INSULTARIO

INSULTARIO
Al contrario de lo que decía aquella canción de La hora chanante (Hijodeputa hay que decirlo más), hijodeputa hay que decirlo menos; o, al menos, recurriendo a otras fórmulas menos manidas.
Hasta el 17 de agosto el Archivo de Navarra ofrece una exposición titulada Insultos de otro tiempo que recoge una selección de insultos conservados en documentos de los siglos XVI y XVII, en la que, junto a “hits” de la ofensa personal como “puta” o “bellaco”, también aparecen otros menos conocidos que, sacados de su contexto, pueden resultar cómicos e incluso poéticos: “Mari pacharán podrido”, para referirse a una mujer aficionada a empinar el codo; “brageta handi”, para calificar a un hombre promiscuo o lujurioso; “pantierno”, para señalar a alguien ingenuo o bobalicón…
Si uno se para a pensar, insultar es una de las actividades humanas más recurrentes, bien sea de manera explícita o bien de pensamiento. Hagan la prueba, intenten contar las veces que a su cabeza viene un “gilipollas” o un “tontolaba” al cabo del día: conduciendo, en el trabajo, viendo el telediario… Yo lo he intentado, pero he tenido que abandonar, he perdido la cuenta, sobre todo llegados a este último caso, cuando en las noticias veo, por ejemplo, el rostro de Netanyahu…
(Insultar al televisor, por cierto, suele resultar una buena terapia personal para liberar la ira y la frustración, pero, más allá de eso, creo que no tiene demasiadas repercusiones en la política internacional)
La cuestión es cómo, tratándose de una actividad humana tan habitual, tendemos a limitar tanto el abanico de posibilidades. La editorial Pepitas de calabaza tiene en su catálogo un librito titulado Insultario que recoge los ingeniosos mensajes ofensivos que durante años se han ido cruzando sus dos autores: “Ojalá te venga la regla en un río de pirañas” o “Te daría de hostias de dos en dos hasta que fueran impares”, se espetan, y lo curioso es cómo de esa manera, en lugar de destruirse de manera mutua, van creando entre ambos algo que los une afectivamente. Insultarse con arte o poniendo un poco de cariño en el empeño creo que sería, pues, una buena manera de solventar las diferencias personales.
En cuanto a la esfera pública, Insultario se encabeza con una cita de Rafael Sánchez Ferlosio: “El insulto fue la forma más primitiva, originaria, de la diplomacia, en la medida en que esta es el arte de resolver por acuerdos de palabra lo que podría llevar a conflictos armados”. Y se me ocurre que igual habría que hacer llegar algún ejemplar de Insultario a Pedro Sánchez o a Ursula von der Leyen para que la próxima vez que se reúnan con Netanyahu le suelten un “Lo mejor que te puede pasar es un camión por encima” o un “Eres una casa cociendo coliflor veinticuatro horas al día”.