“Para escribir tengo que empatizar con el dolor de los protagonistas”
En
El eco de la
huida Amaia
Oloriz novela la desbandá
(o la huida, como prefiere llamarlo), un terrible episodio histórico
sucedido en 1937 en la carretera entre Málaga y Almería en el que
miles de personas fueron masacradas cuando huían de la barbarie
fascista
Publicado en Gara/Naiz, 30-12-24)
Patxi Irurzun. Iruñea
Por primera vez la escritora de Atarrabia aleja el foco de sus
novelas de Nafarroa. En sus anteriores obras, también publicadas por
Txalaparta, había abordado otras historias relacionadas con la
memoria histórica, como la fuga del Fuerte de Ezkaba, o la
emigración de las ainarak, desde los valles pirenaicos
navarros a Iparralde. Ahora, lleva a sus lectores hasta Andalucía,
pero con el mismo propósito: dar voz a través de la ficción a
protagonistas -por lo general mujeres y niños- a los que el olvido o
los libros de historia intentaron arrebatársela.
¿Cómo llega un
episodio como el que narra, después de ubicar sus anteriores obras
siempre en entornos más cercanos?
El golpe de estado
del 36, la mal llamada guerra civil, es un tema que me interesa mucho
y suelo seguir todo tipo de información sobre ella, así que un día
me encontré con un documental de la televisión andaluza sobre la
carretera de la muerte. Yo ya había oído hablar de ello, por
ejemplo en un libro de Almudena Grandes, creo que era El lector de
Julio Verne, pero me impresionaron los testimonios de este
documental. Comencé a preguntar en mi entorno sobre este episodios y
había a quien le sonaba ligeramente, aunque en general era
desconocido, en mi círculo, al menos. Eso fue lo que me hizo
interesarme por esa historia.
¿Ha sido
complicado cambiar de escenario?
El salto fuera de
Nafarroa me daba vértigo, pero me di cuenta de que muchos de los
testimonios de aquella violencia eran calcados a otros más cercanos,
como en Lodosa, Cascante, Sartaguda… En mis novelas me gusta más
hablar de los sentimientos que del entorno, pero sí intento conocer
los espacios en que se van desenvolver los protagonistas. En este
caso, como la ficción me permite ubicarlos donde quiero y conocía
en parte Málaga, coloqué en esa ciudad algunos de los escenarios,
por ejemplo la librería en la calle Marqués de Larios. Y luego, hoy
en día, tenemos internet, documentales, que son de gran ayuda. Yo
creía que me iba resultar más difícil de lo que luego realmente ha
sido.
¿La librería, o
la participación de uno de los personajes en las Misiones
Pedagógicas, simbolizan una especie de contraposición a la
barbarie?
Era una manera de
suavizar el drama, a mí me encantan las librerías, el olor, el
papel, son lugares que desprenden magnetismo, que me despiertan
tranquilidad, y quería denunciar en cierto modo la persecución de
los regímenes dictatoriales a todo lo que es cultura.
Una de las
constantes o los propósitos en sus novelas anteriores es dar voz a
personajes o historias silenciadas
Sí, siento ese
compromiso, desde la sencillez de mi escritura, de poner mi granito
de arena y denunciar que esas cosas han pasado e intentar que no se
vuelvan a repetir…
Hay quien,
respecto a estos temas, habla de pasar página, pero en muchos caso
esas páginas ni si quiera se han escrito.
A mí me da mucha
rabia, porque hay quienes, sobre todo las mujeres, no han podido
hablar del dolor y el sufrimiento que padecieron, todas esas viudas
que se quedaron solas, con hijos, pocos recursos, señaladas… Son
historias que me llegan y yo para escribir tengo que sentir eso,
empatizar con ese dolor, así me resulta más sencillo contarlo.
Las mujeres y los
niños siempre están en un primer plano en sus historias…
Sí, porque me
parecen los más vulnerables en las situaciones de conflicto. Las
mujeres, porque adquieren ese papel de protectoras de la familia y
los niños porque dependen de las decisiones de los mayores. En el
caso de esta novela me impresionaba cómo muchas de esas mujeres
toman esa decisión de abandonar Málaga para salvar a sus hijos y se
encuentran con ese infierno, me preguntaba, por ejemplo, cuántas se
habrían culpabilizado por ello… Me identifico con su dolor, y como
madre y ahora abuela, también con el desamparo de todos esos niños
perdidos en la huida.
La
huida, por cierto, que es como prefiere llamarla, en lugar de la
desbandá, como es más conocido este episodio histórico.
¿Por qué?
Sí, de hecho en el
título uso la palabra huida, desbandá es un término que
usaron los golpistas, de manera despectiva o victoriosa. Pero no fue
una desbandada, fue una huida de ciento cincuenta mil personas, y ese
es el término que prefieren usar los descendientes de quienes
participaron en ella.
El episodio
sucedió hace ya casi noventa años, pero todavía siguen sucediendo
otros semejantes, por ejemplo en Palestina.
Sí, eso es algo que
me provoca mucho dolor y mucha impotencia, que no podamos hacer nada
antes ese poder que da el dinero y las armas, es increíble que
Israel se haya saltado todos los protocolos. Cuando veo esas
imágenes, de las huidas, los bombardeos… O ese otro gran drama que
es la inmigración. Nosotros hemos sido un país de emigrantes, todos
tenemos a alguien en la familia que ha ido a Argentina, a Francia, a
Alemania… Pero todas ellas son situaciones, como la que cuento en
el libro, en las que no queda otra salida que huir.
¿Por eso alterna
o liga en sus novelas situaciones y protagonista del pasado con otras
actuales?
Sí, yo creo que las
personas en el fondo tenemos un sentimiento humanitario que nos hace
empatizar con el dolor ajeno, y en mis novelas aparecen siempre
personas que mantienen una preocupación por lo que sucedió, porque
algunas historias no se olviden. Yo creo que frente a la injustica,
la violencia y el dolor que impone una parte de la sociedad siempre
hay otra parte que pelea contra eso, y en mis historias hay un
homenaje a esas personas, que admiro.
Incluye al final
de la novela la figura de un detective, que investiga casos de
memoria histórica, ¿existe esa figura?
No lo sé,
realmente, yo cuando escribo no tengo definida la obra, parto de unos
personajes, o creo otros sobre la marcha, según lo que me pida la
trama, o las relaciones de esos primeros personajes y me dejo llevar,
y el personaje del detective surgió de esa manera, fue la manera en
que pude hacer que mis personajes principales se encontraran…
Durante la escritura del libro tropecé también, por ejemplo, con
los llamados internados del miedo, niños solos que recogieron de la
carretera, y que fueron tratados de una manera inhumana, que yo he
tenido incluso que suavizar…
También habla de
los bebés robados, sobre los que ya ha escrito anteriormente…
Sí, es un tema que
ya apareció en una de mis primera novelas, que ni siquiera he
reeditado, porque eran novelas a las que les faltaba desarrollo… Yo
empecé a escribir muy tarde, sin preparación, con una escritura de
andar por casa, diría. Voy aprendiendo con cada novela, no me
importa desechar cosas que leo y me parecen horribles. Y me apasiona
escribir, a veces por las noches me desvelo y pienso en mis
personajes, es como que vivo a través de ellos otras vidas. Luego
igual al día siguiente empiezo a escribir y no sucede nada de lo que
había pensado para ellos, pero eso me gusta, me dejo llevar, me
cuesta mucho más empezar las novelas que acabarlas.
¿Y ahora tiene
alguna obra en marcha?
Hay quienes me dicen
que cambie de tema, pero la inmensa mayoría me anima a seguir por
aquí. Hay historias relacionadas que se me cruzan o me llaman, y
aunque para mí actualmente escribir es una necesidad, por otra
parte también intento no desprenderme todavía de los personajes de
la última novela, disfrutar todavía de ellos, con las
presentaciones, los clubs de lectura… Pero sí, creo que seguiré
con el tema de la memoria histórica “hasta que se nos seque la
boca”, como dice Nieves Conscontrina.
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 21/12/24
“¡Arriba Heráclito, abajo
Parménides!”, leo en la puerta del baño de la cafetería que hay
frente al instituto de mi hija. ¡Hay que ver qué juventud, tan
procaz y maleducada! Porque supongo que la frasecita la ha escrito
alguno de los alumnos, durante el recreo, en lugar de pintarrajear la
puerta con el
“Tonto el que lo lea” de toda la vida o el clásico “Caga
bien, caga contento, pero caga dentro” (o su variante inclusiva
“Caga bien, caga contenta, pero caga dentra”).
Fuera bromas, lo cierto es que
la filosófica reivindicación me provoca un brote de antiedadismo a
la inversa. Me emociona que haya alguien, un chaval de quince años,
que al hacer esa pintada haya adornado su humorismo con ese ribete
intelectual y heterodoxo. Y mientras voy camino de la reunión con la
tutora de mi hija imagino que al entrar al instituto me toparé con
jóvenes vestidos con camisetas con el rostro de Simone de Beauvoir o
de Diógenes de Sinope, o con grupitos debatiendo acaloradamente
sobre la naturaleza del alma humana, incluso con alguna violenta
pelea de gallos entre partidarios de Góngora y de Quevedo.
Pero me he flipado un poco y,
una vez dentro, lo más que llego a encontrarme es a una muchacha con
una sudadera de Tupac y un mural que no sé si es una reproducción
de un cuadro de Basquiat o una pared vandalizada por grafiteros
egomaniacos.
No obstante, mientras espero a
la profesora suena el timbre de salida. Y, de repente, por las
escaleras veo emerger una ola negra de adolescentes, un tsunami de
mochilas y acné, un ciclón de berridos y risas, un huracán que
arrastra un olor espeso a hormonas en flor, a zapatillas sudadas y
sobaco, una marea imparable que me arrastra, pasa por encima de mí,
me sumerge a las profundidades de la nada más absoluta, me torna
insignificante e invisible…
Allá van, con sus tormentas
interiores y sus carcajadas soleadas, con el cadáver del niño o la
niña inocentes que fueron todavía caliente dentro de sí mismos,
con el instinto carnívoro de quienes temen y quieren devorar al
mismo tiempo la vida.
Allá van, los veo pasar a mi
lado, son una masa informe que dentro de unos años, dentro de nada,
se hará jirones, se definirá en mujeres y hombres que tendrán
hijos, fabricarán o inventarán cosas, publicarán libros o discos,
irán a la cárcel, se divorciarán, practicarán sexo fluido,
destruirán el heteropatriarcado y el turbocapitalismo, se
convertirán en adictos a algo, tendrán depresiones y carcinomas,
militarán en sindicatos o en oenegés, se caerán y se levantarán,
morirán jóvenes en accidentes de tráfico o atragantados por un
hueso de aceituna con ciento veinticinco años, serán, en fin, por
todo ello y a pesar también de todo ello, en general mejores que
nosotros y conseguirán que la vida siga, que todo fluya y nada
permanezca.
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 07/12/24
Me
gusta cuando al final de los programas de radio ponen una canción y
consiguen que esta termine justo un segundo antes de que suene la
señal horaria. Me gusta leer primero la última línea de las
novelas. Me gusta cuando en la ducha subes un poquito más la
temperatura del agua caliente. Y cuando te despiertas en mitad de la
noche y ves que todavía quedan algunas horas para dormir. Me gusta
pintar los dientes de la gente con un rotulador negro en las fotos de
las revistas, es como una especie de photoshop o meme prehistórico.
Me
gusta −soy
un raro−
la
fruta escarchada del roscón de reyes. Y me gusta que a la mayoría
de la gente no le guste porque así puedo comerme la que dejan
orillada en sus platos (por cierto, quienes no se comen la fruta
escarchada del roscón de reyes y sacan la figurita deberían
devolverla, porque en realidad no han comido un auténtico roscón de
reyes sino un sucedáneo). Me gusta el olor de la gasolina. Y el de
los libros nuevos (aunque a veces huelan como a basura; lo malo es
cuando el olor es una advertencia y los libros son en realidad una
basura). Me gusta el sonido de la impresora cuando la enciendes, es
como un robot desperezándose. Y el de un balón de baloncesto
botando contra el suelo, es como el latido de mi corazón cuando
tenía quince años. Me gusta el baloncesto, ese estornudo de la red,
¡zas!, cuando la canasta entra limpia (aunque me gustaba el
baloncesto mucho más antes de que pusieran la línea de tres y las
canchas se llenaran de francotiradores).
Me
gusta ponerme ropa que hace tiempo que no he usado y encontrarme en
los bolsillos un ticket de la compra antiguo o la entrada de un
concierto en el que no recordaba que había estado.
Siempre llevo los bolsillos llenos de papelitos. Me gusta que mi ropa
sea una máquina del tiempo.
Me
gusta ese puntito de la primera cerveza o de un vermú, un mediodía
soleado. Me gustan esos tres segundos del propofol atravesando la
vena, en las colonoscopias. Me gusta la primera vez que orino después
de la tercera o cuarta caña. Y ese escalofrío, ese repelús que a
veces sacude el cuerpo al hacerlo (podríamos llamarlo “repegús”).
Me
gustan los chistes malos que hacen gracia de lo malos que son. Y usar
expresiones desactualizadas, por ejemplo “efectivigüonder” o
“yavestruz” (me parecen mucho más ridículas otras en boga como
“¿sabes cómo te digo?” o “aburrido −o cualquier otro
adjetivo− no, lo siguiente”).
Me
gusta esa sensación pletórica, cuando acabo de escribir algunos
artículos, pero no me gusta tener que acabar ya este. Me gustan lo
gatos, la comida cuando la cocinan otros, el viento golpeando en la
persiana, los pantalones pitillo… Me gustan −como a todo el
mundo− tantas cosas…
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 23/11/24
Algunos días, mientras conduzco, suelo encontrarme tiradas en mitad
de la carretera zapatillas de deporte, botas de monte… calzado
nuevo y desparejado. Esto último es lo que más me inquieta. Me
pregunto cómo han acabado ahí todos esos zapatos solitarios. ¿Los
ha arrojado un ocupante de un vehículo a otro tras una discusión de
tráfico? ¿Es un código de alguna sociedad secreta para marcar una
ubicación? ¿Hay enterrado a unos metros un tesoro, un muerto, un
cáliz sagrado? ¿Alguien ha atropellado a un cojo?…
¿Y cómo se mueren los pájaros? Veo pasar estos días, a través de
la luna delantera, las bandadas de grullas, una viruela negra sobre
la piel cárdena y moribunda del cielo de otoño. Vuelan en forma de
uve, como flechas arrojadas en dirección al sol por un ejército en
retirada. Y se ríen, con sus graznidos obscenos. ¿De qué se ríen?
Bueno, ¿cómo no se van a reír? Se van al sur, a Marrakech, o a
Benidorm, mientras nosotros nos quedamos aquí, con el mercurio
haciendo muescas por debajo de la línea roja y la camiseta térmica
convertida en una segunda piel. Se ríen de nosotros.
La que más alto se ríe es la que encabeza la bandada, la punta de
la flecha. Tiene que ser una grulla ultramaratoniana y con un GPS en
la cabeza. Pero ¿quiénes son las últimas de la formación? Supongo
que grullas bobas, que no saben leer los mapas, o grullas jubiladas,
con artritis y la próstata o el corazón inflados, grullas que no
llegarán a su último baile en el hotel del imserso. ¿Qué sucede
cuando ya no pueden más? ¿Se separan de la bandada y se dejan caer
planeando, balanceándose como una hoja muerta, hasta posarse en la
tierra? ¿O caen a plomo, como manzanas de Newton, como meteoritos de
carne y hueso? ¿Ha muerto alguna vez alguien golpeado en la cabeza
por un pájaro muerto?
Hablando de pájaros muertos, veo también todos los días, mientras
conduzco, un aguilucho posado sobre un cable de la luz. ¿Por qué no
se achicharra? ¿Sus garras tienen alguna sustancia, una queratina
que aisla la corriente? ¿Es un funambulista eléctrico, un suicida
sin prisa?…
El mundo animal, el mundo en general, está lleno de incógnitas y ya
hace mucho tiempo que otro pájaro, un pájaro de hierro, mató a
Félix Rodríguez de la Fuente, así que cuando llego a mi destino
busco las respuestas en Google. Y, al parecer, el misterio de los
zapatos desparejados no lo es tanto, se trata simplemente de personas
que bajan del monte todavía con la cabeza en las nubes, o que vienen
de dar un paseo, personas que dejan olvidadas sus zapatillas, sus
botas, sus zapatos en el techo de los coches, al cambiarse de ropa,
de manera que durante el trayecto de vuelta, su calzado cae en alguna
curva, y no siempre a la vez. O eso es lo que dicen algunas
hipótesis, algunos listos. Seguro que también saben por qué las
lavadoras se alimentan de calcetines sueltos…