Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias)/ 26/06/21
Anteayer habré tenido el honor (perdón por el pequeño sindiós de los tiempos verbales, pero este artículo se entrega con unos días de adelanto) de ser el último invitado del programa “Iflandia” de Radio Euskadi, que comandan Kike Martín y Félix Linares, y que ha sido durante años ese territorio “donde lo imposible se hace posible” y en el que muchos de quienes nos dedicamos al a veces ingrato mundo de la cultura hemos encontrado acogida y refugio, mientras en otros lugares nos daban con la puerta en las narices o ni siquiera sabían que existíamos.
El gran Kike Martín se jubila y con él su querida “Iflandia”. No es la única jubilación que ha tenido lugar durante estas últimas semanas entre históricos de la radio pública: en Radio 3, por ejemplo, también dejaremos de disfrutar de periodistas como Julio Ruiz, después de cincuenta años de su “Disco Grande”, de Javier Tolentino y su referencial programa sobre cine “El séptimo vicio” o de José Miguel López y su “Discópolis” (“una escuela de cultura y hermamiento entre pueblos, además de una fuente de placer” como lo definía en una red social la bibliotecaria -ella también de referencia- Villar Arellano).
No conozco los
detalles, pero en algunas de las declaraciones que he leído se deja entrever que
estas jubilaciones no han sido precisamente voluntarias, a pesar de lo cual los
afectados las diculpan deportiva y generosamente diciendo que hay que dar paso
a los jóvenes.
Y da pena,
porque todos ellos están en todavía en plena forma: en el mundo de la cultura
la maestría se adquiere por acumulación y la experiencia es mucho más que un
grado, siempre que uno no se acomode ni pierda la curiosidad, como es el caso;
o como añadía Villar Arellano: “Un país que
desprecia la experiencia y antepone el relevo por encima de la sabiduría se ve
abocado a la autocomplacencia y a la mediocridad. Quizá lo llamen innovación,
reformulación, nuevas sinergias… o algún anglicismo de nuevo cuño, pero es un
paso atrás: es perder perspectiva, amplitud y crítica”.
Dar paso a los jóvenes está muy bien, criaturas al poder, como cantaban Eskorbuto, es lógico y ley de vida, son ellos los que tienen que venir a ponerlo todo patas arriba, pero no lo es tanto que para eso haya que desaprovechar todo un caudal de sabiduría y experiencia del que esos mismos jóvenes pueden beber, aunque sea después para vomitarlo. Si es que realmente ese -el relevo generacional- es el verdadero motivo, porque también cabe la sospecha de que estas jubilaciones en realidad sean una manera de ir acotando esos pequeños refugios en las ondas a través de los cuales la cultura minoritaria, los artistas emergentes o las propuestas a contra corriente de las modas y las exigencias del mercado pueden respirar.
El Gobierno de Navarra, por otra parte, y ya que hablamos de radio, acaba de conceder hace unos días una licencia a la emisora Radio Marca, un faro de la cultura, como todos sabemos, tras un concurso que inicialmente estaba reservado a asocionaciones sin ánimo de lucro y que pasó después a dirigirse a radios comerciales, todo ello en detrimento de emisoras libres o comunitarias como Eguzki Irratia. A este paso -a mi me pasa a menudo, en realidad- cada vez que encendamos la radio, por mucho que movamos el dial lo único que vamos a oír va a ser: ¡Gooooool! Pero el gol será en propia puerta.
“SOMOS UNA ESPECIE INTERESANTE, SI NOS MIRAS CON BUENOS OJOS”
Fernando L. Chivite vuelve a la novela con Cada
cuervo en su noche, una vuelta de tuerca en su narrativa, sumando a su
estilo ingredientes como el humor, el porno naif, o la novela de carretera, en una obra con la
que ha buscado una celebración de la vida.
El autor
iruindarra escribió Cada cuervo en su noche tras jubilarse, en busca de
una nueva actitud ante la vida más alegre y más libre. El resultado es una
novela, a ratos, loca y gamberra, pero en la que sus lectores tampoco echarán
en falta los rasgos característicos de su escritura (la experiencia autobiográfica,
el intimismo, el lirismo -Chivite, por cierto, acaba de publicar también su
poesía completa: “Una cuestión de equilibrio”-)… Cada cuervo en su noche,
editada por Pamiela, es su octava
novela, después de otras como La fuga de todo, Sebas Yerri o Insomnio
(con la que ganó en el Premio Café Gijón en 2006).
-¿Se ha divertido
mucho escribiendo esta novela?
Sí, no sé cómo sonará
eso. Ya lo dije el día de la presentación. Supongo que se me escapó, pero es
cierto. Por eso escribimos, creo yo. Porque en la escritura hay emoción. Y eso
es lo mejor. Uno escribe para sacudirse el miedo y para entender mejor el
funcionamiento del mundo. Es un modo de reflexionar. Pero también es divertido.
Algunos piensan que escribimos por dinero, qué ingenuidad tan fanática. Escribimos
sobre todo porque nos lo pasamos bien.
-Ha afirmado que
con esta novela ha intentado reinventarse, buscar un nuevo registro o voz…
¿Por qué? ¿Sentía la necesidad de cerrar una etapa, de romper con su anterior
obra?
No, no, yo no quiero
romper nada, pero sí quería evolucionar. Quería darle una vuelta de tuerca a mi
vida. A mi actitud ante la vida, quiero decir. Quería ser más libre, más
alegre. O sea, aprovechando que acababa de jubilarme, pensé que estaría bien
reírse más.
-Sin embargo, la
novela, supongo que es inevitable, también evoca en ocasiones a otras suyas
anteriores, a mí me recordaba por ejemplo -aunque en este caso suma el tono
humorístico, incluso gamberro- a La fuga de todo: el personaje de Ixabel
y aquella chica extranjera, el viaje o la novela de carretera, el psiquiátrico…
Es verdad, te has dado cuenta. Hay un planteamiento inicial similar, el narrador se sitúa en un psiquiátrico y cuenta una historia que ocurrió en su juventud. Pero aquella era una novela existencialista, muy influida por El extranjero de Camus, y esta, como se dice en la contraportada, es la comedia romántica de un perdedor y está escrita con descaro e irreverencia. Pero es cierto que también avanza con la estructura de la novela de carretera. La idea del viaje, de la búsqueda, de la huida hacia adelante es siempre la gran metáfora de la vida humana.
-A pesar de ese
tono desenfadado y divertido, el narrador de la novela afirma que lo que está
haciendo al escribirla es una purga del corazón ¿lo ha sido también para usted?
Sí, siempre es así.
La escritura tiene ese efecto purgante, es inevitable. Y muy higiénico. Quizá
sea esa una de las motivaciones más honestas de la escritura, el intentar
apaciguarse uno. Cioran opinaba que había que surtir de folios y lápices a los
locos, creía en el efecto placebo de la escritura. Y estoy de acuerdo. Se lo
recomiendo a cualquiera. Ser capaz de contar la propia historia con un mínimo
de coherencia y cierta gracia es un placer y ayuda a conocerse a uno mismo, que
no es ninguna tontería.
-Aunque quizás
esta es una novela menos autobiográfica o autorreferencial que otras suyas, ha
dicho que en realidad está contando su propia historia de amor, ¿le ha
resultado difícil, ha sentido pudor?
Cuando se escribe no
se siente pudor, ya sabes, estás probando. Estás jugando, en realidad. Estás
haciendo literatura. La literatura está por encima de ti y de tu pequeña vida.
Es un arte. Intentas adornar un poco las cosas, las estilizas, las retuerces,
añades colorido, luces, un poco de animación. Para hacerlo todo más ameno,
claro. Pero, en el fondo, uno siempre cuenta su propia historia. Aunque no
quiera. Es cierto que, por consejo de los editores, me animé a introducir
algunas escenas pornográficas, pero son humorísticas y tiernas. Yo lo denomino pornonaif.
Y me gusta el resultado. Es dulce, cómico y canalla a la vez. No hay que
olvidar que el narrador está internado en un centro de salud mental y se supone
que tiene algunos sesgos cognitivos.
-Comentó al
presentar el libro que pretendía con él una celebración de la vida y en la
propia novela el personaje menciona su intolerancia a la infelicidad y la
necesidad de autoengañarse (antes de que lo hagan los demás). Bueno, en
concreto escribe: “Autoengaño y masturbación son dos condiciones necesarias
para la felicidad”. No sé si eso podría ser incluso una definición de la
escritura…
No está mal. No lo
había pensado, pero sí. Autoengaño y masturbación, entendiendo ambas cosas en
el buen sentido, naturalmente. Que lo tienen. Pero lo de la intolerancia a la
infelicidad es importante. Yo la he sentido toda mi vida. He necesitado ser
feliz y lo he sido, ¿qué más puedo decir? Hay que celebrar la vida siempre.
Mientras se pueda. No creo que sea nada difícil. Al contrario, creo que es lo
más fácil del mundo. Creo que todo el mundo es moderadamente feliz y que, en contra
de lo que a veces pueda parecernos, la gran mayoría de la gente sabe ser feliz.
Somos una especie muy interesante, si nos miras con buenos ojos. Empezamos
viviendo en cuevas, como los osos, y mira la que hemos montado. Fíjate en la
música, por ejemplo. Ya solo por eso ha merecido la pena la evolución de las
especies, ¿no te parece?
-A lo largo del
libro intercala múltiples citas de filósofos, no sé si alguna incluso
apócrifa… de tal manera que el libro se convierte también en un pequeño libro
de citas. ¿Cómo surgió ese recurso?
Me encantan las citas
de autores de todos los tiempos. Darles la vuelta y todo eso. Vamos a ver, las
citas son todas verdaderas. Al menos, mientras no se demuestre lo contrario.
Puede que algunas no sean literales porque la mayoría están citadas de memoria,
pero todas ellas son tesoros y contienen grandes verdades de la sabiduría
humana. O de la estupidez humana que también es muy prolífica. Como esa de un
presocrático griego que dice que solo los idiotas creen en la realidad del
mundo. Yo estoy de acuerdo con eso. No sé muy bien lo que significa, pero
estoy completamente de acuerdo.
-Después de esta
novela, ¿cree que seguirá por ese camino, recuperará esta nueva voz o registro?
Me temo que sí. Es decir, eso espero. Aunque nunca se sabe. Después de 40 años escribiendo, he adquirido un cierto estilo propio, es normal, pero el estilo también evoluciona, intenta adaptarse a los nuevos tiempos. Mientras se está vivo, por supuesto. Porque eso es lo bueno, estar vivo.