Una reseña de Milagros López o las pelucas se van a la playa
Me constan la gran difusión e increíble acogida que ha tenido este libro de relatos pero no quería dejar de hacer mi propia valoración y recomendarlo para los ratos de playa y piscina que el estío nos propicia. En mi caso me ha acompañado en La Manga.
Ofrece el libro una amplia variedad de relatos tanto en contenido como en estilo pero, eso sí, todos cautivadores y con la capacidad de dejarte algo en qué pensar, algo que sentir, algo que reivindicar, unas risas o quizá hasta unas lágrimas. El estilo es dinámico, contundente, de sintaxis bien urdida. Sorprende su facilidad para las imágenes irreverentes y un tanto escatológicas (que se escandalice el más pazguato, los demás echaremos unas risas): “el fin de semana había pasado en un suspiro (…) un pedo de una mosca con resaca”; “empezó a llover (…) unas gotas gruesas y redondas, espesas (…) como si alguien le hubiera hecho una paja a dios en el cielo”. Inevitable, pues, que recuerde a Bukowski en un par de ocasiones.
De su pluma ágil nos vamos encontrando con personajes desfavorecidos y enternecedores como Amadú, Fray Spray,… y a sus contrapuestos odiosos (justos vs. villanos): el concejal alcohólico vestido de rey negro Baltasar frente al senegalés valiente y emprendedor; la iglesia y otras administraciones que son capaces de desviar el camino de Santiago frente al frailecillo y su bote de spray. Personajes que nos producirán una mezcla de guasa y compasión: Güan, redactor de guías turísticas, haciendo la crónica de unos disparados sanfermines; Bruno, estrella del pop de los 80 venida a menos por el acoso de los chicos de Verano Azul y su insoportable musiquita… Y personajes desahuciados por la sociedad que, sin duda, abren una brecha en la tranquilidad de nuestras vidas: muy alto el “peaje” del abandono y la pobreza en la mamá que opta por la supervivencia a cualquier coste; inolvidable el parado que se viste todos los días de Spiderman para combatir la crisis en la clandestinidad; hasta el príncipe Felipe nos inspira compasión atrapado en su rol monárquico derribado por un estrambótico personaje que viste ¡una camiseta con Louis-Ferdinand Céline!
No obstante, tras todos los relatos late un gran corazón, ternura frente a la crítica, humanidad frente al abuso. Será por ello que Patxi Irurzun decide hacerse niño en el último relato y acabar el libro con la inocencia que se merece toda infancia.
Subscribo las palabras de David Benedicte en la contraportada: “humor y transgresión no están reñidos con la buena literatura”.