No
sé cómo lo hacía, pero a principios de los ochenta mi hermano
conseguía sintonizar con un transistor la radio de la policía y
aquella frecuencia era la que contaba lo que de verdad pasaba en la
calle. “Charli
2 a Bravo 1, Charli 2 a Bravo 1 ¿me recibe? Hay una barricada de
fuego en la Avenida Villava”.
Por
aquella época apareció también de repente otra emisora al fondo
del dial: Eguzki Irratia. Nuestras botas sabían cómo olía el suelo
e Iruña era una ciudad gris, sin primavera, de cielos plomizos
colocados sobre las cabezas por angelotes asexuados a sueldo de
Opus-Dei y los PTV (Pamplones de Toda la Vida). Una ciudad llena de
chavales que vivían y morían deprisa en los baños de los bares o
de la estación de autobuses con una amapola colgando del brazo,
dentro de una jeringuilla. Pero también era una ciudad llena de
gente que acuchillaba el cielo para que entrasen unos rayos de luz,
que daba patadas en las puertas, que gritaba, que se plantaba, que
pintaba muros, que se divertía, que robaba las gorras a los munipas
o beatificaba a monos presos y onanistas. Era la gente de la Eguzki
Irratia, emitiendo desde un portal de Navarrería en el que tenían
su sede colectivos antimilitaristas, ecologistas, feministas,
internacionalistas… y de los que la radio era su voz. El dial de la
Eguzki se hizo fijo en nuestros transistores. Mi hermano dejó de
piratear a la policía. La propia policía era quien escuchaba ahora
la Eguzki y entraba en antena: “Vascos de mierda, como vayamos para
allá os vamos a cortar los huevos”…
Otras
veces aquella testicular policía no se conformaba con intervenir por
teléfono, irrumpía en el piso de Navarrería y por el micrófono
los podías oír mandando apagar todos los cacharros; después,
durante varios meses no volvía a salir el sol en Pamplona y algunos
se pasaban toda aquella temporada a la sombra…
Y
había también una Eguzki fuera de la Eguzki, la barraca política
de la radio, la última siempre en chapar en sanfermines, la única
tal vez del mundo en la que al amanecer, cuando los primeros rayos de
sol hacían cenizas sus crestas, podía verse a los punkis bailando
Raffaella Carrà o Boney M.
La
txozna ya no está (aunque hay otras formas de ayudar económicamente
a la radio, por ejemplo haciéndose eguzkide),
pero la radio continúa acuchillando el cielo para que entre el sol.
En la Eguzki Irratia, la radio que más calienta de Iruña −sobre
la cual se acaba de realizar un documental: Eguzki
Irratia. Una historia de comunicación, pasión y lucha,
dirigido por Pablo Calatayud−
todavía resisten, más de cuarenta años después, un micrófono y
un altavoz encendidos, abiertos para quienes quieran seguir contando
cómo huele el suelo de la ciudad.
Como
ya hemos advertido desde esta página en alguna ocasión, se calcula
que “el 83% de los terrícolas son en realidad extraterrestres que
se han infiltrado en la tierra con intención de dominar a los
humanos. La especie más destructiva, los hijoputas, de hecho, ya se
ha hecho con el control de todos los centros de poder por los cuales
los humanos creen regirse a sí mismos y, así, son alienígenas
hijoputas sus reyes, presidentes y generales, sus concejales de
urbanismo y culturismo, sus tertulianos y columnistas, sus banqueros
y miembros de consejos de administración…”.
No
obstante, para ser justos y no generar alarma, también cabe señalar
que no todos los alienígenas pertenecen a especies invasoras y que
buena parte de ellos han llegado hasta nuestro planeta con,
justamente, la intención contraria: salvarnos. Es el caso de los
procedentes de Raticulín, que siguen perseverando en su empeño a
pesar del último varapalo recibido, pues, como se ha sabido hace
unas semanas, su profeta en nuestra tierra, Carlos Jesús (también
conocido como Crístofer o Micael), falleció a principios de año
sin consumar la misión para la que había sido designado: salvar a
millones de elegidos de la extinción a la que se encamina de manera
inexorable el planeta azul, como apuntan cada vez señales más
evidentes: el apagón, Trump, Isabel Díaz Ayuso, las hamburguesas
con sabor a Dalsy…
Carlos
Jesús, como recordarán, vaticinó a inicios de los 90 en programas
como “Al ataque” o “Crónicas marcianas” la llegada de trece
millones de naves espaciales que nos transportarían (hablo en plural
porque yo soy uno de los elegidos −y
ustedes si quieren también, luego les explico cómo−)
hasta el planeta hermano Raticulín. Finalmente, por lo que sea, la
evacuación se retrasó y Carlos Jesús tuvo que volar en solitario,
aunque sus fieles tampoco desestimamos su resurrección, pues ya
anteriormente revivió en dos ocasiones (una de ellas cuando
trabajaba en la Seat de Martorell y sufrió una descarga eléctrica
de miles de vatios).
Mientras
tanto, algunos continuamos venerándolo, en mi caso con mi novela
“Cholita voladora marciana”, recientemente publicada, cuya
protagonista, Samy Grourgroug, tiene ascendencia raticuliniana por
parte de padre (por parte de madre es euskoboliviana). Las mentes más
retorcidas deducirán de todo esto que, en resumidas cuentas, este
artículo no es sino una maniobra publicitaria. Todo lo contrario: lo
que me mueve es un sentimiento altruista, puesto que −según
me hizo saber el mismo profeta un día que se me apareció en la
mancha de una pared en el baño de una sidrería−
todos aquellos que lean la novela en cuestión se contarán entre los
elegidos que acompañen a Carlos Jesús en su regreso a la tierra y
posterior éxodo hasta Raticulín, un planeta donde no existen
parquímetros, resaca ni influencers. Benditos seáis, ¡fiu, fiu!
Hace unos días tuve la
oportunidad de ver Kantauri, un documental que te sumerge a
pleno pulmón en las profundidades del mar Cantábrico. La película
es una inmersión en un mundo desconocido y fascinante, en el que
sobre un lecho abisal de lo que parecen grandes praderas de trigo o
maizales mecidos, en lugar de por el viento, por las corrientes
marinas, cohabitan criaturas perfecta, geométricamente perfiladas,
con otras de aspecto monstruoso:
cangrejos con líquenes
incrustados en el cascarón, peces con la piel de piedra, anémonas
con tentáculos de humo… Una experiencia sensorial a la que
contribuye poderosamente la música envolvente de la orquesta y
coro de Bratislava,
acompañada
por la voz de Aiora Renteria.
Kantauri,
dirigida por Xabier Mina
e Isaías Cruz, es, de
todos modos, mucho más
que
un documental en alta definición sobre la flora y fauna del
Cantábrico. La contemplación de un espacio tan inabarcable e
infinito como es el océano nos
hace conscientes de nuestra insignificancia y vulnerabilidad y
despierta en nosotros −o
al menos en mí lo hizo−
cuestiones y preocupaciones de carácter existencial, nos trae
reminiscencias de la
nada que habitamos antes de reconocernos a nosotros mismos o de
aquella
a la
que nos dirigimos de manera inexorable.
A
lo largo de toda la película la voz del narrador, Patxi Zubizarreta,
repite un estribillo: “Somos peces empeñados en volar”. Venimos
de la apnea en los vientres de nuestras madres (y por eso nos resulta
tan placentero bañarnos en el mar, en esa agua que tiene la misma
consistencia salada que el líquido amniótico) y la muerte nos
disolverá en el cosmos, como a un pájaro al que perdemos de vista
en la inmensidad del cielo. Y en ese intervalo el azar será quien
guíe nuestras vidas.
Una
de las imágenes que podemos ver en Kantauri
es, por ejemplo, la de los gigantescos bancos de peces, formados por
miles de individuos que se mueven como si fueran un solo organismo, y
del que de vez en cuando se descuelgan los más despistados, los más
débiles, pero quizás también los más díscolos o insumisos. Sobre
esos bancos de peces sobrevuelan gaviotas, que se abalanzan en picado
y arrebatan a la enorme masa que emborrona el agua
uno de esos individuos. ¿Qué es lo que determina que sea este
y no otro
el que acabará siendo atrapado? ¿La casualidad, el lugar que ocupa
−o
que se ve obligado a ocupar−
dentro de ese banco de peces? Esos pececillos
arrebatados al mar
quizás, como nosotros, también se
empeñaron algún día en
volar, y acabaron haciéndolo, aunque quizás no era esa
la manera en que lo
habían soñado. La vida,
la muerte, el azar, son, en fin, enigmas
irresolubles, y su
profundidad es insondable, como la de un océano. Por
eso no podemos dejar nunca de explorar
en ese abismo −quiénes
somos, de dónde venimos, a dónde vamos−,
como hace Kantauri
con nuestro mar Cantábrico.
Pablo
Calatayud, director del documental “Eguzki irratia. Una historia de
comunicación, pasión y lucha”
Este viernes, 13 de junio, se estrena este documental que repasa la historia de Eguzki Irratia, una de las radios libres pioneras de Euskal Herria, y que reivindica la vigencia de este proyecto contrainformativo con más de cuatro décadas a sus espaldas.
Patxi
Irurzun / Iruñea
Durante
el apagón eléctrico del pasado 28 de abril miles de personas
recurrieron a la radio (“¿Qué ha dicho la radio?”, cantaba
Tijuana in blue hace años). Para muchos vecinos de Iruñerria, sin
embargo, la situación no era nueva. A lo largo de más de cuarenta
años Eguzki irratia ha sido la voz que los ha mantenido informados
frente al apagón informativo del resto de medios de comunicación en
huelgas generales, desalojos, visitas reales, clausuras de periódicos
como Egin o Egunkaria, o respecto al día a día de las luchas de
colectivos vecinales, ecologistas, antimilitaristas, feministas,
juveniles… Esas reivindicaciones e hitos, junto con otros
referidos a la propia intrahistoria de la Eguzki, como la creación
de la misma o los cierres que también sufrió en dos ocasiones −uno
de ellos con irrupción de la policía en plena emisión−
son el hilo conductor del documental que Pablo Calatayud ha dirigido
para salvaguardar el legado de una de las radios libres más
veteranas y combativas de Euskal Herria.
En
todas las salsas
“La
idea del documental surgió hace un par de años, con el cuarenta
aniversario, para conmemorarlo”, nos cuenta Pablo, quien
actualmente está al frente del magazine diario Pasealeku, uno de los
pilares en la programación de Eguzki Irratia. “Yo ya llevaba unos
años en la radio haciendo un programa de flamenco, y como me
dedicaba a lo audiovisual (Calatayud ha dirigido otros documentales
como El fabuloso
Sabicas sobre el
universal guitarrista de la calle Mañueta de Iruñea), me
propusieron la idea. Al final, al tratarse de un trabajo que me ha
requerido mucho tiempo y esfuerzo se ha retrasado un par de años”,
explica.
Calatayud
es, en efecto, el director, editor y autor del guion de Eguzki
Irratia. Una historia de comunicación, pasión y lucha,
un documental en el que, además, ha contado con la banda sonora del
músico Txuma Flamarike y con el soporte visual de las fotografías
del archivo personal de Joxe Lacalle, quien fuera colaborador de Egin
y GARA. “Hay un antes y un después gracias a esas fotos, porque lo
más difícil era acompañar con imágenes lo que íbamos
describiendo. Nosotros no teníamos material propio de vídeo, y
acceder a él es caro y difícil. Así que cuando Joxe, que estaba en
todas las salsas (insumisión, okupaziones, manis…), me ofrece ese
archivo, todo cambia”.
Rostros
conocidos
A
todo ello se suma las opiniones de varios personajes conocidos (la
actriz Itziar Ituño, los periodistas Martxelo Otamendi y Jonathan
Martínez, la abogada feminista Begoña Zabala, el sociólogo Carlo
Vilches o el músico Fermín Muguruza). “Hemos preferido que
hablara gente con una visión externa a quienes estamos o hemos
estado en la radio (hasta cierto punto, porque algunos de ellos, como
Fermín o Begoña han estado vinculados a ella), puesto que el
plantel de gente que ha pasado por la Eguzki es inmenso y no
queríamos personalizarlo en nadie concreto. Quienes hablan son
personas con, digamos, cierto bagaje y con una visión que permita a
la gente más joven situarse en dónde estamos tras esos cuarenta
años en los que, aunque parece que sí, igual algunas cosas no han
cambiado tanto y el papel de una radio como Eguzki Irratia sigue
siendo necesario”, señala Calatayud.
La
necesidad de ser pirata
Jonathan
Martínez, por ejemplo, reivindica la importancia de la
contrainformación, la necesidad todavía hoy más acusada que en los
70 u 80 de ser pirata, en un mundo actual en que prevalecen las fake
news o los medios
oficiales están cada vez más controlados por grupos de poder.
Begoña Zabala recuerda, por su parte, cómo acudir a la radio era
algo obligado a la hora de difundir cualquier tipo de movilización
–“Hacer pancartas, pegatas, carteles… e ir a la radio”-. Y
Martxelo Otamendi subraya ese elemento de proximidad de los medios
alternativos, que los hacen estar más pegados que nadie al tejido
social.
“Yo
creo que eso es algo que se sigue manteniendo”, dice Pablo
Calatayud. “La Eguzki sigue manteniendo su vigencia y la sigue
escuchando gente de todas las edades. Mi madre, por ejemplo, la oye.
O tú vas por la calle, y escuchas que comentan que han oído tal o
cual cosa en la Eguzki. Por no hablar de la cantidad de personas que
han pasado o siguen pasando por aquí, haciendo un programa o como
invitadas. Igual la palabra está un poco devaluada, pero se puede
decir que en Iruñerria Eguzki Irratia es una institución, y que a
nivel popular tiene mucha más importancia que otras radios
comerciales con muchos más medios”.
Una
esquina del dial
El
documental se completa con acontecimientos relacionados con la propia
historia de la Eguzki, como su fundación a inicios de los ochenta
por parte del movimiento ecologista (a quien debe su nombre); los
intentos de cierre, que lejos de acabar con ella, la reforzaron; el
desmantelamiento vía excavadora de la que fue una de sus principales
fuentes de financiación: la txosna
o barraca política; o los especiales informativos dedicados a
acontecimientos como la Korrika, el desalojo del Euskal Jai, los
cierres de Egin o Egunkaria, las huelgas generales…
¿Qué
ha dicho la radio?, cantaban Tijuana In blue (por cierto, los dos
cantantes del grupo, Jimmi y Eskroto, tuvieron programas en la Eguzki
y se referían sin duda a ella en ese tema, Onda
expansiva), y a
continuación venía una respuesta que todavía hoy sigue vigente y
resume el espíritu de Eguzki Irratia: “Anuncios de calzoncillos,
concursos para los críos, crónicas de amor. Todo va normal. Pero
allá por el fondo, en una esquina del dial, se oye una voz, se abre
otro mundo (…) Tu crónica local, tu radiodifusión. Si tú quieres
marcha, diversión, contrainformación”.
“Eguzki Irratia. Una historia de comunicación, pasión y lucha” se estrena este viernes 13 de junio a las 19:30h en el Teatro de Antsoain, con entradas a seis euros.