Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en el magazine ON (diarios Grupo Noticias) 07/03/20
Es como los culebrones o los programas del corazón. La primera vez que los ves, o si has pasado una temporada desenganchado, te entra la risa floja, piensas que es una broma, una parodia, que cualquier persona con dos dedos de frente no puede tomarse eso en serio; pero si, por casualidad o por morbo, al día siguiente repites, si entras en la rueda, si te acostumbras a la exageración, a los josealfredos y los jorgejavieres, a la gesticulación y el lenguaje sobreactuados, entonces, te sometes al imperio de la banalidad y tú mismo te conviertes, sin darte cuenta, en un zombi que se alimenta de basura y carnaza.
Con algunos políticos, como José María Aznar u Ortega-Smith, sucede lo mismo. Aznar, antes de ser Dios, parecía un personaje de El Jueves, con su bigote “usted no sabe con quién está hablando” —ese bigote prodigioso que permanece hasta si se lo afeita—, con su pelo peinado a cincel, cuando era el principal accionista de las fábricas de gomina, con, en definitiva, aquella imagen que era un estereotipo, un personaje más de Martínez el facha, una caricatura que, sin embargo, acabó colgada en la galería de retratos de presidentes del Congreso.
Ortega-Smith, por su parte, resultaba igualmente cómico hasta hace bien poco, hasta que se ha convertido en peligrosamente cómico, hasta que el geyperman ha comenzado a disparar tiros de verdad. Antes, lo veíamos en las manifestaciones rojigualdas, sacando los codos en primera fila tras las pancartas, como un pivot torpón a la caza de un rebote, buscando desesperado la foto entre los barbours. Ahora las alcachofas se giran cara al sol para buscarlo, para dar autoridad a sus desatinos, a toda esa retórica —sediciosos, comunistas, golpistas— que cuando no era nadie olía a alcanfor, a pies, a Varón dandy y aguardiente.
En algún momento alguien decidió que había que votar como delegado al más tonto o al más bruto de la clase. En algún momento alguien se quedó más tiempo del recomendado mirando el culebrón o la telebasura. En algún momento alguien volvió los micrófonos hacia los aznares, los ortegaesmits, los donaldtrumps, las cayetanas e iturgaizs y la caricatura se hizo carne y nos acostumbramos a ella y la tomamos en serio. Quizás estamos haciendo todo al revés y debimos tomarlos en serio antes, cuando solo eran una caricatura, y reírnos ahora que la cosa va en serio, que tienen a su alcance el botón rojo y los prime-times y los consejos de administración de las fábricas de mentiras.
Se habla mucho, por ejemplo, de cuál es la mejor manera de aislar a la ultraderecha. Yo propongo que cada vez que se suban a la tribuna, que tomen la palabra en parlamentos, diputaciones, ayuntamientos, los demás empiecen a reírse, a partirse el pecho con cada una de sus enormidades. Como si estuvieran leyendo El Jueves o viendo por primera vez una telenovela. Reírse hasta desarmarlos, hasta que ellos mismos se den cuenta de la ridiculez y la pobreza e inconsciencia de sus mensajes. Antes de que sea tarde y nos convirtamos en meros telespectadores, en votantes complacientes, crédulos, insensatos.