Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 19/07/26
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
“Una pesetita, por
favor”. En la cabeza de muchos donostiarras todavía resonará la
vocecita de Txantxillo, de quien recordarán también
su menuda figura, acarreando bolsas de la compra, o tocando La
internacional en su destartalado xilófono.
Al “xelebre” trotacalles donostiarra lo citaron Sanchis y Jocano en su Crónica de San Sebastián, atinado retrato musical del reverso de una ciudad que no es “tan bonita como la pintan en esos jodidos mapas que te dan para veranear”. Escuché por primera vez esa canción cuando tenía dieciséis o diecisiete años, tras ganar un concurso literario en una radio libre cuyo premio era un lote de discos de heavy metal y punk entre los que se deslizó de manera inesperada Sanchis y Jocano, una galleta de pop canalla que contra todo pronóstico hice girar muchas más veces que los gorgoritos metálicos o los regüeldos sonoros de los otros grupos. Las canciones de Santi Gasca y Juan Carlos Landa se pegaban con facilidad a la piel de los últimos de la fila en la universidad y de quienes comenzábamos a hacer carrera y a aprender la vida cerrando bares.
La Donostia
subterránea
Sanchis y Jocano formaron parte de una bohemia donostiarra que se alejaba del estereotipo, del San Sebastián turístico y burgués, una especie de Donostia subterránea que se reunía en tascas de vino de Egia o Amara viejo, y en la que militaron poetas como Karmelo Iribarren o Pablo Casares, dibujantes como Detritus, guionistas como Michel Gaztambide o músicos como Diego Vasallo o Joserra Semperena. A todos ellos los aglutinó la tertulia errante del gran Rafael Berrio, el cantante del existencialismo luminoso y las letras perfectas, cuya figura y obra se agigantan a medida que pasan los aniversarios de su muerte (acaba de publicarse No es para menos, un trabajo que recoge 47 canciones inéditas).
El
recorrido musical de Berrio es largo y sinuoso, y junto con
pildorazos de rock y profundos remansos de canción de autor, podemos
encontrar también,
en comandita con Joserra
Semperena, una adaptación
de la ópera chica de
Pablo SorozabalAdiós
a la bohemia, cuyo
libreto fue escrito por Pío
Baroja,
autor al que Berrio admiraba. Berrio
llegó
incluso a dar alguna conferencia sobre el escritor, en la que incluyó
un apartado referido a la chismografía barojiana,
de modo que sin duda estaría al corriente de la visita que en el
lecho de muerte de
don Pío hizo
a
este Ernest
Hemingway.
“¡Caramba! ¿Y este tío a qué viene?”, se dice que comentó el escritor donostiarra, cuando le anunciaron la llegada del Nobel. Hemingway obsequió a Baroja con una botella de un whiski que seguramente sería capaz de resucitar a un muerto, pero por lo visto al autor de El árbol de la ciencia o Zalacaín el aventurero, cansado ya de vivir, no le hacían mucha gracia los licores espirituosos.
Hemingway
enamorado
Por
el contrario, a lo largo de su vida Hemingway, como es sabido, se lo
había bebido todo y en todo tipo de circunstancias. En Hemingway
enamorado,
una libro biográfico en el que el periodista A.E.
Hotchner recoge
algunas confesiones del escritor, este
revela que en una ocasión pasó toda una noche trasegando
champán junto a la bailarina Joséphine
Baker,
a
la que describió como «la
mujer más sensacional que nadie haya visto jamás»,
y
que ella
cubría su cuerpo desnudo solo con un abrigo de pieles.
Todavía más ligera de ropas, la vedete afroamericana de las piernas, los ojos y los pechos saltarines, escandalizó a buena parte de la pacata Pamplona de 1930 con su actuación en el Coliseo Olimpia de la ciudad (que luego sería el cine Carlos III y actualmente un bloque de viviendas de lujo). “Ese vergonzoso espectáculo es contrario a la moral, al decoro y al sentimiento general del público honrado de Pamplona. Sus efectos son desastrosos para la juventud, pues tiende a excitar las bajas pasiones y los groseros instintos de la parte animal del hombre con las danzas lúbricas del salvajismo primitivo”, escribía el periódico local La Tradición Navarra, y lo hacía, como suele ser habitual en estos casos, sin haberse llevado a cabo todavía el espectáculo.
Días
de vino y rosas
Joséphine Baker era ya para entonces una artista reconocida en todo el mundo. Aunque no todas las épocas de su vida fueron para ella días de vino y rosas, de champán y visón. Hija de un músico callejero de origen español, su madre se ganaba la vida trabajando como empleada doméstica en casas de familias pudientes de San Luis (Misuri), que maltrataron y humillaron con frecuencia a la pequeña Joséphine. Y al final de sus días, tras una vida rutilante (George Simenon trabajó para ella como secretario, acompañó a Martin Luther King en la famosa marcha sobre Washington, ejerció de espía para la Resistencia francesa…) sería desahuciada de un palacete en el que vivía al mando de la tribu del arcoíris, doce hijos adoptivos de diferentes razas y procedencias. Fue entonces cuando acudió en su auxilio una de sus amigas íntimas: Grace Kelly, la princesa Gracia de Mónaco.
Pues
bien −vamos
acercándonos ya al final−,
la rumolorogía del corazón sostiene que durante la fiesta de
despedida de soltera que organizó otro príncipe, Constantino
de Grecia,
para su hermana Sofía
y
nuestro rey emérito, Juan
Carlos de Borbón,
este pasó más tiempo bailando en brazos de Grace Kelly que de su
prometida. Juan Carlos había recibido, sin duda, la herencia venérea
de su abuelo, el famoso pichabrava y pornógrafo Alfonso
XIII, y
este a su vez de su predecesor, Alfonso
XII,
del
que fue asesor militar
el general José
Gómez de Arteche,
quien
en San Sebastián cuenta
con
una calle a su nombre, General Artetxe, en el barrio de Gros, en uno
de cuyos portales, en un quinto piso sin ascensor, vivió durante
muchos años un tal Santiago
Hernández Redondo,
al que los donostiarras conocerán mucho mejor por su sobrenombre:
Txantxillo.
Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 12/07/25
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Sobre
Pablo
Sarasate,
el universal violinista navarro, Pío
Baroja
escribió: “Era
uno
de los hombres más amadamados y grotescos del mundo. Lo estoy viendo
pasear, con sus melenas, su trasero redondo y unos zapatos con unos
taconcillos de a cuarta, que le daban el aire de una cocinera gorda,
de esas que se disfrazan de hombre en Carnaval”.
Sarasate, sin embargo, tuvo miles de admiradores en todo el mundo que no lo juzgaban por su aspecto, sino por su indiscutible talento.Uno de esos fans debió de ser el escritor Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, quien en una de sus novelas, La liga de los petirrojos, retrasa sus sagaces indagaciones para acudir a un concierto del virtuoso músico pamplonés. Y es que a Holmes, cuando no estaba resolviendo algún caso, le gustaba tocar el violín (bueno, cuando no estaba resolviendo algún caso ni boxeando ni dedicándose a la apicultura ni realizando algún experimento químico −y no incluiremos entre estos el consumo de cocaína, a la que era adicto, lo cual tampoco es de extrañar, con una vida tan ajetreada−).
Sherlock Holmes de pega
La intensidad del famoso detective acabó por cansar a su propio creador, que decidió finiquitarlo en uno de sus relatos, El problema final, en el que Holmes se precipita por una catarata durante una pelea con su archienemigo, el profesor Moriarty. Doyle, sin embargo mató mal a su criatura (o, mejor dicho, sus seguidores no se resignaron a que este desapareciera) y durante los años posteriores fueron numerosos los autores que resucitaron al personaje en historias apócrifas, hasta crear casi un género en sí mismo.
Uno de los Holmes de pega más llamativos y desternillantes es el que, de manera paródica, versiona Enrique Jardiel Poncela. El autor de cimas del humor surrealista como Amor se escribe con hache o La tournée de Dios nos presenta a un Sherlock Holmes que habla español con acento argentino, que ha llegado a Londres disfrazado de perro vagabundo (no pregunten, cosas de Jardiel) y que ofrece al escritor convertirse en su ayudante, propuesta que este acepta, sustituyendo al doctor Watson en los siete relatos que componen Novísimas aventuras de Sherlock Holmes y en la novela corta Los 38 asesinatos y medio del castillo de Hull, dos obras que les recomiendo encarecidamente si quieren reírse a mandíbula batiente.
Tony Leblanc se come una manzana
Jardiel Poncela forma parte de una estirpe de escritores humoristas (es arriesgado juntar estas dos palabras, porque suele tenderse a degradar, de manera injusta, las obras cómicas hasta una especie de categoría inferior de la literatura) en la que podríamos incluir a autores como Wenceslao Fernández Florez, Joaquín Belda, Miguel Mihura, Rafael Azcona… de quienes recogerían posteriormente el testigo artistas de otras disciplinas como Gila, Berlanga, o más recientemente José Luis Cuerda, Faemino y Cansado o Muchachada Nui. El legado es incluso sanguíneo, pues el bisnieto de Jardiel Poncela es Darío Paso-Jardiel, actor al que muchos recordarán como el Bombilla, el “informático”del comando que Torrente, el rijoso personaje de Santiago Segura, recluta en la primera entrega de la saga.
En esa misma película también participaba otro actor, Tony Leblanc, que bebe de las mismas fuentes del humor absurdo (recordemos su número televisivo comiéndose una manzana) y que incluso llegó a figurar en el reparto de alguna película basada en una obra de Jardiel Poncela, como Fantasmas en la casa.
Un rey pornógrafo
El largo recorrido artístico de Leblanc, el “Tigre de Chamberí”, que antes de convertirse en actor intentó ser boxeador (fue campeón amateur de los pesos ligeros en Castilla), se inicia como bailarín de claqué y “boy” en una revista de Celia Gámez, la célebre vedete de origen argentino, una de las figuras más destacadas del género sicalíptico, que se caracterizaba por sus canciones y bailes salpicados de dobles sentidos, los cuales despertaban los bajos instintos de machos de todas las raleas, incluida la real: se dice que Celia Gámez fue amante del Alfonso XIII, monarca de sexualidad borbónica y alborotada, hasta tal punto que se convirtió en un pionero del mundo de la pornografía (mandó instalar una pequeña sala de cine en el Palacio Real, en la que se proyectaban las primeras películas eróticas filmadas en España, que a menudo él mismo producía, eligiendo de manera personal las protagonistas entre prostitutas del barrio chino de Barcelona).
Intento de regicidio
La fidelidad no era, pues, una de las virtudes de Alfonso XIII, acaso porque los augurios para su matrimonio en el día de su boda, el 31 de mayo de 1906, no fueron muy halagüeños: cuando la comitiva nupcial se dirigía desde la madrileña iglesia de los Jerónimos al Palacio Real, atravesando la calle Mayor, el anarquista Mateo Morral (a quien, por cierto, Pío Baroja, había frecuentado en el café Candelas de la calle Alcalá) arrojó un ramo de flores en cuyo interior se ocultaba una bomba, que desviada por un cable de la luz, acabó cayendo entre la multitud y matando a veinticinco personas, ninguna de ellas con sangre azul.
A pesar de que algunos dirigentes anarquistas, como Ángel Pestaña, secretario general del sindicato CNT, desautorizaron este tipo de atentados, es más que probable que Morral hubiera estado relacionado con él, bien de manera personal, bien a través de otros anarquistas como Salvador Seguí o Francisco Ferrer Guardia, creador en Barcelona de la Escuela Moderna, en la que el regicida Morral trabajó como bibliotecario.
Harry Houdini, espía
Tanto Morral como Pestaña viajaron con frecuencia por Europa, predicando el credo libertario. En el caso de Ángel Pestaña, pasó varios meses en Rusia en 1920, en compañía de correligionarios a los que probablemente había seguido los pasos un ilustre espía: ni más ni menos que el famosísimo mago y escapista Harry Houdini, quien, sorprendentemente, durante una temporada trabajó para los servicios secretos de Scotland Yard, vigilando a anarquistas rusos.Pues bien, ¿de quién fue amigo íntimo Houdini? ¡Efectivamente, de Sir Arthur Conan Doyle! Es decir, del creador de Sherlock Holmes, detective, boxeador, drogadicto, violinista y rendido admirador de Pablo Sarasate, con quien empezábamos esta primera entrega de “Seis grados” y con quien, como habíamos prometido al inicio de la misma, terminamos, cerrando el círculo.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (Diarios Grupo Noticias) (19/07/25)
El verano
que fui barrendero me intentaron corromper, como si fuera un número dos del
PSOE cualquiera (o uno de sus guardaespaldas). Por cierto, tampoco había que
ser un sabueso o un Perro Xanxe para darse cuenta de que personajes como el tal
Koldo, trigo limpio no eran. En el caso de Koldo estaban, además, los
antecedentes penales: fue condenado en 1995 por romperle varias costillas a un
vecino del valle de Aranguren cuando trabajaba como segurata en las obras de un
controvertido vertedero; y en 2010 volvió a ejercer de matón, en este caso
apalizando a un menor que cometió el grave delito de entrar con una camiseta
con el lema Independentzia a un bar en el que se encontraban varios
aficionados de la selección española. Por lo que se ve, depende de qué
pecadillos se perdonan. De hecho, Koldo fue indultado de su primera condena (y
lo hizo, por cierto, Aznar). Dejamos para otro día cómo en España un violento
gorila de discoteca puede llegar a las cotas de poder que, al parecer, ejerció
el tal Koldo.
El caso
es que, volviendo a mi trabajo como barrendero, al contrario de lo que piensa
mucha gente, fue un buen trabajo. Realizaba mi ruta en solitario, lo cual me
permitía, por una parte, dejar que mis pensamientos revolotearan en mi cabeza
como si fueran hojas caídas de los árboles, que después recogía y echaba al
capazo, y, por otra, convertirme en una especie de espectador invisible de la
ciudad, que sabía por dónde se movía cada cual, de dónde salía, a dónde
entraba, con quién…
Una parte
de mi recorrido discurría por una zona de chalets, en la puerta de uno de los
cuales una vez me abordó una simpática ancianita que, tras un rato de
conversación, me alargó un billete de cinco euros. Al principio pensé que se
trataba de una de las muestras de solidaridad que algunas personas solían tener
con quienes trabajábamos en la calle, a pleno sol (en algunos bares nos
invitaban a refrescos o a algún pintxo, por ejemplo), pero después la ancianita
dijo: “Bueno, pues aquí −señalando la puerta de la que, deduje, era su casa− ¿ya limpiarás un poquico mejor,
eh, majo?”.
Yo ya
había rechazado su propina insistentemente, pero tras aquella frase lo hice con
una vehemencia tan evidente que de golpe los ojos de la simpática ancianita se
convirtieron en dos ametralladoras de odio y clasismo con las que me fusiló,
antes de darse muy digna la vuelta.
La
corrupción a gran escala supongo que funciona de una manera parecida: gente que
considera que puede comprar privilegios con dinero y gente que acepta este sin
sentirse mal por limpiar a cambio un “poquico” mejor la puerta de unas casas
que la de otras. Todo ello con una naturalidad −la naturalidad con la que la
anciana quiso ganarse mi favor− aterradora, que muestra, en definitiva, que la
corrupción no es un problema sino una costumbre.