TODA TU VIDA EN YOUTUBE
Para no tener que decir que es el Houellebecq belga, que si te gustan J.G. Ballard o Douglas Coupland también te gustará ‘Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí’ , etcétera, lo mejor es citar aquí unas líneas de este libro de cuentos: “Se ven automovilistas desesperados intentando meter sus VISA en los parquímetros, se ven a mujeres ancianas robando a indigentes dormidos, se ven familias enteras que van a los supermercados con el contenido de las huchas de los niños”. Y así comprobar que Joost Vandecasteele tiene voz propia, una voz sorprendente, irónica, descarada… Distopías disparatadas (personas que viven permanentemente en centros comerciales, bloques de apartamentos o en youtube). Una colección de relatos futuristas que, sin embargo, son el reflejo más fiel de la sociedad en que ¿vivimos? hoy. Patxi Irurzun
‘Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí’
Joost Vandecasteele
Tropo, 2012.
233 páginas. 18,5 euros
VIAJE AL FIN DEL TURNO DE NOCHE
Un trabajo mal pagado y precario (teleoperador en el turno de noche —el propio autor lo fue durante años—) que va engullendo al protagonista, apartándolo de su entorno social y de la tesis sobre el nacionalismo que pretende escribir y de la que incluye algunos capítulos en la primera parte del libro; miserias y (pequeñas) grandezas del sindicalismo; rocanrol y evasión juvenil al estilo Kronen; un editorial de GARA; reflexiones filosóficas… Todo eso y más tiene cabida en esta segunda novela de este autor navarro de Carabanchel. Por lo demás, sí, el título es correcto: antípodas es masculino. Patxi Irurzun
«En los antípodas del día»
Gonzalo Aróstegui
Baile del sol 2012
234 páginas, 16 euros
Reseñas publicadas en Gara (31/07/2012)
—Luego dirán que los políticos somos unos vividores. Pues ya me gustaría ver a muchos en mi lugar, ya… —se lamentaba el presidente del gobierno, mientras entre sus manos sostenía el último sobre remitido por La Internacional Bromista, lacrado como siempre con huellas dactilares sucias no se sabía (con los bromistas nunca se sabía) si de boli Bic rojo o, como aseguraban, sangre de la cabra de la legión, a la que habían secuestrado hacía unas semanas.
No deseaba por nada del mundo volver a ponerse delante de los micrófonos en una de aquellas ridículas ruedas de prensa, como las últimas, en las que había tenido que explicar que, ejem, ejem, “La fuerzas de seguridad han detenido a tres sospechosos de formar parte de una red de mimos y a un peligroso monologuista” o “Ha sido localizado un zulo con gran cantidad de tartas de nata y mil quinientos huevos”. Él no era tonto, y lo veía, veía a los periodistas mordiéndose los carrillos para que no se les saltase la risa, o detectaba y soportaba estoico el retintín de sus preguntas: “¿Son ciertos los rumores de que va ser ilegalizado el Gran Circo Mundial?”. Muy graciosos. Algo mejor irían las cosas si en lugar de eso se tomaran más en serio sus editoriales, sus columnas, sus tertulias, sus tuits — pues para eso cobraban del fondo de reptiles— y comenzaban a vincular a La Internacional Bromista con grupos terroristas, redes de pederastas o con los guionistas de los guiñoles del Canal Plus francés.
—¿Es que nadie más que yo se da cuenta de la gravedad del asunto? —se tiraba de los pelos de su barba tricolor el presidente.
En los últimos meses el respaldo social de La Internacional Bromista había subido enteros casi a la misma velocidad que la prima de riesgo, la gente se tronchaba con sus gracias (¿De qué se reían? Eso no entraba en el guión. Tenían que estar tristes, asustados, en misa, o en el fútbol gritándole hijoputa al árbitro), y lo que era peor, los bromistas obtenían réditos de su chantaje político. En los corros del congreso era la comidilla. “Es un horror. Ya no se puede ir a ningún lado sin que te sientes y debajo del cojín haya un tirapedos. Yo ya no lo aguanto más. Mañana mismo dimito”, decían algunos, y todavía era peor los que no lo hacían, los irreductibles, los que tenían el culo pegado con Loctite a la poltrona, pues se ablandaban, se volvían populistas, subían el IVA pero poco, pagaban los sueldos completos, permitían que la sanidad pública curara los catarros de los extranjeros, cualquier barbaridad a cambio de mantener sus dietas y su coche oficial… El miedo al ridículo y al qué dirán estaba haciendo que el partido y los gobiernos autonómicos rompieran filas. Ya solo quedaban algunos presidentes leales, como Yolanda Barcina, quien no solo aguantaba atrincherada en su diputación mientras una de las escisiones de La Internacional Bromista, el EULI (Ejército Unificado de Liberación Indigente) había tomado las calles y las pantallas gigantes y proyectaba en ellas videos de Muchachada Nuí, sino que además todavía sacaba fuerzas de flaqueza para luchar contra el enemigo con su recién creada “Asociación de víctimas del merengue francés”, que como todo el mundo sabe es especialmente dañino, incluso para las caras más duras.
—Yo solo quería mis quince líneas de gloria en los libros de Historia —lloriqueaba el presidente, y echaba de menos algunos momenticos: las finales de la Eurocopa y de Roland Garros, los saltos en el balcón de Génova las noches electorales, el día que comunicó la recuperación del Códice Calixtino… — ¿Y qué es lo que tengo ahora? Estos ridículos sobres. A ver, ¿qué me voy a encontrar esta vez? ¿Un dedo de la Virgen del Pilar? ¿La oreja de un león de las cortes?… —barajaba las posibilidades, y mientras abría la carta se preguntaba qué pasaría si en la próxima rueda de prensa apareciera con una flor en la solapa:
—Venga, que todo esto de la crisis ha sido solo una broma —diría entonces, y la flor escupiría un chorrito de agua limpia, fresca y transparente.
Eso sí que sería algo serio.
Patxi Irurzun
Quinta entrega de El último peatón para Udate, el cuadernillo de verano de Gara