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CON LOS OJOS ABIERTOS

Dic 13, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Con los ojos abiertos” - Ayuntamiento de Villava / Atarrabiako Udala
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 11/12/21

Ahí arriba a la izquierda, justo encima del título de esta columna —que en realidad son dos columnas— puede leerse “Opinión”. Es como una advertencia.  Un “cuidado con el perro”. Un articulista de opinión por lo general suele dedicarse a gruñir, a morder y a ladrar (más a ladrar que a morder, en realidad). Desaprovechamos en muchas ocasiones este espacio privilegiado despotricando, arremetiendo contra aquello que nos desagrada o ante lo que nos sentimos amenazados,  lo malgastamos de una manera un tanto inútil, pues por lo general nuestros lectores comparten con nosotros los mismos enemigos (buscamos, por lo tanto, más que hacer sangre, caricias en el lomo que nos apacigüen, que calmen nuestra ira o nuestro estupor). Lo que quiero decir es que, por el contrario,  son muy pocas las ocasiones en que hacemos partícipes a los demás de nuestros momentos de felicidad, de emoción o de belleza (en las columnas de opinión y en la vida real).

Hoy me gustaría hacerlo, escribir sobre uno de esos momentos que he podido disfrutar recientemente gracias a una obra de teatro y recomendarles la misma, puesto que se ha estrenado hace apenas un mes y todavía están a tiempo de verla –o de contratarla—.

Se trata de “Con los ojos abiertos”, la dramatización de la vida y la muerte del poeta Miguel Hernández que ha llevado a los escenarios la compañía Iluna Producciones, de la mano de Miguel Goikoetxeandia, que es quien — tras sumergirse en un océano de letras, cartas personales, documentos penales, biografías del escritor— firma y dirige la obra.

A Miguel Hernández —y a eso alude el título— no pudieron cerrarle los ojos, cuando con solo treinta y un años murió enfermo de tuberculosis y tifus en una prisión de Alicante al término de la Guerra Civil, en la que había combatido como miliciano y como poeta. Esa desobediencia de sus párpados resume en un gesto póstumo la personalidad del escritor y la inmortalidad de su mirada poética, que Iluna homenajea en los escenarios y que traslada vivamente al espectador, en un intenso y entretenido recorrido por la infancia del poeta, sus primeros amores y amistades, el descubrimiento de la poesía —ese rayo que no cesa y atraviesa toda su existencia—, su activismo político y su detención y muerte (los poetas en España han muerto demasiadas veces tristemente: asesinados, exiliados, enfermos, olvidados…).

Uno asiste a todo ello desde su butaca con una extraña congoja, con ese estremecimiento que tiene a la vez algo de placentero, que pone en piel de gallina el corazón pero a la vez le hace recordar que aún palpita, que es una víscera y no un mecanismo artificial, el motor de una máquina sin alma; y con la emoción de saber que la cultura puede llevarnos a ese estado. Todo ello gracias al meritorio trabajo de los actores, de David Larrea, que se trasplanta la piel de Miguel Hernández en una interpretación impresionante, plena de emoción, y muere sobre las tablas arrebatado de dolor hasta en el aliento; y del propio Goikoetxeandia, que se multiplica en varios personajes, convirtiendo su diafragma en un acordeón que siempre da la nota atinada y tras cuyo fuelle se adivina el exhaustivo y apasionado trabajo que ha empeñado en esta obra, una obra, en fin, de lo más recomendable.

Esa es, al menos, mi opinión.

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