Teatrolari,
la escuela de teatro de Iruña, arranca el curso con la novedad este año de un
Grado en Artes escénicas. Cuatro años de aprendizaje con una metodología basada
en la expresión corporal y a lo largo de los cuales las futuras actrices y
actores adquirirán las herramientas necesarias para emprender un recorrido
profesional. Hablamos con Javier Álvaro Pastor, fundador y director de la
escuela
“Comienza aquí la función de tu vida”. Ese es el lema con el
que desde Teatrolari intentar incitar a sus potenciales alumnos a decidirse por
el nuevo Grado en Artes Escénicas que este curso ofertan desde esta escuela de
teatro ubicada en el barrio iruindarra de la Rotxapea. “Lo que queremos
transmitir a las personas que se matriculen es que nosotras les vamos a dar las
herramientas necesarias para desenvolverse profesionalmente”, nos cuenta Javier
Álvaro, director de Teatrolari. “Por ejemplo, en el cuarto año del Grado, las
alumnas preparan un proyecto para llevar a escena o a un audiovisual. De ese
modo, cuando salen de aquí con el título
tienen recursos, saben cómo montar una obra, no tienen que esperar a que nadie
les llame, o saben cómo buscar financiación para hacer un corto o una función”.
Javier Álvaro llegó a Pamplona desde Madrid hace siete años
e incitado por su expareja y por su maestro (Álvaro se formó con Jorge Eines,
cuya metodología y sistema pedagógico siguen en Teatrolari; de hecho, una de
las salas de la escuela lleva el nombre de este reputado maestro de actores
argentino) comenzó a dar clases, primero en un pequeño local del casco viejo y,
a medida que el alumnado iba creciendo, después en otro de la Rotxapea desde el
que se trasladaron finalmente a la sede en Paseo de Enamorados, 33, donde se
encuentra hoy la escuela. “En Teatrolari vimos que podíamos ofrecer una
metodología, una manera de contar las cosas diferente a otras escuelas. De
hecho, las tres escuelas que hay en Iruñea ofrecemos formaciones diferentes, no
percibimos competencia entre nosotras, y tenemos buena relación”. Las tres
escuelas, efectivamente, están trabajando juntas para, entre otras cosas,
unificar los protocolos COVID, por ejemplo.
Pero ¿cuál es esa metodología diferente?, preguntamos al
director de Teatrolari.
“La gente suele pensar que cuando llegas a un ensayo lo haces con el texto aprendido y esperando que la dirección te diga qué tienes que hacer, en nuestro caso partimos de todo lo contrario, la idea de que el texto tiene una importancia del 50% y el otro 50% la expresión corporal. Yo siempre digo que la mayoría de la información que recibimos entra por los ojos, que lean el texto, pero que no se lo aprendan, que descubran al personaje y qué pueden hacer, y que yo solo les voy a acompañar”. Un aprendizaje, por tanto, basado en la investigación y la libertad de la actriz o el actor. “Cuando las actrices se sienten libres es cuando ocurren cosas. El error es genial, porque de él se aprende mucho”, dice Javier Álvaro. “Mi función como director es acompañar, incitar, pescar, cuando algo que ocurre es interesante”.
El nuevo Grado de Artes Escénicas tiene una orientación
profesional: más de mil horas anuales de formación, con un profesorado
altamente cualificado, para salidas laborales como el teatro, musical, cine, la
propia enseñanza… Pero Teatrolari
también ofrece cursos de iniciación, perfeccionamiento (clown, voz, expresión
corporal…) con un carácter más amateur. “Hay gente no tanto interesada en el teatro sino
que trabaja de cara al público, o es tímida, y necesita tener más expresión
física, o gente que sí tiene vocación, pero quiere compaginar esa afición con
su trabajo”.
Las matriculaciones están abiertas hasta el próximo 4 de
octubre.
El lado
positivo de los protocolos COVID
Teatrolari se lanzó a dar un paso importante en su trayectoria como escuela de teatro en un momento complicado.
“Cuando nos confinaron teníamos charlas en muchos sitios para dar a conocer el
grado, lo cual nos perjudicó bastante, ahora hay gente que tiene miedo”, dice
Javier Álvaro Pastor, fundador y director de la escuela, quien en todo caso
señala que desde Teatrolari se esfuerzan en ofrecer las condiciones más seguras
y cumplir los protocolos: “Aquí, por ejemplo, dejamos las zapatillas fuera,
ventilamos… En cuanto al contacto hemos empezado con trabajos individuales, o a
lo largo del curso en algunos grupos que quieran trabajar en pareja el contacto
será siempre la misma persona en el trimestre… En el caso de la mascarilla, tenemos
que llevarla, pero en cierto modo esto es una actividad física, y si los
futbolistas no la usan, nos parece injusto que nosotras no podamos hacer lo
mismo”. Aunque por otro lado, Javier Álvaro señala que estas condiciones de
excepcionalidad también
tienen su aspecto positivo: “La gente se va muy contenta porque veían
complicado dar clases en esas condiciones, pero ven que se puede hacer e
incluso que con las dinámicas individuales está más concentrada”.
“La intención con Bizimina es que quien la vea sienta algo
catártico, que libere emociones”
Pablo Iraburu, director de cine
Dirigida por los navarros Pablo
Iraburu y Migueltxo Molina y por el bailarín de Errenteria Jon Maya, Bizimina participa en el Zinemaldia,
dentro de Premio Irizar al Cine Vasco, con una película que intenta expresar a
través de las coreografías de Kukai Dantza sentimientos y emociones como la
incertidumbre, el miedo o la angustia provocados por la pandemia y el
confinamiento, durante los cuales ha sido rodada
El grito que no
puedes dar en un sueño, o ese placer, ese “gustico”, esa empatía que reconoces
en un libro cuando otra persona sabe poner las palabras para algo que tú
también has pensado pero no ha sabido cómo expresar. Así es como define Bizimina el director navarro Pablo
Iraburu. Un proyecto que surgió mano a mano con el bailarín Jon Maya y al que
luego se sumó Migueltxo Molina desde Arena (la factoría audiovisual desde la
que han visto la luz películas como Cholitas
—vuelta a premiar recientemente, en el Festival de Trento y en FICMUS en
Argentina— Pura Vida o Nomadak TX). Bizimina se gestó durante el confinamiento y a causa del mismo con
la intención de poner cuerpo e imagen, a través de la danza y las coreografías
de la compañía Kukai Dantza, a las emociones que todos hemos sentido y seguimos
sintiendo en estos meses: el miedo, la incertidumbre, la extrañeza… Todo ello
está presente en esta película, rodada en condiciones de excepcionalidad y a
contrarreloj, que se estrenará el día 22 de septiembre en el Zinemaldia y que
participa a concurso en el Premio Irizar al Cine Vasco.
Patxi Irurzun. Iruñea
¿Cómo surge la idea de rodar Bizimina?
Nosotros ya conocíamos
a Jon Maya a través de Oreka TX o porque habíamos hecho con él un documental que
dirigí junto con Iñaki Alforja titulado Oskara.
Cuando comenzó el confinamiento, en aquellos días tan raros, Jon me llamó y
recuerdo que me dijo, literalmente: “Tenemos que hacer algo”. Inicialmente no
había más propuesta que esa. Primero empezamos a trabajar mano a mano, yo hice
un guión, una escaleta de emociones e ideas que Jon asociaba a coreografías y
que intentábamos colocar en espacios. Es decir, la iniciativa fue suya, luego
lo tomamos como una producción de Arena, entró Migueltxo Molina, que es quien
ha trabajado con la cámara —porque todo esto anterior era sin salir de casa—,
Mikel Salas, que ha hecho la música… Una idea original, por tanto, muy
sencilla, que ha ido creciendo y que al final se ha convertido en coral.
Es un proyecto que nace, por tanto, como consecuencia de la
pandemia…
A mí en aquellos
días, al principio de todo esto, me parecía que había mucha información —o
desinformación, depende—, muchos datos, pero lo único emocional con lo que te
encontrabas eran los aplausos de las 8, que tampoco teníamos muy claro qué
significaban, y sin embargo todos teníamos dentro, y lo seguimos teniendo, una
mezcla de angustia, enfado, incertidumbre, impotencia, esas ganas de abrazar a
la gente y no poder… Yo, por ejemplo, tengo unos padres muy mayores y en ese
tiempo no ir a verles, o que precisamente por cariño tuviera que distanciarme
de ellos, me parecía muy extraño. Me di cuenta de que de repente los
movimientos que hacíamos tenían otros significados, y la idea era intentar expresar
eso, esa desesperación y esa extrañeza. Eso, por otra parte, coreográficamente
era un filón, porque estamos teniendo esas sensaciones tan raras, físicamente
incluso, y el baile tiene esa capacidad de expresar con el cuerpo cosas
abstractas.
La película ha sido rodada en Errenteria, la Magdalena de Iruña,
Donostia, Ultzama… En calles, plazas, estaciones vacías… ¿Había una intención
de recuperar esos espacios arrebatados por la pandemia?
Al principio
pensamos que eso, encontrar las calles vacías, era una oportunidad, pero, por
un lado, para cuando empezamos a rodar ya no estaban tan vacías, y por otro,
los protocolos sanitarios eran complicados: no podíamos ir en el mismo coche
que el bailarín, teníamos hacer las pruebas de vestuario por skype…En ese sentido el rodaje ha sido
dificultoso. Además, después fueron saliendo ya muchas cosas de ese tipo, con
calles vacías, rodadas con drones, etc. Lo nuestro en realidad no tenía tanto
que ver con referido al espacio, como con las emociones.
Ha hablado de las dificultades de rodaje. ¿Los protocolos
sanitarios afectaron también a las coreografías de Kukai Dantza?
Sí, de hecho no hay
ninguna coreografía con contacto. Algunas de ellas tuvieron que reinterpretarlas.
Por ejemplo Jon propuso hacer una sokadantza, que se baila de la mano, y la
idea de no poder tocarse era interesante: tenemos una sokadantza tradicional,
pero bailando separados. Eso afectaba también a la producción, los ensayos, por
ejemplo, los hacían ellos en su local, yo los veía por skype desde mi casa…
¿Cómo ha trabajado Mikel Salas la música?
Al principio
pensamos en versionar la música de Muros,
una película que hicimos en Arena también con Mikes Salas, y en la que había
temas que tenían que ver con separación, distancia…. Esos temas se usaron como
referencia para las coreografías y a partir de esa estructura Mikel creaba
temas nuevos, en postproducción. Ha sido un proceso curioso y muy chulo. Mikel
además, ha hecho mucho más de lo que le pedimos, se implicó mucho con el
trabajo…
En ese sentido, ¿se puede decir que es un proyecto colectivo y que
ha ido creciendo sobre la marcha?
Sí, entre otras
cosas porque esa emociones e incertidumbres que intentábamos expresar no eran
solo una pedrada que compartíamos Jon y yo, sino que afectaba igualmente a
todos, a los de producción, vestuario… Todos estábamos en lo mismo. Y ha sido
muy bonito ver cómo todo el equipo se lo tomaba como un proyecto personal.
¿Cómo ha sido el trabajo de Migueltxo Molina y usted con Jon Maya,
cómo han trabajado con disciplinas diferentes, como la imagen y la danza?
Cada uno teníamos
muy claro nuestro terreno, y aunque, o precisamente porque a él ha tocado hacer
muchas cosas de imagen y desde Arena ya hemos trabajado en otros proyectos de
danza, cada uno ha entendido lo del otro, pero no se ha metido en su terreno. Ha
sido muy cómodo.
Y qué pretendían con Bizimina,
¿lanzar un mensaje de esperanza, en estos tiempos difíciles?
No, no sé, es más
bien… ¿no te pasa a veces que estás leyendo algo y te encuentras con que el
autor está contando una cosa que tú has sentido o te ha pasado pero no has
sabido cómo expresar? Eso es algo que te da mucho gustico, y en la peli la idea
no era tanto lanzar ese mensaje de esperanza, sino que el espectador experimentara
esa sensación. También le comentaba a Jon que es como cuando estás soñando y
quieres gritar pero no puedes. Porque ante una situación como esta ¿qué puedes
decir? ¿Mierda puta?… La idea era que la gente cuando vea la película sienta
algo un poco catártico, algo que te libera, que te ayuda a expresar o reconocer
ese miedo, esa incertidumbre, esa angustia…
Todo eso lo expresa además muy bien el título, Bizimina
El titulo se le ocurrió a un ganadero de Eltzaburu, Mikel Erroz, al que le hablé de lo que queríamos contar y dijo: ¡Bizimina!, es decir, una sensación de echar de menos todo aquello de lo que está hecha la vida, y que resume muy bien lo que es esta película.
Uno de los platos fuerte del XI Salón del Cómic de Navarra es la exposición colectiva “Homenaje a Topor”, comisariada por Asier Mensuro, que rinde tributo al polifacético e influyente artista francés Roland Topor, con una colección de grabados del mismo y aportaciones de destacados dibujantes.
Patxi Irurzun
Roland Topor fue uno de los artistas más influyentes del surrealismo.
Portadista, humorista gráfico, escritor, cineasta… tocó todos los palos, y en
todos dejó su impronta, marcada por la muerte, la risa y el exceso. Junto con
Fernando Arrabal y Alejandro Jodorowski fundó el conocido Movimiento Pánico. Roman
Polanski filmó una de esas películas más destacadas tras adaptar una de las
novelas de Topor: El quimérico inquilo
(otras de las obras literarias destacadas del autor francés son los descacharrantes
relatos de Los senos más bellos del mundo
o Cocina caníbal en la que, a modo de
curiosidad, en Vasco a la vasca, da la receta para cocinar un vasco: “Corte los pies a ras de la txapela…”); pero
es sin duda en su faceta como ilustrador y humorista gráfico donde quizás más se
aprecia su estela, reconocible en una legión de toporianos declarados y otros
que lo son sin saberlo.
Asier Mensuro es uno de los primeros: toporiano acérrimo y
gran conocedor de su obra, ha sido el encargado de comisariar esta exposición
colectiva en el marco del XI salón del Cómic de Navarra. La exposición cuenta
con 51 grabados de Roland Topor y 42 obras de artistas que lo homenajean, en un
tributo tramado a golpes de whatsApp en un plazo de tiempo sorprendente, entre
el 10 de agosto y el 1 de septiembre , que solo se explica si consideramos la
admiración incondicional que despierta el autor francés.
“Inicialmente propuse al salón del cómic hacer la exposición
solo con los grabados”, nos cuenta Mensuro, “pero después pensé que podía ir un
poco más allá y puse un mensaje en Facebook, de un modo privado, pensando en
que los amigos que tengo ahí, entre los cuales algunos son dibujantes de cómic,
malo fuera que al menos dos o tres no se animaran a hacer algún pequeño
homenaje libre. Pero resultó que a las 36 horas tuve que cerrar la
convocatoria, si no quería verme obligado, paradójicamente a descolgar obras de
Topor de la exposición para colgar las de quienes se apuntaron a participar”.
La influencia de Topor es evidente en muchos de los artistas
que participan en este tributo colectivo, como el caso de Santiago Sequeiros,
que lleva el factor toporiano en su ADN; en otros quizás no sea tan clara, como
el guionista de obras como El arte de
volar, Antonio Altarriba, quien sin embargo participa con una serie de
fotografías guionizadas (imágenes que él piensa y después ejecuta formalmente
la fotógrafa Pilar Albajar) de claro tono surrealista y pánico; hay autores,
como el dibujante de El Jueves Don Julio, que ha vuelto para la ocasión a
pintar a color después de años sin hacerlo, o Fernando de Felipe, que ha
descolgado los pinceles tras veinte años retirado. Todo por Topor. Y junto con
ellos destacados artistas, como Javier Olivares, Magius, Borja Crespo, Klari
Moreno…
“He tenido incluso que “echar” de la exposición a dos de ellos”, señala Asier Mensuro: “Laura Pérez Vernetti — que cuenta con exposición propia en el Salón, en la cual se incluye su aportación al Homenaje a Topor: la ilustración de un poema de Fernando Arrabal—; y Luis Ágreda, el autor del cartel de la exposición colectiva. Ágreda, además, ha dibujado la genial cartelería de esta edición del Salón del Cómic, en la que podemos ver, entre otros, a Mazinger Z convertido en uno de los gigantes de Iruña, o un kiliki-Joker. Una edición, por cierto, la de este apocalíptico año, que a pesar de las dificultades, ha conseguido una vez más mantener la excelencia y el nivel de los invitados.
“Aunque quizás lo que me ha parecido más bonito de todos los
trabajos que he recibido”, vuelve al universo toporiano Asier Mensuro, “ha sido
el trabajo de Irene Márquez, una dibujante muy joven que me reconoció inicialmente
que no conocía a Topor, pero que cuando empezó a investigar en su figura se dio
cuenta de que había recibido en realidad una influencia indirecta en su obra,
pues su huella era evidente en muchos de los autores que ella admiraba”.
Topor, después de todo, según reza en uno de los textos de
Arrabal de la exposición, es uno de los artistas más plagiados y copiados,
“como si el mundo entero le ofreciera un silencioso y sistemático homenaje”.
Homenaje
a Topor se puede visitar en el Condestable de Iruña hasta el 4 de
octubre
«EL DROGAS Y MAMEN SON UNA PAREJA DE BAILE PERFECTA» NATXO LEUZA
El director navarro Natxo Leuza estrena en el Zinemaldia El Drogas, un biopic sobre el referencial rockero en el que repasa su carrera, consigue hilvanar todos los hilos en los que siempre anda enredado Enrique Villarreal y en el que cobran especial peso la relación con Mamen Irujo, su “socia”, y la reconciliación con Boni (Barricada)
Patxi Irurzun
El rockero icónico, el activista peleón, el chaval de barrio y su “socia” de toda la vida, el niño que todavía hace txipi-txapas en el río, el abuelo y el padre y el hijo, el lector voraz, el amigo que se reconcilia con el colega junto al que comenzó a ser invencible … Hay muchos Enrique Villarreal pero todos están en El Drogas, el documental de Natxo Leuza sobre la vida del músico txantreano que se estrena este 20 de septiembre en el festival de cine de Donosti, en la sección Zinemira, donde competirá por el Premio Irizar al cine Vasco.
Y junto con El Drogas, los suyos. Porque “Si estás al lado
de El Drogas, eres un buen tipo”, dice Fito en la película (además del cantante
bilbaíno en el documental intervienen, entre otros, Rosendo, Gorka Urbizu, Christina
Rosenvinge, Carlos Tarque, Kutxi Romero, Marino Goñi, Clemente Bernad o Javier
Gallego “Crudo”). Y, por supuesto, Mamen, la “socia”, siempre a su lado y
coprotagonista indiscutible en esta película, en la que Enrique Villarreal, el
hombre que camina torcido para ver la vida equilibrada (o quizás sea al revés, la
vida es un alambre torcido y El Drogas quien
consigue mantener el equilibrio sobre él) y que no se deja nada en el tintero en
este documental, en el que se desnuda, se despoja de su pañuelo en la cabeza y
habla sin tapujos (o con silencios significativos) de Barricada, de su relación
con las drogas, del alzheimer de su madre, de la muerte del primer batería del
grupo, Mikel Astrain, o del emotivo reencuentro con Boni, tras el cáncer que
arrebató a este la voz.
“El Drogas”, producido por NARM films y Marmoka Films (y por los cientos de personas que han participado en el crowdfunding), es el primer largo de Natxo Leuza, después de recibir numerosos premios con cortometrajes como Born in Gambia. Junto con él han participado en este trabajo Iñaki Alforja, director de fotografía, Mikel Salas, autor de la música original, Andrés García de la Riva en la comunicación, Fermín Urdánoz en el diseño gráfico, Daniel Ciaurriz en el sonido y María Guzmán Ligorit y Rosa G. Loire en la dirección de producción. A solo unas horas del estreno en el Zinemaldia encontramos al director navarro con los nervios a flor de piel ante la puesta de largo y, a la vez, con la tranquilidad y el premio ya obtenido que le otorga saber que El Drogas y a Mamen se han quedado “a gusto” tras ver el documental.
Creo
queEl Drogas era reacio a hacer un
documental sobre él. ¿Por qué a ustedes les dio el sí?
Pues no sé hasta qué punto ha rechazado propuestas como la
nuestra, lo desconozco, pero a nosotros nos dio el sí porque creo que se lo
propusimos en el momento justo. Había pasado el tiempo suficiente para hablar
sobre su pasado y sobre la ruptura con Barricada desde la calma y sin
rencor.
¿Cómo
ha sido hacer una película sobre alguien como El Drogas, con una vida tan
intensa, siempre enredando? ¿Cómo han conseguido hilar y equilibrar todo eso?
Ha sido muy complicado, porque Enrique es un artista
incansable, siempre anda metido en diferentes proyectos, siempre está creando y
además todo lo que hace o dice es interesante. Intentar meter todo eso en una
película de ochenta minutos es imposible, así que fuimos eligiendo lo más
interesante para contar quién es.
En ese
sentido, la película arranca con una declaración de intenciones, incluso
formalmente, con imágenes de conflictos, hechos históricos… ¿Se trataba de
marcar territorio, dejar claro quién es El Drogas, su carácter peleón?
Más que dejar claro quién es, es contar por qué es como es.
Todas esas imágenes nos dan pistas del tiempo que ha vivido Enrique y qué
sucesos lo han ido marcando. Y esos hechos, marcan la
trasformación de un país a la vez que el propio Enrique también se va
transformando.
En otra entrevista hace meses contaban a GARA que su idea inicial era hacer un documental sobre música, pero que eso cambió a la vista de las diferentes facetas de El Drogas…
Bueno, no ha cambiado tanto la idea inicial. La película es
un biopic sobre uno de los músicos
más influyentes de la historia del rock de los últimos cuarenta años.
¿Qué
referentes han manejado? Usted ha mencionado alguna vez alguna vez La
mugre y la furia, el documental sobre los Sex Pistols…
Sí, mi referencia a nivel internacional es Julien Temple. Es
un director que filmó como nadie la efervescencia del punk en la Inglaterra de
finales de los 70. Su documental Filth
and the Furius me parece una obra de arte por cómo consigue unificar el
contexto social de la época con la transformación de los personajes. A nivel
nacional, no ha sido una referencia para la peli porque lo acabo de descubrir,
pero Alexis Morante ha hecho varios documentales musicales espectaculares como
el de Bunbury, El camino más largo,
el documental sobre Camarón, que es espectacular el trabajo de archivo que
tiene, y el de Alejandro Sanz, que también es brutal. Creo que es un director a
tener muy en cuenta.
En aquella
entrevista anterior hablaban también de la universalidad de la película, por
las historias de crisis y superación, la ruptura de Barricada, el alzheimer de
la madre de El Drogas…
Esta película narra una historia universal y única. Ofrece
el retrato humano de un músico que, tras haber liderado una de las mejores
bandas de rock de la historia y haber disfrutado el éxito, conoce el rostro
menos amable de la vida, es expulsado de su grupo por sus amigos y cae hasta
tocar fondo. Es una historia de bajada a los infiernos donde esa situación hace
que Enrique se replantee cuales son las cosas más importantes en la vida.
Respecto
a eso, la reconciliación con Boni está muy presente, y también hay una historia
de amistad que supera dificultades y baches.
Exacto, esa reconciliación con su amigo de toda la vida, es
uno de los temas más importantes de la película. Es una decisión sacada de esas
conclusiones que Enrique toma tras tocar fondo, tras sentirse traicionado, pero
al final todo ese rencor desaparece en cuanto a su amigo le pasa algo muy
trágico, empatiza con él y desde el momento que se entera de la noticia de su
enfermedad, intenta reconciliarse y ponerse a su lado para lo que necesite.
Esas son las decisiones realmente importantes que se toman en la vida.
Otra de
las partes importantísimas de la vida de El Drogas es su familia ¿Qué papel ha
tenido Mamen en la peli?
Mamen es el personaje más importante después de Enrique en
la película. Es una mujer que hay que descubrir, porque es interesantísima.
Tiene una gran personalidad, y un pensamiento propio y único. Ella se mueve por
la vida con mucho humor y con cierta chulería, porque como dice ella, es de la
Txantrea. En el trabajo es incansable, como El Drogas, por eso se complementan
tan bien. Son una pareja de baile perfecta, con el mismo engranaje. Mamen
intenta aplacar todo lo que le viene del exterior a Enrique para que pueda
dedicarse a lo que sabe hacer, a crear historias, y a sacar todos sus proyectos
adelante. No hay Enrique sin Mamen ni Mamen sin Enrique.
¿Y la
madre de El Drogas?
Su madre ha sido de las figuras femeninas más importantes en
su vida. Enrique nos dejó acompañarlo a la residencia Landazabal donde cuidaban
de ella por su Alzheimer. Nos contó con toda normalidad del mundo, como siempre
hace Enrique hable del tema que hable, cómo fue ese proceso de ir acompañando a
su madre en esa enfermedad tan dura. Y de ese día me llevo uno de los momentos
más emotivos que viví con él. Después de cantarle, acariciarle y pasearle, saco
un libro de poesía y le leyó un poema de Eduardo Galeano al azar, y casualmente
se titulaba, Allá en mi infancia. Fue algo precioso.
Hay
temas espinosos que El Drogas no ha eludido, Barricada, las drogas, el sexo…
Como he dicho antes, Enrique no elude ningún tema y habla de cualquier cosa con mucha tranquilidad y naturalidad. E incluyo también a Mamen, juntos nos cuentan muchas vivencias personales y como las han ido superado a corazón abierto.
¿En qué
momento y por qué decidís parar? Porque la historia podría haber seguido…
Bueno decidimos parar justo después del confinamiento por el
Covid 19. Creíamos que era el momento ideal, porque en ese parón pudimos
avanzar mucho en montaje y desgraciadamente ya no había muchos eventos nuevos
por grabar, así que pensamos que ese era el momento ideal para parar y cerrar
la película.
Para
acabar ¿qué supone para vosotros estar
en el Zinemaldi y qué esperáis?
Supone cumplir un objetivo. Todo el equipo, incluido El Drogas, queríamos estrenar en Donosti. Conocemos muy bien el festival, y nos apetecía estrenar en casa y en uno de los mejores festivales del mundo. Yo he estado varias veces pero nunca como director, es mi primer largo y estrenar en San Sebastián supone que la película comience de la mejor manera. Estrenamos en la sección Zinemira, películas de producción vasca, el día 20 de septiembre. Y con muchas ganas de ver la reacción del público
“Ha sido una catarsis confesar ciertas historias ante la cámara”
Enrique Villarreal, El Drogas
No será la primera vez que la música de El Drogas se escuche en el Zinemaldia. En 1986, en 27 horas, la película de Montxo Armendariz que consiguió la Concha de Plata de aquella edición sonaba de fondo Esta es una noche de Rock&Roll de Barricada, cuando Martxelo Rubio entraba en un bar de la parte vieja de Donosti. Ahora, Enrique Villareal vuelve al festival por la puerta grande con el estreno de El Drogas, el documental de Natxo Leuza que hace un emocionante recorrido por la trayectoria del músico txantreano desde aquellos años 80 hasta hoy. Le robamos a El Drogas cuatro preguntas, pocas horas antes de sus botas conozcan como huele el suelo (de alfombra roja)
¿Qué sintieron usted y Mamen cuando vieron el documental acabado?
Fue emocionante ver por fin
en pantalla grande el resultado de tantas horas de trabajo. Sobre todo por el
equipo técnico del rodaje. Lo que aparece en el documental es claramente la
visión de Natxo Leuza sobre los personajes y épocas donde esos personajes (me
refiero a Mamen y a mí) han ido aprendiendo a vivir.
En el documental hay muchas secuencias en las que ustedes cuentan cosas muy íntimas, por ejemplo, la noche que perdieron juntos la virginidad, la reconciliación con Boni…¿Se han sentido cómodos con las cámaras?
De alguna manera ha sido
una especie de catarsis confesar ciertas historias delante de una cámara pero
tal y como se desarrolla la trama, todo tiene su sitio.
En su caso estás más acostumbrado, pero ¿cómo lleva Mamen mostrarse públicamente, convertirse en protagonista? ¿Hay una parte de reconocimiento a una labor que a menudo queda oculta por los focos, las lentejuelas
Absolutamente sí. Detrás de
lo que colorean los focos existe un trabajo inmenso de mucha gente. Y detrás de
la vida particular de una persona (en este caso ese tal Drogas) existe una
persona con la que he compartido sueños y pesadillas, triunfos y derrotas,
borracheras de felicidad y resacas tormentosas.
Por cierto, ¿qué se va a poner el día del estreno?
Seguramente vaya de traje como cuando salgo a cantar en los bolos. Esto sigue siendo parte de la farándula. Pero por dentro llevaré la camiseta en recuerdo a los jóvenes de Altsasu.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 19/09/20
La cola era larga (vaya, había pensado escribir un artículo de prosa poética, pero me parece que esta no es una buena manera de arrancar. Probemos otra vez). Había cola cuando llegué al concierto de Anari, en la Taconera de Pamplona (mejor). Unas vallas y algunos chalecos fosforitos separaban el escenario de aquellos que, una vez completado el aforo, finalmente nos quedamos fuera. Pero tuve suerte y entre los setos que rodeaban la zona encontré un caminito que conducía hasta un pequeño y escondido jardín, con dos bancos, uno de ellos libre —el otro lo ocupaban tres veinteañeros—, desde el que se escuchaba la música pero no se veía a los músicos.
Era muy extraño.
Todo es extraño,
últimamente.
Así que me senté
allí, cerré los ojos y me dejé hipnotizar por el temblor en la voz de Anari.
Imaginé, esta vez, que a sus espaldas la estatua de Julián Gayarre le hacía los
coros con su garganta de diamante y su pecho hecho añicos, en otro escenario,
mientras pescaba perlas.
Después llegaron
los murciélagos.
Los días eran ya
más cortos y las noches más frías.
Recordé cuando
era niño y allí mismo, en la Taconera, anudábamos los jerseys y los tirábamos a
lo alto y los murciélagos, burriciegos, se arrimaban confundidos a ellos.
Luego Anari cantó
Orfidentalak y yo me estremecí, al menos hasta que las notas del piano
fueron sustituidas por el tintineo de los vasos y las risas desenmascaradas y
las conversaciones tontilocas que llegaban desde el Café Vienés.
Para entonces
era ya de noche. Frente a mí los veinteañeros del otro banco fumaban marihuana
y se poliamaban con pereza, solo por el gusto de convertirme a mí en un viejo
verde, ignorando que antes que ellos yo también y otros cientos de adolescentes
pamploneses regamos la piedra de su banco con el caldo de nuestros corazones
salvajes y hambrientos.
Cuando acabó el
concierto regresé a la parada del autobús atravesando el casco viejo, me comí
un frito de huevo en el Río, en el televisor el telediario hablaba de Messi, varias
personas miraban pasmadas la pantalla y yo me acordé otra vez de aquellos
murciélagos de mi niñez, revoloteando alrededor de un jersey.
Después, cogí la
villavesa. Durante el trayecto leí, presbicioso perdido, un artículo de Noam Chomsky en el que se
cuestionaba si la vida humana sobrevivirá a las decisiones de algunos payasos
sociópatas. Y unas páginas de la última novela de Beñat Arginzoniz, titulada La ciudad del fin del mundo.
Todo parecían señales del apocalipsis. Cené, de hecho, brócoli frío y después,
cuando por fin me tumbé en el sofá, la tierra tembló, como si Pachamama
tarareara una canción de Anari.
Todo es muy extraño últimamente. Pero todavía hay quien escribe canciones hermosas, como Orfidentalak, y buena poesía (o prosa poética, esta de verdad), como Beñat Arginzoniz. Todavía hay ancianos que pasean cogidos de la mano. Todavía, cerca de las vallas que cortan el paso hay caminos escondidos por los que seguir adelante. No, esto no es el fin del mundo, solo el del verano. El contador del Río todavía solo marca menos de un millón de fritos de huevo.