RÉQUIEM POR UN CAMPESINO ESPAÑOL, de Ramón J. Sender
Me temo que la novela de la que nos ocupamos esta semana, seguramente la más conocida de Ramón J. Sender, el popular autor oscense, hoy en día sería desechada sin contemplaciones por la mayor parte de editores y agentes literarios. La considerarían demasiado corta, con unas hechuras escuchimizadas para competir en estanterías y escaparates con los aplastantes best-sellers, con las musculosas novelas de romanos o de policías o con los tochos firmados por presentadoras de televisión, cocineros o directores de la Oficina del Español. Y además, ¿a qué precio vendes un libro tan delgadito para que sea rentable económicamente? Eso te dirían. O en otras palabras: donde estén destacadas contribuyentes al mundo de la literatura como Paz Padilla que se quiten los equivalentes actuales de El viejo y el mar, de Hemingway, La Perla, de John Steinbeck, Seda, de Baricco, El balneario, de Carmen Martín Gaite, etc.
Una anatomía perfecta Réquiem por un campesino español tiene cincuenta o sesenta páginas. En la mayoría de sus ediciones ocupan más los estudios introductorios que la propia novela. En realidad, podríamos decir que es más bien una novela corta, o un cuento largo, o que está en tierra de nadie, a medio camino entre ambas cosas. Da lo mismo. La novela tiene la extensión que necesita, ni más ni menos. La que le pide el cuerpo, que para eso su anatomía literaria es perfecta.
Publicada en 1953, apareció por primera vez en México con el título de Mosén Millán, uno de los protagonistas principales de la obra. El otro es el joven Paco el del molino, cuya misa de réquiem aguarda para celebrar Mosén Millán en una iglesia vacía, a la que solo acudirán quienes propiciaron un año atrás la detención y posterior fusilamiento del mozo en el pequeño pueblo en que transcurre la acción. Durante esa tensa espera el cura rememora la vida de Paco, que ha crecido a las faldas de su sotana, ha sido de niño su monaguillo, a quien ha casado, al que ha intentado hacer desistir cuando se ha enfrentado a los señoritos y terratenientes del pueblo, a quien finalmente ha visto morir, o, mejor dicho, ser asesinado, después de que él mismo lo haya delatado…
Un trágico final que de manera paralela a los recuerdos de Mosén Millán se anticipa en el romance popular, las coplas que va intercalando en la narración el monaguillo que asiste al cura en la misa de réquiem y que dibujan la figura del héroe, Paco el del molino, y su muerte digna, fiel a sus principios, frente al silencio, la pasividad y la falta de arrepentimiento del sacerdote, como símbolo del papel cómplice de la Iglesia durante el golpe militar.
La complejidad de lo sencillo Esos diferentes planos desde los que se nos cuenta la historia se sobreponen de una manera prodigiosa. Sender nos hace pasar de uno a otro sin que se note el cambio de marcha, del mismo modo que con una facilidad pasmosa es capaz de en apenas unas páginas, con solo algún detalle —por ejemplo, una frase puesta en boca de alguno de los personajes: “En Madrid pintan bastos”— resumir los acontecimientos políticos que sacuden a España: la llegada de la República, la colectivización de las tierras, la reacción fascista, las delaciones, las detenciones y ejecuciones… Una transición que recuerda a esa emocionante escena de Up, la película de dibujos animados, en la que en apenas uno o dos minutos vemos pasar ante nuestros ojos toda la vida de Carl Fredricksen, el anciano vendedor de globos.
La aparente sencillez con que narra Sénder se apoya, no obstante en un dominio de complejos recursos literarios como el mencionado antes, la intercalación, a modo de cantar de gesta, del romance en boca del monaguillo, o la presencia de una especie de coro griego que en la novela forman quienes acuden al “carasol”, ese mentidero en el que todo cuanto acontece en el pueblo adquiere resonancia, se transmite como a través de un teléfono roto o para el caso una red social de hoy en día, magnificándose, deformándose, manipulándose y asentando como verdad lo que a menudo es pura patraña. En ese carasol, además, nos encontramos con la Jerónima, un personaje cómico —o tragicómico, más bien— y asalvajado, cuyas intervenciones contribuyen a rebajar la tensión dramática: “Soltera, pero con llave en la gatera”, se define, por ejemplo, a sí misma.
Libre e indomable Y está además el uso de símbolos y alegorías: el potro de Paco, entrando triunfante en la iglesia y paseándose libre e indomable ante Mosén Millán y los terratenientes; el coche del oportunista don Cástulo, que sirve tanto para transportar al joven campesino a su viaje de novios como para llevarlo al paredón; los acompañantes de Paco en el momento de su asesinato, que recuerdan a los dos ladrones que flanquean a Cristo en la cruz…
No es esta última la única ocasión en que se contrapone la figura del joven, como una representación de los auténticos valores del cristianismo, a los de la iglesia, como institución posicionada a favor del poderoso y enemiga de los pobres. De hecho, los valores morales de Paco, sus anhelos de justicia social y su preocupación por los desfavorecidos, se despiertan cuando siendo monaguillo acompaña a Mosén Millán para dar una extremaunción hasta unas humildes cuevas del pueblo cuya miseria impresiona al muchacho, mientras deja indiferente, por el contrario, al sacerdote.
Artefacto literario Tal vez por todo ello, por no arrebatarle al verdadero héroe de la novela su merecido protagonismo, Sender desplaza finalmente del título original a Mosén Millán, a pesar de que la figura de este sea el eje alrededor del cual gira la obra, y la misma será finalmente nombrada como todos la conocemos hoy en día, Réquiem por un campesino español, un título con un eco mucho más épico, al que, por buscarle un inconveniente, habría que reprochar que de todos modos el tono en que es narrada la novela está alejado de toda solemnidad y la lectura de la misma resulta en todo momento deliciosa y nos conduce con una naturalidad en el fondo terrible al corazón de la tragedia. Réquiem por un campesino español fue llevada al cine en 1985 por Francesc Betriu, con un reparto de lujo (Antonio Banderas, Fernando Fernán Gómez, Antonio Ferrandis…, incluso Labordeta se cuela en el reparto, interpretando al pregonero), que, sin embargo, se encuentra con la desventaja insuperable de tener que competir con el libro, un artefacto literario perfecto, a pesar de su longitud, o que precisamente se vuelve todavía más valiosa por ello, y convierte a esta novela de Ramón J. Sender en una pequeña obra maestra.
Si existe algún escritor que se pueda considerar un icono pop es desde luego Edgar Allan Poe. Hay camisetas, tazas, bolsos con su rostro estampado —y eso que guapo, lo que se dice guapo, no era— y, como veremos más adelante, es posible encontrar reminiscencias de sus obras en infinidad de canciones, películas, cómics, series de televisión…
Puede que muchos de quienes llevan camisetas de los Ramones no sean capaces de tararear ninguna de sus canciones, pero en el caso de Poe, sus cuentos y poemas (El cuervo, Los crímenes de la calle Morgue, Annabel Lee, El corazón delator, El gato negro…), una vez leídos, no se despegan ni con agua hirviendo de nuestra memoria ni de las entretelas de nuestro tembloroso corazón… A ello contribuyen varias cosas: el uso de imágenes poderosas (por poner un ejemplo, una gran cuchilla balanceándose y descendiendo en cada vaivén sobre el pecho de un hombre amarrado al suelo, en El Pozo y el péndulo, relato que, por cierto, transcurre en una mazmorra de la inquisición en Toledo), la impresionante capacidad del autor para crear atmósferas (las claustrofóbicas catacumbas de El barril de amontillado) o el magistral uso psicológico del ritmo y el lenguaje (el latido creciente y enloquecedor de El corazón delator, o el estribillo incesante de El cuervo —nevermore, nevermore— cuya traducción al español se la debemos a uno de los más ilustres “poélogos”: Julio Cortazar)…
Espeluznos
y terrores atávicos En
la literatura de Poe hay algo que interfiere de una manera casi
eléctrica con nuestro cerebro. Tal vez tenga que ver con la
presencia en sus obras de elementos que apelan a nuestros espeluznos
y terrores más atávicos. Son recurrentes, por ejemplo, las escenas
de enterramientos o emparedamientos en vida (en tres de los cuentos
que ya hemos mencionado: El
gato negro, El corazón delator
o El
barril de amontillado);
el temor a enloquecer o la consciencia de estar haciéndolo; la
aparición de seres o entes de naturaleza desconocida; la existencia
de un doble o un doppelgänger
que usurpa nuestra personalidad…
Pero
no se trata solo de eso, sino, sobre todo, del modo en que Poe maneja
todos esos materiales, se desliza sobre los surcos de la mente de sus
protagonistas, desciende a los precipicios de sus almas o convierte
estas, sus cerebros y sus corazones, en los nuestros propios. De eso
y de la manera en que Poe concibe el género del relato, como un
organismo vivo en el que cada palabra, cada frase es una víscera sin
la cual las demás no funcionarían, todo el conjunto estaría
tullido, cojearía, perdería el equilibrio, se estrellaría, dejaría
de respirar…
Crímenes
y detectives En
cuanto a Narraciones
extraordinarias,
en realidad no es un libro que fuera publicado como tal mientras
Edgar Allan Poe estuvo vivo, sino un título que se repite en
diferentes antologías posteriores, sin que los relatos de las mismas
siempre coincidan. Y es también un título redundante, que, por una
parte, alude a la temática común de los cuentos, y, por otra, a la
calidad de los mismos, pues los cuentos de Poe siempre son,
efectivamente, extraordinarios.
Por lo demás, Poe no solo escribió cuentos de terror, que son los que tienden a compilarse en las diferentes ediciones de Narraciones extraordinarias, también firmó relatos de ciencia ficción, de humor, de misterio… Y así, en estas antologías no suele fallar uno de los relatos más famosos del escritor, Los crímenes de la calle Morgue, un cuento de detectives; o mejor dicho, tal vez el primer relato de detectives; o mejor mejor dicho, seguramente el primer relato de un tipo de relatos de detectives: los crímenes de habitación cerrada que se resuelven por un método racional o deductivo y que encontrarán continuidad en el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, la Miss Marple de Agatha Christie, o su émula televisiva la ceniza Jessica Fletcher, que allá donde va aparece un muerto. Personalmente tengo un anécdota con este cuento, que leí durante un viaje a París en el que me alojé en un hotel de la calle Lamartine, la cual apareció sorpresivamente citada en el relato (es decir, lo leí sobre el terreno). Esa casualidad me provocó un escalofrío, como si yo estuviera dentro del relato. Y esa noche, claro, soñé con gorilas.
Aunque hablando de estar dentro de un cuento de Poe, él mismo parece haber ideado el misterioso y novelesco final de su vida: fue hallado por las calles de Baltimore delirando, con ropas que no le pertenecían, tras haber pasado unos días en paradero desconocido. Murió en un hospital días después, repitiendo su propio nevermore, el nombre de un tal Reynolds, de quien nunca se ha sabido a ciencia cierta si era el nombre del explorador que inspiró uno de sus personajes (el de su única novela, La narración de Arthur Gordom Pym) o tal vez uno de los agentes electorales que reclutaban en los bares a incautos dispuestos a votar repetida y fraudulentamente a cambio de unos tragos. A Poe, al parecer, beber le afectaba de una manera extraordinariamente rauda y perjudicial y se ha especulado, respecto a su desaparición, con el delirium tremens y la posterior muerte por alcoholismo.
El Poe pop Hemos dejado para el final lo referido a la influencia de la obra y el universo de Poe en otras expresiones artísticas o en la cultura pop. Más allá de su repercusión en la propia literatura, desde los simbolistas franceses, pasando, como hemos visto, por la literatura de misterio o policial hasta la ciencia ficción (Julio Verne escribió una secuela de La narración de Arthur Gordon Pym titulada La esfinge de los hielos), más allá de eso, hay cientos de películas y series inspiradas en relatos y poemas de Edgar Allan Poe: La caída de la casa Usher(1929), de Jean Epstein; El cuervo(1935), de Lew Landers, con Bela Lugosi y Boris Karloff; Historias de terror (1962), de Roger Corman, con Vincent Price (el actor de películas de terror de bajo presupuesto que también puso la cavernosa voz en el Thriller de Michael Jackson); o algunas de las Historias para no dormir de Narciso Ibañez Serrador (quien escribió el prólogo de una de las numerosas ediciones de Narraciones extraordinarias), por citar solo algunas.
En cuanto a la música, el rostro de Edgar Allan Poe es uno de los que aparecen en la portada del famoso disco Sargent Pepper’s de los Beatles (cada miembro del grupo debía elegir a varios personajes y fue John Lennon quien incluyó al escritor), aparte de que también es citado en una canción de otro disco del conjunto británico:I am the Walrus. Además, una de las mejores canciones de Bob Dylan, Just like Tom Thumb’s Blues, está en parte inspirada en Los crímenes de la calle Morgue, al igualque el tema Murders in the rue Morgue de Iron Maiden. Y, en castellano, están por supuesto la adaptación del poema Annabel Lee que hizo Radio Futura en la canción homónima, y la Trova de Edgardo de Silvio Rodríguez.
Por último, Los Simpson homenajearon al escritor en uno de sus capítulos, La casa del árbol del terror, una adaptación sui generis de El cuervo en la que Bart es el cuervo, Marge es Leonor y Homer Simpson interpreta al poeta, en cuyo caso no sé si se puede realmente llamar un homenaje, pero sí lo convierte en la expresión máxima, en la confirmación —más allá de las camisetas, las bolsas o las tazas estampadas— de que Poe es efectivamente un icono pop, cuyo legado permanece y sigue latiendo como el corazón delator de un genio como ha habido pocos en la historia de la literatura universal.
Hace unos días, buscando por la red un artículo que escribí hace unos años y había extraviado, me encontré con un viejo blog que abrí durante unos días y después dejé morir. Se llamaba “¿Cuánto quieres que le duela?”.
Fue en la época dorada de los blogs, en la que incluso hubo quien hizo fortuna registrando algunos con el nombre de una multinacional o una entidad bancaria, las cuales acudían después al rescate pagando jugosas cantidades (era un poco como el viejo oeste, uno entraba en blogspot y wordpress y si Coca-Cola o BBVA no estaban “cogidos”, podía abrir un blog a su nombre y empezar a darle a la tecla, haciendo, por ejemplo, publicidad de La Caixa o de Pepsi). Yo mismo tuve mi momento de gloria, cuando registré uno al que llamé “La polla más grande del mundo”.
En realidad ese era el título de un libro en el que recopilaba algunas de mis columnas, y también un chiste (malo) que se explicaba en la portada del mismo, en la que aparecía una caricatura mía tirando de la correa de una gallina de dos metros. Lo que pretendía con el blog era promocionar el libro, y lo cierto es que tuvo ¡un millón de visitas!, pero no tardé mucho en darme cuenta de que quienes entraban a la página no estaban interesados en la literatura, precisamente (a pesar de lo cual intenté atraerlos a mi terreno convirtiendo el blog en una novela en la que una estrella del porno amateur contaba su auge y caída, y que resultó igualmente un gatillazo).
La cuestión es que la época dorada de los blogs nos permitía a los letraheridos, a pesar de todo, ese tipo de juegos literarios: crear alter egos, blogs de ficción, novelas por entregas, tanteos en los que uno nunca sabía de qué dependía conseguir lectores o no. “¿Cuánto quieras que le duela?”, fue otro de esos intentos fallidos. Esto era lo que decía la cabecera del blog:
“¿Tu encargado es gilipollas? ¿Tu ex va por ahí diciendo que te huelen los pies? ¿Tu vecino se ducha siempre a las cuatro de la mañana?… ¿A que te gustaría ajustarles las cuentas (sin que te empapelen por ello, claro)? Déjalo en nuestras manos. Somos especialistas en trabajitos sucios. Hacemos que parezca un accidente. Difamamos, robamos fortunas, sacamos los colores… Cualquier perrería que puedas imaginarte (ni siquiera tienes que imaginártela, nosotros lo hacemos por ti). Tú solo tienes que enviarnos algunos datos sobre la víctima y, por un sucio puñado de euros, nosotros le damos su merecido. Por escrito, eso sí. Convertiremos a tu odiado enemigo en un personaje de ficción, el protagonista de un cuento, un ser repulsivo donde los haya… lo que tú nos pidas. Envíanos un email y… ¡que se joda!”.
Es decir, una empresa de venganzas literarias. Aunque no recibí ningún encargo, estoy convencido de que era una buena idea (de hecho, años más tarde algunos, como Ferreras e Inda, hicieron fortuna copiándomela). Poco después, los blogs agonizaban, sustituidos primero por Facebook, después por Twiter (esto nunca lo entendí, la gente prefería ceñirse a la dictadura de los ciento cuarenta caracteres que tener la libertad de explayarse sin límites) y de ahí al unga-unga literario de Instagram.
Pero esa es otra historia.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 20/08/22
El
histórico grupo de Lizarra celebra tres décadas de recorrido recopilando en el
disco doble 30 aniversario veintidós de sus canciones más emblemáticas,
que han revisitado agrupándolas bajo un mismo concepto: la fidelidad al sonido
directo.
Patxi Irurzun/Gara 13/08/22
Quieren dar
carpetazo. Adaptarse a los nuevos tiempos, a las nuevas formas de consumir
música, y comenzar a liberar canciones,
sin esperar a agruparlas en un CD o un LP. Pero para ello se despiden de sus
primeros treinta años de recorrido a la vieja usanza: reincidiendo con un disco
doble que recoge sus mejores dentelladas (La vida ke kotxina es, Ven hacia
mí, La patilla…). Un descarga de energía en la que late una rabiosa pasión
por la música que todavía conservan intacta.
¿Por qué este
disco y por qué ahora, cuál ha sido la motivación, había ganas de celebrar los
treinta años, algo de nostalgia…?
Teníamos ganas
de unificar toda nuestra discografía bajo un mismo concepto sonoro, porque
tenemos discos muy dispares entre sí: coger los temas que más han resistido el
paso del tiempo, los más tocados en directo, los que más no pide la gente…
Esa era un poco esa la idea. Y luego celebrar que llevamos treinta años, por
supuesto. Para esa tarea se lo propusimos a El Dromedario Records, que para
nosotros era una compañía muy apetecible, porque estábamos buscando a una
discográfica que, como era el caso, tuviera oficina de contratación, y a ellos
les pareció bien. Por lo demás, estos dos años de pandemia nos han servido para
llevar a cabo todo ese trabajo con tranquilidad.
El disco es
una recopilación de canciones, un
“grandes éxitos”. ¿Cómo ha sido la selección de los temas?
La selección ha
sido bastante fácil, han sido las canciones que nos han acompañado siempre, La
vida ke kotxina es, Ven hacia mí, Fanático, Ruido de cerrojos, La patilla…
Hemos querido reflejar todos esos temas bajo un mismo concepto sonoro, que era sonar como sonamos en directo, en el
local, sin tirar de samplers y otras cosas que hicimos en el pasado.
Las canciones
son las de siempre, pero han sido revisadas, se les ha hecho un nuevo traje.
¿Cómo ha sido ese trabajo de producción, que además ha hecho usted mismo?
Las formas de
tocar han cambiado mucho desde cuando empezamos, las nuestras también,
claro, nosotros no hemos sido un grupo
como, por poner un ejemplo, los Ramones, que siempre tocaban con quintas,
nosotros hemos hecho cosas distintas y dispares entre sí, hemos cambiado
afinaciones a lo largo de los años… Lo que queríamos era unificar ese
trabajo, esas formas de tocar, las del principio y las de ahora. Por otra
parte, las manera de producir ahora son mucho más fáciles, antes la tecnología
estaba solo en los estudios y ahora desde casa puedes hacer cosas bastante
acertadas si tienes cierta experiencia.
Estamos bastante contentos con el resultado.
Flitter
quizás no fue un grupo de la primerísima línea del rock vasco, pero sí un
referente para muchos. ¿Cómo lo ven ahora desde la distancia? ¿Echan la vista
atrás?
La vista para atrás solo la hemos echado para hacer esto, somos gente de mirar siempre para adelante. Sobre lo que comentas, la gente es la que decide si te llaman más o menos, si estás más arriba o más abajo, pero el hecho es que Flitter siempre ha estado ahí, en los 90, por ejemplo, con grupos como Sutagar, Koma, πlt, estábamos todo el día por todos los frontones y polideportivos de Euskal Herria, eso es innegable. Fue la época en que más tocamos. No hay que darle más vueltas, nosotros hemos ido lanzando propuestas y la gente ha ido decidiendo. ¿Cómo nos vemos ahora? Nos vemos desde la madurez, haciendo las cosas con más cabeza. Aprovechamos mejor el tiempo, sabemos cuáles son nuestros puntos fuertes y nuestras flaquezas, y vamos sacando rendimiento a todo ello para que las cosas en directo, que es lo que nos importa, vayan mejor.
¿Recuerdan
algunos momentos en especial de estas tres décadas?
Recordamos con
mucho cariño la gira que hicimos en el 95 por Suiza, Alemania, Holanda y
Francia, estuvimos quince días tocando por sitios en los que tocaban grupos
como Bad Brains o Jingo de Lunch, estuvimos haciendo la gira con Cement, banda
liderada por Chuk Mosley, el primer cantane de Faith No More, y nos lo pasamos
genial. También cuando sacamos el tercer disco, Ciudadano masoquista, que hicimos la gira con S.A. Fue brutal,
tocábamos siempre para tres mil personas, y eso nos proyectó un poco a nivel
del estado. Destacaría también las giras con Marea, la de 2001, cuando
empezaron a despuntar y otra en 2004. Con ellos no compartíamos el mismo
público, pero sí que nos vio también mucha gente… Cuanto más rulas es cuando
mejor te lo pasas, la música siempre está ahí, pero lo que importa en realidad
es todo lo de alrededor, todas las vivencias, la gente que conoces, eso, lo
personal, es al final lo que más peso tiene.
Si pudieran
volver a atrás ¿repetirían la experiencia, cambiarían algo?
La verdad es que
el oficio de músico se va perdiendo. Sobre eso hay una frase de Rosendo, o de
Leño, que me parece muy acertada: “Voy aprendiendo el oficio, olvidando el
porvenir, saco las cosas de quicio, maneras de vivir”. Esa es la esencia, estás
en esto porque viste un concierto, y te dijiste: yo quiero hacer esto. Luego
vas aprendiendo, te das cuenta de que hay que currar mucho, pero no lo puedes
dejar… Es la pasión por la música y por esa forma de vida. A veces hemos coincidido con gente que no
tenía nada que ver con nosotros, orquestas pachangueras, y te das cuenta de que
al final la experiencia vital de un músico es la misma, estás en esto porque te
gusta ese mundo, y ya está. ¿Si volvería a hacer lo mismo? Como bien dice mi
madre si haces las cosas dos veces nunca las haces igual, de hecho con este
disco nos lo planteábamos: si hiciéramos ahora esta canción ¿como la haríamos?
Las hemos respetado al máximo, estrofas,
los estribillos, etc., pero hemos reforzado los rifs, hemos sacado más
potencial de de lo que tenía cada tema, siempre pensando en el directo, y
creemos que han quedado bien.
Y a partir de
ahora qué, ¿cómo se plantea Flitter el futuro?
La verdad es que no sabemos ni qué vamos a hacer mañana, pero sí queríamos dar carpetazo a lo que es nuestra vida discográfica tal y como la concebíamos hasta ahora. Ahora lo que nos planteamos es hacer canciones sueltas, con videoclips, e ir dando la vara, cada poco tiempo, en redes sociales, etc. Luego quizás meter todas esas canciones en un disco… Vamos un poco por ahí, las formas de consumir música han cambiado mucho y nos tenemos que adaptar. A toda la gente de nuestra generación se nos va siempre un poco la cabeza hacia la idea de hacer discos enteros, pero te das cuenta de que hoy en día la gente consume temas sueltos (como se hacía en los 50 y 60, cuando sacaban singles, hasta que a alguien se le ocurrió hacer el formato del LP, el Long Play). Ese es un poco nuestro pensamiento actual: hacer cosas, canciones nuevas cada poco tiempo.
“Cuando la tercera edición de
este libro estaba a punto de entrar en máquinas se ha hecho pública la noticia
de la muerte de su autora. Inés Palou
ha muerto en circunstancias particularmente trágicas y con su desaparición Carne apaleada parece adquirir un
sentimiento aún más hondo de testimonio del dolor humano”.
Esa es la nota que se lee en la edición de 1976 de Círculo de lectores de la novela que hoy traemos a este club de lectura, Carne apaleada, una obra testimonial sobre la experiencia carcelaria de la autora. Efectivamente, Inés Palou murió arrollada por un tren, cuyo paso esperó tumbada sobre las vías. Antes, en una carta de despedida a su editor, José Manuel Lara, había dejado escrito: “Le pongo en bandeja de plata el próximo Premio Planeta”, pues al parecer Palou aspiraba al galardón con una obra titulada Operación Dulce. Inés Palou no ganaría el Planeta aquel año (lo hizo Mercedes Salisachs con La gangrena), pese a lo cual Operación Dulce vendió miles de ejemplares, como ya había sucedido anteriormente con su predecesora, Carne apaleada. Inés Palou no era una escritora vocacional ni con pretensiones literarias, pero su corta experiencia en el mundo editorial le había bastado para comprender que el morbo vendía.
Cárceles de mujeres En el caso de Carne apaleada son varias las circunstancias que contribuyeron a ese morbo y en consecuencia al éxito de la novela. En primer lugar, la peripecia vital de la propia autora, una mujer de buena familia, con estudios y un trabajo estable como administrativa, que de manera inesperada, tras realizar una estafa empresarial inducida por su jefe —o al menos eso es lo que ella defiende—, acaba en prisión, inmersa de lleno en el mundo carcelario y delictivo. En segundo lugar, Carne apaleada nos abre las puertas a un universo desconocido, el de las prisiones de mujeres, al que la literatura apenas se había asomado (sí, por el contrario, a las cárceles de hombres, en obras como Papillon, de Henri Charrière o las novelas de Jean Genet). Por último, la novela de Inés Palou aborda otro tema hasta entonces tabú, como es el de las relaciones lésbicas, a través de la historia de amor que la protagonista —Berta, un trasunto nada disimulado de la autora— mantiene con otra presa llamada Senta, a la cual está dedicada la novela. A ella, de manera particular, pero también a todas las compañeras con las que Palou se topa, a las cuales ve entrar y salir de las diferentes prisiones por las que transcurre su periplo carcelario; a esas mujeres “que no son tan malas como parecen”, apostilla en la dedicatoria.
Y así, en Carne apaleada, además de fugas, traslados, peleas, se nos narran
también las historias de estas presas y las circunstancias vitales, económicas
y sociales que han determinado su destino. Por las páginas de la novela
desfilan ladronas, asesinas (en buena parte de los casos, de sus maridos
maltratadores), presas políticas, incluso una hija bastarda de la familia real
(o al menos eso es lo que afirma ella y al parecer también los inconfundibles
rasgos endogámicos de su borbónico rostro), a todas las cuales Palou siempre
retrata de una manera compasiva y solidaria, y reconoce como víctimas de una
sociedad y un sistema penitenciario injustos.
Novela de denuncia De hecho, el propósito final del libro, y así lo
subraya la autora en varias ocasiones a lo largo del mismo, es denunciar las
condiciones inhumanas de las prisiones y el fracaso del régimen carcelario como
medida de rehabilitación y reinserción, que ella misma sufre en su propia y
apaleada carne, pues ingresa en prisión sin ningún contacto previo con el mundo
del hampa, como consecuencia de un error, un engaño, una mala decisión, y sale
de la misma convertida en una delincuente habitual, que acaba reincidiendo de
manera inevitable tras cada una de sus puestas en libertad (en la novela se nos
narran también esas recaídas, los robos y estafas en joyerías de Berta/Palou,
su deambular como fugitiva por diferentes ciudades; un retrato de ambientes
criminales que retoma en su siguiente obra, Operación
Dulce, en la que relata los pormenores de un atraco a un banco).
Solo la propia Inés Palou sabrá
las razones por las que decidió acabar con su vida, pero es probable que le
aterrara la idea de no pertenecer a ninguno de esos dos mundos: al mundo
carcelario, en cuyo hábitat de todos modos consiguió hacerse respetar y
desenvolverse con naturalidad (tal vez incluso ser realmente ella misma o vivir
su amor con cierta normalidad); ni al mundo que quedaba al otro lado de las
rejas, en el que quienes han estado presos nunca llegan a librarse por completo
de sus cadenas.
El astrágalo Carne apaleada fue llevada al cine en 1978 de la mano de Javier Aguirre, que señaló en la película el trágico final de Inés Palou, interpretada por Esperanza Roy y acompañada en el reparto, entre otras, por Bárbara Rey en el papel de su amante Senta.
Aunque para vida de película la
de otra escritora, en este caso francesa, con una historia y una novela similar
a la de Inés Palou: Albertine Sarrazin,
la autora de El astrágalo.
El astrágalo fue publicado unos años antes que Carne
apaleada, en 1965, y es probable que contribuyera de alguna manera al éxito
de la novela de Inés Palou, pues se convirtió en un best-seller en el país vecino. En la obra se cuenta la vida de Anne
(de nuevo un indisimulado alter ego de la autora), una joven de vida corta y
turbulenta y final también trágico, aunque a diferencia de Inés Palou sus
andanzas al margen de la ley dan los primeros pasos desde que es solo una niña:
huésped habitual de reformatorios, violada en uno de ellos cuando solo contaba
diez años, se fugaría de otro saltando un muro y fracturándose un hueso del pie
—el astrágalo, de ahí el título del libro— y sería recogida por un conductor,
un expresidiario (ya es mala pata, nunca mejor dicho) que introduciría a la
muchacha en el mundo de la delincuencia organizada y la prostitución… De todo
ello —bajos fondos, alcohol, prostíbulos, pero también de su carácter bohemio e
indomable— da cuenta Sarrazin tanto en El
astrágalo como en La fuga o Diarios de prisión, obras que le
otorgan una fama literaria de la que apenas pudo disfrutar, pues murió con solo
veintinueve años sobre una mesa de operaciones como consecuencia de una serie
de errores médicos agravados por su propio deterioro físico y un precoz alcoholismo.
Son, en definitiva, El astrágalo y Carne apaleada, dos novelas cuyo valor reside más en lo testimonial que en lo literario, a pesar de lo cual ambas autoras no carecen de cierto e intuitivo don para la narración, a la que aportan frescura, valor, rebeldía y, desde luego, un trazo de verdad y denuncia que solo es posible desde su experiencia personal, trágica, dolorosa, pero a la que, en cierto modo (como si todo lo vivido y padecido tuviera sentido para poder ser escrito), resarce la literatura, una vez más.