VIAJES (RAROS) EN EL TIEMPO
Rubio de bote, colaboración para ON (10/09/2016)
Igual soy yo, que soy raro, pero de cerca todos somos raros, así que creo que todos nos hemos hecho alguna vez preguntas como esta: si me metieran en una máquina del tiempo o en un DeLorean, si me reencarnara o teletransportara a otra época, pero sabiendo todo lo que sé ahora, por ejemplo, que existen los coches, la televisión, los Motörhead, que el hombre ha llegado a la luna… si supiera todo eso y me plantara, no sé, pongamos, en la Edad Media, ¿me convertiría en un profeta, un benefactor de la humanidad, un iluminado?
Mi respuesta es que no, que seguiría siendo un pobre diablo, o que me tomarían por un chalado, con la cabeza llena de pájaros y también de alpiste ¿Cómo explicaría, por ejemplo, el funcionamiento de un avión? ¿O del teléfono? ¿Dónde encontraría en pleno siglo XII dos vasos de yogur y un hilo?
Para que mis conocimientos técnicos tuvieran una base teórica defendible debería retroceder por lo menos al pleistoceno e inventar la rueda o el fuego, pero ni siquiera entonces estoy seguro de que fuera capaz de explicarme.
—Mira, ahí está otra vez ese tonto a las tres, dale que te pego—dirían condescendientes Miguelón y los demás hombres y mujeres de Atapuerca cuando me vieran frotando los dos palitos, incapaz de hacer saltar una mísera chispa.
—¿De qué me ha servido leer el “Manual de los jóvenes castores”? —me preguntaría yo entonces— ¿O todos esos años de colegio, instituto, universidad, cursos del INEM, si soy incapaz de comprender por qué aprieto un botón y dentro de una caja se oyen voces, cómo funciona un reloj, cómo se hace un queso?
Tal vez debería de ser un poco menos ambicioso y sacar un billete de cercanías para ese viaje en el tiempo. Retroceder, por ejemplo, solo una década y presentarme en la redacción de deportes de alguna televisión:
—Voy a retrasmitir los partidos de fútbol como si los estuviera contando por la radio —les diría, pero me temo que ellos no lo entenderían.
Bueno, en realidad, yo tampoco lo entiendo y me da mucha rabia y mucho dolor de cabeza —algo lógico cuando tienes la cabeza llena de alpiste y de pájaros—esa manía de poner a un locutor-hooligan que te van diciendo “Menganov lleva la pelota, la toca con el pie de derecho, se la pasa a Fulanowski, la recibe con el pecho”… ¡Coño, pero si ya lo estoy viendo, deja de gritar, chaval!
O, si no, podía probar con la música. Si por ejemplo, me dejaran caer de repente en la Viena del siglo XVIII, Mozart iba a flipar, cuando le tarareara el “Give it away” de los Red Hot Chili Pepers. Claro que para eso yo debería tener oído en vez de solo orejas y es más que probable que, en cuanto terminara de destrozar la canción, Wolfgang Amadeus me despachara con alguna de sus escatológicas frases:
—¡Madre mía, pero si pareces un chimpancé con meteorismo!
—¡A que se la llevo a Salieri! —replicaría yo, pero sería más la rabieta que otra cosa, y allí me quedaría, solo e incomprendido, con “Yesterday” y “El concierto de Aranjuez” y “Cerebros destruidos” sonando en la jukebox de mi cabeza.
La historia debe de estar llena de genios, de adelantados a su época, de viajeros perdidos en el tiempo, a los que nadie prestó atención, o que no tuvieron suerte, carisma, habilidades sociales, padrinos, el sexo o la condición social adecuados. ¿Habrá un limbo al que fueron a parar sus inventos, sus canciones? Y por seguir con las preguntas: ¿Volverías a los 18 años? (¿Pero, cómo, con todo lo que he aprendido hasta ahora?) Y, sobre todo: ¿Eso del meteorismo qué es, algo que tiene que ver con los extraterrestres o con la aerofagia?