Patxi Irurzun vuelve al género histórico con “El tren de los locos”, una novela sobre la caída en desgracia del aristocrático balneario de Santa Águeda de Arrasate y su conversión en manicomio tras el magnicidio del presidente español Antonio Cánovas del Castillo en 1897.
Tras la buena cogida de sus
novelas sobre el rock radical vasco, Irurzun cambia de registro y recrea en “El
tren de los locos”, publicada por Harper Collins, el magnicidio en Arrasate de
Antonio Cánovas del Castillo a manos del anarquista italiano Michele
Angiolillo, y junto con él el esplendor y decadencia del
famoso establecimiento termal en que tuvo lugar, que en apenas unos meses se
convirtió en hospital psiquiátrico (el famoso manicomio de Mondragón). Los
pasillos y jardines que antes frecuentaban familias reales o presidentes, con
todo su séquito, pasaron a acoger enfermos mentales, que llegaron a Santa
Águeda en trenes especiales desde hospitales de Zaragoza o Valladolid. La
novela nos lleva desde los ambientes distinguidos y frívolos de la belle epoque a los bajos fondos y el
ambiente prerrevolucionario de París, Barcelona o Madrid, todo ello desde los
ojos de Maurizia, una de las trabajadoras del balneario, y de su novio, el
pelotari anarquista Xalbador, en una novela en la que además del género
histórico convergen otros como el negro o el erótico.
Vuelve al género histórico después de su incursión en el rock radikal
vasco…
En realidad también se
podría decir que Tratado de hortografía
y Chucherías Herodes son novelas
históricas, que hacen memoria sobre una época y la reivindican, en este caso
los ochenta, el rock radikal vasco… E incluso que hay hilos conectores entre
ellas y El tren de los locos. El
anarquismo, por ejemplo. De hecho, escribí esta historia entre medio de las
otras dos; pero sí, quizás es cierto que se han publicado muy seguidas, a veces
pasan esas cosas, los ritmos de escritura y de publicación son distintos, los
últimos dependen de circunstancias ajenas a uno, y en este caso El tren de los locos es una novela que
se retrasó como consecuencia de la pandemia y sale ahora, cuando yo siento que
sigo muy metido en ese mundo del rock radikal vasco: todavía ando con alguna
presentación de Chucherías Herodes, o
haciendo entrevistas para Chile y México, donde se ha editado Tratado de hortografía… Mientras no me
vuelva loco o líe unas con otras (bueno, igual tampoco estaría mal)… En fin,
tampoco me voy a quejar, hay que aprovechar, lo mismo dentro de cinco años
nadie me quiere publicar nada, o se ha acabado el papel, como dicen algunos…
¿De dónde surge la idea para esta nueva novela?
La novela tiene dos
chispazos iniciales, por una parte está la historia del manicomio de Mondragón,
su origen, que siempre me había llamado la atención: cómo un establecimiento
que originalmente era un balneario muy distinguido al que iban a veranear reinas, presidentes,
cae en desgracia como consecuencia del atentado contra Cánovas del Castillo, en
1897, y en menos de un año se convierte en un hospital psiquiátrico (es decir,
esta vez no se trataba de construir una historia a partir de un personaje, o un
argumento, sino de un escenario, un lugar); y por otro lado, la escena inicial,
una idea que me rondaba la cabeza, que era arrancar la novela con ese sonido de
una pelota golpeando una pared, tan parecido a un disparo… A partir de todo eso
es cuando empiezo a construir la historia, a imaginar los personajes, a ambientar
el contexto histórico…
Hay dos personajes principales, Maurizia y Xalbador, que son ficticios
pero alrededor de los cuales urde toda la trama histórica. Háblenos de ellos.
Cada uno de ellos podría
estar relacionado con esos dos chispazos iniciales. Maurizia es una trabajadora
del balneario que siempre ha vivido en él, conoce todos sus rincones, sus
secretos. Y es además una persona que no ha tenido afectos, en cuya vida los
demás siempre han entrado y salido muy deprisa, siempre han estado de paso. En cierto
modo, Maurizia es el propio balneario, lo personifica. Y después está Xalbador,
su novio, un pelotari, a través del cual nos adentramos en ese ambiente de la
pelota, los frontones, por una parte, y por otra, viajamos a ciudades como
París, Barcelona, Madrid, conocemos mundos como el de los fotógrafos de
muertos, los cafés cantante, la delincuencia…
El viaje de Xalbador nos lleva a los márgenes de la sociedad de finales
del XIX, a la periferia de esas ciudades, sus bajos fondos…
Sí, en un momento del libro
se dice que la periferia de las ciudades está más cerca de la periferia de
otras ciudades que al centro de la suyas propias, y Xalbador, que tras el
atentado en Santa Águeda tiene que huir, recorre lugares como los barrios de
París, dominados por entonces por bandas juveniles, los apaches, como los
llamaba la prensa, que tenían sus propia cultura juvenil, su ropa, sus bailes,
sus armas, y que aunque estaban enfrentadas entre sí tenía un enemigo común: la
policía. Eran todos ellos los hijos o nietos de los revolucionarios de La
Comuna, no tenían nada que perder porque ya lo habían perdido todo, venían del
anarquismo, aunque estuvieran desideologizados, pero iban de nuevo hacia él;
Xalbador también va a parar a la Barcelona de los bajos fondos, y a una Barcelona
prerrevolucionaria, golpeada por la represión brutal contra los anarquistas; o
al Madrid de los descampados, el Rastro…
Y los frontones.
También, es la época en que
los grandes frontones se ponen de moda, todavía no existía el fútbol, y en las
ciudades empiezan a construirse frontones muy suntuosos, el Condal de
Barcelona, el Beti-Jai de Madrid, el Jai-Alai de Donosti… pero paralelamente a
esto existía otro submundo de frontones más pequeños, como el de La Mañueta de
Iruña, aunque no sale en la novela, en los que se hacían apuestas rocambolescas
(un pelotari contra tres, o contra otro con un perro atado a la pierna), en los
que predominaba la picaresca y por los que se mueve Xalbador…
Volvamos a Maurizia ¿diría que es el personaje principal?
Sí, yo diría que ella es
alguien que se está preparando para alzar el vuelo, mientras que Xalbador busca
lo contrario, tiene un ala herida y necesita un lugar donde posarse. Maurizia además,
aparte de la protagonista del libro, es testigo de primera mano de lo que
sucede en Santa Águeda, el magnicidio de Cánovas del Castillo.
¿Esas páginas sobre el atentado son las que más se alejan de la ficción
y se ciñen a hechos reales?
Bueno, no deja de ser nunca
una novela, yo no soy historiador. Pero sí, es la parte que he intentado
describir con mayor rigor histórico: el propio atentado, los últimos días de
Angiolillo, su ejecución a garrote vil en la cárcel de Bergara, de la que se
conservan algunas fotografías (por cierto, hay una gran carambola del destino y
un pequeño acto de justicia poética en el hecho de que la cárcel de Bergara sea
hoy un gaztetxe y la celda de Angiolillo una biblioteca que lleva su nombre). Buceando en las hemerotecas uno puede llegar
al detalle de saber qué periódico estaba leyendo Cánovas cuando Angiolillo le
disparó, y hay alguna cosa curiosa, como que en ese periódico hay un folletón
de Juan Valera en el que un personaje pronuncia esta frase: “¡Abre paso, tunante, o te levanto la tapa de
los sesos!” Yo, por supuesto, fantaseo con la idea de que Cánovas estaba
leyendo precisamente eso cuando recibe el primer tiro.
Para muchos el magnicidio de Cánovas en Santa Águeda es desconocido
¿Qué destacaría de la figura del político español?
Es curioso, porque sabemos
mucho sobre el asesinato de Kennedy y muy poco sobre el de Cánovas. Respecto a
la figura política de este, con señalar que es uno de los referentes de Aznar y
la derecha española yo creo que está todo dicho. Cánovas restauró a los
Borbones, impulsó el turnismo, que todavía sufrimos, suprimió los fueros
vascos, y sobre todo reprimió atrozmente el anarquismo, de hecho, Angiolillo
atentó contra él en venganza por las torturas y ejecuciones indiscriminadas qué
Cánovas ordenó contra anarquistas catalanes tras el atentado del Corpus Christi
en Barcelona.
Otro personaje al que retrata con luces y sombras es al Padre Menni.
Es cierto que Menni impulsó
la creación de los primeros manicomios en el País Vasco y con una metodología
moderna, más humanitaria, pero lo que quizás no es tan conocido es que fue
acusada por la madre de una paciente de abusos sexuales, practicarle abortos… y
que invirtió una gran cantidad de dinero en lavar su imagen y en el juicio, del
que finalmente salió absuelto, todo eso no lo digo yo o me lo invento en la
novela, está en la prensa de la época, en la que lo atacaban de una manera muy
virulenta, llamándolo truchimán o violador.
¿A qué se refiere el título de la novela?
El título hace alusión a los
trenes especiales en los que los pacientes de Santa Águeda fueron trasladados
desde manicomios como los de Zaragoza o Valladolid, a donde se enviaba a los
enfermos mentales vascos (cuando no se los escondía en ganbaras o cuadras),
pues por aquí no había establecimientos psiquiátricos, hasta que Menni los
impulsó. Hay algunas anécdota real y divertida, que yo adapto en la novela, como aquella en la que uno de esos trenes
llega a al manicomio de Iruña (que se llamó, por cierto, hospital psiquiátrico
vasco-navarro), en la que el director pregunta a una de los locos si es
epiléptico y él responde que no, que de Cascante.
El libro se presenta como una novela histórica pero con incursiones en
el género negro y el erótico, ¿le pega usted a todo?
Bueno, al final son
etiquetas que las editoriales usan para clasificar los libros y saber dónde colocarlos,
yo en realidad no pienso en eso cuando escribo las novelas, no me digo “Voy a
escribir una novela de género”, o no al menos en cuanto a seguir sus patrones,
hombre, está claro que es una novela histórica por la época en que se ubica, y
que puede ser una novela negra porque hay una historia de persecución y
venganza, una intriga (aunque ¿en qué novela no la hay?), en cuanto al erotismo
en realidad mi idea inicial es que estuviera más presente, que rozara incluso
la pornografía (algo que ya había hecho en otras novelas, en realidad, como ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!),
porque lo pedía el escenario, el balneario, con sus historias de frivolidad y
coqueteo, la propia época, con los albores de la pornografía o en la que se
publican obras como Las once mil vergas,
de Apollinaire o La virgen de la pieles
de Masoch, pero después la cosa se quedó en algunos episodios que, eso sí, yo
diría que se acercan a lo que hoy se llama sexo bizarro, o relacionado con
perversiones y anomalías sexuales (por ejemplo, hay un personaje con dos
penes).
Para acabar, como diría La Polla Records, ¿y ahora qué?, ¿qué será lo
siguiente, volverá con la serie del rock radikal vasco, escribirá más novelas
históricas?
No lo sé, siempre que acabo una novela histórica me digo que me voy a quitar, porque es un género muy exigente, pero después empiezan a rondarme ideas, yo las intento apartar de mi cabeza, pero vuelven… Ahora estoy más centrado con las novelas de Los Tampones, las del rock radikal vasco, de ellas habrá nuevas entregas, o libros relacionados con ellas, pero más adelante, quién sabe… Si todavía queda papel, claro.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 24/12/21
Como cada año desde esta sección elaboramos el ranking de los mejores libros de 2021,
tras realizar una rigurosa votación entre destacadas personalidades del sector,
como los editores que publican esos libros, las librerías que los colocan en escaparates
pagados por esos editores o los críticos literarios que los recomiendan en
periódicos de los mismos grupos editoriales que las novelas seleccionadas.
Esta es la lista:
PERO
SIGO SIENDO EL REY
Después del éxito de su anterior novela, El campechano, un longseller que copó la lista de libros más vendidos durante más de
cuarenta años, Juan Carlos Rey regresa con una nueva novela en la que
se
relatan, a ritmo de road movie, las peripecias de un delincuente internacional
en el ocaso de su carrera. Tras huir de la justicia a un lugar seguro, el
protagonista rememora sus años dorados, aquellos en los que nadie podía
pronunciar su nombre en vano y la vida le sonreía: amoríos, golpes, yates,
motos, safaris… Ahora, otro más joven y de su misma ralea ocupa su lugar, pero
él no se ha rendido: todavía sigue siendo el rey. “Volveré. Volveré y, además,
me sacaré la chorra”, promete el protagonista en un apasionante y crepuscular
capítulo final.
TOBILLOS
VÍRGENES
La nueva entrega de esta saga juvenil, tras los éxitos
anteriores Pantalones cagados, Nalgas
tatuadas o Chándal , es un canto a
la adolescencia, esa época en la que todavía no han sido descubiertas las
bondades de los calcetines gordos y las camisetas térmicas y los chavales se
enfrentan a la vida y al invierno a tobillo descubierto y con la mascarilla por
debajo de la nariz. Yónatan, el protagonista de la exitosa
serie, vivirá bien de movidas, en plan aventuras, fantasía, y toda esa vaina,
primo.
LA
SÉPTIMA OLA
Sentada en la playa, Angustias reflexiona sobre su vida y
las decisiones cruciales que debe tomar: ¿Vacunará a sus hijos? ¿Se pondrá ella
la tercera dosis? ¿Tiene que colocarse la mascarilla para salir del bar si la
puerta está solo a dos metros?… Mientras la atormentan todas estas dudas y
otras (¿Sabe realmente alguien qué está pasando? ¿Entonces por qué todos menos
ella tienen una opinión clara y tajante sobre el tema?…) a lo lejos, en el horizonte, una cresta de
espuma blanca anuncia la llegada de una nueva e inquietante ola que solo cuando
acabemos la lectura sabremos si deja sobre la arena el cadáver de otro ahogado
o una botella con el antídoto o el plano del tesoro.
2022
Finalizamos la lista con un clásico de la ciencia ficción, escrito por el visionario escritor Nostraladamus, y que nos traslada –perdón por la redundancia— de una manera premonitoria a 2022, el año a cuyas puertas nos encontramos. Así comienza la novela: “Eran tiempos oscuros y desesperanzados. El sol se había tornado negro y la bestia verde gobernaba la tierra. Los ríos se convirtieron en mares y los mares en montañas. Las plagas devastaron las ciudades y muchos humanos mutaron en ratas asesinas. Nada de todo ello, sin embargo, pudo evitar que otros muchos continuaran sonriendo, haciendo el amor o fabricando raticidas. “¡Feliz 2022!”, se deseaban entre ellos. Y era esa, en efecto, una buena forma de empezar a conjurarse contra tanta desgracia y desaliento: ¡Feliz 2022!”.
Con su segundo trabajo, Sinapsis, publicado tras su paso por OT, la artista navarra ha alcanzado el número uno en las listas de ventas. Pero los focos no la deslumbran, ella sigue su propio camino, en busca siempre de una canción mejor. Ese es su verdadero triunfo.
Patxi Irurzun
Maialen acude a la entrevista
acompañada de su perro Murphy, un galgo también superhéroe (fue rescatado de
una cuneta). Murphy, de hecho, lleva puesto un chaleco que recuerda ligeramente
al estilismo que Chica Sobresalto utilizó en su primer disco, Sobresalto.
Entre este y el segundo, Sinapsis, publicado recientemente y que la
llevó al número uno en las listas de
ventas, la cantante de Villava pasó por OT, una experiencia que recuerda con
cariño y a la que llegó preparada, con
los superpoderes intactos para que la fama no se volviera una villana: pagó,
por ejemplo, aquel primer disco con lo que consiguió ahorrar trabajando duro
como limpiadora; perdió el miedo escénico actuando en pequeños locales que,
medio vacíos, parecían campos de fútbol; o, ya convertida en triunfita, decidió
desoír cantos de sirena -o de pirañas- y grabar Sinapsis con El
Dromedario, la discográfica de Iruña que le dio la primera oportunidad y con la
que se siente como en casa, pues respeta
su ritmo, su visión de la música y el camino propio que se ha trazado. Un
camino que Maialen recorre sin prisas, sin dejarse atropellar, con la vista
puesta siempre en su sueño desde que era
niña: la canción perfecta, el disco redondo,
el sobresalto, el orgasmo creativo final, que tal vez no llegue nunca
pero cuya persecución es lo que le permite volar.
¿De dónde viene su afición por la música, ha
querido ser artista desde pequeña?
Esto de la música empieza por
el aita, a mi aita le encanta la música y escuchaba mucha en casa, recuerdo,
por ejemplo que me ponía vídeos de Madonna haciendo cosas superincreíbles y que
yo decía “¡Ostras yo quiero ser como ella!”, luego, la gente no me cree, pero
mi mayor referente desde pequeña es Shakira, me encantaba. Pero el aita me
ponía de de todo, Rammstein y luego Mike Oldfield, que le flipaba, y me decía
“Ponte aquí, que se escucha mejor”, y yo también flipaba, quería ir a la
escuela de música… Empecé en Hilarión Eslava, en Burlada, primero guitarra,
luego hice canto, acabé en la escolanía, cantar en coro me pareció increíble… Y
así. Por otra parte, siempre que veía a
una chica punki con guitarra y que hacía cosas “trambólicas” me gustaba
muchísimo, y me pegaba todo el día en mi habitación haciendo yo también mis
supershows…
Las escuelas de música han sido una gran cantera
de artistas en Navarra…
Sí, yo en Hilarión Eslava hice
todos los cursos posibles, de hecho hice incluso la preparación para el
conservatorio, aunque luego nunca fui, pero como veía que en aquellos cursos
podía aprender muchas cosas… Además tuve la suerte de que estaba en ese momento
María Eugenia Echarren dando clases de canto, estuve con ella desde los once a
los dieciséis, luego entré al Orfeón Pamplonés, estuve también en una
electrocharanga, luego, con diecisiete años hicimos nuestro primer grupo, que
se llamaba Biluzik. Me gustaba todo. Y paralelamente siempre con la guitarrica,
que la había dejado de lado para hacer canto, pero a los trece años, como he
tenido insomnio toda mi vida, la saqué del armario una noche, comencé a ver
tutoriales, a aprender acordes… Y como me aburría me decía “Pues canto por
encima”. Y de repente vino un día mi cuadrilla a casa y les dije “Estoy
haciendo esto últimamente” y una de ellas va y se me pone a llorar. “Pero, Maialen, ¡que has hecho una canción!”,
me decía, y yo “¿Cómo voy a hacer una canción?” Porque no fue ni a posta. Yo
quería hacer música, siempre había tenido la idea de que acabaría haciendo
música, pero aquella vez ni siquiera fui consciente. No sabía cómo había
pasado, cómo lo había hecho, pero a la vez fue algo que no había sentido nunca,
una liberación brutal. Y realmente a mí lo que más me gusta del mundo y de la
profesión, es eso, el momento de componer, siento algo que no me ha dado nunca
nada más en mi vida.
¿Qué pasó con esa canción?
Pues se me ocurrió subirla a
Youtube, en 2008 o así, con quince años, y de repente todo el instituto la
había visto, y la cantaba, me pareció increíble y pensé “Pues sigo” y allí
estaba yo en mi casa con la cámara digital que me había regalado Olentzero,
subiendo canciones, hasta que me engañaron para hacer un concierto en un bar,
el Ziaboga, que fue mi primer bolo de cantautora con diecisiete años, y lo pasé
fatal, me cagué, porque allí estaba toda mi gela,
mi familia, mi cuadrilla, todos a tope conmigo… Así que me dije “Yo no hago más
esto”.
Pero siguió adelante, de hecho, ahora toca en
conciertos multitudinarios, o en platós de televisión ante millones de
personas. ¿Cómo superó aquel momento de pánico?
Me ayudó un montón el momento
cómico, cuando empecé a hacer chistes entre canción y canción, yo no sabía qué
hacer, me encontraba como muy desnuda delante de todo el mundo, hasta que me di
cuenta de que cuando la gente se reía me sentía arropada. Pero sí que es cierto
que yo he ido muy despacio, hasta que he podido gozar en el escenario. Es
verdad que cuando estás con la banda estás más protegida, pero ahora también me
encanta ese momento kamikaze, sola. Y en cuanto a lo del plató, en realidad en
Operación Triunfo solo he estado a gusto en el escenario dos veces, como mucho,
porque era otra cosa distinta, pero a la vez me ha dado muchas tablas, el hecho
de haber estado incómoda tantas veces ahora hace que me sienta relajada y que
tenga la sensación de que nada es para tanto, de que por muy parda que la líes
no se va acabar el mundo.
¿Es usted tímida, le transforma el escenario?
Sí, de hecho en la vida real
hace años yo no era capaz ni de llamar por teléfono a un sitio, para reservar
para cenar con la cuadrilla, por ejemplo, yo me preguntaba cómo era posible que
me pasara eso y luego me subiera al escenario a cantar y a contar chistes
malos, no sé muy bien por qué pasaba. Y de ahí salió en parte lo de inventarme un personaje, una superheroína que
sí se atreviera a hacer todo lo que a Maialen le daba vergüenza.
Chica Sobresalto, ese personaje, es su nombre
artístico y el de su primer disco. ¿Cómo consiguió sacarlo adelante, fue
costoso?
Fue bastante horrible, porque no sabía dónde me estaba metiendo, quería juntar las canciones que había ido haciendo durante esos años y grabar un disco. Y me encontré con todos los problemas del mundo. Primero porque yo no podía pagarlo, con lo que ganaba limpiando. Después no tenía ni idea de cómo se subía un disco a Spotify, empecé a ver tutoriales en Youtube, que estaban en inglés, y yo no sé inglés… Recuerdo que nos fuimos a Zestoa a grabar con Eñaut Gaztañaga, que se portó genial con nosotras, y era levantarse superpronto, hacer comida para todas, coger el coche, llevar a todo el mundo… De todo aquello aprendí un montonazo, a base de cagarla, eso sí.
¿Cómo nace Chica Sobresalto, era algo ya pensado
previamente o que se le ocurre tras grabar el disco?
Recuerdo que Eñaut me dijo que
con aquel nombre de “Maialen canta”, que era como yo ponía en los carteles, no
iba muy lejos. Me di cuenta de que necesitaba un nombre artístico. Toda mi vida
me ha divertido hacer listas de palabras favoritas, palabras que me gustan, por
cómo suenan o qué significan (por
ejemplo, “trombólico”). Iba haciendo un ranking, que solía escribirlo en clase
-por eso suspendía todo- y en ese momento estaba la primera sobresalto, y eso
se juntó con lo de la superheroína (así era como yo me sentía, sacando adelante
aquel disco que tanto me había costado), o sea, que decidí que sí, yo era una
superheroína y mi misión iba a ser
mostrarle a la gente que la vida no es un suspiro, sino un sobresalto. Así fue
como nació Chica Sobresalto.
Poco después de ese primer trabajo, de repente se
cruza OT en su vida. ¿Cómo llega hasta allí?
Al principio está ese
romaticismo, tú sacas tu disco, todo es maravilloso, vas con toda tu ilusión,
piensas en tocar en todas partes, que va a gustar a todos, hasta que te das
cuenta de que eso no es así, o no lo fue en mi caso, yo mandaba como unos
veinticinco emails cada día, tenía un Excel con discográficas, festivales,
salas… cogía la guitarra y me iba con un blabacar al quinto huevo, perdía pasta
por un tubo… Y así, hasta que ya con veinticinco años me planto, me doy cuenta
de que me estaba quemando, porque si al menos viera que iba hacia arriba,
despacito… pero no funcionaba. Yo había visto OT de siempre, pero nunca me
había planteado ir a la tele, aunque me gustaba el programa. Vi que en los casting
iban a valorar el tema de componer, y entonces pensé que podía encajar, y
decidí ir a uno de ellos, con la idea de que no me iban a coger pero como esos casting
iban a ser visibles igual eso me venía bien. Con que me siguieran quinientos
seguidores más en instagram me valía, igual así iba a tocar a Madrid y venían a
verme veinte personas, en vez de cuatro. Y así fui pasando casting, sin querer, de hecho, al casting final
casi ni voy, porque estaba cagadísima, pero yo veía que pasaba y cuando ya
llegué a los dieciocho de la gala cero, me dije “¿A que entro? ¿Y ahora qué?”.
Y de repente era como “¡No, no, no quiero!”, pero entré, y la primera noche
estaba asustadísima, hay un vídeo que se ve cómo vamos todas a la habitación a
elegir cama y yo aparezco la última, con una cara de susto, como una niña
pequeña el primer día al cole. Luego me lo pasé muy bien, eso sí.
Por cierto, en aquel primer casting usted cantó Contra
todos de Robe…
Sí, porque me daba cuenta de
que no pintaba nada allí y aquella canción me representaba. Aunque también
canté Madonna por ser fiel a la Maialen pequeña. Y en el segundo casting una de
mis canciones, Navegantes, con mi
guitarra. ¡Yo que sé! No sabía ni que estaba haciendo, la verdad.
¿Una vez dentro de OT, siente vértigo, se siente
de nuevo desnuda, expuesta?
Bueno, al entrar ya con
veinticinco años y sabiendo para qué lo hacía estaba tranquila, no me planteaba
estar más de una semana, ni pensé nunca en ganar, competir, quería aprender, yo
no daba clases desde Hilarión Eslava o el Orfeón, entonces para mí era muy guay
tener clase, no tener que ir a trabajar, me hacían comida especial para mí,
vegetariana, no había que pagar facturas, estaba contentísima. Bueno, las tres
primeras semanas lo pasé fatal, pero porque me nominaron y yo pensaba que me
iba… Yo en OT hice lo que me dio la gana, cuando me plantearon sacar Oxitocina
dije que quería que fuera con mi banda, y así fue, dije que quería que Ibai, el
bajista de mi grupo, hiciera la portada
y la hizo… Se respetó todo lo que yo propuse. Y además la gente que conocí era
majísima.
En cuanto a esto, al trato con sus compañeros,
las relaciones afectivas, ¿es cierto eso que se dice de que “los sentimientos
se magnifican” o es un tópico?
Se magnifican porque estás
encerrada, no tienes ningún estímulo exterior, todo es raro, no es la vida
real, y el vínculo que estableces con cualquier persona no se parece a ningún
otro. Son personas a las que igual nunca en tu vida te habrías acercado… Por
ejemplo, yo la primera vez que vi a Nia pensaba que no tenía nada que ver con
ella, sin embargo ahora tengo con ella una relación brutal, o ahora estoy en
Madrid, me rayo un día, llamo a Samantha… Nos entendemos un montón, aunque
hagamos cosas muy distintas, son relaciones raras, pero me alegro un montón de
tenerlas.
¿Qué piensas sobre los prejuicios que se tienen a
veces sobre ustedes, los triunfitos, y sobre el programa?
Es que a mí me pasa lo de
siempre, voy a OT, no pinto nada, salgo de OT, tampoco, entonces ¿no pinto nada
en ningún sitio?, ¿qué soy? Hay muchísima gente que no ve OT pero sabe que has
ido, y de repente te encasillan en que no compones, que te ha llovido la suerte
del cielo… Esa es otra, yo llevaba años de trayectoria y había comido bastante
mierda antes de entrar, pero… ¿y si no?, ¿la peña no se merece que le pase algo
bueno de repente? Además, por mucho que hayas estado en OT, si no curras, todo
lo que has tenido allí, los seguidores, la fama, es mentira, es efímero, te
coloca en una posición en la que no estás, y poco a poco vas a volver a la
tuya… Entonces yo ese tipo de prejuicios, todo eso de la triunfita… ¿Cómo te
vas a quitar esa etiqueta? Yo no quiero quitármela. Puedo ser muchas cosas que
a ti te choquen, puedo ser la triunfita pero al mismo tiempo estamos intentando
entrar en la escena indie porque nos
gusta mucho y es donde más cómodas estamos, y a la vez somos más punkis que la
hostia… Soy todas esas cosas y a quien
le choque, pues, bueno, enhorabuena…
De hecho usted entró con su disco, que publicó
una discográfica de Pamplona, El Dromedario, salió, ha seguido con ellos. Parece tener bastante claro su camino y quién
quiere que le acompañe en él…
Sí, porque creo que el sitio en
el que estés tiene que ser afín a ti y a tu proyecto, para mí, por ejemplo, mi
banda es la mejor del mundo, tengo que estar en un sitio con gente donde esté a
gusto, que me eche mis risas en la furgo, que si estás rayada tengas a tus
colegas al lado… Creo que lo he hecho bien en el sentido de que me voy todos
los días a dormir superagusto.
No hemos hablado todavía se su disco nuevo, Sinapsis, otro disco de alguna manera
conceptual, relacionado en este caso con la química. ¿Qué nos puede contar
sobre él, cuál sería la sinapsis de sinopsis?
El disco nace en un momento en
el que estoy estudiando psicología por la UNED. Yo siempre me había peleado con
la ciencia porque creía que las emociones no se podían estudiar de una forma
pragmática, porque eran demasiado poéticas para ello, pero de repente me pongo
a estudiar esto y me doy cuenta de que sí, de que la manera pragmática de
estudiar el cerebro humano es increíble y no le resta su poesía, me pareció muy
guay todo ese mundo, las palabras, las imágenes. Encima, entendí muchas cosas
sobre mí misma, que me tranquilizaron, me ayudó a comprender que no soy tan
especial, lo cual fue un respiro. Y así fue cuando empecé a pensar cuál sería
el nombre de las canciones, de esas canciones que hablan de emociones. La
primera canción, por ejemplo, Oxitocina habla sobre mi sexualidad.
¿Ha ido acomodando las canciones a ese tema o ha
sido algo que ha ido surgiendo?
Al principio fue algo casi sin
querer, después ya lo fui forzando un poco, o se fue hilando. Por ejemplo, quería hablar sobre la endometrósis, para
contar la historia de mi prima Laura, como ella ha convivido con eso y con el
hecho de ser madre, y pensé “Ya tengo Progesterona”, o mi abuelo se puso muy malito y le escribí
una nana y pensé “Ya tengo Melatonina”.
Era como que en mi cabeza todo se iba uniendo.
No sé si se puede contar, pero hay incluso una
canción escondida, como en los discos de antes
Sí, sí, se puede contar, ya la
subimos a Spotify y todo. Se llama Inconstantes
vitales. Cuando yo escuchaba música de pequeña con el aita pasaba eso en
algunos discos, se acababa la última canción, había varios minutos de silencio
y luego sonaba una canción secreta, me parecía superguay y pensaba que algún
día lo iba a hacer yo. Me hizo ilusión además porque casi todas las canciones
son previas a OT, y al pasarme algo tan tocho,
quería dejar plasmado cómo estaba yo por dentro en ese momento, y en
verano, al salir de OT, compongo la canción, además con el método que Zahara
nos explicó en el programa, que seguí a rajatabla.
Ha citado a Zahara, que aparece en el disco. Háblenos
de las colaboraciones de Sinapsis.
Sí, está Alex, de Nixon, el
grupo que me llevó de gira de telonera, y fue superbonito, y me apetecía que
estuvieran ahí porque habían formado parte de mi historia; y luego otra parte
muy importante de mi carrera, aunque ella no lo supiera es Zahara, a la que
tengo como un referente, no solo musical, me parece una revolucionaria, así que
le propuse participar y me dijo que sí, y de todas las veces que me han dicho
sí en la vida es una de mis favoritas.
¿Se puede decir que esa popularidad que le ha
dado OT le ha permitido este privilegio de tener acceso a artistas que admira?
Claro, y es muy guay, hace
poco, por ejemplo, le escribí a Santi Balmes, de Love of lesbian, porque me
hacía ilusión mandarle una camiseta y un disco, y así es mucho más fácil que si
no me conociera, o no tuviera ni idea de quién soy.
El disco incluye también un pequeño libreto sobre
la manera en que usted compone las canciones… ¿Se puede explicar el momento
creativo? A veces usted lo compara con un orgasmo.
Igual es algo que me lo estoy
inventando, pero a mí me da la impresión de que hay como dos formas de
componer, una más visceral, menos premeditada (por ejemplo, en este disco Fusión del núcleo es una canción
“escupida”, al cien por cien) y otra en la que está más estudiado. Yo creo que
lo mejor es un equilibrio entre las dos. En mi caso llevo mal la segunda parte,
la de pensar. Yo sabía algo de armonía pero no lo sabía usar para componer,
entonces ahora estoy dando clases para nutrir esa parte y ser mejor compositora
cada vez, eso es lo que más me obsesiona del mundo, hacer canciones mejores
cada vez, ese es mi objetivo vital, hacer no las mejores canciones del mundo,
sino las mejores para mí. Hay una cosa en ese sentido que me preocupa y es que
creo que cada vez que acabo una canción pienso que se ha gastado la
creatividad, que no da más de sí, porque como no sé hacerlas a posta, pienso
que no va a volver a salir, y por eso quiero hacer esa gimnasia compositiva, no
quiero dejar a la suerte de la musa todo, aunque me sienta poderosa y me sienta
increíble cuando eso pasa, por eso lo asemejo a veces a los orgasmos y la
sexualidad, porque me hace sentir dueña de lo que quiero hacer con mi vida y
con mis cosas.
¿Esa sensación de que ha agotado su creatividad
tiene que ver también con algo que comenta en ese libreto, con la idea
perseguir siempre la canción o el disco perfectos, redondos?
Sí, es esa idea que tengo desde
pequeña, la de hacer una obra increíble, el disco de mi vida, igual resulta que
esa obra es todo, o igual no existe, yo qué sé, es una paranoia a la que igual
hay que no hacer mucho caso.
“A todo y toda aquella que tiene prisa en esta
industria de pirañas sin talento”, escribe en la dedicatoria de Somatropina. ¿Una puya a la industria musical, las prisas,
las presiones a los artistas?
Sí, yo entro en ese mundo y me
doy un susto increíble, veo como la gente quiere correr, no han terminado y una
canción y ya necesitan otra porque hace falta un single tras otro… Yo no quiero
que me atropelle eso, no busco una estrategia, o sí, pero quiero que mi
estrategia se adapte a mí, y no al revés, no yo a una estrategia que no sé de
dónde sale ni quién dice que es la buena, no quiero que a mí me pase eso, que
la prisa perjudique al proceso creativo.
Camina sin prisas. ¿Cómo se imagina más adelante,
dentro de un tiempo, por ejemplo con cincuenta años, piensa en eso?
Sí, yo, por ejemplo, veo a Love of Lesbian y quiero ser como ellos, ves cómo evolucionan, como se quieren, como han ido construyendo poquito a poco lo suyo, y yo quiero eso, no quiero esas prisas, quiero ir despacito y poniendo unos cimientos sólidos. Eso es lo que me gustaría, a donde quiero llegar. Y así es como me veo dentro de unos años: componiendo.
PERSONAL
Nombre: Maialen
Gurbindo
Fecha y lugar de
nacimiento: “Soy de
Atarrabia”, aclara, “porque en muchos sitios ponen que soy de Burlada y luego
me riñen. Y del 94, eso también lo suelen poner mal, me quitan un año”
Trayectoria: Estudió música en la escuela de música Hilarión Eslava, formó parte del Orfeón Pamplonés y de una electrocharanga. Su primer frupo fue Biluzik. En 2017 ganó los Encuentros de Arte Joven. Su primer trabajo, Sobresalto, lo publicó ya con el nombre de su alter ego, Chica Sobresalto. En 2020 se convirtió en una de las triunfitas de OT. Un año después , con su segunda trabajo, Sinapsis, en el que colaboran artistas como Zahara, ha llegado al número uno de las listas de ventas.
Ahí arriba a la izquierda, justo encima del título de esta
columna —que en realidad son dos columnas— puede leerse “Opinión”. Es como una
advertencia. Un “cuidado con el perro”.
Un articulista de opinión por lo general suele dedicarse a gruñir, a morder y a
ladrar (más a ladrar que a morder, en realidad). Desaprovechamos en muchas
ocasiones este espacio privilegiado despotricando, arremetiendo contra aquello
que nos desagrada o ante lo que nos sentimos amenazados, lo malgastamos de una manera un tanto inútil,
pues por lo general nuestros lectores comparten con nosotros los mismos
enemigos (buscamos, por lo tanto, más que hacer sangre, caricias en el lomo que
nos apacigüen, que calmen nuestra ira o nuestro estupor). Lo que quiero decir
es que, por el contrario, son muy pocas
las ocasiones en que hacemos partícipes a los demás de nuestros momentos de
felicidad, de emoción o de belleza (en las columnas de opinión y en la vida
real).
Hoy me gustaría hacerlo, escribir sobre uno de esos momentos
que he podido disfrutar recientemente gracias a una obra de teatro y
recomendarles la misma, puesto que se ha estrenado hace apenas un mes y todavía
están a tiempo de verla –o de contratarla—.
Se trata de “Con los ojos abiertos”, la dramatización de la vida y la muerte del poeta Miguel Hernández que ha llevado a los escenarios la compañía Iluna Producciones, de la mano de Miguel Goikoetxeandia, que es quien — tras sumergirse en un océano de letras, cartas personales, documentos penales, biografías del escritor— firma y dirige la obra.
A Miguel Hernández —y a eso alude el título— no pudieron
cerrarle los ojos, cuando con solo treinta y un años murió enfermo de
tuberculosis y tifus en una prisión de Alicante al término de la Guerra Civil,
en la que había combatido como miliciano y como poeta. Esa desobediencia de sus
párpados resume en un gesto póstumo la personalidad del escritor y la
inmortalidad de su mirada poética, que Iluna homenajea en los escenarios y que
traslada vivamente al espectador, en un intenso y entretenido recorrido por la
infancia del poeta, sus primeros amores y amistades, el descubrimiento de la
poesía —ese rayo que no cesa y atraviesa toda su existencia—, su activismo
político y su detención y muerte (los poetas en España han muerto demasiadas
veces tristemente: asesinados, exiliados, enfermos, olvidados…).
Uno asiste a todo ello desde su butaca con una extraña
congoja, con ese estremecimiento que tiene a la vez algo de placentero, que
pone en piel de gallina el corazón pero a la vez le hace recordar que aún
palpita, que es una víscera y no un mecanismo artificial, el motor de una
máquina sin alma; y con la emoción de saber que la cultura puede llevarnos a
ese estado. Todo ello gracias al meritorio trabajo de los actores, de David
Larrea, que se trasplanta la piel de Miguel Hernández en una interpretación
impresionante, plena de emoción, y muere sobre las tablas arrebatado de dolor
hasta en el aliento; y del propio Goikoetxeandia, que se multiplica en varios
personajes, convirtiendo su diafragma en un acordeón que siempre da la nota
atinada y tras cuyo fuelle se adivina el exhaustivo y apasionado trabajo que ha
empeñado en esta obra, una obra, en fin, de lo más recomendable.