Hace unos días el diario Público traía la película El muro, de Pink Floyd, dirigida por Alan Parker. Compré el periódico y su DVD en la estación de autobuses de Avenida América, en Madrid, recién llegado de Nueva York y me sentó bastante bien oír al kioskero decirme “¿Qué, recordando viejos tiempos?”, entre otras cosas porque en Manhattan no hay problemas si no sabes inglés, te dice todo el mundo, pero yo debí de tener muy mala suerte, todos los que me entraban me hablaban como si tuvieran una manzana en la boca, así que agradecí por fin entender a alguien, y no solo eso, sentirme además en su misma sintonía; pero sobre todo resultó que ese kioskero tenía mucha razón, al cabo de unos días me puse la película, y de repente vinieron a mí algunos de esos recuerdos agazapados, como si tú la pararas al escondite, pero de repente decidieras largarte, cansado a casa, sin decir nada a nadie, y un día, mucho tiempo después de repente te encontraras a tus compañeros de juego todavía escondidos detrás de un árbol, ya con toda la barba, pero la misma mirada inocente y expectante, intacta…
Bien, no nos despistemos, el caso es que me acordé de la primera vez que vi esa película, en el instituto Irubide de la Txantrea, en lo que llamaban “la semana cultural”. Éramos cuarenta o cincuenta adolescentes melenudos y de ceñido pantalón, en una aula, arremolinados alrededor de un televisor y un video, y mirábamos la pantalla boquiabiertos, aquella película extraña, los martillos desfilando, los niños arrojando pupitres (bueno, eso a veces también lo hacíamos nosotros en las huelgas), el rock sinfónico de Pink Floyd como una sesión de hipnosis… No sé si los chavales de ahora mantienen esa capacidad de sorpresa, o todo está ya descubierto –o eso creen ellos- . El caso es que me emocionó rememorar ese momento, y también escuchar la banda sonora, uno de esos discos que por aquel entonces nos aprendíamos de memoria (como el Made in Japan, de Deep Purple), sus solos de guitarra cincelados en el cortex cerebral, las canciones entonadas como oraciones u himnos…
Hacía mucho que no me aprendía ningún disco, ni siquiera ninguna canción como entonces.
Recuerdo que en esa misma semana cultural también vino a darnos una charla Enrique Villareal, El Drogas, de los por entonces algo bisoños Barricada (quizás tendrían publicados Noche de rocanrol y Barrio conflictivo), pero ya apuntando maneras de banda de leyenda, y como Enrique también nos encandiló a todos con su sencillez y su timidez engañosa –sobre el escenario se transformaba en una fiera, y sobre todo era, es, en realidad, un tipo extrovertido, con mucho que contar y ganas de hacerlo, y nosotros de escucharle.
Digo esto porque el último disco de Barricada lo he oído ya unas cuantas veces, como hacía tiempo que no escuchaba discos, como escuchaba El muro, o Eskizofrenia de Eskorbuto, o los cuatro de Leño, o Tokio tapes de Scorpions, y porque lleva todas las trazas de convertirse en uno de esos discos aprendidos de memoria cuando ya creía que eso no pasaba.
Tal vez porque de memoria, y de recuerdos, y olvidos, es precisamente de lo que habla La tierra está sorda. Yo no sé si ellos mismos se han dado cuenta de lo importante que es lo que han hecho y cómo lo han hecho. Da gusto explicar, con humildad, a El Drogas que él descubrió lo sucedido en el fuerte de san Cristóbal, a cuyos pies había vivido, como yo, muchos años, cuando él tenía ya 46; la fuga, los muertos, el frío, el hambre, la humillación, la impunidad… Yo tuve una sensación parecida cuando supe –también muchos años después- que el colegio en el que estudié, los Escolapios de Pamplona, fue centro de detención durante la guerra civil, que requetés y carlistas asesinaron y torturaron a mansalva bajo las mismas paredes en las que a mí me enseñaban a amar al prójimo.
Hoy mismo he oído a una compañera de trabajo decir que ella no tiene ni idea de quienes son los requetés, por cierto. El disco de Barricada, y el libro que lo acompaña, contribuye pues a resarcir todo ese silencio, ese ocultamiento, sin pretensiones eruditas o historicistas, pero hablando a quienes se dirige en el lenguaje que entienden. Ellos, Barricada, de alguna manera, también están derribando el muro.
Touché!!!! «The Wall» de Pink Floyd, orgasmo cultural para las orejas. Sólo hace 2 días que lo puse por aquí para ambientar a los franziskanos. Qué casualidad, qué subidón.
Patxi, aunque me suelo resistir a comentar discos nuevos en mi blog, la emoción que me ha provocado «La tierra está sorda» me parece que bien merece una entrada para Barricada. Creo que es su mejor disco, pero sólo el tiempo lo dirá. Tiempo que ya nos dice, por cierto, que «The Wall» es excepcional.
Es una pena toda esa ignorancia que hemos padecido sobre la realidad más real y cercana. Es una alegría que haya discos como este último de Barricada que se dedique a desvelar todo aquello.
gratos recuerdos patxi
Touché!!!! «The Wall» de Pink Floyd, orgasmo cultural para las orejas. Sólo hace 2 días que lo puse por aquí para ambientar a los franziskanos. Qué casualidad, qué subidón.
Patxi, aunque me suelo resistir a comentar discos nuevos en mi blog, la emoción que me ha provocado «La tierra está sorda» me parece que bien merece una entrada para Barricada. Creo que es su mejor disco, pero sólo el tiempo lo dirá. Tiempo que ya nos dice, por cierto, que «The Wall» es excepcional.
Es una pena toda esa ignorancia que hemos padecido sobre la realidad más real y cercana. Es una alegría que haya discos como este último de Barricada que se dedique a desvelar todo aquello.