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Archive from diciembre, 2024

Entrevista con Amaia Oloriz

Dic 31, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Para escribir tengo que empatizar con el dolor de los protagonistas”

En El eco de la huida Amaia Oloriz novela la desbandá (o la huida, como prefiere llamarlo), un terrible episodio histórico sucedido en 1937 en la carretera entre Málaga y Almería en el que miles de personas fueron masacradas cuando huían de la barbarie fascista

Publicado en Gara/Naiz, 30-12-24)
Patxi Irurzun. Iruñea

Por primera vez la escritora de Atarrabia aleja el foco de sus novelas de Nafarroa. En sus anteriores obras, también publicadas por Txalaparta, había abordado otras historias relacionadas con la memoria histórica, como la fuga del Fuerte de Ezkaba, o la emigración de las ainarak, desde los valles pirenaicos navarros a Iparralde. Ahora, lleva a sus lectores hasta Andalucía, pero con el mismo propósito: dar voz a través de la ficción a protagonistas -por lo general mujeres y niños- a los que el olvido o los libros de historia intentaron arrebatársela.

¿Cómo llega un episodio como el que narra, después de ubicar sus anteriores obras siempre en entornos más cercanos?

El golpe de estado del 36, la mal llamada guerra civil, es un tema que me interesa mucho y suelo seguir todo tipo de información sobre ella, así que un día me encontré con un documental de la televisión andaluza sobre la carretera de la muerte. Yo ya había oído hablar de ello, por ejemplo en un libro de Almudena Grandes, creo que era El lector de Julio Verne, pero me impresionaron los testimonios de este documental. Comencé a preguntar en mi entorno sobre este episodios y había a quien le sonaba ligeramente, aunque en general era desconocido, en mi círculo, al menos. Eso fue lo que me hizo interesarme por esa historia.

¿Ha sido complicado cambiar de escenario?

El salto fuera de Nafarroa me daba vértigo, pero me di cuenta de que muchos de los testimonios de aquella violencia eran calcados a otros más cercanos, como en Lodosa, Cascante, Sartaguda… En mis novelas me gusta más hablar de los sentimientos que del entorno, pero sí intento conocer los espacios en que se van desenvolver los protagonistas. En este caso, como la ficción me permite ubicarlos donde quiero y conocía en parte Málaga, coloqué en esa ciudad algunos de los escenarios, por ejemplo la librería en la calle Marqués de Larios. Y luego, hoy en día, tenemos internet, documentales, que son de gran ayuda. Yo creía que me iba resultar más difícil de lo que luego realmente ha sido.

¿La librería, o la participación de uno de los personajes en las Misiones Pedagógicas, simbolizan una especie de contraposición a la barbarie?

Era una manera de suavizar el drama, a mí me encantan las librerías, el olor, el papel, son lugares que desprenden magnetismo, que me despiertan tranquilidad, y quería denunciar en cierto modo la persecución de los regímenes dictatoriales a todo lo que es cultura.

Una de las constantes o los propósitos en sus novelas anteriores es dar voz a personajes o historias silenciadas

Sí, siento ese compromiso, desde la sencillez de mi escritura, de poner mi granito de arena y denunciar que esas cosas han pasado e intentar que no se vuelvan a repetir…

Hay quien, respecto a estos temas, habla de pasar página, pero en muchos caso esas páginas ni si quiera se han escrito.

A mí me da mucha rabia, porque hay quienes, sobre todo las mujeres, no han podido hablar del dolor y el sufrimiento que padecieron, todas esas viudas que se quedaron solas, con hijos, pocos recursos, señaladas… Son historias que me llegan y yo para escribir tengo que sentir eso, empatizar con ese dolor, así me resulta más sencillo contarlo.

Las mujeres y los niños siempre están en un primer plano en sus historias…

Sí, porque me parecen los más vulnerables en las situaciones de conflicto. Las mujeres, porque adquieren ese papel de protectoras de la familia y los niños porque dependen de las decisiones de los mayores. En el caso de esta novela me impresionaba cómo muchas de esas mujeres toman esa decisión de abandonar Málaga para salvar a sus hijos y se encuentran con ese infierno, me preguntaba, por ejemplo, cuántas se habrían culpabilizado por ello… Me identifico con su dolor, y como madre y ahora abuela, también con el desamparo de todos esos niños perdidos en la huida.

La huida, por cierto, que es como prefiere llamarla, en lugar de la desbandá, como es más conocido este episodio histórico. ¿Por qué?

Sí, de hecho en el título uso la palabra huida, desbandá es un término que usaron los golpistas, de manera despectiva o victoriosa. Pero no fue una desbandada, fue una huida de ciento cincuenta mil personas, y ese es el término que prefieren usar los descendientes de quienes participaron en ella.

El episodio sucedió hace ya casi noventa años, pero todavía siguen sucediendo otros semejantes, por ejemplo en Palestina.

Sí, eso es algo que me provoca mucho dolor y mucha impotencia, que no podamos hacer nada antes ese poder que da el dinero y las armas, es increíble que Israel se haya saltado todos los protocolos. Cuando veo esas imágenes, de las huidas, los bombardeos… O ese otro gran drama que es la inmigración. Nosotros hemos sido un país de emigrantes, todos tenemos a alguien en la familia que ha ido a Argentina, a Francia, a Alemania… Pero todas ellas son situaciones, como la que cuento en el libro, en las que no queda otra salida que huir.

¿Por eso alterna o liga en sus novelas situaciones y protagonista del pasado con otras actuales?

Sí, yo creo que las personas en el fondo tenemos un sentimiento humanitario que nos hace empatizar con el dolor ajeno, y en mis novelas aparecen siempre personas que mantienen una preocupación por lo que sucedió, porque algunas historias no se olviden. Yo creo que frente a la injustica, la violencia y el dolor que impone una parte de la sociedad siempre hay otra parte que pelea contra eso, y en mis historias hay un homenaje a esas personas, que admiro.

Incluye al final de la novela la figura de un detective, que investiga casos de memoria histórica, ¿existe esa figura?

No lo sé, realmente, yo cuando escribo no tengo definida la obra, parto de unos personajes, o creo otros sobre la marcha, según lo que me pida la trama, o las relaciones de esos primeros personajes y me dejo llevar, y el personaje del detective surgió de esa manera, fue la manera en que pude hacer que mis personajes principales se encontraran… Durante la escritura del libro tropecé también, por ejemplo, con los llamados internados del miedo, niños solos que recogieron de la carretera, y que fueron tratados de una manera inhumana, que yo he tenido incluso que suavizar…

También habla de los bebés robados, sobre los que ya ha escrito anteriormente…

Sí, es un tema que ya apareció en una de mis primera novelas, que ni siquiera he reeditado, porque eran novelas a las que les faltaba desarrollo… Yo empecé a escribir muy tarde, sin preparación, con una escritura de andar por casa, diría. Voy aprendiendo con cada novela, no me importa desechar cosas que leo y me parecen horribles. Y me apasiona escribir, a veces por las noches me desvelo y pienso en mis personajes, es como que vivo a través de ellos otras vidas. Luego igual al día siguiente empiezo a escribir y no sucede nada de lo que había pensado para ellos, pero eso me gusta, me dejo llevar, me cuesta mucho más empezar las novelas que acabarlas.

¿Y ahora tiene alguna obra en marcha?

Hay quienes me dicen que cambie de tema, pero la inmensa mayoría me anima a seguir por aquí. Hay historias relacionadas que se me cruzan o me llaman, y aunque para mí actualmente escribir es una necesidad, por otra parte también intento no desprenderme todavía de los personajes de la última novela, disfrutar todavía de ellos, con las presentaciones, los clubs de lectura… Pero sí, creo que seguiré con el tema de la memoria histórica “hasta que se nos seque la boca”, como dice Nieves Conscontrina.

TONTO EL QUE LO LEA

Dic 30, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments


Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 21/12/24

“¡Arriba Heráclito, abajo Parménides!”, leo en la puerta del baño de la cafetería que hay frente al instituto de mi hija. ¡Hay que ver qué juventud, tan procaz y maleducada! Porque supongo que la frasecita la ha escrito alguno de los alumnos, durante el recreo, en lugar de pintarrajear la puerta con el “Tonto el que lo lea” de toda la vida o el clásico “Caga bien, caga contento, pero caga dentro” (o su variante inclusiva “Caga bien, caga contenta, pero caga dentra”).

Fuera bromas, lo cierto es que la filosófica reivindicación me provoca un brote de antiedadismo a la inversa. Me emociona que haya alguien, un chaval de quince años, que al hacer esa pintada haya adornado su humorismo con ese ribete intelectual y heterodoxo. Y mientras voy camino de la reunión con la tutora de mi hija imagino que al entrar al instituto me toparé con jóvenes vestidos con camisetas con el rostro de Simone de Beauvoir o de Diógenes de Sinope, o con grupitos debatiendo acaloradamente sobre la naturaleza del alma humana, incluso con alguna violenta pelea de gallos entre partidarios de Góngora y de Quevedo.

Pero me he flipado un poco y, una vez dentro, lo más que llego a encontrarme es a una muchacha con una sudadera de Tupac y un mural que no sé si es una reproducción de un cuadro de Basquiat o una pared vandalizada por grafiteros egomaniacos.

No obstante, mientras espero a la profesora suena el timbre de salida. Y, de repente, por las escaleras veo emerger una ola negra de adolescentes, un tsunami de mochilas y acné, un ciclón de berridos y risas, un huracán que arrastra un olor espeso a hormonas en flor, a zapatillas sudadas y sobaco, una marea imparable que me arrastra, pasa por encima de mí, me sumerge a las profundidades de la nada más absoluta, me torna insignificante e invisible…

Allá van, con sus tormentas interiores y sus carcajadas soleadas, con el cadáver del niño o la niña inocentes que fueron todavía caliente dentro de sí mismos, con el instinto carnívoro de quienes temen y quieren devorar al mismo tiempo la vida.

Allá van, los veo pasar a mi lado, son una masa informe que dentro de unos años, dentro de nada, se hará jirones, se definirá en mujeres y hombres que tendrán hijos, fabricarán o inventarán cosas, publicarán libros o discos, irán a la cárcel, se divorciarán, practicarán sexo fluido, destruirán el heteropatriarcado y el turbocapitalismo, se convertirán en adictos a algo, tendrán depresiones y carcinomas, militarán en sindicatos o en oenegés, se caerán y se levantarán, morirán jóvenes en accidentes de tráfico o atragantados por un hueso de aceituna con ciento veinticinco años, serán, en fin, por todo ello y a pesar también de todo ello, en general mejores que nosotros y conseguirán que la vida siga, que todo fluya y nada permanezca.

ME GUSTA

Dic 30, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 07/12/24

Me gusta cuando al final de los programas de radio ponen una canción y consiguen que esta termine justo un segundo antes de que suene la señal horaria. Me gusta leer primero la última línea de las novelas. Me gusta cuando en la ducha subes un poquito más la temperatura del agua caliente. Y cuando te despiertas en mitad de la noche y ves que todavía quedan algunas horas para dormir. Me gusta pintar los dientes de la gente con un rotulador negro en las fotos de las revistas, es como una especie de photoshop o meme prehistórico.

Me gusta −soy un raro− la fruta escarchada del roscón de reyes. Y me gusta que a la mayoría de la gente no le guste porque así puedo comerme la que dejan orillada en sus platos (por cierto, quienes no se comen la fruta escarchada del roscón de reyes y sacan la figurita deberían devolverla, porque en realidad no han comido un auténtico roscón de reyes sino un sucedáneo). Me gusta el olor de la gasolina. Y el de los libros nuevos (aunque a veces huelan como a basura; lo malo es cuando el olor es una advertencia y los libros son en realidad una basura). Me gusta el sonido de la impresora cuando la enciendes, es como un robot desperezándose. Y el de un balón de baloncesto botando contra el suelo, es como el latido de mi corazón cuando tenía quince años. Me gusta el baloncesto, ese estornudo de la red, ¡zas!, cuando la canasta entra limpia (aunque me gustaba el baloncesto mucho más antes de que pusieran la línea de tres y las canchas se llenaran de francotiradores).

Me gusta ponerme ropa que hace tiempo que no he usado y encontrarme en los bolsillos un ticket de la compra antiguo o la entrada de un concierto en el que no recordaba que había estado. Siempre llevo los bolsillos llenos de papelitos. Me gusta que mi ropa sea una máquina del tiempo.

Me gusta ese puntito de la primera cerveza o de un vermú, un mediodía soleado. Me gustan esos tres segundos del propofol atravesando la vena, en las colonoscopias. Me gusta la primera vez que orino después de la tercera o cuarta caña. Y ese escalofrío, ese repelús que a veces sacude el cuerpo al hacerlo (podríamos llamarlo “repegús”).

Me gustan los chistes malos que hacen gracia de lo malos que son. Y usar expresiones desactualizadas, por ejemplo “efectivigüonder” o “yavestruz” (me parecen mucho más ridículas otras en boga como “¿sabes cómo te digo?” o “aburrido −o cualquier otro adjetivo− no, lo siguiente”).

Me gusta esa sensación pletórica, cuando acabo de escribir algunos artículos, pero no me gusta tener que acabar ya este. Me gustan lo gatos, la comida cuando la cocinan otros, el viento golpeando en la persiana, los pantalones pitillo… Me gustan −como a todo el mundo− tantas cosas…

CALZADO DESPAREJADO

Dic 30, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 23/11/24

Algunos días, mientras conduzco, suelo encontrarme tiradas en mitad de la carretera zapatillas de deporte, botas de monte… calzado nuevo y desparejado. Esto último es lo que más me inquieta. Me pregunto cómo han acabado ahí todos esos zapatos solitarios. ¿Los ha arrojado un ocupante de un vehículo a otro tras una discusión de tráfico? ¿Es un código de alguna sociedad secreta para marcar una ubicación? ¿Hay enterrado a unos metros un tesoro, un muerto, un cáliz sagrado? ¿Alguien ha atropellado a un cojo?…

¿Y cómo se mueren los pájaros? Veo pasar estos días, a través de la luna delantera, las bandadas de grullas, una viruela negra sobre la piel cárdena y moribunda del cielo de otoño. Vuelan en forma de uve, como flechas arrojadas en dirección al sol por un ejército en retirada. Y se ríen, con sus graznidos obscenos. ¿De qué se ríen? Bueno, ¿cómo no se van a reír? Se van al sur, a Marrakech, o a Benidorm, mientras nosotros nos quedamos aquí, con el mercurio haciendo muescas por debajo de la línea roja y la camiseta térmica convertida en una segunda piel. Se ríen de nosotros.

La que más alto se ríe es la que encabeza la bandada, la punta de la flecha. Tiene que ser una grulla ultramaratoniana y con un GPS en la cabeza. Pero ¿quiénes son las últimas de la formación? Supongo que grullas bobas, que no saben leer los mapas, o grullas jubiladas, con artritis y la próstata o el corazón inflados, grullas que no llegarán a su último baile en el hotel del imserso. ¿Qué sucede cuando ya no pueden más? ¿Se separan de la bandada y se dejan caer planeando, balanceándose como una hoja muerta, hasta posarse en la tierra? ¿O caen a plomo, como manzanas de Newton, como meteoritos de carne y hueso? ¿Ha muerto alguna vez alguien golpeado en la cabeza por un pájaro muerto?

Hablando de pájaros muertos, veo también todos los días, mientras conduzco, un aguilucho posado sobre un cable de la luz. ¿Por qué no se achicharra? ¿Sus garras tienen alguna sustancia, una queratina que aisla la corriente? ¿Es un funambulista eléctrico, un suicida sin prisa?…

El mundo animal, el mundo en general, está lleno de incógnitas y ya hace mucho tiempo que otro pájaro, un pájaro de hierro, mató a Félix Rodríguez de la Fuente, así que cuando llego a mi destino busco las respuestas en Google. Y, al parecer, el misterio de los zapatos desparejados no lo es tanto, se trata simplemente de personas que bajan del monte todavía con la cabeza en las nubes, o que vienen de dar un paseo, personas que dejan olvidadas sus zapatillas, sus botas, sus zapatos en el techo de los coches, al cambiarse de ropa, de manera que durante el trayecto de vuelta, su calzado cae en alguna curva, y no siempre a la vez. O eso es lo que dicen algunas hipótesis, algunos listos. Seguro que también saben por qué las lavadoras se alimentan de calcetines sueltos…

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