o le daba igual, o igual seguía enfadada.

—Vamos, bonita, y te dejo que me cortes el pelo con las tijeras de verdad —le he suplicado cuando por fin he visto su sombra proyectándose por la rendija de la puerta, arrodillado en el suelo… Y así ha sido como me ha encontrado otro vecino del rellano cuando ha salido de su casa. “Ejem, ejem, buenos días”, ha dicho, y yo he intentado mantener la compostura, me he vuelto hacia él educadamente, mostrándole una gran sonrisa, llena de rímel, y entonces él se ha alejado andando muy deprisa. Supongo que ahora también se correrá la voz. Y que mi carrera como canguro está arruinada.  “Afortunadamente”, he pensado, justo en el momento en que la nena me ha abierto la puerta con la máquina de afeitar encendida. 

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