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PUENTE SOBRE EL DESFILADERO

Jun 5, 2016   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  2 Comments

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Publicado en ON (diarios del Grupo Noticias) 04/06/2016

Las imágenes en blanco y negro salpicadas de moscas de celuloide, con los movimientos acelerados y cómicos propios de un cine documental  y mudo que todavía daba sus primeros pasos, parecían redoblar su entusiasmo. Fueron apenas unos segundos, durante un reportaje en La 2 sobre los bibliobuses, las bibliotecas rodantes que todavía hoy en día llegan a pueblos y comarcas aislados. Un grupo de jóvenes, cruzando un pequeño puente colgante sobre alguna garganta o el lecho abismado de un río, precedidos por algunos mulos de carga con las alforjas repletas de libros o tal vez del atrezzo para una pequeña compañía de teatro o de títeres…  Miembros de La Barraca o de las Misiones Pedagógicas, estudiantes, artistas, bibliotecarios, maestros que durante la Segunda República llevaron el evangelio de la cultura a las aldeas más remotas de España, atravesando caminos pedregosos o llenos de fango, cruzando y desafiando desfiladeros que los llamaban por su nombre y que años más tarde se los tragarían como las fauces sedientas de sangre de una bestia.

Y, a pesar de todo,  aquellos jóvenes cruzaban el puente colgante dando alegres saltos, ofreciendo el eco de sus carcajadas a los barrancos, agitando sus manos con la convicción de que con ellas podían cambiar el mundo, sin pensar en ningún momento que este pudiera hundirse a sus pies. Apenas unos segundos de pura felicidad, de generosa juventud, de fe en el género humano…

En el documental no aparecían imágenes —o no las recuerdo al menos con la misma intensidad— de esos jóvenes llegando a sus destinos, a algún pequeño pueblo de montaña, alguna pedanía en el centro del sol, pero los imagino recibidos como extraterrestres, y a los habitantes de aquellas imperceptibles motas de polvo sobre los mapas, niños y mayores,  deslumbrados por la música de los poemas, mirando boquiabiertos y abducidos los retablos de marionetas, riendo las chanzas de los cómicos de la legua… E imagino también las lágrimas contenidas cuando aquella caravana  de luz se diera la vuelta, los largos meses de oscuridad esperando su regreso…

Como ellos, en el documental de La 2 aparecían lectores que hoy todavía esperaban impacientes la llegada del bibliobús, que barrían con las páginas de los libros toda la inmundicia volcada en sus casas a través de la ventana del televisor o del ordenador, todo aquel ruido que hacían para nada quienes vivían en lugares donde disponían de una biblioteca en cada barrio. O casi en cada barrio. Yo todavía tengo que desplazarme a las bibliotecas de otros barrios de la ciudad, pero lo hago con el mismo entusiasmo que aquellos jóvenes de la Misiones Pedagógicas; con el mismo entusiasmo, por otra parte, que todavía mantienen quienes trabajan en ellas, resplandecientes también de luz y vocación.

Las bibliotecas han sido sin duda los lugares que más felicidad me han proporcionado a lo largo de mi vida. Más que los bares o que las pistas de baloncesto, por ejemplo. Mucho más. Cada vez que entro en una de ellas, siento que estoy cruzando, entre saltos y carcajadas, ese puente colgante sobre el vacío, renovando —aunque sea solo durante apenas unos segundos— mi fe en la cultura como asidero para que el mundo no se despeñe definitivamente desfiladero abajo.

 

 

 

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